A.M.S.
ASOCIACIÓN MADRILEÑA DE SIMULACIÓN
En Maltot procuramos perder el menor tiempo posible porque la escena era dantesca. Hombres como castillos que lloraban a moco tendido por las esquinas, un tipo del County of London Yeomanry se abrazaba bajo los efectos del shock a un tanquista de las SS, un sargento  alemán babeaba mirando a la pared mientras decía que era Wallenstein y que estaba hecho un animal... Los efectos habituales de un encuentro con el alma cándida de Palmer, en el fondo simplemente un tipo despistado, pero que producía este efecto en las tropas. Siempre me pregunté tras esta experiencia como, si Palmer hablaba en inglés, los alemanes también huían al verle. Tal vez un caso de telepatía o de histeria colectiva, nunca lo sabré. Bueno, al fín conseguimos que un tipo enorme nos indicase la dirección de Ranville, que estaba al lado de la playa donde habíamos desembarcado y nos pusimos en marcha.
 
Llegamos a las orillas del canal del río Orne cuando caía la noche. Avanzamos hacia la playa paralelos a su orilla evitando cuidadosamente un montón de alemanes que pululaban por ahí. Avistamos un puente móvil sobre el Orne que debía ser el famoso puente Pegaso. Lo habían llamado así los macarras de los paracas para darse pisto por haberlo conquistado. Tras evitar un par de nidos de ametralladoras, alcanzamos por fin el puente. Confiados, nos relajamos y dejamos escapar un suspiro de alivio, nuestro objetivo se encontraba a tiro de piedra y con él el fin de nuestra misión. Un pequeño café soñoliento se alzaba junto al puente y decidimos tomarnos un descanso. Aparcamos y justo cuando abríamos la puerta "¡¡¡Inkauteladen!!!". El aviso de Gerardo llegó demasiado tarde. Los malditos habían camuflado una Inkauteladen como un café y yo acababa de activarla. Imágenes terroríficas se agolparon en mi mente y un sudor frío me empezó a  chorrear por la frente ¡¡Tendría que comprar algo a precio de caviar iraní del bueno!! Como entre sueños, vi libros de aspecto llamativo colocados sobre las mesas del café y la barra llena de souvenirs de distintos tipos. Todos tenían un aspecto de lo más peligroso. Mientras mis intestinos se revolvían con el miedo, un pequeño manual de tapas rojas me llamo la atención. Su tamaño reducido me permitió vislumbrar un rayo de esperanza; a lo mejor me quedaba dinero para comer el resto de la campaña. Me acerque y, como es lógico, no tenía el precio puesto. Reuní la energía que me quedaba y me dirigí a la cara sonriente al otro lado de la barra. Me hice entender por señas para que me cobrara el libro y me prepare para el ataque de la Inkauteladen. La dueña me disparó "120 francos" y yo casi perdí el conocimiento. Con manos sudorosas metí la mano en el bolsillo y extraje los billetes arrugados lentamente. Los billetes desaparecieron rápidamente, sin darme cuenta. Unas monedillas ocuparon su lugar y el libro, en una bolsa barata, apareció en mis manos. Tambaleandome bajo el efecto del shock alcancé la puerta y caí en los brazos de mis compañeros. Me arrastraron lejos de la trampa que casi me cuesta la vida y me aplicaron los primeros auxilios. Tarde un buen rato en recuperar el conocimiento y descubrí que mi cartera, aunque no estaba herida de muerte, había sido duramente castigada y que no iba a ser la misma en mucho tiempo. Mientras preparaban el campamento junto al puente, caí en un profundo sueño con libros muy tentadores que desaparecían cuando intentaba pagarlos.
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