La luna se apaga, oscurecen las nubes rompiendo en
tormenta, vagando sin rumbo entre las calles del corazón. Entre oscuras
calles negras, cubiertas de dulce dolor. El de esos ojos centelleantes, por
tan sólo una mirada de amor. Salgo de casa y estallo entre las calles, te
veo nublada en cada esquina. Corro para alcanzarte, pero desapareces entre
el frío, entre una fina lluvia de verano que va colmando poco a poco un
viejo corazón. Quedándome tu recuerdo en un abismo de tristeza, mientras
tu, capricho de un poema, seguías lloviéndome, corriendo la tinta de tus
palabras. Corriendo los punzantes recuerdos de una noche desesperada. Una
noche en la que escribo a la soledad de las palabras. Al llorar sincero en
el tiempo de un verso. Una noche en la que llueve, en la que un blanco sol
inspira unos negros versos. Recios por la nostalgia de una estrella fugaz,
recios por la muerte del tiempo. Por que nunca se sabe, cuando tus ojos
volverán a inspirar un poema. Por que el día me mata, resucitándome la
noche, volviéndome a dejar escoger entre el dolor del alma y la luna llena.
Una luna en la que veo, el blanco rostro de nuestra muerte, abrazados bajo
una indiferente mirada de unas olas del mar.
La noche resucita con su oscuro manto. Una noche
condenada a
escribir, a la eternidad, al silencio en la mirada, en el
lecho de la oscuridad.