Capítulo I. El Reino de la Oscuridad
Es el año 3025 en “Elementaria” un planeta ubicado en una galaxia lejana a nuestro planeta Tierra, llamado así por los elementos naturales que dominaban cada uno de los reinos que ahí habitaban, parecida en tamaño; pero muy diferente en el estilo de vida en ella. Mientras en la Tierra se gozaba con los constantes avances de la tecnología, los habitantes de Elementaria vivían en unas especies de reinos como los de las edades más antiguas en la Tierra pero mucho más moderno tomando en cuenta el año en que se vivía.
En el norte del planeta estaba ubicado el reino de la Oscuridad, el cual se caracterizaba en el resto del planeta por la frialdad de sus habitantes. Quienes dominaban este reino eran Akiraki Obcuirité, la reina y su hija, la princesa, Krístali Ovida. El rey, Chinora Ovida, había muerto hace 2 años.
Era un día algo triste, estaba nublado y las nubes algo grises, parecía que fuera a llover. Krístali estaba en el pasillo, escuchaba una conversación de su madre con una voz que ella no podía distinguir de quien se trataba. La princesa llevaba un vestido de seda negra y gris que casi le cubría los pies y llevaba los hombros descubiertos; en su pecho, algo a la izquierda llevaba un broche, no un broche cualquiera, era mágico. El vestido hacía contraste con su piel que era muy blanca, su pelo era negro como casi todos los que allí vivían, pero brillaba como a la luz luna, al igual que el color grisáceo de sus ojos. Krístali escuchaba silenciosa tras la puerta que daba al salón del trono aquella discusión.
· ¡Claro que no podemos!, No podemos atacar los demás reinos, sabéis que eso ocasionaría la guerra. - respondía la reina Akiraki- Nunca pensé que quisierais hacer eso.
· Pero su majestad nuestros ejércitos de seguro derrotarían a los de los otros soberanos. ¡Podría reinar sobre todos!
· No, ya tu reina lo ha dicho, no atacaremos, es suficiente para mí que mi esposo haya muerto en la batalla final de la guerra del contraste. Es mi decisión final, a lo menos por algunos años más.
· Lamento haberla molestado, excelencia –dijo la voz con tono disgustado-. Mil perdones.
Se escucharon pasos saliendo de la habitación dirigiéndose a donde estaba Krístali. Era Dracma, el consejero de la corte.
· No debería acostumbrarse a husmear, princesa –dijo dirigiéndose a Krístali- No es refinado.
· Sabes que me interesa lo que pasa en el reino, Dracma –respondió la princesa fríamente y algo disgustada- Con refinamientos no lograrás que me deje de preocupar de eso.
· ¡Hum! Puede ser peligroso meterse en esos asuntos, muy peligroso.
Y se fue riéndose con aire de satisfacción y muy ensimismado. Cuando el ruido de los pasos finalmente se perdió en el pasillo, Krístali se mantuvo ahí, con la mirada perdida pensando en lo que lo que había dicho Dracma y a que se quería referir, aunque fuera lo que fuera no parecía bueno.
Dracma había vivido en palacio desde Krístali tenía memoria y ella nunca lo había apreciado. Desde pequeña la princesa había presenciado mucho sufrimiento en aquel reino oscuro y muchos de estos se debían al consejero de la corte; su última y peor recomendación era haber sugerido al rey que acompañara a sus tropas a la guerra, lo que había acabado con su vida. Definitivamente Dracma no era una persona confiable para Krístali, sólo estaba ahí por haber sido un antiguo amigo de Chinora, pero para los ojos de los que los rodeaban no era más que una amistad interesada.
Al otro lado del pasillo Dracma tocó la pared en busca de algo, después de un rato de búsqueda encontró su objetivo, se trataba de un trozo de mármol con una línea gris; pasó su dedo por ella como tratando de limpiarla, produciendo que esta se alargara formando algo como una puerta por la que Dracma se introdujo y desapareció sin dejar rastro. Dentro de ella había una pequeña pieza muy oscura y poco acogedora donde esperaban dos hombres sentados vestidos de negro al igual que Dracma.
· ¿Y qué dijo la reina? –dijo uno de ellos.
· Que no atacaría –respondió Dracma- la verdad creo que no pensé que fuera otra su respuesta, Garmont.
· ¿Y qué piensas hacer ahora? –dijo Garmont.
· Seguiré acorde a nuestros planes; con lo de la reina y lo de su hija...
· ¿Qué haremos con ella? –lo interrumpió el otro hombre que hasta ahora había permanecido callado, Rermont.
· ¡Ja, ja, ja! –rió Dracma- ya verás, por ahora tendrás que confiar en mí, porque yo seré... –y agregó con la más sombría mirada que su rostro podía mostrar-... el que me encargaré de ella.
El segundo hombre no parecía muy convencido y dio una mirada dubitativa al frío consejero.
· Recuerda que tenemos un trato –respondió Rermont- lo seguirás ¿no es así?
· Sí, así es –suspiró Dracma- así es.
Krístali permanecía junto a la puerta de la sala del trono. Entró hacia donde se encontraba la reina. La sala era una bóveda cuadrada de enormes extensiones, hecha de mármol blanco. El mármol, proveniente de una de las mejores productoras de Lantas estaba adornado por un jaspeado gris. En el techo, había frescos hechos por los más renombrados artistas del país. Estaban hechos con lujo y detalle, pinturas de magnificencia que hacían pensar en mundos fantásticos y llenos de color. Las tiernas y redondas caras de los angelitos sonreían a quien deseara verlas y tapaban pudorosamente sus cuerpos entre las nubes de cálidos colores: damasco, rosa, lila y celeste, mezclados con el inmaculado blanco y rodeados con la celestial luz blanca amarillenta que irradiaba el cielo despejado por donde la paloma blanca emprendía el vuelo. El suelo estaba tapizado por una alfombra roja y escarlata que cubría las escaleras que llegaban hacia la silla real. Subiendo por siete escalones llegaba hasta los mismísimos pies de la silla soberana. En las paredes las grandes acuarelas relucían mostrando los rostros de los reyes que descendían de la cuarta dinastía de los Kialetrones. Se enmarcaban con un magnífico marco plateado en el antiguo rokocco recargado, tallado de adornos por todas partes. Era el lugar del lujo, las perlas, las joyas y los adornos en general, brillaban descomunalmente; que si en la noche pudieran verse parecieran simples luciérnagas estáticas. Maravilloso. La luz penetraba por el descomunal ventanal con cientos de ventanas opalinas. Las cortinas de terciopelo colgaban desde los bordes como una rosa marchita. Al tocarla la tela fluía suavemente por los dedos dando una cálida sensación.
La erguida y esbelta figura de Akiraki bajo la escalinata primorosamente sujetando su prolongado vestido con los largos dedos de sus aterciopeladas manos. El vestido negro le caía con gracia sobre los tobillos. En el pecho llevaba un escote que permitía ver los vuelos de la blusa que usaba por dentro. Sobre sus hombros tenía unas pequeñas hombreras. Los puños de su vestido se abrían suavemente.
· ¿Te ocurre algo, hija? –dijo ante el gesto de preocupación de Krístali.
La princesa no reveló el porqué de su desasosiego.
· Escuchasteis mi conversación con Dracma –inquirió la soberana acariciando el rostro de su hija- Lo oísteis.
· Tú sabes que Dracma no se quedará tranquilo solo con tu respuesta. ¡Desde que murió mi padre él ya no ve los límites de su desobediencia!
Los ojos color ámbar de Akiraki mostraron su sorpresa ante las palabras de la princesa y entreabrió sus labios de rosa. La reina había intentado desde hace un año que había transcurrido esconder su nerviosismo y temor ante Dracma; pero ahora no podía esconder su dolor. La joven mujer no lloró porque tenía un fuerte carácter, pero la angustia encerraba a su apenado corazón.
· Traté de no preocuparte, de esconder lo que pasaba. Mas lo habéis descubierto, os preocupa el reino tanto como a tu padre –la reina calló, meditando-. El reino adoraba a Chinora, si Dracma lo hubiera atacado directamente a él hubiera causado la conmoción del pueblo, lo sabéis y él lo sabía.
· Entonces ya admites que es un hecho que está conspirando de verdad y que no eran miedos innecesarios como cierto día me reprendiste. Bueno y ahora ¿Crees que nos haga algo a nosotras?
· Descartar aquella posibilidad sería verlo de una manera muy positiva.
El pensamiento que iba y venía durante toda la conversación seguía en su mente; y la molestaba más y más. Quería contenerse pero una difícil misión. Los designios de la oscuridad eran graves...
Aquella chica no era débil, pero la situación gradualmente se hacía pesada. Cuatro años ya de resistencia contra ella que al parecer habían sido. En vano Equivocados estaban, el verdadero enemigo pareció ser las estrellas en antaño, en la guerra del contraste. Pero ahora en el mismo reino estaba la amenaza. Que sin querer les daría la ayuda del vecino reino estelar...
La princesa reprendió sus deseos de tiritar y gritar. Apretó firmemente sus manos y cerró los ojos. El corazón le golpeaba el pecho y le repartía la sangre fría por el cuerpo. “Que estupidez” pensó “Es obvio que nos intentará hacer algo a nosotras. Y no se va a detener. Pero tengo tanto miedo que no pude reprimirme. No pude cerrar la boca, ¿qué podemos hacer?” Pero no fue capaz de contenerse de nuevo, trato de morderse la lengua, pero escapó. Trato de devolverse las esperanzas pero esta se salió rápidamente por sus poros. Pero intentó de dar una posibilidad.
· Y si intentamos... ¿desterrarlo? –vaciló Krístali.
La princesa notó a su progenitora alterada. Y la reina no se sentía capaz de responder algo esperanzador. Decidió decir la verdad.
· El número de aliados pudiese ser casi equivalente al número de enemigos, y apoyan a Dracma. Sólo lograríamos causar la cólera de ellos, los que están en contra de ambas hasta la más grande exacerbación. Y desterrarlo, ¡desterrarlo! No sería posible. ¿Dónde lo mandaríais? A los otros países del reino sería capaz de conseguirse más aliados y volver en una posición aún más poderosa. Y ningún otro reino querrá aceptar la carga de tenerlo prisionero y las malas relaciones entre las tierras soberanas hacen aún más difíciles las cosas. Temo que esto fuera demasiado lejos antes de que tuviéramos la posibilidad de reaccionar y ahora...
· Ahora será... –pero no se atrevió a terminar la frase.
· El amanecer fue oscuro y el ocaso no dejará rastros del sol –observó la reina apreciando el nublado cielo a través del ventanal, dándole la espalda a Krístali.
La princesa tiritó.
· ¡Mamá! –continuó- No quiero que te pase lo mismo que a mi padre, no quiero quedarme sola, no quiero que Dracma te... mate.
· Vuestras palabras son muy duras Krístali.
· ¡Sólo quiero prepararme contra algo se puede evitar! –gritó Krístali irritada.
El silencio cayó exhibiendo la tensión del momento, las dos monarcas, madre e hija, reina y princesa, callaban. Sus mentes nunca se habrían encontrado tan vacías en alguna oportunidad, excepto esa. Estaban envueltas en un trance nervioso.
· Lo siento –concluyó la princesa-, lamento haberte molestado.
· No os disculpéis, no tendría validez, no hay porqué para ello –concretó seriamente Akiraki-. No hay más enmienda, el tiempo habrá de decidir nuestro destino y cuando llegue habremos de enfrentarlo, juntas... o separadas.
La vida continuó normal en palacio y en el reino por unas dos semanas más, sin vestigios del plan de Dracma.
Era la tercera semana desde la conversación de Dracma con la reina. Krístali estaba es su habitación, llevaba una bata gris sobre su camisa de dormir negra con pétalos de rosa blanca. Observaba el tardío amanecer con sus matices amarillos y anaranjados. Una frase rondaba por su cabeza: “No quiero que tengas que morir para darte cuenta de su traición” y la sonrisa paterna se difuminaba en su imaginación, pero la memoria se quebraba y el sueño se desvanecía poco a poco. De repente llegó Chikal, una duendeza que había cuidado a Krístali desde que era una niña, en cierta forma ella había sido algo como su institutriz, pero para la princesa era mucho más que eso y la quería y estimaba mucho. La duendeza estaba muy agitada y parecía muy preocupada, entre suspiros y sollozos informó:
· ¡Princesa! ; su majestad, su madre, la reina ha desaparecido.
· ¡¿Qué?!
Esto fue lo último que alcanzó a añadir la princesa antes de salir corriendo hacia la habitación de su madre; la cama estaba muy desordenada como si hubiera habido una pelea desesperada, y; teñida de rojo sangre, pero sin embargo no había nadie. No tardó otro momento para seguir hacia la sala del trono; la silla real estaba vacía; miró hacia el otro lado. Allí se encontraban Dracma y otros de los súbditos del reino. Krístali no aguardo ni un instante para hablar con ellos.
· ¿Qué esta pasando Dracma? –preguntó la princesa enojada- ¿es esto una broma?
· Por supuesto que no, princesa, o debería decir mi reina -dijo el consejero burlonamente- me extrañaa que diga eso.
· ¿A qué te refieres con lo de reina?
· ¿Qué no se lo informaron?, Su madre, ha, ha muerto. Créame que es una tristeza tener que informarle esto. Además los que hicieron esto se llevaron su cuerpo, pero la sangre estaba esparcida por el suelo, si alguien perdiera tal cantidad de sangre de seguro moriría.
· ¡Mentira! ¡Todo eso es una mentira!
· Lamento decirle que no. Sé que es difícil aceptarlo, a mí me tomo inesperado y también he sufrido mucho. –contestó Dracma sarcásticamente- Pasado mañana será la coronación.
Y se fue sin decir más. Krístali se quedó ahí parada entre un grupo de súbditos que cuchicheaban a su espalda. No sabía que hacer, no sabía si llorar o estar sorprendida, ni siquiera sabía si creer lo que estaba pasando. Súbitamente salió corriendo a su pieza, donde aún se encontraba Chikal. De pronto la princesa se echó a llorar.
· Princesa por favor no llore –le aconsejó la duendecita- No le haga caso a ese hombre malo.
· ¿A qué te refieres? –sollozó Krístali.
· Ese tal, Dracma, como se llame; nunca le ha sido de confianza, –la animó Chikal- seguramente está mintiendo.
· Pero... ¿qué crees que debo hacer?
· Yo personalmente no confío en él –hizo una pausa como pensando en que hacer- Siga su juego, pero esté atenta a lo que él haga, aún no sabemos de que es capaz.
El tiempo pasó triste y monótono. Los habitantes del reino de la oscuridad parecieron creer la historia de Dracma. Aquel día tormentoso y triste, la urna de Akiraki no tenía más que una blanca rosa de tallo espinoso que la misma princesa había cortado de los jardines del reino. Y el pueblo se sorprendía de la seriedad con la que tomaba su futura reina aquel suceso. La mente de la chica de blanca vestimenta no tenía ojos ni fe para lo que sucedía. Su madre aún estaba con ella. En algún lugar.
Finalmente llegó el día de la coronación de Krístali. Una gran multitud se había reunido alrededor de la terraza central de palacio. En la terraza Dracma, Garmont y Rermont cuchicheaban entre ellos; al centro había un trono muy hermoso, el tapiz era de fina seda azul y las terminaciones eran del más fino platino; al lado encima de una mesa que hacía juego con el trono había un cojín púrpura, el cual sostenía una hermosa corona de oro con incrustaciones de diamantes de necrón, una piedra preciosa muy codiciada de esas tierras. También había otros servidores en torno al trono. Sin previo aviso las trompetas sonaron anunciando la llegada de la futura reina. Ahí iba ella caminando por una alfombra roja entre los trompetistas en dirección al trono. Llevaba un vestido negro que se enancaba en la cintura donde llevaba adornos de plata y oro. Tenía el cuello en “V” de donde salía un pañuelo que se fijaba en su broche mágico. Su pelo estaba peinado en un rodete amarrado con una cinta blanca que le llegaba a su cintura. Todo este atuendo le hacía ver muy hermosa y además, muy parecida a su madre. Detrás de ella venía Chikal que traía un vestido corto de finas terminaciones y un gorro de duendeza; todo esto de color blanco. Avanzaron sigilosa y distinguidamente por la alfombra, cuando llegó al trono Krístali se sentó y Dracma se acercó a ella. Alzo la hermosa corona que brilló a la luz del pálido sol del reino oscuro y pronunció las siguientes palabras:
En el nombre del vasto reino de la oscuridad
Te confiero los poderes de la corona
Para que reines con justicia, responsabilidad,
honor y lealtad a tu pueblo.
Que Chinora y Akiraki sean los testigos
de este glorioso día.
Y sin más preámbulo posó la corona sobre la cabeza de la nueva reina. Un gran estallido de aplausos se sintió por todo el lugar. A pesar de lo ocurrido, Krístali no pudo evitar sonreír; se sentía bien al percibir un poco de felicidad en su corazón.
Algunos días más pasaron en paz. Era una tarde de otoño soleada, pero aún así el sol llevaba ese brillo pálido característico del reino oscuro. Krístali la reina leía en la biblioteca, al cabo de un rato, ya más cansada, decidió bajar a su habitación. Avanzó lentamente y creyó oír dentro de las paredes la frase “la sirvienta sabe mucho, puede advertirla”, más Krístali no le dio importancia. Al llegar a su destino se recostó a descansar en su cama y se quedó allí meditando. La frase del pasillo volvió a su mente y quiso comentarla con Chikal la duendecita. Tocó la campanilla para llamarla, muchas veces, pero no hubo respuesta. Recién allí se dio cuenta de la relación de Chikal con la frase: “la sirvienta sabe mucho” y “puede advertirla”; de seguro era un complot contra ella. Al salir al pasillo chocó contra Dracma, este siguió caminando sin decir nada. Cuando finalmente se fue la reina se dio cuenta que a su consejero se le había caído un llavero con las tarjetas electrónicas de palacio. Krístali las reviso los códigos uno a uno; la de la cocina, de los comedores, de las habitaciones, de la biblioteca, de la sala del trono, etc. Siguió así hasta llegar a la última. Era una llave que ella no conocía y luego de un rato de inspeccionarla se dio cuenta que tenía grabada la palabra “prisión”. ¡Prisión!, pensó para sí misma; es ahí donde debe estar Chikal.
Se dirigió hacia la prisión aunque ni ella sabía bien donde estaba, quizás la única pista que tenía era que podía estar en el sótano al cual ella nunca había bajado. En la última guerra había estado lleno de prisioneros de la guerra del contraste; en donde murió su padre, guerra que se había iniciado por un conflicto entre el reino de la oscuridad y el reino de las estrellas, pues nunca ha habido una buena relación entre estos.
Krístali llego a la escalera que daba al sótano y comenzó a descender. El lugar era más oscuro que el resto del castillo y estaba lleno de telas de arañas. Se empezaron a divisar muchas celdas alrededor de ella pero en ninguna se encontraba Chikal; hasta que llegó al final del corredor donde había una gran puerta de hierro negro muy oxidado. Krístali insertó el código en el panel de verificación y este coincidió perfectamente y la puerta se abrió. Adentro estaba Chikal llorando. Se escucharon otros pasos, pero la reina no les dio importancia.
· ¡Chikal! –exclamó.
· ¡Reina me ha encontrado! –respondió la duendeza dejando de llorar.
· ¡Y yo también las he encontrado! –dijo la voz de Dracma.
Dracma empujó a Krístali dentro de la celda, esta al caer desprevenida se golpeó fuerte contra el suelo de roca quedando inconsciente, y cerró la puerta y retiró la tarjeta
· Fue muy fácil hacerla caer en la trampa –y rió con ganas- ahora no hay obstáculo para que el poderoso Dracma y las enormes fuerzas del ejercito del reino de la oscuridad conquistemos toda Elementaria
· ¡No te saldrás con la tuya! –intentó contradecirlo Chikal- ¡Nunca!
· Y quién me lo impide, duendecita, ¿tú? –rió Dracma con mayor fuerza todavía –pues no lo creo.
Dracma abandonó el sótano sin saber el gran papel que jugaría la tutora de la reina.
Pasadas ya varias horas desde que Dracma abandonó el sótano; recién Krístali recuperó el conocimiento. Miró hacia su izquierda y vio a Chikal hincada mirándola detenidamente.
· ¡Que bueno qué despertó! –le dijo la duendeza sin mucha alegría.
· ¿Qué pasó con Dracma? –preguntó la reina algo confundida- me temo que no lo recuerdo.
· Al parecer ese malvado quiere tomar el control de toda Elementaria, pero para eso tuvo que sacarla a usted y a su madre del camino –le comentó Chikal con tristeza- y ahora de seguro va a tomar el mando del reino.
· ¡No!, él no puede; pero, ¿qué vamos a hacer ahora? Debemos impedirlo, de alguna forma.
· Creo, que es hora de revelarle un secreto; -Chikal se detuvo y tomó aliento- cuando usted nació, los reinos se encontraban constantemente en guerra, es por eso que cada uno de estos reinos decidieron entregarle la protección de su poder a los respectivos herederos del trono por si algo llegará a suceder. Ese algo sucedió ahora; ese broche que usted posee y que siempre trae en su pecho es mágico, y lleva por dentro el poder de la oscuridad que ahora ha de protegerla.
Krístali la observo con expresión de extrema sorpresa y admiración, pero sin dejar de lado la confusión. No tenía muy claro lo que estaba pasando y dudaba si había despertado o aún estaba inconsciente.
· ¿Y qué debo hacer yo ahora? –dijo finalmente Krístali.
· Debemos huir.
· ¿Y dejar el reino sólo con ese traidor de Dracma? No sería responsable de parte de una reina. –Dijo Krístali arrebatadamente.
· Debe hacerlo, active el broche diciendo su posición en este reino, huiremos las dos. –dijo la duendeza seriamente- Ahora nuestra misión será advertir y conseguir aliados en los demás reinos para derrotar a Dracma. No será fácil, pero es la única opción que nos queda.
· Si es lo único que podemos y hacer... Bien aquí voy. ¡Poder de la oscuridad, reconoce a tu reina!
Un aire ennegrecido envolvió a Krístali, era el poder oscuro. Alrededor de su cuerpo se posó una faja morada, una falda corta negra que se enanchaba hacia los lados, una blusa negra y rosada con una pechera blanca y todo esto con bordes dorados. Llevaba atrás una gran cinta de seda blanca. Y en su mano un báculo negro que llevaba el cristal del poder de la oscuridad encima. La transformación terminó. Krístali miro sorprendida como su ropa había cambiado y se sorprendió más al ver el báculo con ese precioso cristal negro encima y rodeado de una cinta dorada con un escrito en lengua del reino: “okru ovra obcuirité” (poder de la oscuridad).
· Es hora de irnos –dijo la reina.
Apuntó con su báculo hacia la puerta de hierro, mas no pasó nada.
· ¿Qué se supone que debo hacer ahora? – dijo la reina, extrañada.
· El poder de la oscuridad esta en sus manos, joven majestad, usted le puede dar la forma que desee.
La reina recordó aquel aire frío que la envolvió hace un rato, como un soplo. Salió de su boca la exclamación “¡Soplo oscuro!” (wido obcuiri). Hubo un gran estruendo y la puerta salió disparada hacia delante. Al verse libres, Krístali y Chikal se echaron a correr a la mayor velocidad que podían sus piernas. Cruzaron las puertas del sótano, pero se detuvieron a pensar en como salir. No se veía nadie en los alrededores, mas no podían confiarse. No querían que los guardias advirtieran su partida hasta que ellas estuvieran bastante lejos. Se osaron a cruzar por el pasillo, sintieron un ruido, habían sido descubiertas... no, era solo cuadro que se había movido con el viento. Se aliviaron al saber que no había sido así. Siguieron caminado y sin previo aviso apareció un guardia frente a ellas.
· ¡Su majestad que hace aquí! –se detuvo al ver las caras de espanto de Krístali y Chikal- no debería estar tan cerca de los calabozos, he escuchado que está lleno de ratas ahí.
· Bu... bueno –tartamudeó la reina extremadamente sorprendida- muchas gracias por el consejo.
· Bien, debo seguir mi camino. Por cierto, me gusta mucho su vestido y su nuevo báculo.
El guardia se fue tranquilamente sin ni siquiera tener una vaga sospecha de que Krístali hubiera estado encarcelada. La reina y su fiel duendeza esperaron allí esta que no hubo señas del guardia.
· ¿Qué fue lo que sucedió Chikal? –preguntó Krístali, aún confundida- ¿Cómo es que no nos hizo nada?
· No ha pasado más de un día desde que estuvo usted encerrada conmigo, Dracma no ha comenzado a llevar a cabo su plan todavía.
· O es que ese guardia sigue siendo igual de tonto que siempre y no entendió.
· ¡Este es no es momento para pensar en eso! –agregó apresurada Chikal- Aprovechemos la ocasión y huyamos.
Krístali y Chikal siguieron camino por un pasillo angosto para evadir el paso por la sala del trono y sin más percances llegaron a la salida principal. Las enormes puertas de la entrada se abrieron.
· ¡Dracma! –gritó Krístali.
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