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Lo que vemos y lo que no se vé
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Cuando Cristo abre tus ojos y tu entendimiento, puedes observar la obra de sus manos. Es tan perfecto que no pudo ser producto del azar. Todos pueden admirar la creación, cantarle, crear poemas, hacer pinturas y otras expresiones artísticas, pero cuando Cristo abre tu entendimiento, ya no te detienes en observar la creación, sino a dar las gracias al Creador.
Ahora, como creyentes, cuántas veces nos detenemos en la vida y nos desanimamos esperando aquellas promesas de Dios para nuestras vidas, que parecen nunca llegar. Solo porque no llegan en el tiempo en que nosotros creemos que deberían llegar, no quiere decir que Dios se ha olvidado de las promesas que hizo a nuesrta vida. Cuántas veces buscamos lo material?, reclamamos aquellas bendiciones para nuestra vida, pero no llegan el momento que creemos deberían estar ahí. Recordemos que nuestra vida ya es una bendición. Recordemos que el Bendito vive en nosotros, que somos templo del Dios viviente, que Dios ya no habita en Templos hechos de manos de hombre (Hechos 17:24), sinó que nosotros mismos somos templo del Espíritu Santo. (1ª Corintios 3:16) Tengamos en cuenta que Dios vino a habitar en nosotros, no para hacer las cosas que nosotros queremos para nuestras vidas, sino para que se haga su voluntad, como en el cielo sea en la tierra, pero sobre todo en nuestras propias vidas. El afán diario está puesto en adquirir aquellos bienes que perecerán, las riquezas, la vanagloria del mundo acabará, todos estos valores temporales. Pero existen cosas que van más allá de lo que vemos, el amor jamás deja de ser, busquemos aquella la vida eterna junto a Dios. Por tanto no fijemos nuestra vista en aquello que se ve, porque es finito, sino fijemos nuestra vista en aquello que es invisible, lo cual es para siempre (2ª Corintios 4:18).
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