CAPÍTULO VII

 

LA FAMILIA, LA JUVENTUD, LA CULTURA

 

Termidor en el hogar

 

La revolución de Octubre mantuvo con honradez su palabra con respecto a la mujer. El nuevo orden no se contentó con dar a la mujer los mismos derechos jurídicos y políticos que al hombre, sino que, más aún, hizo todo lo que podía y más que cualquier otro régimen para abrirle realmente el acceso a todas las conquistas económicas y culturales

Pero así como el "omnipotente" parlamento británico, la omnipotente revolución tampoco puede hacer de la mujer un ser idéntico al hombre o, mejor dicho, repartir por igual parte entre ella y su compañero  las cargas del embarazo, del parto, de la lactancia y de la educación de los hijos. La revolución intentó heroicamente destruir el antiguo "hogar familiar" podrido, institución arcaica, rutinaria y aplastante en la que la mujer de las clases trabajadoras estaba condenada a trabajos forzados desde la infancia a la vejez. A la familia, considerada como una pequeña empresa cerrada, debía reemplazarla, según la intención de los revolucionarios, un sistema acabado de servicios sociales: maternidades, casa cunas, jardines infantiles, restaurantes, lavanderías, dispensarios, hospitales, sanatorios, organizaciones deportivas, cinematógrafos, teatros, ete. La absorción completa de las funciones económicas de la familia por la sociedad socialista, enlazando a toda una generación por la solidaridad y la asistencia mutua, debía traer a la mujer, y por ende a la pareja, una verdadera emancipación del yugo secular. Mientras esta obra no se realice, cuarenta millones de parejas soviéticas permanecerán en su gran mayoría víctimas de las costumbres medievales, de la servidumbre y la histeria en la mujer, de las cotidianas humillaciones del hijo, de las supersticiones de ambos. No hay que permitirse ninguna ilusión a este respecto. Y es por esta razón, que las sucesivas modificaciones del estatuto familiar en la URSS caracterizan mejor que nada la verdadera naturaleza de la sociedad soviéti y la evolución de sus capas dirigentes.

No se había conseguido abolir la antigua familia. Y no por falta de buena voluntad, ni porque ella tuviese un firme arraigo en los corazones. Por el contrario, después de un corto período de desconfianza hacia el Estado y sus casa-cunas, sus jardines infantiles y sus diversos establecimientos las obreras, seguidas de las campesinas más avanzadas, apreciaron las inmensas ventajas de la educación colectiva y de la socialización de la economía familiar. Por desgracia, la sociedad resultó demasiado pobre y demasiado poco civilizada. Los recursos reales del Est do no correspondían a los planes ni a las intenciones del partido comunista.

La familia no puede abolirse; hay que reemplazarla. La verdadera emancipación de la mujer es imposible en el terreno de la "miseria socializada". La experiencia reveló pronto esta dura verdad formulada por Marx ochenta años atrás.

En las épocas de hambre, los obreros se alimentaban hasta donde es posible, en ciertos casos con sus familias, en los refectorios de fábricas o establecimientos análogos y este hecho se interpretó oficialmente como el advenimiento de las costumbres socialistas. No tenemos para qué detenernos aquí sobre las particularidades de diversos períodos (comunismo de guerra, NEP, el primer Plan Quinquenal...) a este respecto. El hecho es que desde la supresión de las tarjetas de pan en 1935, los obreros mejor pagados empezaron a volver a la mesa familiar. Sería erróneo ver en esta retirada la condena del sistema socialista que no había sido experimentado. Los obreros y sus mujeres no dejaban tampoco de juzgar implacablemente la "alimentación social" organizada por la burocracia. La misma conclusión se impone con respecto a las “lavanderías socializadas” donde se roba y destruye más la ropa e lo que se la jabona. ¡Vuelta al hogar! Pero la cocina y el lavado en casa, hoy alabados con cierto malestar por los oradores y periodistas soviéticos, significan la vuelta de las mujeres a las cacerolas y a las palanganas, es decir, a la antigua esclavitud. Hay que dudar de que la moción de la Internacional Comunista sobre “la victoria completa y sin vuelta del socialismo en la URSS” sea después de esto convincente para las madres de los arrabales.

La familia rural, ligada no solamente a la economía doméstica sino también a la agricultura, es mucho más conservadora que la familia urbana. Por regla general, sólo las comunas agrícolas poco numerosas establecieron al principio la alimentación colectiva y las guarderías. Se afirmaba que la colectivización debía traer consigo una transformación radical de la familia: ¿no se expropiaban a la vez las vacas y las aves del campesino? En todo caso, no faltaron comunicados sobre la marcha triunfal de la alimentación social en los campos. Pero cuando comenzó la retirada, la realidad rompió de pronto las brumas del bluff. En general, el koljoz no da al campesino más que el trigo que necesita y el forraje para sus bestias. La carne, los productos lácteos y las legumbres provienen casi por entero de la propiedad individual de los miembros de los koljoces. Desde el momento que los alimentos más importantes son el fruto del trabajo familiar no puede haber cuestión de alimentación colectiva. De modo que las parcelas minúsculas, al dar una nueva base al hogar, agobian a la mujer con un doble fardo.

El número de plazas fijas en las guarderías era, en 1932, de 600. y había cerca de cuatro millones de plazas de temporada durante el transcurso del trabajo de campo. En 1935, había cerca de 5.000 camas en las guarderías, pero las plazas permanentes eran como antes mucho menos numerosas. Por otra parte, las guarderías existentes en Moscú, en Leningrado y en los grandes centros, están lejos de satisfacer las exigencias más modestas. “Las guarderías, donde los niños se sienten peor que en la casa, no son sino malos asilos”, dice un gran diario soviético. Después de esto es natural que los obreros bien pagados se abstengan de enviar allí sus niños. Ahora bien, para la mas de los trabajadores, estos "malos asilos" son poco numerosos toda a. El Ejecutivo ha decidido recientemente que los niños abandonados y los huérfanos sean confiados a particulares; el Estado burocrático reconoce as4 en la persona de su órgano más autorizado, su incapacidad para desempeñar una de las funciones socialistas más importantes. El número de niños recibidos en los jardines infantiles ha pasado en cinco años, de 1930 a 1935, de 370.000 a 1.181.000. La cifra de 1930 asombra por su insignificancia. Pero la de 1935 es ínfima con respecto a las necesidades de las familias soviéticas. Un estudio profundo haría resaltar el hecho de que la mayor, y en todo caso la mejor parte, de los jardines infantiles está reservada para las familias de los funcionarios, de los técnicos, de los estajanovistas, etc.

El Ejecutivo ha debido igualmente constatar no hace mucho que “la decisión de poner término a la situación de los niños abandonados e insuficientemente vigilados se triplica débilmente”. ¿Qué oculta este nebuloso lenguaje? Sólo ocasionalmente sabemos por los sueltos publicados en los periódicos que “muchos miles de niños están en Moscú en s mismos hogares en condiciones extremadamente penosas” que las casas de los niños de la capital encierran 1.500 adolescentes que no saben qué harán y que están condenados a la calle; que en los meses del otoño de 1935 en Moscú y en Leningrado, "7300 padres han sido perseguidos y procesados por haber dejado a sus hijos sin vigilancia". ¿Qué utilidad han tenido estas acciones? ¿Cuántos miles de padres las han eludido? ¿Cuántos niños "colocados en el hogar en condiciones de las más penosas" no han sido registrados por la estadística? ¿En qué difíeren las condiciones "de lo más" penosas de las simplemente penosas? Todas preguntas sin respuesta. La infancia abandonada, visible o disimulada, constituye una plaga que alcanza enormes proporciones a causa de la gran crisis social, en virtud de la cual la antigua familia se disgrega mucho más rápidamente de lo que puede ser reemplazada por las nuevas instituciones.

Los mismos sueltos ocasionales de los periódicos, así como la crónica judicial, informan al lector de que la prostitución, última degradación de la mujer en provecho del hombre capaz de pagar, existe en la URSS. En el otoño pasado Izvestia publicó por sorpresa que "cerca de mil mujeres que se entregaban en las calles de Moscú al comercio secreto de su cuerpo" acababan de ser detenidas. Entre ellas había ciento diecisiete obreras, noventa y dos empleadas, cinco estudiantes, etc.

¿Qué las había lanzado a este tráfico?

El salario insuficiente, la necesidad de "procurarse algún suplemento para comprarse zapatos o trajes". En vano hemos tratado de conocer, aun en forma aproximada, las proporciones de este mal social.

La púdica burocracia soviética prescribe el silencio a la estadística. Pero este silencio obligado basta para atestiguar que la "clase" de las prostitutas soviéticas es numerosa. No puede tratarse aquí de una supervivencia del pasado, ya que las prostitutas se reclutan entre las mujeres jóvenes. Nadie piensa en hacer un cargo especial al régimen soviético por esta llaga tan antigua como la civilización, pero es imperdonable hablar del triunfo del socialismo mientras la prostitución subsista. Los periódicos afirman, en la medida en que les es permitido tratar de este tópico delicado, que la prostitución está decreciendo; es posible que ello sea cierto en comparación con los años de hambre y desorganización (1931-33). Pero la vuelta a las relaciones basadas en el dinero acarrea inevitablemente un nuevo aumento de la prostitución y de la infancia abandonada. ¡Donde hay privilegiados, hay también parias!

El gran número de niños abandonados es indiscutiblemente la prueba más trágica e infalible de la penosa situación de la madre. Aún la optimista Pravda se ve obligada a confesiones amargas sobre este asunto. “El nacimiento de un hijo es para muchas mujeres una seria amenaza ...”. Y es justamente por eso que el poder revolucionario ha conferido a la mujer el derecho al aborto, uno de sus derechos cívicos, políticos y culturales esenciales mientras duren la miseria y la opresión familiar, digan lo que digan los eunucos y los solterones de ambos sexos Pero este triste derecho viene a ser un privilegio por la desigualdad social. Las informaciones fragmentarias suministradas por la prensa sobre la práctica de los abortos son impresionantes: “ciento noventa y cinco mujeres mutiladas por las parteras aficionadas” de las cuales treinta y tres son obreras, veintiocho empleadas, sesenta y cinco campesinas de koljoces, cincuenta y ocho sirvientes, se hallan en un hospital del Ural. Esta región se diferencia de las otras sólo en que los informes han sido publicados. ¿Cuántas mujeres resultan mutiladas cada año por abortos mal hechos en toda la URSS?

Después de demostrar su incapacidad para procurar el socorro médico necesario e instalaciones higiénicas a las mujeres obligadas a recurrir al aborto, el Estado cambia bruscamente de ruta y entra en la vía de las prohibiciones. Uno de los miembros de la Corte Suprema soviética, Soltz, especializado en las cuestiones que se relacionan con el matrimonio, justifica la próxima prohibición del aborto diciendo que como en la sociedad socialista no hay desocupación, etc., la mujer no puede tener el derecho de rechazar los "goces de la maternidad". Filosofía de cura que dispone, por añadidura, del puño del gendarme. Acá amos de leer en el órgano del partido que el nacimiento de un hijo es para muchas mujeres (y sería justo decir para la mayoría) "una amenaza". Acabamos de oír a una alta autoridad soviética constatar “que la liquidación de la infancia abandonada se realiza débilmente”, lo que significa ciertamente un crecimiento; y he aquí que un alto magistrado nos anuncia que en el país donde "es dulce vivir" los abortos deben ser castigados con prisión, exactamente como en los países capitalistas donde es triste vivir. Se ve de antemano que en la URSS como en Occidente, serán siempre las obreras, las campesinas, las domésticas, a quienes será difícil ocultar su pecado, quienes caerán en manos de los carceleros. En cuanto a "nuestras mujeres" que piden perfumes de buena calidad y otros artículos de este género, continuarán haciendo lo que les plazca bajo la mirada de una justicia benévola. “Necesitamos hombres” agrega Soltz, olvidándose de los niños abandonados. Millones de trabajadores podrían responder, si la burocracia no hubiese silenciado sus labios: ¡Pues, haced los niños vosotros mismos! Estos señores han olvidado que el socialismo debería eliminar las causas que empujan a la mujer al aborto y no hacer intervenir con abyección al policía en la vida íntima de la mujer para imponerle los "goces de la maternidad".

El proyecto de ley sobre el aborto fue sometido a una discusión pública. El filtro de la prensa soviética tuvo que dejar pasar amargas quejas y ahogadas protestas. La discusión cesó tan bruscamente como había empezado. El 27 de junio de 1936 el Ejecutivo hizo de un proyecto infame, una ley tres veces infame. Varios abogados patentados de la burocracia, llegaron hasta a incomodarse. Luis Fisher escribió diciendo que la nueva ley era en suma un deplorable malentendido. En verdad, esta ley dirigida contra la mujer, pero que instituye para las señoras un régimen de excepción, es uno de los legítimos frutos de la reacción termidoriana.

La rehabilitación solemne de la familia que tuvo lugar, ¡oh coincidencia providencial!, junto con la del rublo, resulta de la insuficiencia material y cultural del Estado. En vez de decir: “Somos aún demasiado indigentes y demasiado incultos para establecer relaciones socialistas entre los hombres, nuestros hijos o nietos lo harán”, los jefes del régimen hacen recomponer los trastos rotos de la familia e imponen, bajo rigurosas amenazas, el dogma de la familia, fundamento sagrado del socialismo triunfante. ¡Con trabajo se mide lo profundo de esta retirada!

La nueva evolución arrastra a todo y a todos, al literato igual que al legislador, al juez y a la milicia, al periódico y a la enseñanza. Cuando un joven comunista honrado y cándido se permite escribir a su periódico: “haríais mejor en abordar la solución de este problema: ¿Cómo puede evadirse la mujer de las tenazas de la familia?”, recibe un par de amenazas y se calla. El alfabeto del comunismo es declarado una exageración de izquierda. Los duros y estúpidos prejuicios de las clases medias incultas renacen bajo el nombre de nueva moral. ¿Y qué ocurre en la vida cotidiana de los rincones perdidos del inmenso país? La prensa no refleja sino en una ínfíma medida la profundidad de la reacción termidoriana en el dominio de la familia.

Así como la noble pasión de los predicadores crece en intensidad a medida que aumentan los vicios, el séptimo mandamiento se hace muy popular entre la capa dirigente. Los moralistas soviéticos no hacen sino remozar ligeramente la fraseología. Se abre una campaña contra los divorcios demasiado fáciles o frecuentes. El pensamiento creador del legislador anuncia ya una medida "socialista" que consiste en hacer pagar el registro del divorcio y aumentar los gastos legales en caso de repetición. No nos hemos equivocado, pues, al hacer notar que la familia renace junto con afirmarse de nuevo el papel educativo del rublo. La tasa no será una molestia para los medios dirigentes, debemos esperarlo. Las personas que disponen de buenos departamentos, de autos y de otros elementos de confort, arreglan por otra parte sus negocios privados sin publicidad superflua y, por lo tanto, sin registro. La prostitución no pone su marca humillante y penosa sino en los bajos fondos de la sociedad soviética; en las cumbres, donde el poder se une al confort, reviste la forma elegante de menudos servicios recíprocos y aun el aspecto de la "familia socialista". Sosnovski ya nos ha hecho conocer la importancia del factor "auto-harén" en la degeneración de los dirigentes.

Los "amigos" líricos y académicos de la Unión Soviética tienen ojos para no ver nada. La legislación del matrimonio instituida por la Revolución de Octubre y que fue en su tiempo un objeto de legítimo orgullo para la revolución, se transforma y desfigura con lo mucho que se toma del tesoro legislativo de los países burgueses. Y como para juntar la burla a la traición, los argumentos mismos que sirvieron en otro tiempo para defender la libertad incondicional del aborto y del divorcio (“la emancipación de la mujer” la “defensa de los derechos de la personalidad” la "protección de la maternidad") se repiten hoy día para limitar o prohibir el uno y el otro.

El retroceso reviste formas de asquerosa hipocresía y va, mucho más lejos de lo que exige la dura necesidad económica. A las razones objetivas de la vuelta a las normas burguesas, tales como el pago de pensiones alimenticias al niño, se agrega el interés social de los medios dirigentes en profundizar el derecho burgués. El motivo más imperioso del culto actual a la familia es, sin duda alguna, la necesidad que experimenta la burocracia de una jerarquía estable de las relaciones sociales y de una juventud disciplinada por cuarenta millones de hogares que sirvan de puntos de apoyo a la autoridad y al poder.

Mientras creyóse confiar al Estado la educación de las nuevas generaciones, el poder, lejos de cuidarse de mantener la autoridad de los mayores, del padre y de la madre en particular, trató por el contrario de separar a los hijos de la familia para prepararlos contra las viejas costumbres. Todavía recientemente, en el primer período quinquenal, la escuela y las juventudes comunistas hacían llamamientos a los niños para desenmascarar al padre alcohólico o la madre creyente, avergonzarlos, tratar de “reeducarlos”. Otra cosa es saber con qué éxito. En todo caso, este método echaba por tierra las bases de la autoridad familiar. El . quinto mandamiento se ha puesto en vigor junto con el séptimo, cierto que sin invocación de la autoridad divina por el momento; pero la escuela francesa también prescinde de este atributo, lo que no le pide inculcar la rutina y el conservadurismo.

El cuidado por la autoridad de los mayores ha acarreado ya un cambio de política con respecto a la religión. La negación de Dios, de sus auxiliares y de sus milagros fue el elemento de división más grave que el poder revolucionario hizo intervenir entre padres e hijos. Anticipándose al progreso de la cultura, de la propaganda seria y de la educación científica, la lucha contra la iglesia, dirigida por hombres del tipo de Yarovlaski, degeneraba a menudo en ridiculeces y vejaciones. El asalto los cielos ha cesado como cesó el asalto a la familia. Cuidadosa de su reputación, la burocracia ha ordenado a los jóvenes ateos deponer as armas y ponerse a leer. No es sino un comienzo. Se instituye poco a poco un régimen de neutralidad irónica con respecto a la religión. Primera etapa. No sería difícil predecir la segunda y la tercera si el curso de las cosas no dependiese sino de las autoridades establecidas.

La hipocresía de las opiniones dominantes crece siempre al cuadrado o al cubo de los antagonismos sociales: tal es, más o menos la ley histórica del desarrollo de las ideas traducida en términos matemáticos. El socialismo, para merecer este nombre, significa relaciones desinteresadas entre los hombres, amistad sin envidia ni intriga, amor sin cálculo envilecedor. La doctrina oficial declara que estas normas ideales ya se han realizado, con tanta más autoridad cuanto más enérgicas son las protestas de la realidad contra semejantes afirmaciones. El nuevo programa de las juventudes comunistas soviéticas, adoptado en abril de 1936, dice: "Una nueva familia, de cuyo desarrollo se preocupa el estado soviético, se crea en el terreno de la igualdad real del hombre y la mujer." Un comentario oficial agrega: "Nuestra juventud no seguía en la elección del compañero o de la compañera sino por el amor. El matrimonio burgués por interés no existe para nuestra nueva generación". (Pravda, 4 de abril de 1936). Es bastante exacto mientras se trate de jóvenes obreros y obreras. Pero el matrimonio por interés está bastante poco extendido entre los obreros de los países capitalistas. Por el contrario, es muy diferente en las capas medias y superiores de la sociedad soviética. Las nuevas agrupaciones sociales subordinan automáticamente el dominio de las relaciones personales. Los vicios engendrados por el poder y el dinero en torno a las relaciones sexuales, prosperan en la burocracia soviética como si se tratase de alcanzar a la burguesía de Occidente.

En contradicción absoluta con la afirmación de la “Pravda” que acabamos de citar, "el matrimonio por interés" ha resucitado, como lo reconoce la prensa soviética, ya sea por necesidad o por un acceso de franqueza. La profesión, el salario, el empleo, el número de galones en la manga, adquieren una significación creciente, pues las cuestiones calzado, pieles, habitaciones, baños, y ¡oh sueño supremo! auto, están  relacionadas. La sola batalla por un cuarto une y desune no pocas parejas en Moscú cada año. La cuestión de los parientes ha adquirido una importancia excepcional. Es bueno tener por suegro un oficial o un comunista influyente, por suegra la mujer de un personaje importante. ¿Quién puede extrañarse? ¿Podría ser de otro modo?

La desunión y la destrucción de las familias soviéticas en las cuales el marido, miembro del partido, miembro activo del sindicato, oficial o administrador, se ha desenvuelto, ha adquirido nuevos gustos, mientras que la mujer, oprimida por la familia ha permanecido en su antiguo nivel, forma un capítulo muy dramático del libro de la sociedad soviética. El camino de dos generaciones de la burocracia soviética esta marcado por las tragedias de las mujeres atrasadas y abandonadas. El mismo hecho se observa hoy día en la nueva generación. En las esferas superiores de la burocracia, se encontrará, sin duda, más grosería y crueldad, en donde los advenedizos poco cultos que consideran que todo les es permitido, forman un elevado porcentaje. Los archivos y las memorias revelarán un día verdaderos crímenes cometidos contra las antiguas esposas y las mujeres en general por los predicadores de la moral familiar y de los "goces" obligatorios "de la maternidad".

No; la mujer soviética todavía no es libre. La igualdad completa presenta todavía más ventajas para las mujeres de las capas superiores que viven del trabajo burocrático, técnico, pedagógico, intelectual en general, que para las obreras y particularmente para las campesinas. Mientras la sociedad no esté en estado de asumir las cargas materiales de la familia, la madre no puede desempeñar con éxito una función social sino con la condición de disponer de una esclava blanca, nodriza, criada, o cocinera. De los cuarenta millones de familias que forman la población de la Unión Soviética, un 5% y tal vez un 10% basan directa o indirectamente su bienestar en el trabajo de esclavas domésticas. El número exacto de domésticas en la Unión Soviética sería tan útil de conocer para apreciar desde un punto de vista socialista la situación de la mujer, como toda la legislación soviética por progresista que sea. ¡Pero es justamente por eso que la estadística oculta a las criadas en la rúbrica de las obreras o de "diversos"!.

La condición de la madre de familia, comunista respetada, que tiene una criada, un teléfono para hacer sus pedidos a los almacenes un auto para sus diligencias, etc. tiene poca similitud con la de la obrera que va a los almacenes, hace su comida, trae sus chicos del kindergarten a la casa (cuando hay kindergarten para ellos). Ningún rótulo socialista puede ocultar este contraste social no menos grande que el que distingue en todo país de Occidente a la dama burguesa de la proletaria.

La verdadera familia socialista, liberada por la sociedad de las pesadas y humillantes cargas cotidianas no tendrá necesidad de ninguna reglamentación y la sola idea de leyes sobre el aborto o el divorcio no aparecerá mejor que el recuerdo de las casas de tolerancia o de los sacrificios humanos. La legislación de Octubre había dado un paso atrevido. El estado atrasado del país desde el punto de vista económico y cultural, ha provocado una cruel reacción. La legislación termidoriana se retira hacia los modelos burgueses, no sin cubrir su retirada de engañosas frases sobre la santidad de la "nueva" familia. La inconsistencia socialista se disimula aquí todavía bajo una responsabilidad hipócrita

Observadores sinceros se impresionan, sobre todo en lo que respecta a los niños, de la contradicción entre los elevados principios y la triste realidad. El hecho de recurrir a extremos rigores penales contra los niños abandonados, puede sugerir la idea de que la legislación socialista en favor de la mujer y el niño no es sino hipocresía. Observadores de un punto de vista opuesto quedan seducidos por la amplitud y la generosidad de propósitos que toman forma de leyes y órganos administrativos; a la vista de madres prostitutas y niños abandonados, estos optimistas se dicen que el crecimiento de las riquezas materiales dará poco a poco vitalidad a las leyes socialistas. No es fácil decir cuál de estas dos maneras de pensar es la más falsa y la más perjudicial. Es preciso sufrir de ceguera histórica para no ver la envergadura y la audacia del propósito social, la importancia de las primeras fases de su realización y de las vastas posibilidades que se abren. Pero tampoco puede dejar de indignar el optimismo pasivo y en » realidad indiferente de lo que cierran los ojos ante el crecimiento de las contradicciones sociales y se consuelan con ayuda de perspectivas de un porvenir cuya llave proponen ceder respetuosamente a la burocracia... ¡Como si la igualdad del hombre y la mujer no hubiese llegado a ser, ante la burocracia, una igualdad en la negación de todo derecho!

Cuántas cosas nos dice la historia sobre los esfuerzos de los trabajadores que, tratando de sacudir el yugo a costa de su sangre, no conseguirán en realidad sino cambiar de cadenas. En definitiva, la historia no nos cuenta otra cosa. Pero, cómo liberar efectivamente al niño, a la mujer, al hombre, sobre esto carecemos de ejemplos positivos. Toda la experiencia del pasado es negativa e impone a los trabajadores la desconfíanza hacia los tutores privilegiados y sin control.

 

 

La lucha contra la juventud

 

Todo partido revolucionario encuentra, desde un principio, apoyo en la joven generación de la clase ascendente. La senilidad política se expresa por la pérdida de capacidad para arrastrar a la juventud. Los partidos de la democracia burguesa, eliminados de la escena se ven obligados a abandonar la juventud a la revolución o al fascismo. El bolchevismo, en la ilegalidad, fue siempre el partido de los jóvenes obreros. Los mencheviques se apoyaban en los medios superiores y más maduros de la clase obrera, no sin cierto orgullo y mirando desde lo alto a los bolcheviques. Los acontecimientos señalaron su error en forma implacable: en el momento decisivo, la juventud arrastró a los hombres maduros y hasta a los viejos.

El trastorno revolucionario imprimió un formidable impulso a las nuevas generaciones soviéticas, arrancándolas de un solo golpe a las costumbres conservadoras y revelándoles este gran secreto (el primero de los secretos de la dialéctica): que no hay nada eterno en la Tierra y que la sociedad está hecha de materiales plásticos. ¡Qué torpe es la teoría de las razas invariables a la luz de las experiencias de nuestra época!. La Unión Soviética es un crisol prodigioso en donde se funden los caracteres de decenas de nacionalidades. La mística del "alma eslava" es arrastrada como escoria.

Pero el impulso recibido por las jóvenes generaciones no ha encontrado todavía salida en su correspondiente obra histórica. La juventud es muy activa, es verdad, en el terreno económico. La Unión Soviética tiene siete millones de obreros de menos de 23 años: , 3.140.000 en la industria, 700.000 en los ferrocarriles, 700.000 en las construcciones. En las nuevas fábricas gigantes, los obreros jóvenes forman cerca de la mitad de la mano de obra. Los koljoces cuentan hoy día 1.200.000 jóvenes comunistas. Centenas de miles de jóvenes comunistas han sido movilizados en los últimos años en las construcciones, las hulleras, los bosques, las explotaciones auríferas, en el Artico en Sajalin o sobre el río Amur donde se construye una ciudad nueva, Komsomolsk. La nueva generación proporciona trabajadores de choque, obreros adiestrados, stajanovistas, contramaestres, administradores subalternos. A la vez estudia, y con aplicación en la mayoría de los casos. Tal vez es más activa todavía en el dominio de los deportes, sobre todo en los más audaces como el paracaidismo y los más belicoso como el tiro. Los intrépidos y emprendedores parten en expediciones peligrosas de toda índole.

"La mejor parte de nuestra juventud ‑decía recientemente el conocido explorador de las regiones polares, Schmidt‑ aspira al trabajo difícil". Esto es verdad, en efecto. Sin embargo, la generación post‑revolucionaria permanece todavía bajo tutela en todos los dominios. Qué hacer y cómo hacerlo, todo le está indicado por sus superiores. La política, forma suprema del comando, permanece integralmente en manos de lo que se llama la vieja guardia. Y junto con, dirigir a la juventud discursos muy cordiales y a veces muy halagadores, guardan celosamente su monopolio.

Como Engels no concebía el desarrollo de la sociedad socialista sin "decrecimiento" del Estado, es decir, sin substitución de todas las instituciones policiales por la auto‑administración de productores y consumidores, atribuía la terminación de esta obra a la generación joven “que crecerá en las nuevas condiciones de libertad y se hallará en estado de apartar todo el antiguo fárrago del estatismo”. Aquí Lenin agrega: "de todo estatismo, comprendiendo el de la república democrática...". Tal era, en suma, la idea que Engels y Lenin tenían de la perspectiva de la edificación de la sociedad socialista: la generación que, ha conquistado el poder, la vieja guardia, comienza la liquidación del Estado; la generación siguiente acaba la tarea.

¿Qué hay de esto en realidad? El 43% de la población de la Unión Soviética ha nacido después de la Revolución de Octubre. Si se fija el límite de las generaciones en 23 años, aparece que más del 50% dela humanidad soviética no alcanza este límite. Más de la mitad de la población no tiene, pues, experiencia de otro régimen que no sea el de los soviets. Pero, justamente estas nuevas jóvenes generaciones no se forman “en las condiciones de libertad”, como pensaba Engels; se forman, por el contrario, bajo el yugo intolerable de la capa dirigente que, según la ficción oficial, ha hecho la Revolución de Octubre. En la fábrica, en el koljoz, en el cuartel, en la universidad, en la escuela y aun en el kindergarten, ya que no en la guardería, las virtudes principales son la fidelidad al jefe y la obediencia sin discusión. Muchos de los aforismos pedagógicos de los últimos tiempos podrían haber sido copiados de Goebbels, si Goebbels mismo no los hubiese sacado en gran parte de los colaboradores de Stalin.

La enseñanza y la vida social de los escolares y estudiantes están profundamente impregnadas de formalismo e hipocresía. Los niños han aprendido a participar en una cantidad de reuniones desesperantes de aburrimiento, con su inevitable presidencia de honor, su ensalzamiento de los jefes amados, sus debates conformistas estudiados de antemano durante los cuales, así como entre los adultos, se dice una cosa y se piensa otra. Si los más inocentes círculos de escolares tratan de crear un oasis en este desierto, se atraen crueles medidas de represión. La G.P.U. interviene en la escuela llamada "socialista" para introducir un terrible elemento de desmoralización por medio de la denuncia y la traición. Los más reflexivos de entre los pedagogos y autores de libros para niños, a despecho de su optimismo oficial, no siempre ocultan su espanto ante la coacción, la hipocresía y el tedio que abruman a las escuelas.

Desprovistas de la experiencia de la lucha de clases y de la revolucion, las jóvenes generaciones sólo podrían madurar en una participación consciente de la vida social en el seno de una democracia soviética, estudiando las experiencias del pasado y las lecciones del presente. El pensamiento y el carácter no pueden desarrollarse sin crítica.

Ahora bien, carece la juventud soviética de la más elemental posibilidad de intercambiar ideas, de equivocarse, de rectificar o verificar los errores , tanto los propios como los ajenos. Todas las cuestiones, le conciernan o no, son resueltas sin ella. Sólo se le permite ejecutar y cantar alabanzas. La burocracia estrangula a quien hace alguna crítica. Todo lo que hay de sobresaliente o de rebelde en la juventud es sistemáticamente reprimido, eliminado o exterminado físicamente. Así se explica el hecho de que los millones y millones de miembros de las juventudes comunistas no hayan hasta hoy formado ni una sola personalidad relevante.

Al lanzarse en la técnica, en las ciencias, en la literatura, en los deportes, en el ajedrez, la juventud aparece haciendo el aprendizaje de grandes actividades. En estos dominios, rivaliza con la antigua generación, mal preparada, a la cual deja atrás. Pero en su contacto con la p lítica se quema los dedos. Le quedan, pues, tres posibilidades: asimilarse a la burocracia y hacer carrera; someterse en silencio, absorbiendose en el trabajo económico, científico o en su pequeña vida privada; o lanzarse a la ilegalidad, aprender a combatir y templarse para el porvenir. La carrera burocrática no está abierta sino para una pequeña minoría; en el polo opuesto, una pequeña minoría va a la oposicion. El grupo intermediario es muy heterogéneo. Ocultos pero signifícativos procesos que fijarán en gran parte el porvenir de la Unión Sovietica se realizan bajo el rodillo compresor.

Las tendencias ascéticas de la época de la guerra civil, cedieron el campo en el período de la NEP a un estado de espíritu más epicúreo, por no decir más vividor. El primer período quinquenal fue de nuevo el de un ascetismo involuntario, pero sólo para las masas y la juventud. Los dirigentes habian instalado su bienestar personal. El segundo período quinquenal se tiñe de una viva reacción contra el ascetismo. La preocupación por obtener ventajas personales invade a todos y especialmente a los jóvenes. La pequeña minoría de la joven generación que consigue elevarse por encima de las masas tiene la posibilidad de ingresar a los medios dirigentes. Además, la burocracia forma y selecciona conscientemente a sus funcionarios y sus arribistas.

"La juventud soviética ignora el deseo de enriquecerse, la mezquindad pequeño‑burguesa, el bajo egoísmo", aseguraba el principal informante en el Congreso de las Juventudes Comunistas de abril de 1936. Estas, palabras suenan a falso ante la voz de orden que domina hoy: "comodidad y buena vida", ante el método de trabajo por piezas, de las primas y las condecoraciones. El socialismo no es ascético, antes bien, se opone profundamente al ascetismo cristiano como a toda religión por su apego a este mundo y sólo con él la persona humana no comienza n el anhelo por la vida cómoda, sino en donde este anhelo concluye. Eso sí: ninguna generación puede saltar por sobre su propia cabeza. Todo el movimiento Stajanov está fundado por ahora en el "bajo egoísmo". Su único padrón de medida, que es el número de pantalones y de corbatas ganados por el trabajo, confirma la "mezquindad pequeño‑burguesa". Aceptemos que esta fase sea históricamente necesaria; pero, hay que verla tal cual es. El restablecimiento de las relaciones comerciales abre la posibilidad de un mejoramiento M bienestar individual. Si los jóvenes soviéticos quieren en su mayor parte llegar a ser ingenieros, no es porque la edificación socialista les seduzca tanto, sino más bien porque los ingenieros son mucho mejor pagados que los medicos o los maestros. Cuando tendencias de esta clase se precisan en i una atmósfera de opresión espiritual y de reacción ideológica, mientras los dirigentes hacen conscientemente el juego de los arribistas, la formación de una "cultura socialista" queda reducida a una educación egoísta de lo más antisocial.

Sería, sin embargo, calumniar a la juventud soviética presentarla como dominada exclusiva o principalmente por los intereses personales, ya que en su conjunto es generosa, intuitiva, emprendedora. El arribismo parece en la superficie, pero en sus profundidades se nutren variadas tendencias, todavía sin forma, pero cuyo heroísmo busca emplearse. El nuevo patriotismo soviético se nutre, en parte, de estas aspiraciones. Pero aun siendo sincero, dinámico y profundo, sufre de la desinteligencia entre viejos y jóvenes.

Los pulmones sanos de la juventud encuentran irrespirable la atmósfera de hipocresía inseparable de Termidor, o sea, de la reacción que se adorna con el manto de la revolución. El agudo contraste entre las consignas socialistas y la realidad viviente arruina la confianza en los cánones oficiales. Muchos jóvenes adoptan una actitud desdeñosa con respecto a la política y afectan en sus maneras la grosería y hasta la licencia. En muchos casos, tal vez en la mayoría, el indiferentismo y el cinismo no son sino formas primitivas del descontento y del deseo contenido de caminar por su propia cuenta. La exclusión de las juventudes del partido, el arresto y el destierro de centenares de miles de jóvenes "guardias blancos" y de “oportunistas” por una parte, y de bolcheviques leninistas, por la otra, demuestran que las fuentes de la oposicion política consciente de derecha y de izquierda no se agotan. Por el contrario, han brotado con nueva fuerza durante los últimos dos o tres años. Los más impacientes, los más ardientes, los menos equilibrados, heridos en sus sentimientos y en sus intereses se inclinan a la venganza terrorista. Tal es, más o menos, el análisis del estado de espíritu de la juventud soviética ante la política.

La historia del terrorismo individual en la Unión Soviética va marcando las etapas de la evolución general del país. Al despuntar el poder de los soviets, los blancos y los socialistas revolucionarios organizan atentados terroristas durante la guerra civil. Cuando las antiguas clases poseedoras pierden toda esperanza de restauración, el terrorismo cesa. Los atentados de los kulaks, que han perdurado hasta hace poco , han tenido un carácter local, como integrando una guerrilla contra el régimen. El más reciente terrorismo no se apoya ni en las antiguas clases dirigentes ni en los campesinos acomodados. Los terroristas de esta generación se reclutan exclusivamente entre la juventud soviética, entre las juventudes comunistas y el partido, aun entre los hijos de dirigentes. El terrorismo individual, incapaz de resolver los problemas que aborda, tiene sin embargo una importancia sintomática en cuan o caracteriza la aspereza del antagonismo entre la burocracia y las amplias masas populares y, en especial, la juventud.

En suma, embriaguez económica, paracaidismo, expediciones polares, indiferentismo demostrativo, "romanticismo del golfo", mentalidad terrorista y actos terroristas ocasionales, todo esto prepara una explosión de descontento de los jóvenes contra la insoportable tutela de los viejos, La guerra podría servir de válvula de escape para los vapores del descontento, pero no por mucho tiempo, pues la juventud adquiriría pronto la pasta de combatiente, y la autoridad que hoy día le falta, en tanto que la reputación de la mayor parte de los viejos sufriría daños irreparables. En el mejor de los casos, la guerra no concedería sino una moratoria a la burocracia; terminadas las hostilidades, el conflicto sería más agudo.

Sería unilateral reducir el problema de la Unión Soviética al de las generaciones, ya que entre los viejos la burocracia cuenta con bastantes adversarios conocidos u ocultos, del mismo modo que hay centenares de millares de burócratas completos entre los jóvenes. Pero de cualquier parte que salga el ataque contra las capas dirigentes, de la derecha o de la izquierda, los asaltantes reclutarán sus fuerzas principales en la juventud oprimida, descontenta y privada de derechos políticos. La burocracia lo comprende perfectamente, pues tiene una sensibilidad extrema por todo lo que la amenaza. Ella trata de consolidar de antemano sus posiciones y sus trincheras capitales y sus plataformas de cemento se levantan justamente frente a la joven generación.

Ya hemos mencionado el X Congreso de las Juventudes Comunistas que se reunió en abril de 1936 en el Kremlin. Naturalmente, nadie ha trata o de explicar por qué, contrariamente a los estatutos, el congreso no se había reunido cinco años. Por el contrario, luego quedó de manifiesto que se reunía, seleccionado y filtrado con gran cuidado, para despojar de la acción política a la juventud. Según sus nuevos estatutos, el Komsomol, las J.C., pierden, aun jurídicamente, todo derecho de participar en la vida social. En adelante, la instrucción y la educación son sus únicas esferas de acción. El Secretario General de las J.C. declaró por orden de sus superiores: "Debemos ... dejamos de habladurías sobre el plan industrial y financiero, la base del precio de costo, el equilibrio de las cuentas, las siembras, y demás quehaceres del gobierno, como si nosotros las decidiéramos". ¡El país entero podría repetir estas últimas palabras! La orden arrogante de "dejarse de habladurías" que no suscitó ningún entusiasmo en el archi‑sumiso congreso, parece tanto más extraña cuanto que la ley soviética señala la mayoría política a los 18 años concediendo a partir de esa edad el derecho de voto a los jóvenes de ambos sexos, mientras que la edad límite e las juventudes comunistas era, según los antiguos estatutos, de 23 años, edad que un tercio de los miembros de la organización había ya cumplido. El congreso llevó a cabo, simultáneamente, dos reformas: legalizó la participación de los adultos en las juventudes, aumentando así el número de komsomols electores y privó a la organización del derecho de inmiscuirse no solamente en política general (en lo que no había discusión), sino aún en las cuestiones corrientes de la economía. La elevación de la edad límite, fue dictada por la dificultad creciente de pasar automáticamente del Komsomol al partido. La supresión de los últimos derechos políticos, aún en apariencia, responde a la voluntad de someter completamente las J.C. al partido depurado. Las dos medidas,, aunque contradictorias, tienen la misma causa y es el miedo que la joven generación inspira a la burocracia.

Los informantes del congreso, cumpliendo la misión confiada por Stalin, según ellos (advertencia que excluía toda discusión), explicaron el objeto de la reforma con una franqueza que más bien asombra: “No tenemos necesidad de un segundo partido”. Era reconocer que, según la opinión de los dirigentes, el Komsomol, amenazaba con ser un segundo partido si no se le reducía definitivamente. Y como para determinar las posibles tendencias de este partido virtual, el informante agrega esta advertencia: “Trotsky trató en su tiempo de inculcar a la juventud, con la cual flirteaba por demagogia, la idea antileninista y antibolchevique de la necesidad de un segundo partido.”, etc. La alusión del informante encierra un anacronismo, pues la verdad es que León Trotsky se limitó a advertir que la burocratización ulterior del régimen acarrearía la ruptura inevitable con los jóvenes y el nacimiento de un nuevo partido. Sea como fuese, los acontecimientos han confirmado la advertencia y la han hecho un programa. El partido degenerado no guarda atracción más que para los arribistas. Los jóvenes de ambos sexos capaces de pensar, deben estar asqueados por el servilismo bizantino, la falsa retórica que encubre la arbitrariedad y los privilegios, la presunción de los burócratas mediocres, acostumbrados a inciensarse los unos a los otros, y todos esos mariscales que, si no han alcanzado una estrella con la mano, por lo menos se han puesto sobre el pecho todas las que han podido. Ya no se trata, pues, de la amenaza de un segundo partido, como hace doce o trece anos, sino de la necesidad de este partido, única fuerza susceptible de continuar la Revolución de Octubre. La modificación de los estatutos de las J.C., aún reforzada por medidas policiales, no impedirá que la juventud adquiera la fuerza viril para entrar en lucha contra la burocracia.

¿Hacia dónde se orientará la juventud en caso de un trastorno político? ¿Bajo qué banderas se cobijará? Ni la misma juventud podría dar respuesta en este momento a estas cuestiones, ya que en su seno pugnan tendencias contradictorias. Pero los acontecimientos históricos de importancia mundial determinarán su pronunciamiento; la guerra, los éxitos nuevos del fascismo o, a la inversa, la victoria de la revolución proletaria en Occidente. La burocracia se convencerá de que esta juventud sin derechos constituye en la historia un factor explosivo de primer orden.

Cuando la autocracia rusa hablaba en 1894 por boca del joven zar Nicolás II, respondía, en esta forma a los miembros de los zemstvos que expresaban tímidamente sus deseos de ser admitidos en la vida política: "¡Sueños insensatos!" Palabras memorables. En 1936, la burocracia responde a las aspiraciones todavía confusas de la joven generación soviética con el mandato brutal de “¡dejarse de habladurías!” Estas palabras pasarán también a la historia. El régimen estalinista las pagará tan caro como el régimen de Nicolás II.

 

 

Nación y cultura

 

La política nacional del bolchevismo, asegurando la victoria de la Revolución de Octubre, ha ayudado a la URSS a sostenerse a despecho de las fuerzas centrífugas del interior y la hostilidad de los países vecinos. La degeneración burocrática del Estado ha atacado rudamente a esta política. Precisamente, Lenin se preparaba para un primer combate contra Stalin sobre la cuestión nacional en el XII Congreso del partido en la primavera de 1923,pero tuvo que abandonar el  trabajo antes de que el congreso se reuniese. Los documentos que entonces redactaba, están todavía bajo el control de la censura.

Las necesidades culturales de las naciones animadas por la revolución exigen una amplia autonomía. Pero la economía no puede desarrollarse bien si todos los componentes de la Unión no se someten a un plan de conjunto centralizado. Ahora bien, la economía y la cultura no pueden permanecer independientes entre sí; y sucede que las tendencias a la autonomía cultural y a la centralización económica entran en conflicto, sin haber entre ellas antagonismo irreductible. Sólo la voluntad de las masas interesadas y su participación efectiva en la decisión cotidiana de su propio destino puede trazar el límite en cada etapa entre reivindicaciones legítimas de la centralización económica y las exigencias vitales de las culturas nacionales. Toda la desgracia proviene de que la voluntad de la población de la URSS, encarnada por sus diversos elementos nacionales está completamente falsificada por la burocracia que no considera a la economia y la cultura sino bajo el ángulo de los intereses específicos de la capa dirigente y de su propia comodidad en el gobierno.

Hay que convenir en que la democracia continúa realizando en estos dos campos cierto trabajo progresista, aunque con enormes gastos generales. Esto se refiere a las nacionalidades atrasadas, que deben necesariamente pasar por un período más o menos largo de imitaciones y asimilación. La burocracia les facilita y construye un puente hacia los beneficios elementales de la cultura burguesa y, en parte, pre-burguesa. Con respecto a varias regiones y nacionalidades, el régimen realiza de forma amplia la obra histórica que Pedro I y sus compañeros realizaron en la antigua Moscovia, sólo que en mayor escala y con un ritmo más  rápido.

La enseñanza en las escuelas de la URSS se da hoy en ochenta lenguas por lo menos. Para la mayoría de estos idiomas ha sido preciso crear alfabetos o reemplazar los alfabetos asiáticos, demasiado aristocráticos, por alfabetos latinizados más al alcance de las masas. Los periódicos aparecen en otras tantas lenguas y procuran a los pastores nómadas y los labradores primitivos los elementos de la cultura. Las lejanas regiones del imperio en otro tiempo descuidadas, ven surgir las industrias.. El tractor destruye1as viejas costumbres que aún tienen algo del clan. Junto con la escritura, aparecen la medicina y la agronomía. No es facil apreciar esta impulsión de las capas nuevas de la humanidad. No se equivocaba Marx al decir que la revolución es la locomotora de la historia.

Pero las locomotoras más potentes no saben hacer milagros: no cambian las leyes del espacio y no hacen sino acelerar el movimiento. La necesidad de dar a conocer el alfabeto a decenas de millones de hombres, el periódico, las reglas más elementales de higiene, demuestra cuánto camino queda por recorrer antes de que pueda plantearse, en realidad, el problema de una nueva cultura socialista. La prensa publica, por ejemplo, que los oyrates de la Siberia occidental, que hasta ahora no sabían lavarse, tienen ahora "en muchas aldeas baños a donde se viene de treinta kilómetros a la redonda". Este ejemplo, tomado de lo más bajo de la cultura, hace resaltar el nivel de otras conquistas y no sólo en las regiones alejadas y atrasadas. Cuando el jefe del gobierno dice, para mostrar el desarrollo de la cultura, que la demanda de “camas de hierro, de relojes, de ropa de punto, de suéteres, de bicicletas” aumenta en los koljoces, esto sólo quiere decir que los campesinos acomodados empiezan a utilizar los productos de la industria que hace mucho forman parte de la vida de los campesinos de Occidente. La prensa repite a diario sus prédicas sobre el "comercio socialista civilizado". En realidad, se trata de dar un nuevo aspecto limpio y atrayente a los almacenes del Estado, de equiparlos con un surtido suficiente, de no dejar pudrirse las patatas, de vender junto con las medias el hilo de zurcir, y de habituar a los vendedores a tratar a los clientes con atención y amabilidad; en una palabra, de alcanzar el nivel usual del comercio capitalista. Y todavía se está lejos de esta meta en la que, por otra parte, no hay un ápice de socialismo.

Si dejamos de lado un momento las leyes y las instituciones para considerar la vida cotidiana de la gran masa de la población sin hacernos ilusiones, debemos llegar a la conclusión de que la herencia de la Rusia absolutista y capitalista pesa todavía mucho más en las costumbres que los gérmenes del socialismo. La población misma lo revela en forma convincente, en su avidez por adoptar los modelos de Occidente ante la menor oportunidad. Los jóvenes empleados soviéticos, y a menudo los jóvenes obreros, se esfuerzan por imitar los modales y el vestir de los ingenieros y de los técnicos americanos con que se encuentran en la fábrica. Las empleadas y las obreras devoran con los ojos a la turista extranjera para vestirse como ella e imitar sus maneras. La que lo consigue pasa a ser también objeto de imitación. En vez de las encrespaduras de otra época, las mejor pagadas se hacen la ondulación permanente. La juventud aprende con gusto las “danzas modernas”. En cierto sentido, éstos son progresos; pero por el momento no expresan la superioridad del socialismo sobre el capitalismo, sino el predominio de la cultura burguesa sobre la patriarcal, de la ciudad sobre el campo, del centro sobre la provincia, del Occidente sobre el Oriente.

Sin embargo, en los círculos soviéticos privilegiados se imita a las altas es ras capitalistas, y los diplomáticos, directores de trust e ingenieros que van a menudo a Europa y América, son los árbitros en esta materia. Nada de esto dice la sátira soviética, que no puede tocar en modo al uno a los “diez mil” dirigentes. Sin embargo, se puede notar con amargura que los altos emisarios soviéticos en el extranjero no han expresado ante la sociedad capitalista un estilo propio ni una manera de ser tanto personal. No han tenido la firmeza interior de desdeñar las apariencias y guardar las distancias. Corrientemente aspiran a diferenciarse lo menos posible de los más perfectos snobs burgueses. En una palabra, la mayor parte de ellos no se sienten representantes de un mundo nuevo, sino advenedizos, y se conducen de acuerdo con esto.

Decir que la URSS prosigue en este momento la obra cultural que los países capitalistas avanzados ya han terminado, sería formular una verdad a medias. Las nuevas formas sociales no se limitan a dar a un país atrasado la posibilidad de alcanzar el nivel de los países avanzados, sino que le permiten llegar mucho más rápido de lo que lo ha hecho el Occidente. Mientras los pioneros de la burguesía han debido crear su técnica y aprender a aplicarla a la economía y a la cultura, la URSS encuentra un acervo listo, moderno, y gracias a la socialización de los medios de producción lo aplica, no de a poco, sino de golpe y en gran escala.

Los jefes militares del pasado han elogiado a veces el papel civilizador de los ejércitos, sobre todo con relación a los campesinos. Sin que creamos en la civilización específica aportada por el militarismo burgués, es indiscutible que muchas costumbres útiles al progreso han llegado las masas populares por intermedio del ejército; no sin razón los soldados y los suboficiales han estado a la cabeza de los revoltosos en todos los movimientos revolucionarios y principalmente en los movimientos campesinos. El régimen soviético contiene la posibilidad de actuar sobre la vida de las masas populares no por el solo ejército sino por todos los órganos del Estado, del partido, de las juventudes comunistas y de los sindicatos confundidos con el Estado. La asimilación de modelos de la técnica, de la higiene, de las artes, de los deportes, en plazos mucho más breves de los que fueron necesarios para su elaboración en su patria de origen está asegurada por las formas estatales de la propiedad, por la dictadura política y por la dirección planificada.

Si la Revolución de Octubre no hubiese dado sino este impulso, ya estaría justificada desde el punto de vista histórico, pues el régimen burgués declinante no ha sido capaz de hacer progresar en forma clara a un solo país atrasado en ninguna parte del mundo, en el último cuarto de siglo. El proletariado ruso hizo la revolución con fines mucho más avanzados. Cualquiera que sea el yugo político que sufre hoy, sus mejores elementos no han renunciado al programa comunista y a la gran esperanza que encarna. La burocracia ha debido adaptarse al proletariado en la orientación y en la interpretación de su política y es por eso que cada paso hacia adelante en la economía o en las costumbre , aparte de su explicación histórica verdadera o de su significación real para las masas, viene a ser oficialmente una conquista inaudita, una adquisición sin precedentes de la "cultura socialista"'. Sin duda que poner el cepillo de dientes y el jabón de tocador al alcance de los millones de hombres que no habían conocido las más elementales reglas de limpieza, es una gran obra civilizadora. Pero ni el jabón ni el cepillo de dientes, ni aun los perfumes reclamados por “nuestras mujeres” constituyen la cultura socialista, máxime cuando estos pobres atributos de la civilización no son accesibles sino a un 15% de la población.

La "transformación de los pobres" de la que habla tan a menudo la prensa soviética se realiza, en verdad, a toda velocidad. ¿Hasta qué punto es ésta una transformación socialista? El pueblo ruso no ha conocido en el pasado ni una gran reforma religiosa, como los alemanes, ni la gran revolución burguesa, como los franceses. En estos dos crisoles , si prescindimos de la revolución‑reforma de los insulares británicos del siglo XVII, se ha formado la individualidad burguesa, una de las bases más importantes del desarrollo de la individualidad humana en general. Las revoluciones rusas de 1905 y 1917 señalan a no dudarlo el despertar de la individualidad en el seno de las masas y su afirmación en un medio primitivo; ellas satisfacen en menor escala, apresuradamente, la obra educadora de las reformas y de las revoluciones burguesas de Occidente. Pero mucho antes que esta obra estuviese terminada, por lo menos en sus grandes rasgos, la revolución rusa, nacida en el crepúsculo del capitalismo, se vio lanzada por la lucha de clases en la ruta del socialismo. Las contradicciones en el dominio de la cultura no hacen sino reflejar y desviar las contradicciones sociales y económicas resultantes de este salto. El despertar de la individualidad adquiere por fuerza un carácter más o menos pequeño‑burgués en la economía, en la familia, en la poesía. La burocracia ha llegado a ser la encarnación del individualismo extremo, a veces desenfrenado. Junto con admitir y fomentar el individualismo económico [trabajo por piezas, parcelas de labradores, primas, condecoraciones] reprime duramente las manifestaciones progresistas del individualismo en la esfera de la cultura espiritual [juicios críticos, opiniones personales, dignidad individual].

Mientras más elevado es el nivel de una agrupación nacional, más alta es la creación cultural, más le preocupan los problemas de la sociedad y la personalidad y más dolorosas y hasta intolerables le resultan las tenazas burocráticas.

En realidad, no puede hablarse de la originalidad de las culturas nacionales cuando una sola batuta ‑o más exactamente una sola matraca policial‑ pretende dirigir las funciones intelectuales de todos los pueblos de la Unión. Los periódicos [y los libros] ucranianos, rusos blancos, georgianos o turcomanos no hacen sino traducir a sus lenguas los imperativos burocráticos. La prensa moscovita publica a diario la traducción rusa de las odas dedicadas a los jefes por los poetas laureados nacionales, versificaciones miserables que no difieren unas de otras sino en el grado de servilismo o de insignificancia.

La cultura gran‑rusa que sufre este régimen de cuartel, tanto como las otras, vive a expensas de la antigua generación que se formó antes de la revolución. La juventud parece estar oprimida como por una losa. No se trata de la opresión de una nacionalidad sobre otra, en el sentido propio de la palabra, sino de la opresión de todas las culturas nacionales, comenzando por la gran‑rusa, por una máquina policial centralizada. Anotemos el hecho de que el 90% de los periódicos de la URSS se editan en ruso, porcentaje que está en abierta contradicción con la proporción numérica de los rusos en la población, pero que corresponde mejor, es cierto, a la influencia propia de la civilización rusa y a s rol de intermediaria entre los pueblos atrasados y el Occidente. Pero, más que por la colaboración y la fecundación recíproca de las culturas, estas cuestiones se resuelven por el arbitrio inapelable de la burocracia; y como el Kremlin es el asiento del poder, y como la periferia debe imitar al centro, la burocracia central adopta una actitud rusificadora, concediendo a las otras nacionalidades un derecho solamente : el de entonar en sus propias lenguas las alabanzas al árbitro.

La doctrina oficial de la cultura cambia con los zigzags económicos y las consideraciones administrativas; pero en todas sus variaciones conserva n carácter categórico. Junto con la teoría del socialismo en un solo pais, ha recibido la investidura oficial la de la "'cultura proletaria", que había quedado en segundo plano. Sus adversarios sostenían que la dictadura del proletariado es rigurosamente transitoria; que, a diferencia de la burguesía, el proletariado no piensa en dominar durante largas épocas históricas; que la tarea de la actual generación, de la nueva clase dominante es, ante todo, asimilar lo que hay de precioso en la cultura burguesa; que si el proletariado sigue siendo proletariado, o se lleva consigo las señales de su sujeción anterior, es menos capaz de sobreponerse a la herencia ancestral; que las posibilidades de una obra creadora no se harán efectivas sino a medida que el proletariado se reabsorba en la sociedad socialista. Todo esto quiere decir que la cultura socialista, y no una cultura proletaria, debe suceder a la cultura burguesa.

Polemizando con los teóricos de un arte proletario, producto de laboratorio, el autor de estas líneas escribía: "La cultura se nutre de las savias de la economía y se precisan materiales para que aquélla crezca, se complique y se afine...”. La solución más feliz de los problemas económicos elementales "no significaría todavía la victoria del socialismo como nuevo principio histórico". Sólo el avance del pensamiento científico y el desarrollo del nuevo arte atestiguarían ese triunfo. Bajo este aspecto, "el desarrollo del arte es la prueba más alta de la vitalidad y de la importancia de una época" * Este punto de vista, aceptado anteriormente, fue declarado de súbito en un texto oficial "derrotista" e inspirado por la "incredulidad" en las fuerzas creadoras del proletariado. Iniciábase el período Stalin‑Bujarin; y Bujarin, durante largo tiempo, había sido  el heraldo de la cultura proletaria; Stalin jamás había pensado en ello. En todo caso, ambos profesaban que el camino hacia el socialismo se haría “a paso de tortuga” y que el proletariado dispondría de decenas de años para formar su cultura propia, cultura sobre la cual los teóricos tenian  ideas de lo más confusas como poco ambiciosas.

Los tempestuosos años del primer plan quinquenal deshicieron la perspectiva del paso de tortuga. En 1931, a la víspera de una gran hambruna, el país "entró en el socialismo". Antes de que los escritores y los artistas protegidos oficialmente hubiesen podido crear un arte, el gobierno hizo saber que el proletariado se había reabsorbido en la sociedad sin clases. Se olvidó la doctrina anterior y se puso a la orden del día la "cultura socialista".

La creación espiritual necesita de la libertad. La idea comunista que persigue la sumisión de la naturaleza a la técnica y de la técnica a un plan para forzar a la materia a que dé al hombre todo lo que éste necesita, y mucho más, es una idea que tiende a un fin más alto, que es el de liberar para siempre las facultades creadoras del hombre de todas las trabas, dependencia humillantes o duras imposiciones. Ni las relaciones personales, ni la ciencia, ni el arte, tendrían que sufrir un plan impuesto, ni la sombra de una obligación. La creación espiritual ¿sera individual o colectiva y en qué medida? Esto dependerá enteramente de los creadores.

Otra cosa es el régimen transitorio. La dictadura expresa la barbarie pasada y no la cultura futura. Impone restricciones a todas las actividades, entre ellas a la espiritual. El programa de la revolución veía en ello un mal temporal que debía hacerse a un lado a medida que se fortaleciese el nuevo régimen. En los años más difíciles de la guerra civil, los jefes de la revolución comprendían que el gobierno, inspirandose en consideraciones políticas, podía limitar la libertad creadora, pero de ninguna manera pretender el comando en el dominio científico, literario y artístico. Lenin daba pruebas de una gran circunspección en materia artística, con sus gustos bastante “conservadores” e invocaba a menudo su incompetencia. La protección que Lunacharski, Comisario de Instrucción Pública, prestaba a diversas formas de modernismo, perturbaba a Lenin a veces, pero éste se limitaba a observaciones ironicas en conversaciones privadas y estaba muy lejos de querer hacer de sus gustos literarios una ley. En 1924, al comienzo de una nueva fase, el autor de este libro formulaba en estos términos la posición del Estado con respecto a las tendencias del arte: “Poniendo por encima de todo el criterio: a favor o en contra de la revolución, dejarle en su propio terreno, una libertad completa”.

Mientras la dictadura tuvo el apoyo de las masas y ante ella la perspectiva de la revolución mundial, no temió a las experiencias, las búsquedas, la lucha de escuelas, pues comprendía que una nueva fase de la cultura no podía prepararse sino por esta vía. Todas las fibras del gigante popular vibraban aún; pensaba en voz alta, por primera vez desde hacía mil años. En estos primeros años, ricos en esperanzas e intrepidez, se crearon los mejores modelos de la legislación socialista y también las mejores obras de la literatura revolucionaria. A la misma época pertenecen también los mejores films soviéticos, que a pesar de la pobreza de sus medios técnicos, asombraron al mundo por su frescura y su intenso realismo.

En la lucha contra la oposición en el seno del partido, fueron desapareciendo paulatinamente las escuelas literarias; y la devastación se extendió no sólo a la literatura sino a todos los dominios de la ideología. Los actuales dirigentes se consideran llamados a controlar políticamente la vida espiritual y a dirigir su desarrollo. Su comando inapelable se ejerce tanto en los campos de concentración, como en la agronomía y la música. El órgano central del partido publica artículos anonimos que semejan órdenes militares, para regir la arquitectura, la literatura, el teatro, el ballet; para no hablar de la filosofía, las ciencias naturales y la historia.

La burocracia siente un temor supersticioso de todo lo que no la sirve y por todo lo que no entiende. Cuando exige una relación entre las ciencias naturales y la producción, tiene razón en un plano amplio, pero al ordenar a los investigadores que se limiten a fines inmediatos, amenaza con cegar las fuentes más preciosas de la creación, incluyendo a los descubrimientos prácticos, que a menudo se hacen en la forma mas imprevista. Por no incurrir en desagrados, los naturalistas, los matemáticos, los filólogos, los teóricos del arte militar evitan las generalizaciones, por temor a que un profesor rojo, que casi siempre es un arribista ignorante, les aseste una cita de Lenin o de Stalin. El que defiende en tal caso su pensamiento y su dignidad científica se expone a acarrearse los rigores de la represión.

Las ciencias sociales son las más maltratadas. Los economistas, los historiadores, aun los estadísticos, sin mencionar a los periodistas, están preocupados por no ponerse en contradicción, aunque sea en forma indirecta, con los zigzags de la política oficial. Es imposible hablar de la economía soviética o de la política interior o exterior sin traer a colación algunas banalidades tomadas de los discursos del jefe; y hay que demostrar, además, que todo ha sucedido como si se hubiera previsto de la mejor manera posible. El conformismo, al ciento por ciento, libera de las molestias terrenales, pero arrastra su propio castigo: la esterilidad.

Aunque el marxismo sea en la URSS la doctrina oficial, no se ha publicado durante los doce últimos años una sola obra marxista ‑ya sea de economía, de sociología, de historia o de filosofía‑ que merezca la atención o la traducción. La producción marxista no sale de los límite de las compilaciones escolásticas, que no hace sino repetir las antiguas ideas aprobadas y aprovechar las mismas citas según las necesidades del momento. Libros y folletos que nadie necesita, editados por millones de ejemplares, y llenos de embustes, adulaciones y otros in e lentes pegajosos, se, reparten por cuenta del Estado. ¡Los marxistas que podrían decir algo útil y personal están encarcelados u obligados a callarse, en los momentos en que la evolución de las formas social s plantea a cada instante grandiosos problemas!

La honradez, sin la cual no puede haber trabajo teórico, se ha arrojado a los, suelos.

Las notas explicativas añadidas a los escritos de Lenin son transformadas de pies a cabeza en cada nueva edición, a fin de servir a los intereses personales del estado mayor gubernamental, glorificando a los "jefes", difamando a los adversarios, borrando ciertas huellas... . Los manuales de historia del partido y de la revolución sufren análogos tratos. Se deforman los hechos, se ocultan documentos o, al revés, se fabrican; se forjan o destruyen reputaciones. La simple comparación de las ediciones sucesivas del mismo libro en doce años permite darse cuenta de la degeneración del pensamiento y de la conciencia de los dirigentes.

No es menos funesto para la literatura el régimen totalitario. La lucha de las tendencias y de las escuelas ha cedido el campo a la interpretación de la voluntad de los jefes. Todos los grupos pertenecen obligatoriamente a una organización única, especie de campo de concentración de las letras. Escritores mediocres pero que “piensan bien” como Gladkov y Serafímovich son proclamados clásicos. Los escritores no saben hacerse la violencia necesaria, son acosados por jaurías de mentores sin escrúpulos, armados de citas. Grandes artistas se suicidan otros buscan sus temas en un pasado lejano o se callan. Los libros serios y que revelan talento forman algo así como un contra bando; sólo por casualidad aparecen como escapando a la opresión.

La vida del arte soviético es un martirologio. Después de un artículo de la Pravda contra el formalismo, comienza entre los escritores, los pintores , los directores y aun las cantantes de ópera una epidemia de arrepentimiento. Todos se retractan a porfía de sus pecados de ayer, absteniéndose por otra parte, por prudencia, de precisar lo que es el formalismo. Las autoridades tuvieron que detener con una nueva directiva esta ola demasiado abundante de abjuraciones. En pocas semanas se revisan los juicios literarios; los manuales se modifican; las calles cambian de nombre y se erigen monumentos porque Stalin ha hecho una observación elogiosa sobre Mayakovski. La impresión que produce una ópera en los altos dignatarios pasa a ser una orden para los compositores. El secretario de las J.C. dice en una conferencia de escritores que “las indicaciones del camarada Stalin son una ley para todos”, y se le aplaude aunque algunos enrojezcan de vergüenza. Y como si debiera infligirse a la literatura un ultraje supremo, Stalin, incapaz de construir correctamente una frase en ruso, es declarado uno de los clásicos del estilo. Este bizantinismo y este reinado de la policía tienen algo profundamente trágico a despecho de sus aspectos bufonescos.

La fórmula oficial anuncia que la cultura debe ser socialista en su contenido y nacional en su forma. Sin embargo, el contenido de la cultura socialista no puede ser sino objeto de hipótesis más o menos felices. Nadie podría injertar esta cultura sobre bases económicas insuficientes. El arte es mucho menos susceptible que la ciencia de anticiparse al porvenir. Sea como fuere, recetas tales como: “representar la edificación futura” “mostrar la vía del socialismo” “transformar al hombre” impresionan más a la imaginación que una lista de precios o una guía de ferrocarriles.

Corresponde al arte en su forma popular poner las obras al alcance de todo el mundo. "Lo que no es útil al pueblo ‑ declara Pravda –no puede tener valor estético." Esta idea antigua de narodniki, que prescinde de la educación artística de las masas, adquiere un carácter mas reaccionario porque la burocracia se reserva el derecho de decidir cuál es el arte que el pueblo necesita o no, publicando los libros a su voluntad y estableciendo la venta obligatoria sin la menor posibilidad de elección para el lector. Todo se reduce, al fin de cuentas, a que el arte se inspire en sus intereses y encuentre cómo hacer atrayente a la burocracia para las masas populares.

¡Pero en vano, pues ninguna literatura resolverá este problema! Los mismos dirigentes se ven obligados a reconocer "que ni el primero ni el segundo plan quinquenal han suscitado todavía una oleada de creación literaria más potente que la que nació de la Revolución de Octubre". El eufemismo es muy suave. En verdad, a despecho de algunas excepciones, la época termidoriana pasará a la historia como la de los mediocres, los laureados y los astutos.

 

 

Capítulo VIII