Historias para destapar el excusado

 



 

El poder de juguete

Roberto Remes

Hace unos días dejé la puerta del baño abierta, mientras me sentaba en el excusado a disminuir un poco de peso, y bueno, con la distracción que siempre implica esa actividad me puse a ver todo lo que había en el cuarto cuya puerta es la que está enfrente de la del baño, y había todo, ropa tirada en el suelo, el burro de planchar al centro de la habitación, la envoltura de una camisa nueva, un clip, el clóset abierto, los colores de los sacos y las camisas al descubierto, y sobre el burro no sólo estaba la plancha sino también una revista abierta de la que no se alcanzaba a apreciar ninguna de sus páginas, pero sí el arco que forman las páginas abiertas, lo mismo en libros que en revistas como ésa. Durante unos minutos permanecí viendo la alfombra desgastada, el clóset abierto, reconociendo qué trajes ameritaban ir a la tintorería y cuáles podían esperar algunas puestas más, y luego recordando qué ropa tenía pendiente de planchar, y en verdad era mucha la que permanecía arrugada y colgada en un rincón del guardarropa. Luego de eso me mantuve tratando de reconocer figuras en la revista abierta, pero no veía nada, y no estaba seguro de si en la página derecha, que era la que más se veía, había una foto de plana completa en la que aparecía una modelo semidesnuda, me concentré mucho y no lograba hacer que la página se elevara un poco, miraba y miraba, pero nada, imaginaba la hoja levantándose y la revista moviéndose suavemente hacia mí, pero nunca conseguí hacerlo. Dudaba. Sí. En el fondo dudaba, porque aunque sabía que si mi concentración era plena la hoja tendría que moverse al menos un ápice, y si lograba que la página se dejara ver por completo por qué no habría de acercarla para así mirarla a detalle, y no quedarme, en cambio, con el arrepentimiento de no haber llevado algo para leer mientras permanecía sentado en el retrete, historias para leer en el excusado, eso me hacía falta, y mientras más me esforzaba en hacer que la revista se moviera, más creía que podía lograrlo y más dudaba también, las contradicciones crecían al parejo. Luego comencé a preguntarme si en realidad existía la telequinesis, o sea, la capacidad de mirar un objeto, al menos uno pequeño, y poderlo mover con el solo deseo, sin energía de por medio. Y dicen que sí existe, pero yo nada he tenido de experiencia al respecto, sólo lo imagino, o he visto esos trucos increíbles que hacen en los programas de televisión, en el cine, en las caricaturas, no sé, alguien con las yemas de sus dedos colocadas suavemente sobre las sienes, los ojos cerrados o semicerrados, y la frente arrugada como reflejo del absurdo de que a mayor concentración pareciera requerirse mayor tensión muscular facial, cuando en realidad una concentración absoluta es el símbolo de la paz plena, como un asceta oriental, un rostro relajado en un ser capaz de dominarse por completo y quizá dominar su entorno, dominar los objetos, mirarlos y levantarlos, atraerlos, tirarlos, componerlos, o tal vez hay que ser como un prestidigitador, arreglar relojes con la mente, hacer que sus dueños crean que es posible obligar a que las manecillas vuelvan a moverse, y entonces hacer el hecho, el reloj otra vez andando. No sé cuánto tiempo pasé sentado sobre el excusado viendo la revista ajena y lejana, incapaz de cambiar de página por su propia fuerza, incapaz de acercarse, incapaz de comprobar la verdad telequinética, pero de pronto empecé a sentir la necesidad de tener a un lado un prestidigitador que me dijera que la revista se acercaría hacia mí, y entonces sí hacer de la creencia una realidad, pues no es lo mismo creer simplemente en las fuerzas telequinéticas que creer que esas fuerzas están en uno, en mí, en mis ojos, en mi mente, quiero un prestidigitador de juguete, me dije, y recordé esa mañana en la que estaba yo leyendo en una plaza, pasaron una madre y su hijo, y el pequeño preguntó Mamá, quiero a Dios de juguete, como si Dios fuera una caricatura más en medio de mitos que sólo los niños pueden creer, Pokémon, Dragon Ball, o tal vez el hecho de que los dioses de los adultos no sean ya los mismos que los de los niños, como lo eran antaño, sí, cuando Dios parecía el único ser todopoderoso capaz de existir. Pensar en un Dios de juguete me resultó tan absurdo como pensar en construirle a Pokémon un templo, pues así como el templo lo tenemos que hacer los adultos, los niños deben adorar por dogma a los dioses que poco a poco se convierten en deidades exclusivas de los adultos, porque antaño el único ser capaz de premiar o castigar, buscar el bien o dejar pasar el mal, superar la velocidad de la luz, conceder lo que se le pide, era Dios, Su nombre y Sus pronombres con mayúsculas, pero en cambio ahora, con sólo juntar dos anillos, con sólo gritar las palabras mágicas, los dioses de los niños son capaces de vencer al mal de manera contundente, como Dios no lo hace, son capaces de dejarse ver, como Dios no lo hace, son capaces de escapar de las peores circunstancias y salir triunfales, como Dios no lo hace, porque tal vez Dios es la invención de los adultos, la necesidad espiritual de los adultos en el reino de los adultos, y ésto no sé si lo digo independientemente de que Él exista o no, o quizá a sabiendas de que sí existe, pero que cualquier cosa que digamos de Él será especulación como no lo es la imagen que tienen los niños viendo a sus dioses, por la tarde, vencer al enemigo que quiere destruir la humanidad, acabar con la ecología o adueñarse del universo, y en general vencer realidades que los pequeños no alcanzan a dimensionar pero sí a mirar de una manera casi tangible en el aparato televisor. Mamá, quiero a Dios de juguete me pareció una frase triste, desgarradora, desesperanzadora, porque la inocencia infantil está llevando a que las caricaturas traten de rivalizar con Dios, y como los párvulos pierden día con día la capacidad de asombro, la vida no es suficiente razón para admirarse, y acaso lo es la batalla cotidiana de los superhéroes, evidente a los ojos, como no lo sería la observación y compañía de Dios a cada uno de los seis mil millones que habitamos en este planeta, muchos de los cuales no pueden siquiera sentarse en un retrete como ese en el que estuve soñando mover las hojas de una revista que estaba a cinco metros de mi vista, y pensando en la manera de comprar un prestidigitador de juguete que me convenciera de que yo podría mover la revista y atraerla hacia mí. Después de un rato de nulos esfuerzos me di cuenta de que no alcanzaría a mover ni una hoja porque no era capaz de acumular suficiente fe como para que la telequinesis funcionara conmigo, porque no tenía un prestidigitador del otro lado de la televisión que me estuviera convenciendo de que yo podía arreglar mi reloj o atraer la revista hacia mí, o quizá porque no tenía un Dios de juguete a mi lado, o al menos un Dragon Ball, que seguramente alguna vez habrá movido objetos sin tocarlos. Cuando me levanté del retrete jalé la cadena y me di cuenta de que junto al agua y mis restos fecales se escapaban por la tubería del drenaje muchas esperanzas, la esperanza de los niños de saber que Dios es uno más de sus dioses de caricatura, la esperanza de los adultos de ver a Dios destruyendo al mal como lo hacen los superhéroes de los niños, y mi propia esperanza de cambiar de página con la sola mirada.


Esta página ha sido visitada

veces, desde el 13 de enero de 2000.

REGRESAR A LA PÁGINA DE ROBERTO REMES


Mi nueva novela ya viene en camino

Cambia Network. Pincha aqui!
Cambia Network - Intercambio de Banners


This page hosted by Get your own Free Home Page