Luego seguían los visiteos, las comidas, que en ese día en cada casa se servían, haciendo gala de ricos platillos y viejas recetas. Porla tarde, la partida de bolos, allá en la bolera, y por lanoche el baile en la era...Las mozas cantaban al son del pandero jotas y pasadobles.
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También se hacía fiesta si, por el verano,
regresaba por primera vez algún "indiano". Como sólo
se buscaba pretexto para juergas, el pueblo organizaba una fiesta en honor
del recién llegado. Los mozos cortaban una haya muy alta, las mozas
adornábanla con ramos y rosquillas. Entre cánticos y gritos
"el mayo" que así se denominaba, era pinado. Ya después
los mozos subían por él, pero como estaba untado de jabón,
resbalaban, volviendo a emprender el intento una y otra vez. Duraba horas
el espectáculo animando al chaval y acompañándolo
con vivas, risas y coplas, hasta que alguno conseguía llegar a
lo alto. |
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Cuando regresé por primera vez a Casavegas recién casado, también pinaron "el mayo". Mi esposa entre sus recuerdos, guarda las coplas que cantaron en aquel entonces. Transcribo algunas de ellas:
Las buenas tardes les damos |
Mozos, que gusto habéis tenido para cortar ese "mayo
aún esto no es bastante para honrar a los indianos. |
Arriba con ese "mayo" y no lo dejeís caer que por mucho que os cueste más se merece Juan Diez. |
Estos señores indianos bien sabemos quienes son dos pimpolitos de oro que relumbran como el sol. |
Arriba con ese Mayo mocitos de Casavegas autoridad y vecinos, arriba con la bandera. |
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Crecí sano y fuerte aunque delgado y con un geniecillo muy vivaz, que me complicaba muy frecuentemente la existencia. Un ejemplo voy a contar. Un día mi madre me había mandado a limpiar el corral de la cuadra, yo fui algo mohíno a desempeñar la tarea, pero las gallinas que alborotaban alrededor, se encargaban de esparcir las muñigas que con una escoba hecha de ramas de abedul, atropaba yo; tanto me sofocaron que cogiendo una piedra y arrojándola con fuerza, le dí en la misma cabeza a un hermoso gallo que cayó muerto en el acto. El gallo era de tío Agustín, y yo lleno de temor por el lío que se iba a armar y el castigo que iba a tener en casa, no dije nada y lo arrojé a la calleja; al poco rato ví cómo mi tía Felipa lo recogía y marchaba con él presurosa, seguro que ese día pensaba darse un buen banquete. | ![]() |
Tío Agustín, ante la desaparición de su gallo, no quedó conforme, como era natural, hizo sus pesquisas, descubrió todo el lío, recogío su gallo, me llamó y dijo: mira Juanito, cuando me mates una gallina, vienes y me la entregas, que yo te invitaré muy gustoso a comerla. Recuerdo mucho aquella lección.
En otra ocasión, descorné de un cantazo, a una cabra que saltaba a nuestro huerto para comerse las berzas, ¡pobre animal! se alejó dando unos berridos...En esa ocasión tuve seurte pues no supieron quién fue el autor de es fechoría.
Ya mencioné al principio de este relato la pequeña casa en que nací y en la que transcurrió mi infancia al lado de mis padres y hermanos. Muchos recuerdos asaltan mi memoria; las noches frías de invierno, cuando al calor del fuego que ardía en la chimenea, toda la familia reunida en la cocina, rezábamos el Rosario que mi padre llevaba con mucha devoción y respeto, no así los hermanos, que estábamos haciendo diabluras propinándonos pellizcos, y provocando risas entre sí.
Desde pequeño adquirí el vicio de chuparme el dedo, y por más reprimendas y sopapos que me propinaron en casa, no hubo poder humano de quitarme ese vicio, sobre todo al dormir, por eso el día que tomé por primera vez la Comunión, mi madre para evitarlo me tuvo que amarrar la mano a la espalda, pero así y todo no dio resultado el remedio, y amanecí chupando el dedo, por lo cual hulbo que decírselo al Sr. Cura.
A veces los padres tenían que salir a trabajar al campo, y me dejaban al cuidado de mis hermanos. No era muy sabia esta medida, ya que casi siempre terminaba en lágrimas la jornada. Una trade al marcharse mis padres, me encargaron que para merendar, diera a mis hermanas pan con mantequilla y miel, pues bien, no haría apenas cinco minutos que se habían marchado, cuando me hermana Joaquina comenzó a atosigarme exigiendo la merienda mientras subíamos por la escalera, tanto me sofocó, que yo con mi gienecillo pecular, le di tal empujón que la pobre bajó rodando hasta el portal. ¡no se mató de milagro!.
En otra ocasión estando ella misma sentada en la escalera, reclinada en el barandal, le dí un buen empellón en la cabeza que se la metí por entre los barrotes; el susto fue cuando no podíamos sacarla, lloraba que se mataba, tuve que ir a llamar a tío José que vino con un serrucho y la liberó.
Mi niñez fue dura, había ocasiones en que dormía a pleno campo cuidando la cabaña, mojado y con mucho frío y un miedo del carajo. La cabaña consistía en el grupo de novillas que teníamos que guardar del lobo y del oso. A estos menesteres cada uno iba los días que le correspondían por ejemplo: si tenías tres novillas te correspondían tres días; pues bien, recuerdo una ocasión cuando yo solo tenía trece años, que en compañía de Segundo que tenía cinco años más que yo, nos encontrábamos en esa tarea | ![]() |
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Fue a un lado de Sierras Alvas, en un lugar llamado Pedroga que ya pertenece a Camasobres; recuerdo que veníamos jugando con unas varas de abedul que recién habíamos cortado, cuando al subir a una peña blanca, me di de manos a boca con una novilla muerta, sangrante, de cuyo vientre un animal de enorme cabeza sacaba bocados muy grandes. Yo me llené de miedo, se me pinaron los pelos, pero armándome de valor, comencé a arrojarle piedras y a lanzar gritos hasta hacerlo huir; en eso llegó corriendo Segundo y al ver la novilla destrozada comenzó a gritar ¡Dios mioooooo! ¡Dios mioooo tío Santiagoooooo!. Enseguida echamos a correr para avisarle, tío Santiago estaba en la Valleja de la Suelta, nos oyó y acudió en nuestro auxilio. La novilla era de Antolín y temíamos que este nos propinara unos buenos sopapos, por descuidar la cabaña. Al fin él llegó con cuatro hombre más, con cuchillos para destazarla. Era cerca de la madrugada cuando regresé a casa. Ya no pude dormir aquella noche soñando conel oso o lobo, ya que nunca supimos a ciencia cierta qué especie de depredador fue el que hizo tal destrozo. Mi madre me tranquilizaba, pero a mi el susto me duró mucho tiemo y la aventura fue motivo de burlas y risas durante mucho dias. Cuando nos cruzábamos con algún vecino, nos gritaban ¡Dios miooo! ¡Dios mio! ¡Tí Santiago...!. Estas burlas nos hacían rabiar. |