Capitulo II

EL DESARROLLO ECONOMICO Y LOS ZIGZAGS DE LA DIRECCION

 

El "comunismo de Guerra", la "Nueva Política Económica" (NEP) y la orientación hacia el campesino acomodado

 

La curva del desarrollo de la economía soviética está lejos de ser regularmente ascendente. En los dieciocho años de historia del nuevo régimen, se pueden distinguir claramente varias etapas marcadas por agudas crisis. Un breve resumen de la historia económica de la URSS, examinada en relación con la política del gobierno, es tan necesario para e1 diagnóstico como para el pronóstico.

Los tres primeros años después de la revolución fueron de guerra civil franca y encarnizada. La vida económica se subordinó enteramente a las necesidades del frente. En presencia de una extrema escasez de  recursos, la vida cultural pasaba al segundo plano, estando caracterizada por 1a audaz amplitud del pensamiento creador y en primer lugar por el de Lenin. Es lo que se llama el período del "comunismo de guerra" (1918 ‑1921) paralelo heroico al "socialismo de guerra" de los países capitalistas. Los objetivos económicos del poder soviético se reducen principalmente a sostener las industrias de guerra y a sacar partido de las débiles reservas existentes para combatir y salvar del hambre a la población de las ciudades. El comunismo de guerra era, en el fondo, una reglamentación del consumo en una fortaleza sitiada.

Es preciso, sin embargo, reconocer que sus primeras intenciones fueron más amplias. El gobierno soviético esperó y trató de 'sacar de las reglamentaciones una economía dirigida, tanto en el dominio del consumo como en el de la producción. En otros términos, pensó en pasar poco a poco y sin modificación del sistema, del "comunismo de guerra" al verdadero comunismo. El programa del partido bolchevique, adoptado en l919, decía: “En el dominio de la distribución, el poder de los Soviets persevera inflexiblemente en la sustitución del comercio por un reparo de los productos, organizado a escala nacional sobre un plan de conjunto”.

Pero cada vez  destacaba más y más el conflicto entre la realidad y el programa del "comunismo de guerra": la producción no cesaba de bajar y no era solamente por las consecuencias nefastas de las hostilidades, sino también a causa de la extinción del estimulante del interés individual entre los productores. La ciudad pedía a los campos trigo y materias primas sin darles en cambio más que las viñetas coloreadas llamadas billetes por una antigua costumbre.

El mujik enterraba sus reservas. El gobierno enviaba destacamentos de obreros armados a apoderarse de los granos. El mujik sembraba menos. La producción industrial de 1921, año que siguió al fin de la guerra civil, se elevó, en el mejor de los casos, a una quinta parte de lo que había sido antes de la guerra. La producción de acero cayó de 4,2 millones de toneladas a 183.000 toneladas, o sea, 23 veces menos. La cosecha global cayó de 801 millones de quintales a 503 en 1922. Fue una hambruna espantosa. El comercio exterior se derrumbó de 2.900 millones de rublos a 30 millones. La ruina de las fuerzas productivas sobrepasó todo lo que la historia conocía. El país, y con él el poder, se encontraban al borde del abismo.

Las esperanzas utópicas del comunismo de guerra han sido, posteriormente, sometidas a una crítica muy severa y justa en ciertos aspectos. El error teórico cometido por el partido gobernante quedaría sin explica­ción, sin embargo, si no se considera que todos los cálculos se fundaban entonces en la espera de una victoria próxima de la revolución en Occidente.

Se tendría como cierto que el proletariado alemán victorioso, teniendo en cuenta un reembolso ulterior en productos alimenticios y materias primas, abastecería a la Rusia de los Soviets con máquinas, con artículos manufacturados y le suministraría también decenas de miles de obreros capacitados, técnicos y organizadores. Sin  duda, si la revolución hubiera triunfado en Alemania (y sólo la socialdemocracia impidió su triunfo), el desarrollo económico, tanto  de la URSS como el de Alemania misma, habría proseguido a paso de gigante y los destinos de Europa y del mundo se presentarían hoy en forma muy diversamente favorable. Se puede, sin embargo, decir con toda seguridad, que, aun en esta hipótesis feliz, habría sido necesario renunciar a la distribución de los productos por el Estado y volver a los métodos comerciales.

Lenin basó la necesidad de restablecer el mercado en la existencia de millones de explotaciones campesinas aisladas, acostumbradas a definir por el comercio sus relaciones con el mundo circundante. La circulación de las mercancías debía ser la "soldadura" entre los campesinos y la industria nacionalizada. La fórmula teórica de la "soldadura" es muy simple: la industria debe suministrar a los campos las mercancías necesarias a precios tales que el Estado pueda renunciar a la confiscación de los productos de la agricultura.

La normalización de las relaciones económicas con el campo constituía sin duda alguna la tarea más urgente y la más espinosa de la NEP. Pronto mostró la experiencia que la industria misma, aunque socializada, necesitaba de los métodos de cálculo monetario elaborados por el capitalismo. El plan no podía basarse sólo en los datos de la inteligencia. El juego de la oferta y la demanda seguiría siendo por largo tiempo todavía la base material indispensable y el correctivo salvador.

El mercado legalizado comenzó su obra con el concurso de un sistema monetario puesto en orden. Desde 1923, gracias al primer impulso venido de los campos, la industria se reanimó y dio pronto pruebas de una intensa actividad. Basta indicar que la producción se duplica en 1922 y 1923 y alcanza en 1926 su nivel de antes de la guerra, lo que indica que se ha quintuplicado desde 1921. Las cosechas aumentan paralelamente, pero en forma mucho más modesta.

A partir del año crucial de 1923, las divergencias de apreciación sobre las relaciones entre la industria y la agricultura, divergencias que ya se habían manifestado antes, se agravan en el partido dirigente. La industria no podía desarrollarse, en un país que había agotado sus reservas y sus stocks, sino obteniendo cereales y materias primas de los campesinos. Los “préstamos forzados”, demasiado considerables, ahogaban el estimulo del trabajo: el campesino, no creyendo en la felicidad futura, respondía a las confiscaciones de trigo con la huelga de sembradores. Préstamos demasiado reducidos amenazaban con provocar el estancamiento: sin recibir productos industriales, los campesinos no trabajaban más que para la satisfacción de sus propias necesidades y volvían a las antiguas formas del artesanado. Las divergencias de opinión en el partido comenzaron sobre la cuestión de saber lo que era necesario tomar a los campos para la industria a fin de encaminarse hacia un equilibrio dinámico. El debate se complicó con las cuestiones concernientes a la estructura social del campo.

La primavera de 1923, el representante de la oposición de izquierda (que entonces no llevaba todavía ese nombre) hablando en el 13 congreso del partido, demostró el distanciamiento entre los precios de la agricultura y los de la industria por medio de un diagrama inquietante. Este fenómeno recibió entonces el nombre de "tijeras", que más tarde entraría en el vocabulario mundial. "Si ‑decía el informante ‑la industria continúa su retardo, abriéndose las tijeras cada vez más, la ruptura entre las ciudades y el campo se hará inevitable..."

Los campesinos distinguían claramente entre la revolución agraria democrática realizada por los bolcheviques y la política de éstos tendientes a dar una base al socialismo. La expropiación de los latifundios privados y de los del Estado aportaba a los rurales más de 500 millones de rublos oro por año. Pero los campesinos perdían esta suma y mucho) más con los precios elevados de la industria estatizada.

Mientras la balanza de las dos revoluciones, la democrática y la socialista, solidamente unidas por el nudo de Octubre, se saldara para los cultivadores en una pérdida anual de varios centenares de millones de rublos, la unión de las dos clases seguía siendo problemática.

El fraccionamiento de la agricultura, heredado del pasado, aumenta desde la Revolución de Octubre. El número de parcelas había pasado en los últimos diez años de 16 a 25 millones, lo que acrecentaba naturalmente la tendencia de la mayor parte de los campesinos a no satisfacer sino sus propias necesidades. Tal era una de las causas de la penuria de los productos de la agricultura.

La pequeña producción de mercancías crea necesariamente explotadores. A medida que la agricultura se recuperaba, crecía la diferenciación en el seno de las masas campesinas: se seguía la antigua vía del desarrollo fácil. El kulak, campesino rico, se enriquecía más pronto de lo que la agricultura progresaba. La política del gobierno, cuya voz de orden era: "¡Hacia el campo!", se orientaba en realidad hacia los kulak. El impuesto agrícola era mucho más pesado para los campesinos pobres que para los pudientes, quienes, por otra parte, absorbían el crédito del Estado. Los excedentes de trigo, poseídos principalmente por los campesinos más ricos, servían para oprimir a los pobres y eran vendidos a precios de especulación a la pequeña burguesía de las ciudades. Bujarin, en este momento teórico de la fracción dirigente, lanzaba a los campesinos su famoso slogan: "¡Enriqueceos!" Esto debía significar, en teoría, la asimilación progresiva de los kulaks por el socialismo En la práctica significaba el enriquecimiento de la minoría en detrimento de la inmensa mayoría.

El gobierno, cautivo de su propia política, estaba obligado a retroceder paso a paso ante la pequeña burguesía rural. El empleo de la mano de obra asalariada en la agricultura y el arriendo de tierras fueron legalizados en 1925. El campesinado se polarizaba entre el pequeño capitalista y el jornalero. El Estado, desprovisto de mercancías industriales, era, sin embargo, eliminado del mercado rural. Como brotado de la tierra, surgía un intermediario entre el kúlak y el pequeño patrón artesano. Las empresas estatizadas debían recurrir, cada vez más a, menudo, a los comerciantes en búsqueda de materias primas. Se sentía en todas partes la oleada ascendente del capitalismo. Todos los que reflexionaban podían convencerse fácilmente de que la transformación de las formas de propiedad, lejos de zanjar la cuestión del socialismo, no hacía sino plantearla.

En 1925, mientras la política de orientación hacia el kulak está en su apogeo, Stalin empieza a preparar la desnacionalización de la tierra. A la pregunta que se hace plantear por un periodista soviético: “¿No sería conveniente, en interés de la agricultura, adjudicar por diez años su parcela a cada cultivador?”, Stalin responde: "¡Y aun por cuarenta años!"

El Comisario del Pueblo en agricultura de la República de Georgia, operando por iniciativa personal de Stalin, presentó un proyecto de ley tendiente a la desnacionalización del suelo. El objetivo era dar al granjero confianza en su propio porvenir. Pues bien, desde la primavera de 1926, cerca del 60% del trigo destinado al comercio estaba en manos del 6% de cultivadores. El Estado carecía de granos para el comercio exterior y aun para las necesidades del país. La insignificancia de las exportaciones lo obligaba a renunciar a la importación de artículos manufacturados y a restringir al mínimo la de las materias primas y máquinas.

Trabando la industrialización y perjudicando a la gran mayoría de los campesinos, la política orientada hacia el kulak reveló sin equívocos, desde 1924‑1926, sus consecuencias políticas; inspirando a la pequeña burguesía de las ciudades y los campos una confianza extraordinaria, la conducía a apoderarse de numerosos soviets locales; acrecentaba su fuerza y la seguridad de la burocracia; se hacía sentir más y más pesadamente sobre los obreros; provocaba la supresión de toda democracia en el partido y en la sociedad soviética. La fuerza creciente del kulak asustó a dos miembros notables del grupo dirigente, Zinoviev y Kamenev, que eran también (y no sólo por casualidad), presidentes de los soviets de los dos centros proletarios más importantes, Leningrado y Moscú. Pero la provincia y, sobre todo la burocracia, estaban con Stalin. La política de fortalecimiento del gran agricultor obtuvo la victoria. Zinoviev y Kamenev, seguidos de sus partidarios, se unieron en 1926 a la oposición de 1923 (llamada trotskista).

Se entiende que la fracción dirigente no repudió jamás, “en principio”,  la colectivización de la agricultura. Pero le asignó perspectivas de decenas de años. El futuro comisario del pueblo para la agricultura, Yakovlev, escribía, en 1927, que, si la transformación socialista de los campos no podía realizarse sino por la colectivización, “no será naturalmente en uno, dos o tres años, ni aun tal vez en una decena de años...” “Los koljoses (explotaciones colectivas) y las comunas ‑escribía más adelante‑ "no son y no serán por mucho tiempo todavía sino islotes en medio de las parcelas..."

En efecto, entonces no entraba en las explotaciones colectivas sino el 0,8% de las familias de labradores.

En el partido, la lucha por la pretendida "línea general" se acentuó en forma clara en 1923 y revistió a partir de 1926 una forma particularmente áspera y apasionada. En su vasta plataforma que abrazaba todos los problemas de la economía y de la política, la oposición escribía: “El partido debe condenar sin tolerancia todas las tendencias a la liquidación o al debilitamiento de la nacionalización de la tierra que constituye una de las bases de la dictadura del proletariado”. La oposición obtuvo en este punto la victoria: los atentados directos a la nacionalización de la tierra cesaron. Pero no se trataba únicamente de la forma de propiedad de la tierra.

“A la importancia creciente de las granjas individuales en los campos  ‑decía todavía la plataforma de la oposición ‑ se opondrá el crecimiento más rápido de los cultivos colectivos”. ... Toda la obra de la cooperación debe penetrarse de la necesidad de transformar la pequeña producción en gran producción colectiva". Había obstinación en considerar como utópico para un porvenir cercano todo programa amplio de colectivización. Durante la preparación del XV congreso del partido, destinado a excluir a la oposición, el futuro presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, Molotov, repitió: “En las condiciones actuales no se puede caer al nivel de (!) las ilusiones que tienen los campesinos pobres en la colectivización de grandes masas”

El calendario marcaba el fin de 1927. Y la fracción dirigente estaba aún muy lejos de concebir la política que haría al día siguiente en los campos.

Estos mismos años (1923‑1928) fueron los de la lucha de la coalición en el poder (Stalin, Molotov, Rykov, Tomski, y Bujarin; Zinoviev y Kamenev habían pasado a la oposición a principios de 1926) contra los “súper industrialistas” partidarios del plan. El historiador futuro se extrañará al descubrir la malévola suspicacia hacia toda iniciativa económica que dominaba entonces en la mentalidad del gobierno del Estado socialista. El ritmo de la industrialización se aceleraba empíricamente, según impulsos exteriores, modificando los cálculos brutalmente durante su desarrollo, no sin un aumento extraordinario de los gastos generales. Cuando la oposición exigió, a partir de 1923, la elaboración de un plan quinquenal, fue acogida por burlas del estilo del pequeño burgués que teme el "'salto a lo desconocido". En abril de 1927, Stalin afirma todavía en sesión plenaria del comité central que comenzar la construcción de la gran central eléctrica de Dniéper, sería para nosotros como para el mujik comprarse un gramófono en vez de una vaca. Este alado aforismo resumía todo un programa. No es superfluo recordar que toda la prensa burguesa del universo, seguida de la prensa socialista, recogía con simpatía las acusaciones oficiales de romanticismo industrial dirigidas a la oposición de izquierda.

Mientras el partido discutía ruidosamente, el campesino respondía a la falta de mercancías con una huelga cada vez más obstinada: se abstenía de llevar sus granos al mercado y de aumentar las siembras. La derecha (Rykov, Tomsky, Bujarin), que entonces daba el tono, exigía mas libertad para las tendencias capitalistas del campo y aumento del precio del trigo, aunque esta medida retuviese el desarrollo de la industria. La única solución, con esta política, habría sido importar artículos manufacturados a cambio de materias primas entregadas por los granjeros a la exportación. Habría sido, en lugar de hacer la soldadura entre la economía campesina y la industria socialista, hacerla entre el campesino rico y el capitalismo mundial. Para esto, no valía la pena haber hecho la Revolución de Octubre.

“La aceleración de la industrialización ‑objetaba el representante de la oposición en la conferencia del partido de 1926‑ en particular por una imposición más fuerte al kulak, dará más mercancías, lo que permitirá bajar los precios... De ello se beneficiarán los obreros, así como la mayor parte de los campesinos... Volvernos hacia el campo, no quiere decir, que debamos volver la espalda a la industria; quiere decir que orientemos la industria hacia el campo, pues los campesinos no tienen necesidad de contemplar la faz de un Estado desprovisto, de industria”.

Stalin, para respondernos, pulverizaba los "planes fantásticos de la oposición"; la industria no debía "tomar demasiada ventaja, desprendiéndose de la agricultura y descuidando el ritmo de la acumulación en nuestro país". Las decisiones del partido continuaban repitiendo las mismas verdades primeras de la adaptación pasiva a las necesidades de los labriegos enriquecidos. El XV congreso del Partido Comunista, reunido en diciembre de 1927 para infligir una derrota definitiva a los “súper industrialistas” hizo una advertencia respecto del “peligro de comprometer demasiados capitales en la gran edificación industrial”. La fracción dirigente no quería ver todavía otros peligros.

El año económico 1927‑28, cerraba el período llamado de reconstrucción, durante el cual la industria había, sobre todo, trabajado con el material de antes de la revolución y la agricultura con su antiguo material. La progresión ulterior exigía una vasta edificación industrial. Era ya imposible gobernar a tientas, sin plan.

Las posibilidades hipotéticas de la industrialización socialista habían sido analizadas por la oposición desde 1923‑25. La conclusión general a la cual había llegado era que, después de haber agotado las posibilidades ofrecidas por el material heredado de la burguesía, la industria soviética podría, gracias a la acumulación socialista, tener un crecimiento de un ritmo del todo inaccesible al capitalismo. Los jefes de la fracción dirigente se burlaban abiertamente de los coeficientes del 15-18% formulados con prudencia, como de la música fantástica de un porvenir desconocido. Y era esto en lo que consistía en ese momento la lucha contra el "trotskismo".

El primer bosquejo oficial del Plan Quinquenal, hecho por fin en 1927, fue irrisoriamente mezquino. El crecimiento de la producción industrial debía variar siguiendo de año en año una curva decreciente, entre 5 y 4%. En cinco años el consumo individual no debía crecer sino en 12%. La inverosímil timidez de esta concepción resalta con más claridad todavía ante el hecho de que el presupuesto del Estado no debía abarcar al fin del período quinquenal sino un 16% de la renta nacional, mientras que el presupuesto de la Rusia de los Zares, que, por cierto, no pensaba en construir una sociedad socialista, absorbía el 18% de esta renta. Tal vez no es superfluo agregar que los autores de este plan, ingenieros y economistas, fueron, algunos años más tarde, severamente condenados por los tribunales como saboteadores que obedecían a las directivas de una potencia extranjera. Los acusados habrían podido responder, si se hubiesen atrevido, que su trabajo en la elaboración del Plan había sido realizado en perfecto acuerdo con la “línea general” del Buró Político del cual recibían las instrucciones.

La lucha de las tendencias llegó a expresarse en el lenguaje de las cifras. "Formular para el décimo aniversario de la Revolución de Octubre un plan tan mezquino, tan profundamente pesimista" ‑decía la plataforma de la oposición‑ "es trabajar en realidad contra el socialismo". Un año más tarde el Buró Político sancionó un nuevo proyecto de Plan Quinquenal según el cual el crecimiento medio anual de la producción debía ser de 9%. El desarrollo real manifestaba una tendencia obstinada a acercarse a los coeficientes de los "súper industrialistas". Todavía un año más tarde, cuando la política del gobierno se modificó radicalmente, la Comisión del Plan moldeó un tercer proyecto cuya dinámica coincidía, mucho más de lo que se hubiese previsto, con los pronósticos hipotéticos de la oposición en 1925.

La historia verdadera de la política económica de la URSS es muy diferente, como se ve, de la leyenda oficial. Deploremos que honorables autores, como los Webb, no se hayan dado la menor cuenta de ello.

 

 

Brusco giro: "El Plan Quinquenal en Cuatro Años" y la "Colectivización Completa"

La tergiversación del problema de las explotaciones campesinas individuales, la desconfianza ante los grandes planes, la defensa de un desarrollo lento, el desdén por el problema internacional, tales son los elementos que, reunidos, formaron la teoría del "Socialismo en un solo país», formulada por primera vez por Stalin, en el otoño de 1924, después de la derrota del proletariado en Alemania. No apresurarnos en materia de industrialización, no malquistarnos con el mujik; no contar con la revolución mundial y, ante todo, preservar el poder burocrático de toda crítica. La diferenciación de los campesinos no era sino una invención de la oposición. Yakovlev, que ya hemos mencionado, licenció el Servicio Central de Estadísticas, cuyos cuadros daban al kulak un lugar mayor que lo que el poder deseaba. Mientras los dirigentes prodigaban afirmaciones tranquilizadoras sobre la reabsorción de la escasez de mercaderías, "el ritmo tranquilo del desarrollo" próximo, el stock de aquí en adelante más “igual” de los cereales, etc., el kulak, fortalecido, arrastró al campesino medio y rehusó el trigo a las ciudades. En enero de 1928, la clase obrera se encontró frente a una hambruna inminente. La historia tiene a veces bromas feroces. Precisamente durante el mes en que el kulak tomó a la Revolución por el cuello, los representantes de la oposición de izquierda habían sido encarcelados o enviados a Siberia por haber "sembrado el pánico" evocando el espectro del kulak

El gobierno trató de presentar las cosas como si la huelga del trigo se debiera a la sola hostilidad del kulak, (pero ¿y de dónde salía, pues, el kulak?) hacia el Estado socialista, es decir, a móviles políticos de orden general. Pero el labriego acomodado es poco afecto a esta especie de "idealismo". Si ocultaba su trigo, es porque le era desventajoso venderlo. Por esta misma razón conseguía extender ampliamente su influencia entre la población rural. Las medidas de represión debían ser insuficientes contra el sabotaje de los campesinos acomodados: había que cambiar de política. Las indecisiones hicieron perder tiempo.

Rikov, todavía jefe del gobierno, no estaba solo al declarar en julio de 1928 que "el desarrollo de las explotaciones campesinas individuales..., constituía la tarea más importante del partido". Stalin le hacía eco: "Hay gente ‑decía‑ "que piensan que el cultivo de las parcelas individuales ha hecho su época y no vale la pena que se la ayude. Estas gentes no tienen nada de común con la línea general del partido". Menos de un año después, la línea general del partido no tenía ya nada de común con estas palabras: el alba de la colectivización completa se alzaba en el horizonte.

La nueva orientación resultó de medidas tan empíricas como la precedente, después de una sorda lucha en el seno del bloque gubernamental. "Los grupos de la derecha y del centro están unidos por su hostilidad común contra la oposición, cuya exclusión apresuraría infaliblemente el conflicto entre ellos"'. (Esta advertencia se daba desde la plataforma de la oposición). Fue lo que sucedió. Los jefes del bloque gubernamental en vías de disgregación no quisieron, sin embargo, reconocer a ningún precio que esta predicción de la oposición se había realizado como muchas otras. El 19 de octubre de 1928, Stalin declaraba todavía: "Es tiempo de poner término a los rumores sobre la existencia de una derecha hacia la cual se mostraría tolerante el Buró Político de nuestro Comité Central". Sin embargo, los dos grupos tanteaban los burós del partido.

El partido, sofocado, vivía de versiones confusas y de conjeturas. Pasaron algunos meses y la prensa oficial publicó, con su impudicia acostumbrada, que el jefe del gobierno, Rykov, “especulaba con las dificultades del poder de los Soviets” que el dirigente de la Internacional Comunista, Bujarin, se había revelado "agente de las influencias liberales‑burguesas"; que Tomsky, Presidente del Consejo Central de los Sindicatos, no era sino un miserable trade‑unionista. Los tres, Rykov, Bujarin y Tomsky pertenecían al Buró Político. Si en la lucha anterior contra1a oposición de izquierda se habían usado armas del arsenal de derecha, Bujarin podía ahora, sin atentar a la verdad, acusar a Stalin de servirse contra la derecha de fragmentos de la oposición condenada.

De este modo o de otro,, el viraje se realizó. La voz de orden: “¡Enriqueceos!” y la teoría de la asimilación indolora del kulak por el socialismo fueron reprobadas, tardíamente, pero con una energía tanto mayo. . La industrialización se puso a la orden del día. El quietismo contento de si mismo cedió el puesto a una impetuosidad loca, la voz de orden de Lenin, “alcanzar y sobrepasar” fue completada en estos términos: “en el más breve plazo”. El plan quinquenal minimalista, ya aprobado en principio por el congreso del partido, fue reemplazado por un plan nuevo cuyos principales elementos eran tomados de la plataforma de la oposición de izquierda derrotada la víspera. El Dniesprostoy, ayer comparado a un gramófono, retuvo toda la atención.

Desde los primeros éxitos, se dio una nueva directiva: terminar la ejecución del Plan Quinquenal en cuatro años. Los empíricos, trastornados, llegaban a creer que todo les era posible en adelante. El oportunismo se había transformado, como ha sucedido muchas veces en la historia, en su contrario, el espíritu de aventura. El Buró político, dispuesto en 1923‑28 a adaptarse a la filosofía bujariniana del “paso de tortuga” pasaba hoy con facilidad del 20% al 30% de crecimiento anual, esforzándose por hacer de todo éxito momentáneo una norma y perdiendo de vista la interdependencia de las ramas de la economía. La impresión de papel moneda tapaba las brechas financieras del plan. En el curso del primer período quinquenal, el papel moneda en circulación pasó de 1.700 millones de rublos a 5.500 para alcanzar al principio de segundo período 8.400 millones. La burocracia no sólo se había sacudido del control de las masas para las cuales la industrialización a toda máquina constituía una carga intolerable, sino que se había emancipado del control automático del tchervonietz. El sistema financiero, robustecido a principios de la NEP, se desquició de nuevo profundamente

Pero los mayores peligros, tanto para el régimen como para el plan, aparecieron en el campo.

La población supo con estupor el 15 de febrero de 1928, por un editorial de la Pravda, que los campos no tenían de ningún modo el aspecto bajo el cual las autoridades los habían descrito hasta ese momento sino que se parecían mucho al cuadro que de ellos había trazado la posición excluida por el congreso. La prensa que negaba, la víspera la existencia del kulak, lo descubría ahora obedeciendo a una señal venida de arriba, no solamente en las aldeas, sino aun en el partido. Se descubría que las células del partido estaban dirigidas frecuentemente por campesinos ricos, propietarios de variadas herramientas agrícolas, que empleaban la mano de obra asalariada, ocultaban centenares y hasta miles de "puds" de cereales y se mostraban adversarios irreconciliables de la política "trotskista". Los diarios rivalizaban en informaciones sensacionales sobre los kulaks, secretarios de comité locales, que habían cerrado a los campesinos pobres y a los jornaleros las puertas del partido. Todos los viejos valores fueron derribados. Los signos más y menos, se invertían.

Para alimentar a las ciudades era cuestión de urgencia arrancar a los kulaks el pan cotidiano. No se podía sino por la fuerza. La expropiación de las reservas de cereales, y no sólo del kulak sino del campesino medio, fue calificada de "medida extraordinaria" en el lenguaje oficial.

Esto significaba que mañana se volvería a la práctica antigua. Pero las campiñas no creyeron en las buenas palabras y tenían razón. La requisa forzada del trigo quitaba a los agricultores pudientes todo deseo de extender las siembras. El jornalero agrícola y el cultivador pobre se encontraban sin trabajo. La agricultura estaba otra vez en un callejón sin salida, y con ella, el Estado. Era necesario transformar a cualquier precio, radicalmente, la "línea general".

Stalin y Molotov, aunque atribuyendo siempre el primer lugar a las labores parcelarias, empezaron a subrayar la necesidad de extender rápidamente las explotaciones agrícolas del Estado (sovjozes) y las explotaciones colectivas de campesinos (koljoses). Pero como la gravísima penuria de los víveres no permitía renunciar a las expediciones militare en los campos, el programa de mejoramiento de los cultivos parcelarios se encontró suspendido en el vacío. Fue preciso "'deslizarse por la pendiente" de la colectivización. Las "medidas extraordinarias" provisorias para recoger el trigo, dieron inesperado nacimiento a un programa de "liquidación de los kulaks como clase". Las ordenanzas contradictorias, más abundantes que las raciones de pan, pusieron en evidencia la ausencia de todo programa agrario no ya de cinco años, sino de cinco meses.

Según el plan elaborado bajo el aguijón de la crisis del abastecimiento, la agricultura colectivizada debía abrazar al cabo del quinto año cerca del 20% de los hogares campesinos. Este programa, cuyo aspecto grandioso se revela teniendo en cuenta que la colectivización había abrazado en el curso de los diez años anteriores, menos del uno por ciento de los hogares, fue sobrepasado en mucho a mediados del período quinquenal. En noviembre de 1929, Stalin, rompiendo con sus propias dudas, anuncia el fin de la agricultura parcelaria: "Los campesinos entran en los koljozes por aldeas enteras, por cantones, aun por distritos".

Yakovlev que, dos años antes demostraba que los ko1jozes no serían durante largos anos "sino oasis en medio de parcelas innumerables". recibe en calidad de Comisario de la agricultura, la misión de “liquidar a los campesinos ricos como clase” e implantar la colectivización completa "en el más breve plazo".

En 1929, el número de hogares incorporados en los koljoses pasa de 1,7 a 3,9%; alcanza a 23,6% en 1930, 52,7% en 1931 y 61,5% en 1932.

Verosímilmente no habrá persona que repita el "galimatías" liberal que pretende que la colectivización haya sido sólo el fruto de la violencia En la lucha por la tierra que les faltaba, los campesinos se


sublevaban antaño contra los señores y a veces iban a colonizar comarcas vírgenes; o formaban sectas religiosas que compensaban para el mujik la falta de tierras por el vacío de los cielos. Desde la expropiación de los grandes dominios y el extremo fraccionamiento de las parcelas la reunión de éstas en cultivos más extensos había llegado a ser cuestión de vida o muerte para los campesinos, para la agricultura, para la sociedad entera.

Sin embargo, esta consideración histórica no zanjaba la cuestión. Las posibilidades reales de la colectivización no estaban determinadas ni por la situación sin salida de los agricultores ni por la energía administrativa del gobierno. Lo eran, antes que todo, por los recursos productivos dados, es decir, por la medida en que la industria podía suministrar material a la gran explotación agrícola. Estos datos materiales fallaban. Los koljozes se organizaron con material que no convenía a menudo ni a las parcelas. En estas condiciones, la colectivización exageradamente apresurada resultaba una aventura.

El gobierno, sorprendido por la amplitud de su viraje, no pudo ni supo preparar siquiera en algo el sentido político de su nueva evolución. Como los campesinos, las autoridades locales no sabían lo que se exigía de ellas. Aquéllos se exasperaron con los rumores de "confiscación" del ganado. Pronto se vio que no estaban tan lejos de la verdad. El designio atribuido antes a la oposición para caricaturizar sus posturas, se realizaba: la burocracia "saqueaba los campos". La colectivización fue desde luego, para el campesino, una expropiación completa. Se socializaba no sólo los caballos, las vacas, las ovejas, los cerdos, sino hasta los pollos. "Se expropiaba a los kulaks" ‑ escribe al exterior un testigo ocular‑ "hasta las botas de fieltro quitadas a los niños". El resultado de todo esto fue que los campesinos vendieron en masa su ganado a bajo precio o lo sacrificaron para sacar la carne y el cuero.

En enero de 1930, Andreev, miembro del Comité Central, trazaba en el Congreso de Moscú el siguiente cuadro de la colectivización: por una parte, el potente movimiento de colectivización que ha abrazado el partido entero "barrerá en su camino todos los obstáculos"; por otra parte la venta por los campesinos a la víspera de entrar en el koljoz, de sus herramientas, ganado y aun semillas, con un brutal espíritu de lucro “adquiere proporciones francamente amenazantes...” Por muy contradictorias que fuesen, estas dos afirmaciones definían con justeza, desde dos puntos de vista opuestos, el carácter epidémico de la colectivización, medida desesperada. "La colectivización completa ‑ escribía el observador crítico que ya hemos citado‑ ha sumergido la economía en una miseria como no se veía desde mucho tiempo atrás; es como si se hubiese pasado por una guerra de tres años".

A veinticinco millones de hogares campesinos aislados y egoístas que todavía ayer eran los únicos motores de la agricultura, débiles como el caballo del mujik, pero motores en todo caso, la burocracia trató de sustituirlos, con un solo gesto, por el comando de doscientos mil consejos de administración de koljozes, desprovistos de medios técnicos, de conocimientos agronómicos y de apoyo entre los campesinos mismos.

Las consecuencias destructoras de esta aventura no tardaron en hacerse sentir para durar años. La cosecha global de cereales que había alcanzado en 1930 a 835 millones de quintales, cayó en los dos años siguientes a menos de 700 millones. Esta diferencia no parece catastrófica en sí misma; pero significaba justamente la pérdida de la cantidad de trigo necesario a las ciudades para que no se habituasen a raciones de hambre. Los cultivos técnicos iban mucho peor. A la víspera de la colectivización, la producción de azúcar había alcanzado cerca de 109 millones de "pouds" (el "poud" equivalente a 16 kilos 800 gramos) para caer dos años más tarde, en plena colectivización, a causa de la falta de remolachas, a 48 millones de "pouds", o sea, a menos de la mitad. Pero el huracán más devastador pasó sobre la cabaña ganadera de los campos. El número de caballos bajó un 55%; de 34,6 millones en 1929 a 15,6 millones en 1934; las reses vacunas cayeron de 30,7 millones a 19,5, o sea en un 40%; los cerdos, un 55%; los corderos, un 66%. Las pérdidas en hombres (de hambre, de frío, a causa de las epidemias y de la represión), no se han anotado, desgraciadamente, con tanta exactitud como las de ganado, pero también suman millones. La responsabilidad de esto no incumbe a la colectivización, sino a los métodos, ciegos, atrevidos y violentos, con los cuales se aplicó. La burocracia no había previsto nada. El mismo estatuto de los koljozes, que trataba de unir el interés individual del campesino al interés colectivo, no se publicó sino después de que los campos fueran asolados cruelmente

La precipitación de esta nueva política provenía de la necesidad de escapar a las consecuencias de la de 1923‑28. Sin embargo, la colectivización podía y debía tener un ritmo más razonable y formas mejor calculadas. Dueña del poder y de la industria, la burocracia podía regular la colectivización sin llevar al país al borde del abismo. "En condiciones internas e internacionales satisfactorias ‑escribía en 1930 el órgano de la oposición de izquierda en el extranjero‑, la situación material y técnica de la agricultura puede transformarse radicalmente en algo así como diez o quince años y asegurar a la colectivización una base en la producción. Pero durante los años que nos separan de esta situación se puede derribar varias veces el poder de los soviets...".

Esta advertencia no era exagerada: nunca todavía se había sentido tan próximo el soplo de la muerte sobre el territorio de la Revolución de Octubre como durante los años de la colectivización completa. El descontento, la inseguridad, la represión despedazaban el país. Un sistema monetario desorganizado; la superposición de los precios máximos fijados por el Estado, de los precios "convencionales" y de los precios del mercado libre, el paso de un simulacro de comercio entre el Estado y los campesinos a impuestos en cereales, carne y leche; la lucha a muerte contra los innumerables robos en los koljozes y el disimulo de estos robos; la movilización militar del partido para combatir el sabotaje de los kulaks después de la "liquidación" de los kulaks, en cuanto clase. Al mismo tiempo, la vuelta al sistema de las tarjetas de víveres y a las raciones de hambre, el restablecimiento de los pasaportes interiores, todas estas medidas traían al país la atmósfera de la guerra civil, terminada mucho tiempo antes.

El aprovisionamiento de las fábricas de materias primas empeoraba de trimestre en trimestre. Las intolerables condiciones de existencia acarreaban una mano de obra escurridiza, inasistencias al trabajo, un trabajo descuidado, la rotura de máquinas, el porcentaje elevado de obra defectuosa, la mala calidad de los productos. El rendimiento medio del trabajo cayó en 1931 en un 11,7%. Según una confesión escapada a Molotov y reproducida por toda la prensa soviética, la producción industrial no aumentó en 1932 sino un 8,5% en vez del 36% previsto en el plan . Es cierto que el mundo supo un poco más tarde que el plan quinquenal se había ejecutado en cuatro años y tres meses. Lo que significa solamente que el cinismo de la burocracia con respecto a las estadísticas y a la opinión pública no tiene límites. Pero no está ahí lo más importante: en esta partida se jugaba no el plan quinquenal sino la suerte del régimen.

El régimen se mantuvo. Suyo es el mérito, pues ha echado raíces pro das en el suelo popular. El mérito también corresponde a circunstancias exteriores favorables.

En estos años de caos económico y de guerra civil en los campos, la URSS se encontró en realidad paralizada ante el enemigo exterior. El descontento de los campesinos invadía el ejército. La inseguridad y la inestabilidad desmoralizaban a la burocracia y los cuadros del comando. Una agresión por el oeste o por el este podía tener consecuencias fatales.

Felizmente, los primeros años de la crisis industrial y comercial sumergían al mundo capitalista en una expectativa desorientada. Nadie estaba listo para la guerra, ni nadie se atrevía a correr el riesgo. Por otra parte, ninguno de sus adversarios se daba cuenta clara de la gravedad de las convulsiones sociales que trastornaban al país de los soviets, bajo el ruido de timbales de las orquestas oficiales en honor de la “línea general”.

Nuestro bosquejo histórico muestra (sea cual fuere su brevedad), lo esperamos, cómo el cuadro idílico de una acumulación progresiva y continua de éxitos, está lejos del desarrollo real del Estado obrero. Sacaremos más tarde, de un pasado rico en crisis, importantes indicaciones para el porvenir. El estudio histórico de la política económica del gobierno de los soviets y de los zigzags de esta política nos parece también necesario para destruir el fetichismo individualista que va a buscar las causas de los éxitos reales o falsos en las cualidades extraordinarias de los dirigentes y no en las condiciones, creadas por la revolución, de la propiedad socializada.

Naturalmente, las ventajas objetivas del nuevo régimen encuentran también su expresión en los métodos de dirección. Pero estos métodos expresan igualmente, y no en menor medida, el atrasado estado económico y cultural del país y el ambiente de pequeña burguesía provinciana donde se han formado sus cuadros dirigentes.

Deducir de esto que la política de los dirigentes soviéticos es un factor de tercera importancia, sería cometer una falta de las más groseras. No hay otro gobierno en el mundo que tenga a tal extremo entre sus manos los destinos del país. Los éxitos y los fracasos de un capitalista dependen en gran parte, a veces aun en forma decisiva, de sus cualidades personales. Mutatis mutandis, el gobierno soviético se ha puesto frente al conjunto de la economía en la situación del capitalista frente una empresa aislada. La centralización de la economía hace del poder un factor de una enorme importancia. Y es justamente por esto que la política del gobierno debe ser juzgada no por balances sumarios, ni por las cifras desnudas de la estadística, sino según el rol específico de la previsión consciente y de la dirección planificada en la adquisición de los resultados.

Los zigzags de la política gubernamental traducían, al mismo tiempo que las contradicciones de la situación, la insuficiente capacidad de los dirigentes para comprender estas contradicciones y reaccionar frente ellas por medio de medidas profilácticas. Los errores de dirección no se prestan fácilmente a cálculos de contabilidad. Pero la exposición esquemática de los zigzags permite llegar con seguridad a la conclusión de que ellos han impuesto a la economía soviética enormes gastos generales.

En verdad permanece inexplicable, por lo menos si se aborda la historia desde un punto de vista racionalista, por qué y cómo la fracción menos rica en ideas y la más cargada de faltas supo vencer a todos los otros grupos y concentrar en sus manos un poder ilimitado. El análisis ulterior nos dará la clave de este enigma. Veremos también entrar más y más los métodos burocráticos del gobierno absoluto en contradicción con las necesidades de la economía y de la cultura; y con qué necesidad derivan de allí nuevas crisis y nuevos sacudimientos en el desarrollo de la URSS.

Pero, antes de abordar el estudio del doble rol de la burocracia “socialista” es preciso que respondamos a la pregunta siguiente: ¿Cual es, pues, el balance general de lo obtenido? ¿Se ha realizado realmente el socialismo? O, más prudentemente: Los éxitos económicos culturales obtenidos ¿nos previenen contra el peligro de una restauración capitalista, así como la sociedad burguesa se encontró en cierta época inmunizada contra la restauración del feudalismo y de la servidumbre?

 

 

 

 

Capítulo III