CAPITULO IV

 

LA LUCHA POR EL RENDIMIENTO DEL TRABAJO

 

El plan y la moneda

 

Hemos tratado de poner a prueba al régimen soviético desde el punto de vista del Estado. Podemos hacer lo mismo desde el punto de vista de la circulación monetaria. Los dos problemas: el del Estado y de la moneda, tienen diversos aspectos comunes, porque se reducen ambos, al fin de cuentas, al problema de los problemas que es el del rendimiento del trabajo. La imposición estatal y la imposición monetaria pertenecen a la herencia de la sociedad dividida en clases que no puede determinar las relaciones entre los hombres sino con ayuda de fetiche religiosos o laicos, poniendo estos fetiches bajo la protección del más temible de ellos, el Estado, con un gran cuchillo entre los dientes. En la sociedad comunista, el Estado y el dinero habrán desaparecido. Su decrecimiento progresivo debe, pues, comenzar en el régimen socialista. No se podrá hablar de victoria real 4el socialismo sino a partir del momento histórico en que el Estado no será un Estado sino a medias y en que el dinero comenzará a perder su mágico poder. Esto significará que el socialismo, liberándose de los fetiches capitalistas, comenzará a establecer relaciones más limpias, más dignas y más libres entre los hombres.

Las reivindicaciones de "abolición" del dinero, "abolición" del salario o "eliminación" del Estado y de la familia, características del anarquismo, no pueden presentar interés sino como modelos de pensamiento mecanicista. El dinero no podría "abolirse" arbitrariamente, así como el Estado o la familia no podrían "eliminarse": deben agotar su misión histórica, perder su significación y desaparecer. El fetichismo del dinero recibirá su golpe de gracia sólo cuando el crecimiento ininterrumpido de la riqueza social libere a los bípedos de la avarienta actitud hacia cada minuto suplementario de trabajo y del humillante temor por el tamaño de sus raciones. Al perder la capacidad de dar felicidad o hundir en el polvo, el dinero se reducirá a un medio de contabilidad, cómodo para la estadística y el plan. Por esto mismo, tal vez llegará a prescindirse de esta clase de recibos. Pero bien podemos confiar estos cuidados a nuestros descendientes que no dejarán de ser más inteligentes que nosotros.

La nacionalización de los medios de producción y del crédito, el control de las cooperativas y del Estado sobre el comercio interior, el monopolio del comercio exterior, la colectivización de la agricultura, la legislación sobre herencia, imponen estrechos límites a la acumulación personal en dinero y dificultan la transformación del dinero en capital privado (usurario, comercial e industrial). Esta función del dinero, ligada a la explotación no se ha liquidado, sin embargo, desde el comienzo de la revolución proletaria, sino que se ha transferido bajo un nuevo aspecto al Estado, comerciante, banquero e industrial universal. Por otra parte, las funciones más elementales del dinero, medida de valor, medio de circulación y de pago, se conservan y adquieren un campo de acción aun más amplio del que tuvieron en el régimen capitalista.

La planificación administrativa ha revelado suficientemente su fuerza y, al mismo tiempo, los límites de su fuerza. Un plan económico concebido a priori, sobre todo en un país atrasado de 170 millones de habitantes, que sufre de contradicciones profundas entre la ciudad y el campo, no es un dogma inmutable sino una hipótesis de trabajo que se verifica y transforma durante su ejecución. Aun se puede dar esta regla: mientras la dirección administrativa está más ajustada a un plan, más desagradable es la situación de los dirigentes de la economía. Dos palancas deben servir para reglar y adaptar el plan: una palanca política creada por la participación real en la dirección, de las masas interesadas, lo que no se concibe sin democracia soviética; y una palanca financiera, resultante de la verificación efectiva de los cálculos a priori por medio de un equivalente general lo que es imposible sin un sistema monetario estable.

El papel de la moneda en la economia soviética, lejos de haber terminado, debe todavía desarrollarse a fondo. La época transitoria entre el capitalismo y el socialismo, considerada en su totalidad, exige no la disminución de la circulación de mercancías, sino una ampliación extrema. Todas las ramas de la industria se transforman y crecen, se crean sin cesar nuevas, y todas deben, tanto cuantitativa como cualitativamente, determinar sus situaciones recíprocas. La liquidación simultánea de la economía rural que producía para el consumo individual, y de la familia cerrada, significan la entrada, en la circulación social y en la circulación monetaria, de toda la energía de trabajo que se gastaba antes en los límites de una granja o entre los muros de la habitación. Por primera vez en la historia todos los productos y todos los servicios pueden cambiarse los unos por los otros.

Por otra parte, una edificación socialista coronada por el éxito no se concibe sin la integración en el sistema planificado del interés personal inmediato, del egoísmo del productor y del consumidor, factores que no pueden manifestarse útilmente si no disponen de este modo usual, flexible y seguro: el dinero. El aumento en el rendimiento de trabajo y la mejora de la calidad de la producción son absolutamente imposibles sin un patrón de medida que penetre libremente en todos los poros de la economia, es decir, sin una firme unidad monetaria. De esto resulta claramente que en la economía transitoria, como en el régimen capitalista, la única moneda verdadera es la que se basa en el oro. Toda otra moneda no será sino un sucedáneo. Es verdad que el Estado soviético es a la vez el dueño de las mercancías y de los órganos de emisión, lo que no cambia en nada la cuestión, pues las manipulaciones administrativas con respecto a los precios fijados a las mercaderías no crean absolutamente una unidad monetaria estable ni la reemplazan en el comercio interior, y mucho menos, en el exterior.

Privado de una base propia, es decir, de una base oro, el sistema monetario de la URSS, como el de diversos países capitalistas, tiene obligadamente un carácter cerrado: el rublo no existe para el mercado mundial. Si la URSS puede, mucho mejor que Alemania o Italia, soportar las desventajas de un sistema de esta clase, es en parte gracias al monopolio del comercio exterior y, principalmente, a las riquezas naturales del país; sólo estas riquezas le permiten no ahogarse entre las tenazas de la autarquía. Pero la tarea histórica no es la de no ahogarse, sino la de crear, frente a las mayores adquisiciones del mercado mundial, una potente economia, del todo racional, que asegure el mejor empleo del tiempo y con ello el impulso más elevado de la cultura.

La economía soviética es precisamente la que, a través de incesantes revoluciones técnicas y de experiencias grandiosas, necesita más de una verificación constante por medio de una unidad fija de valor. No se puede dudar, en teoría, de que si la URSS hubiese dispuesto de un rublo‑oro, el resultado de los planes quinquenales hubiese sido infinitamente mejor que hasta ahora. Pero no puede juzgarse sobre lo que no existe. Sin embargo, no hay que hacer de la pobreza virtud, pues esto nos llevaría a nuevas pérdidas y a nuevos errores económicos.

 

 

La inflación "Socialista"

 

La historia del sistema monetario soviético es, al mismo tiempo que la de las dificultades económicas, la de los éxitos y los fracasos, la de los zigzags del pensamiento burocrático.

La restauración del rublo en 1922‑24, en conexión con el paso a la NEP, está indisolublemente ligada a la restauración de las "normas del derecho burgués" en el dominio de la repartición de los artículos de consumo. El tchervonietz fue objeto de la atención del gobierno duran­te la orientación hacia el granjero. Por el contrario, durante el primer período quinquenal, se abrieron todas las compuertas de la inflación. De 700 millones de rublos a comienzos de 1925, la cifra total de emi­siones pasa, al iniciarse 1928, a la cifra relativamente modesta de 1.700 millones, igualando casi la circulación de papel moneda del Imperio en la víspera de la guerra, pero sin la antigua base metálica. Más adelante, la curva de la inflación da ‑de año en año‑ los siguientes saltos febriles: 2.000; 2.800; 4.300; 5.500; 8.400. La última cifra, 8.400 millones de rublos, se alcanza a principios de 1933. Aqui comienzan años de reflexión y de retirada: 6.690; 7.700; 7.900 millones (1935).

El rublo de 1924, tasado oficialmente en 13 francos, cae en no­viembre de 1935 a 3 francos, o sea, más de cuatro veces, casi tanto como el franco francés después de la guerra. Las dos cotizaciones, la antigua y la nueva, son muy convencionales; la capacidad de compra del rublo en precios mundiales no alcanza probablemente a 1,5 francos. Pero la importancia de la desvalorización señala, entretanto, cómo descendió vertiginosamente la divisa soviética hasta 1934.

En pleno aventurerismo económico, Stalin prometió mandar la NEP, o sea, el mercado, "al diablo". Toda la prensa habló, como en 1918, de la sustitución definitiva de la compra‑venta por una “repar­ticion socialista directa” cuyo signo exterior era la tarjeta de víveres. Se negó categóricamente la inflación como un fenómeno extraño al sistema soviético. "La estabilidad de la divisa soviética ‑decía Stalin en enero de 1933‑ está asegurada ante todo por las enormes cantida­des de mercancías que el Estado posee y pone en circulación a los precios fijados". Aunque este aforismo enigmático no haya sido ni de­sarrollado ni comentado (y en parte por esto mismo), se hizo la ley fundamental de la teoría monetaria soviética, o más exactamente, de la inflación negada. El tchernovietz no era en adelante un equivalente ge­neral, sino la sombra de una "enorme" cantidad de mercancías, lo que le permitía alargarse y encogerse como toda sombra. Si esta doc­trina consoladora tenía un sentido no era sino este: la moneda soviética habia dejado de ser una moneda; ya no era una medida de valor; los precios "estables" eran fijados por el gobierno; el tchernovietz no era ya sino el signo convencional de la economia planificada, una espe­cie de tarjeta de repartición universal; en una palabra, el socialismo había vencido "definitivamente y sin retorno".

Las ideas más utópicas del comunismo de guerra reaparecían so­bre un nueva base económica algo más elevada, es verdad, pero, por desgracia, todavía insuficiente para la liquidación de la moneda. Entre los dirigentes prevaleció la opinión de que la inflación no era de temer en una economia planificada. Es como decir que una vía de agua no es peligro a bordo, desde el momento que se tiene una brújula. En rea­lidad, la inflación monetaria, al conducir inevitablemente a la del cré­dito, sustituye valores ficticios a los valores reales y devora en el inte­rior la economia planificada.

De más está decir que la inflación significaba un verdadero im­puesto demasiado pesado sobre las masas trabajadoras. En cuanto a sus ventajas para el socialismo, son más que dudosas. El organismo de la producción continuaba creciendo rápidamente, es verdad, pero la eficiencia económica de las vastas empresas construidas recientemente era apreciada por medios estadísticos y no económicos. Manejando el rublo, es decir, dándole arbitrariamente diversas capacidades de ad­quisicion en las distintas capas de la población, la burocracia se privó de un instrumento indispensable para la medida objetiva de sus pro­pios exitos y fracasos. En ausencia de una contabilidad exacta, ausen­cia disimulada en el papel por las combinaciones del rublo “conven­cional” se llegaba en realidad a la pérdida del estímulo individual, al bajo rendimiento del trabajo y a una calidad todavía más baja de las mercancías.

Desde el primer periodo quinquenal, el mal tomó proporciones alarmantes. En julio de 1931, Stalin formuló sus “seis condiciones”, cuyo objeto era disminuir el precio de costo. Esas "condiciones" (sala­rio segun el rendimiento individual del trabajo, cálculo del precio de costo, etc.) no tenían nada de nuevo: las “normas del derecho bur­gués" databan de principios de la NEP y habían sido desarrolladas en el XII congreso del partido, a comienzos de 1923. Stalin no se adhirió a ellas sino en 1931, ante la eficacia decreciente de las inversiones en la industria. Durante los dos años siguientes, casi no hubo artículo en la prensa soviética que no invocase el poder salvador de las “condicio­nes”. Ahora bien, al continuar la inflación, las enfermedades que ella engendraba no se prestaban al tratamiento. Las severas medidas de represion tomadas contra los saboteadores no daban ya resultado.

Hoy  parece casi inverosímil que la burocracia, ademas de declarar la guerra al "anonimato" y al "igualitarismo" en el trabajo, es decir, el trabajo medio pagado con un salario “medio” igual para todos, haya echado al "diablo" a la NEP, o, dicho en otros términos, a la evaluación mo­netaria de las mercaderías, incluida la fuerza de trabajo. Al restable­cer con una mano “las normas burguesas” destruía con la otra su úni­co instrumento útil. La sustitución del comercio por los "almacenes reservados" y el caos de los precios hacían desaparecer necesariamen­te toda correspondencia entre el trabajo y el salario individual; y se mataba en el obrero el estímulo del interés personal.

Las prescripciones más severas referentes a los cálculos económi­cos, a la calidad de los productos, al precio de costo, al rendimiento del trabajo, oscilaban en el vacío. Lo que no impedía que los dirigen­tes imputasen todos los fracasos a la inejecución intencionada de las seis recetas de Stalin. La alusión más prudente a la inflación era un crimen. De la misma buena fe daban muestra las autoridades al acusar a veces a los maestros de escuela de descuido en las reglas de higiene, prohibiéndoles, a un tiempo, invocar la falta de jabón.

La cuestión del porvenir del tchernovietz había figurado en el primer plano en la lucha de las fracciones del partido bolchevique. La plataforma de la oposición (1927) exigía la "estabilidad absoluta de la unidad monetaria". Esta reivindicación se mantuvo como un leitmotiv durante los años siguientes. "Detener la inflación con mano de hierro (escribía el órgano de la oposición en el extranjero en 1932) y restable­cer una firme unidad monetaria, aunque fuese a costa de una atrevida redacción en la inversión de capitales..." Los apologistas de la “lentitud de tortuga” y los superindustrialistas parecían haber invertido los papeles. Respondiendo a la fanfarronada del mercado “echado al diablo”, la oposición recomendaba a la Comisión del Plan estampar en su sede una inscripción que dijera: “la inflación es la sífilis de la economía planificada”.

La inflación no tuvo, en la agricultura, consecuencias menos graves.

Cuando la política frente al campesinado se orientaba hacia el granjero acomodado, se suponía que la transformación socialista de la agricultura, sobre las bases de la NEP, se haría por la cooperación en decenas de años. Abrazando uno tras otro los dominios del stock, de la venta y del crédito, la cooperación debía al fin socializar la producción . El conjunto se llamaba el "plan de cooperación de Lenin". Sabemos que la realidad siguió un camino enteramente diferente, casi opuesto: el de la expropiación por la fuerza y de la colectivización integral. No se trató ya de la socialización progresiva de las diversas funciones económicas a medida que los recursos materiales y culturales la hacían posible: La colectivización se hizo como si se tratase de establecer inmediatamente el régimen comunista en la agricultura.

Lo que trajo como consecuencia, aparte de la destrucción de más de la mitad del ganado, un hecho más grave todavía: la indiferencia de los koljozniki (trabajadores de los koljozes) por la propiedad socializada y por los resultados de su propio trabajo. El gobierno efectuó una retirada desordenada. Los campesinos tuvieron de nuevo, a título privado, aves, cerdos, corderos y vacas. Recibieron parcelas contiguas a las habitaciones. El film de la colectivización se desarrolló en sentido inverso.

Por este restablecimiento de las empresas individuales, el gobierno aceptaba un compromiso, pagando en cierto modo un rescate por las tendencias individualistas del campesino. Como subsistian los koljozes, esta retirada podia a primera vista parecer secundaria. En todo caso, no sería acertado sobreestimar su alcance. Si se prescinde de la aristocracia del koljoz, las necesidades cotidianas del campesino medio se satisfacen en mayor medida por su trabajo "para sí mismo" que por su participación en el koljoz. A menudo sucede que los ingresos procedentes de su parcela, individual, sobre todo si se dedica a un cultivo técnico, a la horticultura o a la crianza, sean dos o tres veces más elevadas que su salario en la empresa colectiva. Este hecho constatado por la prensa soviética, hace resaltar con vigor por una parte el derroche bárbaro de la fuerza del trabajo de decenas de millones de hombres y, más todavía, de mujeres en los cultivos minúsculos, y por la otra el bajísimo rendimiento del trabajo en los koljozes.

Para levantar la gran agricultura colectiva fue preciso hablar nuevamente al campesino en un lenguaje inteligible, volver, en otros términos, del impuesto en especie al comercio, reabrir los mercados. En una palabra, pedirle al diablo la NEP, puesta prematuramente a su disposición. El paso a una contabilidad monetaria más o menos estable llegó a ser así la condición necesaria del desarrollo ulterior de la agricultura.

 

 

Rehabilitación del rublo

 

La sabia lechuza, como es sabido, emprende su vuelo a la puesta del sol. Así, la teoría del sistema "socialista" del dinero no adquirió su plena significación sino en el crepúsculo de las ilusiones de la inflación. Profesores obedientes habían conseguido edificar sobre las palabras de Stalin toda una teoría según la cual el precio soviético, a diferencia del precio del mercado, era sólo dictado por el plan o por las directivas; no era una categoría económica sino una categoría administrativa destinada a servir mejor al nuevo reparto de la renta nacional en interés del socialismo. A estos profesores se les olvidaba explicar cómo se puede "dirigir" los precios sin saber el precio de costo real, y como puede calcularse este precio si todos los precios, en vez de expresar la cantidad de trabajo socialmente necesario para la producción de artículos, expresan la voluntad de la burocracia. En efecto, el gobierno disponía para un nuevo reparto de la renta nacional, de. palancas tan potentes como los impuestos, el presupuesto y el sistema de crédito. Según el presupuesto de gastos de 1936, más de 37.600 millones se consagraban directamente a diversas ramas de la economía; otros miles de millones van indirectamente. Los mecanismos del presupuesto y del credito son suficientes para el reparto planificado de la renta nacional. En cuanto a los precios, mientras más honradamente expresen las relaciones económicas de hoy, mejor servirán a la causa del socialismo.

Sobre esto, la experiencia ya ha dicho su palabra decisiva. El precio "directivo" no ha tenido en la vida el aspecto impresionante que tenía en los sabios libros. Para una sola mercancía se establecían precios de diversas categorías. Entre sus intersticios se instalaba toda clase de especulación, parasitismo, favoritismo y otros vicios, y esto, más bien a título de regla que de excepción.. El tchernovietz, que debía ser la sombra estable de los precios firmes, no fue sino la sombra de sí mismo.

De nuevo fue necesario cambiar bruscamente de orientación, esta vez a causa de las dificultades nacidas de los éxitos económicos. El año 1935 abrióse con la supresión de las tarjetas de pan; las tarjetas de víveres se suprimieron para los otros productos en octubre, las tarjetas de abastecimiento en artículos de primera necesidad desaparecieron hacia enero de 1936. Las relaciones económicas de los trabajadores de las ciudades y de los campos con el Estado, volvían al lenguaje monetario. El rublo aparecía como el medio de actuar de la población sobre los planes económicos, comenzando por la calidad y cantidad de los artículos de consumo. La economia soviética no puede racionalizarse de ninguna otra manera.

El presidente de la Comisión del Plan declaraba en diciembre de 1935: "El sistema actual de relaciones entre los Bancos y la economía debe ser revisado y los Bancos están llamados en realidad a ejercer el control por el rublo". Así sucumbían las supersticiones del plan administrativo y las ilusiones del precio administrativo. Si la proximidad del socialismo significa en la esfera del dinero la aproximación del rublo y de la tarjeta de reparto, habría que considerar que las reformas de 1935 nos alejaban del socialismo. Pero esta apreciación sería groseramente erronea. La substitución de la tarjeta por el rublo no es sino la renuncia a una ficción y el franco reconocimiento de la necesidad de crear las bases primeras del socialismo volviendo a los métodos burgueses de reparto.

En la sesión del Comité Ejecutivo Central de los Soviets de enero de 1935, el Comisario del Pueblo de finanzas declaraba: "El rublo soviético está firme como ninguna otra divisa en el mundo". Sería un error tomar esto sólo como una fanfarronada. El presupuesto de la URSS señala cada año un excedente de ingresos sobre los gastos. El comercio exterior, poco importante, es verdad, tiene un balance activo. Las reservas de oro del Banco del Estado, que en 1926 no eran sino de 164 mil lones de rubios, pasan hoy del millar. La extracción de oro aumenta rápidamente; a este respecto la URSS espera ocupar el primer lugar en el mundo en 1936. El crecimiento de la circulación de las mercancías se ha hecho impetuoso después del renacimiento del mercado. La inflación está prácticamente detenida desde 1934. Existen los elementos para cierta estabilización del rublo. La declaración del Comisario de finanzas debe explicarse, sin embargo, por un exceso de optimismo. Si el rublo soviético tiene un potente apoyo en el despliegue general de la economía, el precio del costo excesivo de la producción viene a ser su talón de Aquiles. No llegará a ser la unidad monetaria m ás notable del mundo sino cuando el rendimiento del trabajo soviético, deje atrás el nivel mundial, es decir, cuando deba pensar en morir

Desde el punto de vista técnico, el rublo está todavía menos en estado de pretender la paridad. Con una reserva de oro de más de 100 millones, el país tiene cerca de 8.000 millones‑papel en circulación; la garantía no es, pues, sino del 12,5%. El oro del Banco del Estado es, mas que la base del sistema monetario, una reserva tangible para caso de guerra. Sin duda que el recurso del patrón oro, para dar más precisión a los planes económicos y simplificar las relaciones con el extranjero, no está excluido en teoría en una fase más elevada de la evolución. Antes de expirar, el sistema monetario puede recobrar otra vez el brillo del oro puro. En todo caso, este problema no está planteado para mañana.

No puede hablarse de la paridad oro en un porvenir cercano. Pero el rublo soviético puede adquirir una estabilidad siquiera relativa en la medida en que el gobierno trate de aumentar el porcentaje, aunque sea teorico, de la garantía, formando una reserva de oro; y en la medida que las emisiones se limiten por razones objetivas, independientes de la voluntad de la burocracia. Las ventajas serían enormes. Al renunciar a la inflación en adelante, el sistema monetario, aun privado de las ventajas de la paridad‑oro, contribuiría ciertamente a curar muchas llagas profundas en el organismo económico, resultado del subjetivismo burocrático de los años anteriores.

 

 

El movimiento Stajanov

 

“A la economía de tiempo -dice Marx- se reduce en definitiva toda la economía” es decir, la lucha del hombre contra la naturaleza en todos los grados de la civilización. Reducida a su base primordial, la historia no es sino la persecución de la economía del tiempo de trabajo. El socialismo no se justificaría por la sola supresión de la explotación; es preciso que asegure a la sociedad una mayor economía de tiempo que el capitalismo. Si no se llenase esta condición, la abolición de la explotación no sería sino un episodio dramático desprovisto de porvenir. La primera experiencia histórica de los métodos socialistas ha mostrado cuáles son sus vastas posibilidades. Pero la economía sovietica está lejos todavía de haber aprendido a sacar partido del tiempo, la materia prima más preciosa de la civilización. La técnica importada, principal medio de economía de tiempo, no da todavía en el terreno soviético los resultados que son normalmente suyos en su patria capitalista. En este sentido decisivo para la civilización entera, el socialismo no ha vencido todavía. Ha probado que puede y debe vencer. Hasta ahora no ha vencido. Todas las afirmaciones contrarias no son sino fruto de la ignorancia o la charlatanería.

Molotov que [hagámosle justicia] se emancipa a veces un poco más de la frase ritual que los otros líderes soviéticos, decía en la sesión del Ejecutivo, en enero de 1936: "El nivel medio del rendimiento del trabajo... entre nosotros, es todavía sensiblemente inferior a lo que es en Norteamérica y en Europa". Habría sido necesario precisar más o menos en estos términos: este nivel es tres, cinco y hasta diez veces inferior a lo que es en Europa y en Norteamérica, lo que hace que el precio de costo sea mucho más elevado entre nosotros. En el mismo discurso, Molotov hace esta confesión más general: “El nivel medio de cultura de nuestros obreros es todavía inferior al de los obreros de diversos países capitalistas”. Habría que agregar: su condición material media, también lo es. Sería superfluo subrayar el implacable rigor con que estas lúcidas palabras, pronunciadas incidentalmente, refutan la jactancia de innumerables personajes oficiales y las digresiones dulzonas de "amigos" extranjeros.

La lucha por el aumento en el rendimiento del trabajo, unida al cuidado de la defensa, constituye el contenido esencial de la actividad del gobierno soviético. En las diversas etapas de la evolución de la URSS, esta lucha ha revestido variadas formas. Los métodos de las “brigadas de choque”, aplicados durante la ejecución del primer, plan quinquenal y a principios del segundo, estaban fundados en la agitación, o en el ejemplo personal, la presión administrativa y toda clase de estímulos y privilegios concedidos a los grupos. Las tentativas para establecer una especie de trabajo por piezas sobre las bases de las “seis condiciones” de 1931, se toparon con una moneda fantasma y con la diversidad de precios. El sistema del reparto estatal de los productos sustituyó la flexible diferenciación de las remuneraciones del trabajo por "primas" que significaban en realidad el arbitrio burocrático. La caza al privilegio hacía entrar a las filas de los trabajadores de choque, en número creciente, a los más listos, premunidos de ciertas protecciones. Todo el sistema acabó por encontrarse en contradicción con los fines que se proponía.

La supresión de las tarjetas de abastecimiento, el comienzo de la estabilización del rublo y de la unificación de los precios, pudieron permitir el trabajo por piezas o a tarea. El movimiento Stajanov sucedió sobre esta base a las brigadas de choque. Persiguiendo el rublo, que adquiere una importancia más real, los obreros se muestran más atentos a sus máquinas y sacan un mejor partido de su tiempo. El movimiento Stajanov se reduce en gran parte a la intensificación del trabajo y aun a la prolongación de la jornada de trabajo: los stajanovistas ponen sus herramientas y sus útiles en orden, preparan las materias primas, dan [los brigadieres] sus instrucciones a las brigadas, fuera de las horas de trabajo. De la jornada de siete horas no queda a menudo sino el nombre.

El secreto del trabajo por piezas, este sistema de sobreexplotación sin imposición visible, no lo han inventado los administradores soviéticos. Marx lo consideraba como "el que corresponde mejor al modo capitalista de producción". Los obreros acogieron esta innovación sin simpatía y aun con una clara hostilidad: habría sido antinatural esperar otra actitud de su parte. Sin embargo, la participación de verdaderos entusiastas socialistas en el movimiento Stajanov no es discutible. Sería difícil decir si ellos son más que los arribistas y los simuladores. La masa principal de obreros aborda la nueva retribución del trabajo desde el punto de vista del rublo y, a menudo, tiene que constatar que el rublo se ha adelgazado.

Aunque el regreso del gobierno soviético al trabajo por piezas desde la "'victoria definitiva y sin vuelta del socialismo" pueda parecer a primera vista una retirada, es preciso repetir aquí lo que se ha dicho de la rehabilitación del rublo: no se trata de la renuncia al socialismo, sino del abandono de groseras ilusiones. La forma de salario, simplemente se adapta mejor a los recursos reales del país: "Nunca el derecho puede elevarse por encima del régimen económico".

Pero, los dirigentes medios de la URSS no pueden dejar el camuflaje social. El presidente de la Comisión del Plan, Mejlaouk, proclamaba en la sesión del Ejecutivo de 1936 que "el rublo viene a ser el único y verdadero medio de realizar el principio socialista (!) de la remuneración del trabajo." Si todo era real en las viejas monarquías, todo, hasta las vespasianas, no hay que deducir que todo se hace socialista por la fuerza de las cosas en el Estado Qbrero. El rublo es el “único y verdadero medio” de aplicar el principio capitalista de la remuneración del trabajo, aun sobre la base de las formas socialistas de la propiedad; ya conocemos esta contradicción. Para justificar el nuevo mito del trabajo por piezas “socialista” Mejlaouk agrega: "El principio fundamental del socialismo es el de que cada uno trabaje según sus capacidades y sea pagado según el trabajo realizado". ¡En verdad, a estos señores no les molesta la teoría! Cuando el ritmo de trabajo está determinado por la caza al rublo, las gentes no trabajan según sus “capacidades” es decir, según el estado de sus músculos y de sus nervios; sino que se violentan. Este método no puede justificarse en rigor, sino evocando la dura necesidad. Hacer de él un "principio fundamental del socialismo" es pisotear las ideas de una nueva y más alta cultura, hundiéndolas en el lodo habitual del capitalismo.

Stalin da otro paso adelante en esta vía cuando presenta el movimiento Stajanov como "preparacion de las condiciones de transición del socialismo al comunismo". El lector ve ahora cuán importante era dar definiciones científicas de las nociones de que se sirven en la URSS con fines de utilidad administrativa. El socialismo, o fase inferior del comunismo, exige sin duda, el mantenimiento de un riguroso control de las medidas del trabajo y del consumo, pero supone, en todo caso, formas más humanas de control que las que inventó el genio explotador del capitalismo. Ahora bien, vemos en la URSS un material humano atrasado, destinado implacablemente al uso de la técnica tomada al capitalismo. En la lucha por las normas europeas o americanas, los métodos clásicos de explotación, tales como el salario por piezas, se aplican bajo formas tan descubiertas y brutales que los sindicatos reformistas mismos no tolerarían en países burgueses. La observación de que los obreros de la URSS trabajan "por su propia cuenta" no está justificada sino en la perspectiva de la historia, y diremos, anticipándonos a nuestro tema, con la condición de que no se dejen subyugar por una burocracia todopoderosa. En todo caso, la propiedad estatal de los medios de producción no transforma el estiércol en oro y no rodea de una aureola de santidad el Sweating system (sistema del sudor) que agota la principal fuerza productiva: el hombre. En cuanto a la preparacion de la "transición del socialismo al comunismo" comienza exactamente al revés, es decir, no por la introducción del trabajo a destajo, considerado como un legado de la barbarie, sino por su abolición.

Es demasiado temprano para hacer el balance del movimiento Stajanov Pero se pueden destacar los rasgos que lo caracterizan y que caracterizan también al régimen en su conjunto. Ciertos resultados obtenidos por obreros son, a no dudarlo, de extremo interés por lo que indican como posibilidades accesibles sólo al socialismo. Pero hay que franquear un gran trecho entre estos resultados y su extensión a la economía entera. En la estrecha interdependencia de los procesos de la producción, el alto rendimiento ininterrumpido del trabajo no puede ser sólo el fruto de los esfuerzos individuales. El aumento del rendimiento medio es imposible sin reorganización de la producción en la fabricca y reorganización de las relaciones entre las empresas. Es infinitamente mais difícil elevar en algunos grados los conocimientos técnicos de millones de trabajadores que estimular a algunas centenas de obreros avanzados.

Los mismos jefes se quejan, lo hemos oído, de la cultura insuficiente de, los obreros soviéticos en el trabajo. No es sino una parte y la menor, de la verdad. El obrero ruso es comprensivo, listo y bien dotado. Algunas centenas de obreros rusos colocados en las condiciones de la producción norteamericana, por ejemplo, no tendrían necesidad sino de pocos meses, aun de semanas, para no dejarse distanciar por las categorías correspondientes de obreros norteamericanos. La dificultad reside en la organización general del trabajo. Ante las tareas modernas de la producción, el personal administrativo soviético es habitualmente mucho más atrasado que los obreros.

Con la nueva técnica, el salario por piezas debe llevar inevitablemente al crecimiento del nivel, muy bajo actualmente, del rendimiento del trabajo. Pero, para crear las condiciones necesarias, hace falta de parte de la administración, comenzando por los jefes de taller, para terminar con los dirigentes del Kremlin, una calificación más alta. El movimiento Stajanov no responde sino muy débilmente a esta necesidad. La burocracia trata fatalmente de saltar por sobre las dificultades que no está en estado de vencer. Como el salario por piezas no rinde por sí mismo los milagros inmediatos que se esperan, viene en su auxilio una presión administrativa frenética: primas y reclamos, por una parte, y castigos, por la otra.

Los comienzos del movimiento se señalaron por medidas drásticas de represión contra el personal técnico, los ingenieros y los obreros acusados de resistencia, sabotaje y, en ciertos casos, de asesinato de stajanovistas. La severidad de estas medidas demostraba la fuerza de la resistencia. Los dirigentes explicaban este pretendido "sabotaje" como una oposición política; en realidad, sus causas residían más que todo en dificultades técnicas, económicas y culturales, de las cuales una gran parte provenía de la misma burocracia. El sabotaje se deshizo pronto, según parece. Los descontentos tuvieron miedo; los clarividentes se callaron. Llovieron telegramas anunciando éxitos sin par. El hecho es que mientras se trató de pioneros aislados, las administraciones locales les dieron toda clase de facilidades, obedeciendo las órdenes recibidas, aun sacrificando intereses de los otros obreros de la mina o del taller. Pero, apenas los obreros se inscribieron como stajanovistas, por centenares y miles, las administraciones cayeron en un total desconcierto. No sabiendo poner orden a breve plazo en el régimen de la producción y sin la posibilidad objetiva de hacerlo, tratan en tal caso de violentar la mano de obra y la técnica. Cuando el mecanismo del reloj disminuye su marcha, se empujan las ruedecillas dentadas con un clavo. El resultado de las “jornadas” y de las décadas Stajanov es haber introducido en muchas empresas un caos completo. Lo que nos explica el hecho, extraño a primera vista, de que el crecimiento del número de stajanovistas va acompañado, frecuentemente, no de un aumento sino de una disminución del rendimiento general de las empresas.

El período "heroico" de este movimiento parece haber quedado atrás. La actividad cotidiana ha comenzado. Es preciso aprender. Los que tienen, sobre todo, mucho que aprender son los que enseñan a los otros. Y son ellos los que tienen menos deseos de aprender. El taller que retarda y paraliza a los otros en la economía soviética, se llama BUROCRACIA.

 

 

Capítulo V