Capítulo I. El Poder de una Duendeza
8 meses después en un lugar muy distante a su adorado reino natal; Krístali despertó desconcertada. Estaba tendida en el suelo y se levantó enseguida, cercano a ella estaban también las 5 chicas durmiendo, cuan profundamente, no lo podía precisar, pero suficiente como para que si se movía no fuera advertido por ellas. A su izquierda casi apegada a su cuerpo; descansaba su querida duendeza, a quien evidentemente se sabía no despertaría. Krístali se irguió entre las malezas que había bajo sus pies y como estaba muy oscuro; caminó hasta donde los árboles no eran tan espesos, y la luna dejaba entrever su plateada luz y mirada. Bajo esto había un gran barranco desde donde se comenzaban a ver extensas las praderas del reino que era su destino. La noche las abrigaba con un manto menos frío que los de los días anteriores. Pero era invierno en el hemisferio sur, y se extrañaba el sol de verano. Con pasos suaves la reina de la oscuridad avanzó hasta dicho paisaje y se apoyó en la corteza de uno de los árboles usándolo como un pequeño refugio. No le sorprendió ya ver la soñadora cabeza de Siri contemplaba el frío cristal de las estrellas que le reflejaban los recuerdos melancólicos del pasado.
- ¿Tu tampoco puedes dormir? –dijo Krístali, sentándose cerca de él.
- Ya olvidé como se duerme, Krístali, ni el frío del cansancio lo logran. Mirar las estrellas funciona a veces de distractor. ¿Por qué estás tú despierta?
- Es el sueño de siempre. Pensé que ya no volvería, pero al parecer me equivoqué. Siempre que regresa, parece ser aún más terrible que la última vez.
- Cada vez también; derramas más lágrimas.
La reina miró en dirección opuesta al rostro de Siri y trató de esconderse tras su hombro - ¿Qué quieres que le haga? –suspiró ella- es doloroso tener que vivirlo nuevamente.
- No le pidas a alguien cansado de la vida que te diga como ser feliz. Pero puede alegrarte, animarte de quizás, que ya sea el último –dijo el mago perdiendo su mirada en las fronteras del séptimo reino- y sólo te distanciaran de la meta el camino al reino y la estrategia.
- ¿Nos acompañarás mañana? Me refiero porque siempre andas desapareciendo y apareciendo por allí a tu gusto.
- No seré bienvenido en ese reino. Resucitar es algo normal para ellos y la magia no le es necesario aprenderla porque la llevan en sus corazones.
- Pero –Krístali se atrevió nuevamente a mirarlo, y esta vez con expresión significativa- te necesito.
- La emperatriz te es una gran ayuda también. Ella entiende mucho de este reino. ¿La viste dormir cuando despertaste?
- Es cierto, no la vi.
- Siempre mantiene los ojos abiertos, y habla mucho menos de lo que sabe. Mas tú sabes como hacerla hablar, así que seguiré confiando en que podrás continuar sin mi cuidado como muchas veces lo has hecho. Vas con meliena, rosa blanca.
- ¿Cuándo dejarás de asegurar que yo soy su reencarnación? –le preguntó ella con voz fastidiada.
- Cuando se apague la poca esperanza que me mantiene vivo.
Krístali no le respondió nada, pero en los ojos azabaches de Siri, le pareció ver otra vez las visiones de un ayer feliz para él y a la vez su sufrimiento de recordarlas. ¿Habría manera de hacerlo olvidar? Todos los años que habían pasado no se lo habían permitido. Ella tampoco era una ayuda, un poco apesumbrada pensó que Siri sólo la acompañaba por su sentencia y no por algo en especial. El mago giró hacia ella, y como también en múltiples ocasiones sus ojos quedaron frente a frente. Los cristales plateados y el vacío oscuro también se hechizaron de alguna manera, pero también como en otros días; el corazón de Siri era el más débil y era el primero en ser traspasado por los sentimientos encontrados en esa mirada.
El mago cerró sus dos ojos como perlas negras, y con la luna brillando sobre su cabeza le dijo que mejor volviera a dormir. Krístali se alejó del ambiente melancólico que el mismo olvidado hechicero se había creado y por los dolorosos recuerdos que el mismo se ponía frente a él. Krístali dudaba que fueran momentos felices. Pero inconscientemente la reina sabía que ella hacía lo mismo que Siri y al dormirse el sueño volvió y los recuerdos pesarosos regresaron a su mente y volvieron a ser el presente, de esta historia.
· Si así es pequeña Krístali –dijo Dracma orgullosamente- Así me llamo y esta, es un parte ínfima de mis tropas.
El malvado consejero que, con sus palabras, se pasaba por rey, señaló a sus espaldas unos 40 soldados con brillantes corazas de metal gris, cascos, espadas y escudos.
· Pero, ellos son parte del reino de la oscuridad, ellos deben y solían obedecer a las órdenes de mi madre, la reina –dijo Krístali no muy confiada- y ahora la reina soy yo.
· La palabra más importante es que solían obedecer, -dijo Dracma astutamente- pues ahora se han dado cuenta de donde podrán conseguir el verdadero poder y gloria; y eso, es siguiéndome. Ríndete, no eres más que una simple niña y estás sola junto a un gran ejército vencedor.
· No está sola –dijo Chikal que recién se había atrevido a opinar- Está conmigo. Y el poder de la oscuridad la protege, más de lo que te protege a ti.
· No me hagas reír. Ese estúpido brochecito es incapaz de vencer a alguien tan poderoso como yo –Declaró Dracma complacido- Ahora si no aceptas rendirte por las buenas, ¡Ataquen! Mis valientes soldados; no la vean como a su reina, véanla como la desertora que es.
Dracma movió sus manos de una manera extraña cerca de una bola de cristal con un núcleo negro. Muchos de los ojos de los soldados se volvieron rojos; estaban siendo dominados por algo como magia. Los que no fueron hechizados atacaban por sus propias malas intenciones.
Todos ellos corrieron hacia la reina y su servidora con sus espadas enarboladas para embestir. La reina no tuvo otra opción más que atacar. Cerró los ojos y la energía azul marino de la oscuridad se fue juntando en su báculo. Krístali se puso en guardia y exclamo ¡Terecpa akriada obcuiri!” (Marca sagrada oscura).
El impacto fue descomunal. A lo menos 10 soldados volaron por encima de los demás.
· ¡¿Quieren más?! –exclamó Krístali muy conforme.
Los soldados dominados por el poder de Dracma no se rindieron, pero los demás mostraron estar anonadados y atemorizados. La lucha continuo. La fuerza oscura salía expulsada del báculo aceleradamente y chocaba contra los traidores y los dominados a la fuerza expulsándolos hacia atrás y dejando algunos inconscientes. Había manchas de sangre esparcidas por el suelo y el gris de las armaduras se teñía de rojo. La mayor parte de los que ya habían caído no podían pararse. Y no eran rival ya para la guerrera que hace unos minutos era simplemente llamada Reina. Los últimos soplos oscuros contraatacaron y las últimas gotas de sangre se derramaron. Aunque había pocos muertos, los demás estaban inconscientes. La batalla que en algunos años más sería llamada “sangre negra” había terminado. Krístali estaba ya cansada y respiraba algo agitada.
Dracma tenía los ojos abiertos lo máximo que estos se lo permitían, no cabía más sorpresa en su cuerpo.
· Nunca pensé que ese broche pudiera tener tanto poder, –dijo el perdedor desconcertado- .
· Siempre hay que ver para creer –dijo feliz Chikal.
· ¿Y ahora que piensas hacer Dracma? –dijo ahora Krístali con más seguridad.
Alzó su brazo con el báculo y gritando su conjuro lo dirigió hacia el atónito traidor. El consejero se incorporó enseguida. Estiró su mano y dejo fluir hacia dentro de él la energía oscura, haciéndola impura y negra. Krístali retrocedió con temor bajo la mirada de la horrorizada Chikal.
· Jamás hay que confiarse demasiado –rió Dracma- ¡Guardias a mí!
Pero no eran guardias elementerrestres, eran Krimdarkas, criaturas grandes, con enormes músculos y cubiertas con pelo rojo y negro, eran criaturas demoníacas. Eran sólo 10, pero sólo 10 de ellos bastaban.
· Mi reina usted está demasiado cansada como para pelear más, y menos con semejantes criaturas, hay que huir.
· ¡Soplo oscuro! -Dijo Krístali- ¿qué fue lo que paso?, ¡Apenas pude vencer a uno sólo!
Apenas uno de los Krimdarkas cayo al suelo, pero no demoró más de unos instantes para volver a incorporarse en la lucha.
· ¡No tenemos más remedio que huir! –Chilló aterrada Chikal.
· ¡No! –grito Krístali- no puedo.
Un Krimdarka golpeó a la reina en la cara, pero esta se negaba a rendirse. No podía soportar la idea de dejar su reino solo, bajo el simple reino del diabólico de Dracma y sus más diabólicas criaturas.
· ¡No puedo dejar mi reino solo! –seguía diciendo la reina.
· Aún soy su institutriz porque no tiene mayoría de edad. –le dijo Chikal severamente- aunque sea reina deberá obedecerme. Si usted pierde la pelea ahora, no tendrá más oportunidad y su reino caerá ante el poder de Dracma. Y no habrá un nuevo mañana con felicidad para Elementaria. Necesitamos ayuda. Escúcheme: debemos huir.
Por fin las palabras de Chikal hicieron reaccionar a la reina. Con bastante agilidad cruzó entre los Krimdarkas se echó a correr. Se escuchó la voz de Dracma bramando “ataquen” y las diabólicas bestias comenzaron a perseguir a Krístali, pero sus cuerpos pesados por sus músculos no les permitían moverse rápido. No podrían alcanzarla.
Krístali sintió que su cuerpo le pesaba y estaba comenzando a detenerse. Cada paso que daba le costaba más y más. Cada paso era un esfuerzo horrendo. Finalmente se detuvo porque no podía continuar. Su cuerpo se había detenido en el espacio. Estaba completamente inmóvil, pues a pesar de estar en puntas de pies su cuerpo no caía. Chikal miró hacia atrás; Dracma tenía la mano apuntando hacia la reina y los Krimdarkas se seguían acercando. Dracma empuñó su mano y la llevó para atrás y el cuerpo de Krístali comenzó a retroceder. La sensación de ver su cuerpo moverse sin que ella lo deseara era horrible. Era aquel extraño “encantamiento”.
La rabia se empezó a acumular en la mente de Chikal. La cólera de ver a su reina apresada sin poder moverse le corría por las venas y le llegaba a todo su pequeño cuerpo. De pronto, una aura brilló alrededor de ella. Su cabello se le levantó como si hubiera viento y sus ojos expresaban una furia con la que no parecía ella. Krístali pudo ver un poco de la duendeza y la primera impresión fue no reconocerla. Los Krimdarkas se detuvieron. Hasta Dracma parecía debilitarse. Garmont y Rermont llegaron a su lado.
· ¿Qué es eso? –preguntó Garmont- ¿qué le pasa a esa duendeza?
· Es el poder de una duendeza –le respondió Rermont, que sabía bastante de las místicas criaturas de Elementaria.
· ¿Y qué quiere decir eso? –continuó Dracma algo sobresaltado.
· Cuando una duendeza se enfurece a tal punto, despierta su poder interno. Quién sabe que es capaz de hacer –les informó Rermont.
Ahora sabrían de lo que Chikal era capaz. Ella apuntó con su dedo a Dracma; este sintió que sus manos pesaban y calló arrodillado al suelo. Krístali sintió que sus miembros recuperaban su movilidad, incluso con más energías. Los Krimdarkas fueron los únicos que pudieron reaccionar y siguieron corriendo tras ellas. Chikal se relajó y volvió a ser la misma.
· ¡Ahora si es hora huyamos! –le dijo a Krístali.
Krístali se volvía a poder mover, libre del control de Dracma. Ella tampoco podía salir de su sorpresa.
· Si –le dijo a la duendeza.
Luego se volvió hacia atrás y vio a Dracma que aún estaba hincado, acompañado de Garmont y Rermont. Ella nunca hubiera creído que ellos también fueran secuaces de su antiguo consejero.
· Nos volveremos a ver, Dracma –le manifestó- pero esa vez será diferente; y yo también tendré mis aliados.
Krístali y Chikal comenzaron a correr. No miraban hacia atrás, porque, a pesar de todo, dejar el reino era difícil para ellas. Iban por la calle principal de la ciudad. Los ciudadanos observaban a su reina huir, desde la seguridad de sus casas. Los rumores se comenzarían a levantar, pues nadie sabía si la reina volvería. Los que no apoyaban a Dracma pensaban en el sufrimiento que les esperaría, contrapuesto sólo por la lealtad y la luz de la esperanza de que su joven reina volvería a rescatarlos. Confiaban en ella sin conocerla demasiado, pero sabían que su temperamento era como el del rey Chinora; leal a su pueblo hasta el final y pensaban, jamás se rendía. Krístali tampoco dejaba de pensar en eso, en todos los habitantes de su amado reino natal que sufrirían en tirano control de Dracma y tantos más que la traicionarían y lo apoyarían.
Y así, sumida en esos profundos pensamientos y corriendo a toda velocidad, Krístali cruzaba las fronteras del reino de la oscuridad, su reino, del cual nunca se había alejado, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
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