Ya a esa edad, también iba a cortar cambas para que mi padre las vendiese. Este iba a Campos a negociarlas, las compraban para hacer arados, y también cortábamos apéas, éstas se utilizaban en las minas de carbón de Areños y Cervera; pagaban por ellas muy poco, pero su venta representaba una entraeda extra que venía muy bien a mi madre para mejorar el menú.
Se me alegra el corazón cuando a través del tiempo me veo junto con mis amigos, de los cuales Tiburcio y Vicente ocupaban un lugar principal, haciendo diabluras, apedreando gallinas por las callejas, hartándonos de arráspanos y moras, catando colmenas, entrando por las ventanas que dejaban abiertas por las noches en los meses de verano, y llevándonos los calderos con leche, con una costra de manteca más gorda que un dedo, aunque al día siguiente era el lío para devolver los calderos que dejábamos en las puertas o tirados cerca de las casas de sus dueños.
No olvido que en una ocasión en casa de tio Salvador, el cual nos tenía amenazados y se jactaba de que en su casa no nos atreveríamos a entrar, nos robamos los quesos y encima le dejamos un papel burlándonos de su descuido. Si, éramos felices a pesar de nuestras carencias, y ya entonces, inquietos gozábamos, corriendo tras las mocitas del pueblo, dándoles un azote de cuando en cuando, saltando por los regatos, pescando truchas en el río de Casavegas, como pomposamente le llamábamos, y también atrapando cangrejos. Cuando hago memoria comienzo y no termino reviviendo las travesuras que hacía con mis amigos y también con mis hermanos. Estos se llamaban José (Pepín) fue el mayor, el cual murió muy pequeño. Gerardo, que habiendo cumplido solo 14 años, marchó a México, Baltasara, Joaquina, que me seguía en edad, y Consuelo, la más pequeña.


Aquí el autor Juán Diez Alonso puso en su libro, una fotografía pintada del pueblo. Yo creo que el Casavegas que vivió en todos los impresionantes relatos que con esa memoria fotográfica nos hace, es éste, relatos que a mi, sinceramente, me han hecho emocinarme casi hasta las lágrimas, al remitirme a épocas y tiempos que me tocaron vivir por esas tierras, y al recordarme costumbres, travesuras, fiestas, comidas, labores y otras cosas más que, por lo que veo se repitían en cada uno de los pueblos de La Pernía,

Todos ellos salieron de Casavegas. Buscando otros mundos han hecho sus vidas lejos del querido terruño, pero todos ellos, estoy seguro, que como yo, llevan a Casavegas metida en la sangre, y es que, como me dijo un pastor perniano "si señor, en estos parajes hay duendes que te encadenan el alma a un gran roble, y aunque tu cuerpo se aleje terminarás regresando una y otra vez a buscarla, pero ella se ha hecho montaña, y tu cuerpo montañés se hará".

Con frecuencia iba a robar nidos, pero en esetas aventuras, solo iba acompañado de mis hermanas para que me ayudaran en la tarea. Ya de antemano habíamos observado el árbol en el que había nidos con polluelos, nos llegábamos hasta donde se encontraba éste, y lo asaltábamos. Yo subía con la facilidad de un gato a lo alto de los árboles, cogía los pájaros ya emplumados y se los tiraba a mis hermanas.

Joaquina recuerda con mucha frecuencia que un día fuimos los dos Al Montecillo, ya teníamos detectado un roble en el que anidaban una pareja de cuervos. Subí a lo alto del árbol y fui cogiendo uno a uno, arrojando a mi hermana los polluelos, pero éstos, cuando ya se veían cerca del suelo, emprendían el vuelo y se alejaban como flechas. Bajé furioso del roble y le propiné una mano de tortas a mi pobre hermana que la dejé medio atontada. Siempre tuve mucho genio, lo confieso, y mis hermanas dan buena cuenta de ello.

Narrar todas las anécdotas que vivimos sería muy largo, pero si quiero dejar sentado aquí que los hermanos vivíamos unidos, y nos queríamos entrañablemente a pesar de nuestras riñas, defendiéndonos unos a otros de las travesuras y pellerías de los demás rapaces del pueblo.

Las travesuras de Vicente Mier, mi entrañable amigo, y las mías se hicieron famosas, además de que adquirimos tal fama de granujas que de cualquier cosa mala que pasara en el pueblo nos hacían responsables de ellas. Naturalmente esto nos acarreaba castigos y palos en casa, por lo cual, siempre andábamos mohinos y rabiosos. En estas ocasiones tramábamos los dos marcharnos de casa, irnos del pueblo muy lejos, quizá a otros mundos lejanos y maravillosos.Cogíamos un poco de pan y queso y marchábamos decididos y arrojados, cual pequeños Quijotes, pero en cuanto llegábamos al Praíllo de Valdeloress o trasponíamos Los Castros de la Mata, buscábamos un socayo, nos sentábamos a descansar, comíamos la merienda y cuando ya anochecía regresábamos cada cual a su casa, más que de prisa, y con más miedo que un conejo, ya que el cementerio no distaba mucho, y teníamos miedo a diablos y brujas.
Siendo ya un mozo sano e inquieto, mi sueño dorado era poseer una bicicleta, ya que mis mejores amigos Eliseo y Vicent tenían cada cual la suya; tanto "sofoqué" en casa, que mis padres accedieron a mi deseo. Gerardo, mi hermano E.P.D. mandó dinero, y por fin un día de feria bajamos mi padre y yo a Cervera a comprarla. Recuerdo ese día con claridad meridiana, el gozo no me cabía en el pecho lleno de ilusiones, quería yo volar para llegar pronto a la Villa y el paso de mi padre se me antojaba lento y torpe. La compramos en Casa Campollo, era marca Peugeot. Era preciosa mi bicicleta, ligera como un rayo, de color verde y de un sólo piñón, costó cincuenta duros. Cuando hago balance de mi vida aquilato con toda su plenitud aquel día, lo registro como uno de los más dichosos de mi existencia. Con mi bicicleta fui feliz; en compañía de mis amigos dábamos largos paseos devorando kilómetros. Los domingos llegábamos hasta Herrera, que está a 30 kilómetros, así también a Saldaña. Recorríamos todos los pueblos del contorno. También con demasiada frecuencia iba yo a Liébana, donde mis impulsos juveniles me arrastraban irremediablemente. Para mí no había cuestas ni distancias cuando se trataba de ir en pos de alguna guapa moza, que las hay en verdad y abundan en esa hermosa tierra.

Mi bicicleta fue mi compañera fiel e inseparable en aquellos años mozos, me acompañó en mis correrías y fue mudo testigo de citas furtivas y tórridos romances. El tiempo inexorable ha pasado y dejado muy atrás esos ayeres, más aunque en mi ya larga vida he poseído por suerte muchos vehículos y modernos automóviles tal vez, hasta lujosos y sofisticados, nunca olvidaré y siempre llevaré en el corazón a mi querida bicicleta verde. Muchísimas veces a las dos o tres de la madrugada me levantaba y subía a la bicicleta y con la escopeta cruzada a la espalda, escapaba con rumbo la Camasobres, hacia el alto de Piedrasluengas, a caza de faisanes; cuando llegaba a lo alto de esos imponentes montes, escondía la bicicleta bajo unos paredones y esperaba a que viniera el alba que era justo la hora en que esas hermosas aves cantan, durante el mes de abril y mayo, época que están en celo, y es el único momento en que se pueden cazar, ya que se encuentran en lo alto de las hayas y en los robles.

Todo cazador quese precie, ansía cobrar un urugallo. Yo tengo la suerte de haber cazado en mi vida 18 de estos ejemplares. Recuerdo de uno hermosísimo que maté en Lebanza, y que obsequié a Don Vicente Ruesga Del Campo, señor muy respetable y respetado en aquellos contornos, quedando encantado y agradecido con el regalo y yo mluy satisfecho y ufano.

Al finalizar el verano se reunían bandadas de pájaros pardales, jilgueros y colorines, éstos anidaban en los brezales. Pues bien, recuerdo que una mañana en una tierra segada de centeno descubrí una bandada muy grande de ellos, apunté mi escopeta y disparé. Al salir volando las aves alcancé y maté a infinidad de ellas, más de cincuenta. Llegué muy ufano a casa y los comimos con arroz que me supo a gloria.

En otra ocasión, un día de invierno en que había nevado copiosamente fui siguiendo una liebre desde las tierras de Casavegas hasta Pineda, lque hay como ocho kilómetros de distancia, el animal no se echó, así que tuve que regresar con los pies mojados, cansado, de mal humor y con las manos vacías. Pocos días regresaba así a casa pero en ese caso como en todo, hay dias buenos y malos. Todo esto sumano a imnumerables liebres, perdices, corzos y jabalíes me criaron fama de muy buen cazador como no había otro en mucha leguas a la redonda.

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