Educación
gastronómica
Por
Fabián Mozzati
Todo cambio en la sociedad
repercute en la familia (ambos padres trabajan; el ritmo de vida
se acelera; disminuyen los costos de la comida elaborada, etc.)
y esto, a su vez, impacta en la alimentación de los niños. Las
comidas caseras son, poco a poco, sustituidas por otras con
sabores y aromas artificiales. Esta nueva dieta, si bien logra
saciar el apetito, no siempre cubre adecuadamente los
requerimientos del crecimiento.
Todos queremos complacer a nuestros hijos. Como el trabajo nos
obliga a pasar mucho tiempo fuera de casa, sentimos la necesidad
de acceder a sus demandas. Pero cuidado! Satisfacer sus
antojos en materia de comidas puede ser un arma de doble filo:
les pondrá contentos, pero afectará su salud en el largo
plazo. La alimentación de los primeros años afecta la vida
adulta. No cuidar la cantidad -y calidad- de la comida que
ingieren los niños, aumenta el riesgo de enfermedades futuras,
como la obesidad, la diabetes y los trastornos cardiovasculares.
A la hora de transmitir buenos hábitos, enseñar a comer es una
de las tareas más complejas de los padres. Pero no hay que ser
un “gourmet” para hacerlo. Los siguientes consejos prácticos,
le serán más que suficientes:
-
No
hable de alimentos buenos y alimentos malos con sus
hijos. Enseñe que existen dietas buenas y dietas malas.
Suprimir por de golpe los alimentos “chatarra” no es
recomendable.
-
Muestre
variedad de alimentos y estimule a probarlos. Si sus hijos
lo rechazan, vuelva a intentarlo de otra manera.
Conviene tener disponibles alimentos alternativos. Presente
un alimento nuevo junto a otros ya conocidos. Varíe también
los colores, la preparación y presentación de los platos.
Cambie la estructura de las comidas: por ejemplo, sirva los
cereales, las hortalizas y las frutas como alimentos
principales y las proteínas sólo como acompañamiento
(complementario).
-
Evite
discusiones durante las comidas: ingerir los alimentos en un
ambiente distendido, es parte de una buena educación
gastronómica.
-
Explique
que hay alimentos que ayudan a crecer fuerte, a tener éxito
en los deportes y a ser más inteligente. Hacer imposiciones
del tipo “no vas a dejar la mesa hasta que hayas comido
todo”, o prometer recompensas como “tendrás
postre si te tomas la sopa” no es una buena medida.
Por
último, recuerde tres reglas esenciales:
- Equilibrio:
existen varios grupos alimentarios -como los cereales, la
fruta, los vegetales, la carne, el pescado y los lácteos.
Procure que sus hijos coman algo de cada grupo, al menos
tres o cuatro veces por semana.
- Variedad:
si piensa en las frutas, es importante no comer de un único
tipo. Y lo mismo se aplica a los vegetales. Tenga en cuenta
el color: si un niño come frutas y vegetales de diferentes
colores -verde, amarillo, anaranjado, blanco-, cubrirá casi
todos los nutrientes que necesita.
- Moderación:
ni tanto ni tan poco.
Cuidar la alimentación de
los niños es fundamental. Entonces... ¿por qué creemos que
es muy complicado? Si lo pensamos, la comida casera también
puede ser “rápida”: la mayoría de las comidas son muy
simples y se preparan en menos de media hora. ¿No es acaso
el tiempo que demora el servicio de entregas a domicilio?
El aprendizaje de los hábitos alimenticios se produce
mayormente en la infancia y por imitación de los adultos: los
niños aprenden a comer de aquello que ven en sus padres.
Hacer de la educación gastronómica nuestra responsabilidad
permitirá que, desde muy pequeños, nuestros hijos aprendan a
elegir sus alimentos. Recuerde: en el futuro, deberán hacerlo
por sí mismos...
Buscando
Escuela
Por
Fabián Mozzati
La
educación de nuestros hijos comienza mucho antes del primer día
de clases: la elección de la escuela a la que asistirán es una
de las primeras decisiones clave. Instintivamente, deseamos que
reciban la mejor educación y queremos protegerlos de las
presiones y tensiones que experimentamos a esa edad.
Esta
decisión requiere tiempo y dedicación porque se trata -ni más,
ni menos- que del futuro de nuestros hijos. Ser conscientes de
esto, nos prevendrá de elegir un colegio porque queda camino al
trabajo, o porque a él asisten los hijos de nuestros amigos. Un
niño puede pasar allí hasta catorce años de su vida...
demasiado tiempo para invertir en el lugar incorrecto!
Elegir
una escuela es una decisión compleja que involucra al niño, a
la familia y a la escuela. Antes de hacerlo, conviene considerar
los siguientes factores:
El
niño: es
preciso analizar la personalidad de nuestro hijo, su estilo de
aprendizaje y su grado de sociabilidad. Este niño, ¿necesita
una estructura que lo contenga? ¿O elegiría un ambiente menos
rígido? ¿Se siente más cómodo en grupos grandes, o pequeños?
¿Tiene un interés especial, por ejemplo en deportes, arte, o
ciencia? Si
bien nuestro hijo es muy pequeño (la escolaridad comienza a los
4 ó 5 años) podemos intuir estas inclinaciones, a partir de
sus juegos y temas de conversación.
Lo
primero que debemos hacer es involucrar al niño en el proceso
comentándole por qué estamos eligiendo una escuela, lo
importante que será para él, las cosas que aprenderá allí,
etc. El entusiasmo y la expectativa que le generemos es una
parte importante de su preparación para el comienzo de clases.
Aunque seamos nosotros quienes -en definitiva- tomemos la decisión,
ésta no será efectiva a menos que nuestro hijo se sienta cómodo
y entusiasmado con la elección.
La
familia: además
de los valores y creencias de la familia, también hay que tomar
en cuenta cuestiones más prácticas como por ejemplo: ¿Podremos
afrontar la matrícula de una escuela privada, o le enviaremos a
una escuela estatal?
En caso de que trabajemos muchas horas, tal vez debamos
considerar una escuela con régimen de doble turno. Además, si
el colegio no queda cerca de casa, ¿podremos
llevarlo hasta allí, o necesitaremos contratar un transporte
especial? ¿Precisamos que alguien cuide del niño, antes o
después de clases?
Nuestro hijo, ¿tiene
necesidades físicas, emocionales o intelectuales que requieran
atención especial?
La
escuela: este
es el factor con más variables a considerar. No alcanza con
mirar un folleto, llamar por teléfono, o escuchar
referencias... hay
que visitar la escuela para conocerla!
Incluso, será preciso ir dos veces: una solos y otra con
nuestro hijo. Es fundamental reunir información sobre cada uno
de los siguientes aspectos:
- Filosofía:
podemos
pedir a las autoridades un enunciado de misión (o de
valores) para averiguar cuáles son las creencias de la
institución y sus paradigmas pedagógicos.
- Enfoque
instruccional: hay
padres que prefieren una escuela con estructura y estándares
establecidos, mientras otros se inclinan por un entorno de más
libertad y orientado al auto-aprendizaje. En este punto
también entran en consideración las políticas de
disciplina, de calificación, de trabajos de campo y de
tareas en el hogar.
- Instalaciones:
si
bien un edificio moderno no garantiza la calidad de la
educación, es importante que la escuela esté equipada -mínimamente-
con una biblioteca, un patio, servicio de comedor, auditorio
para actos, enfermería, una sala de computación y un
gimnasio, además de aulas y sanitarios en condiciones.
- Personal:
conviene
que la institución cuente con bibliotecarios, una
trabajadora social, enfermera o médico y un psicopedagogo,
aparte del personal docente y administrativo. También es
recomendable conocer las calificaciones y antecedentes de
los maestros y sus índices de rotación y ausentismo, así
como el porcentaje de transferencia de alumnos a otros
establecimientos. Por último, se recomienda preguntar por
el tamaño promedio de una clase, para saber cuántos niños
tiene asignados cada maestro.
- Reputación:
preguntemos
a nuestros amigos, vecinos y a otros padres y docentes
acerca de la reputación de la escuela. Hay colegios con
“fama” de exigentes que tal vez no se adapten a nuestro
hijo, u otros conocidos por su elitismo o rigidez. Si
buscamos un colegio secundario, averigüemos el porcentaje
de alumnos que continúa sus estudios en la universidad.
- Seguridad:
en
caso de producirse una emergencia,
¿cómo notifica la escuela a los padres? ¿Cómo se evita
que los niños salgan de la escuela? ¿Qué garantías
ofrece la escuela en este sentido? Las
instalaciones, ¿son
seguras?
Hay escuelas cuyos patios dan a la calle, donde los niños
pueden tener contacto con extraños.
- Plan
de estudios: la
escuela, ¿coloca
más énfasis en literatura y humanidades, o en ciencias y
matemáticas? ¿Ofrece un segundo idioma? ¿Incluye formación
religiosa? ¿Cada cuánto tiempo se actualizan los programas
y materiales de estudio?
- Participación
de la familia y la comunidad: las
escuelas más preocupadas por la excelencia, generan
diversas instancias de involucramiento de los padres. ¿Cómo
y con qué frecuencia se comunica la escuela con los padres?
¿Tiene un boletín interno? ¿Qué información se incluye
en la libreta de calificaciones?
Preguntemos si se estrechan vínculos frecuentes con
empresas locales, dependencias del gobierno o instituciones
de la ciudad.
- Interacciones
interpersonales: observemos
cuidadosamente la conducta y la actitud de los docentes y de
los alumnos en sus interacciones. En una clase, ¿el
docente permanece siempre en el frente, o se acerca e
interactúa con los niños? ¿Controla la disciplina y la
atención sin necesidad de gritos o amenazas? ¿Se dirige a
los niños en forma amistosa, respetuosa y tolerante?
Los alumnos, ¿participan
de la clase? ¿Cooperan entre ellos? El
personal directivo, ¿cómo
trata a los maestros y al personal administrativo o de
maestranza?
Cuando
los padres estamos activamente involucrados en la educación de
nuestros hijos, ellos se sienten más cómodos en la escuela y
la ven como una extensión de los valores de su hogar. Debemos
recordar que la educación no es responsabilidad exclusiva de
los maestros. Si estamos buscando escuela, tomémonos
nuestro tiempo y elijámosla con criterio y mucha inteligencia!
Disciplina:
¿maestros o policías?
Por
Fabián Mozzati
En
las escuelas, la disciplina se asocia a una acción severa, que
se aplica cuando aparece un conflicto, o algo grave sucede: Juan
le pegó a Pedro; Mariela interrumpió la clase; Rodrigo insultó
a la directora, etc.
Cuando un docente atrapa a un alumno cometiendo una falta, el niño
recibe un castigo.
Si
bien algunos alumnos tienen dificultades para cumplir reglas -o
respetar la autoridad-, los castigos no son la respuesta más
efectiva. Cuando un docente castiga a un niño, siente que actúa
más como policía que como maestro.
La
diferencia entre castigar y enseñar es muy profunda: mientras
la primera acción infunde temor,
la segunda siembra respeto.
El castigo no educa efectivamente porque todo control externo es
temporal. Una vez que un alumno ha “cumplido la condena”, se
siente liberado de toda responsabilidad posterior. Ordenar
obediencia no equivale a estimular la responsabilidad.
Obedecer
-o desobedecer- son conductas basadas en la “pérdida a
evitar” (el castigo), no en la “ganancia a obtener” (la
formación del carácter). Si la disciplina se basa en la
represión, no
perder se
vuelve más importante que ganar.
Cuando un docente asume el rol de policía, sus alumnos se
portan bien únicamente... para
evitar problemas con la ley! Sin
embargo, la disciplina no tiene por qué alejar a los maestros
de su rol pedagógico.
Al
igual que las matemáticas, o la química, la disciplina puede
enseñarse. La conducta en clase es un área de aprendizaje que
contribuye directamente con el desarrollo de la inteligencia
emocional y del carácter de los niños y de los adolescentes.
Si atendemos a esto, la disciplina puede dejar de ser un
problema y volverse una oportunidad para formar personas
responsables.
Un
programa de disciplina efectivo se basaría en la
responsabilidad: los estudiantes se comportan porque es mejor
para ellos y no porque deben obedecer -o complacer- a una
autoridad. La motivación intrínseca es más efectiva para
inculcar disciplina, porque se basa en dos principios de
efectividad: el
cambio ocurre de adentro hacia fuera
y la elección
faculta.
Veamos un poco más de cerca cada uno:
El
cambio ocurre de adentro hacia fuera: nadie
puede cambiar a otra persona. Piense en sus relaciones más
cercanas (su familia, sus amigos, sus colegas), ¿Cambió
usted a alguno de ellos?
Si se produjo un cambio en alguna de estas personas, seguramente
fueron ellas mismas las autoras. Podemos coercionar a alguien
para lograr una obediencia temporal, pero los cambios
sostenibles siempre son fruto de una motivación interior.
Por
ejemplo, si en una clase un alumno golpea a otro y éste le
devuelve el golpe, la responsabilidad es de ambos. Si bien el
primero inició la pelea provocando a su compañero, éste tiene
tanta capacidad de elegir golpear o no, como el provocador. La
lección de disciplina que podemos extraer de este principio es
la siguiente: las personas eligen sus propias
conductas.
La
elección faculta: ofrecer
opciones, faculta a las personas a cambiar. El crecimiento
psicológico de un niño se basa -en gran parte- en el
desarrollo de su capacidad de elección. Así como un bebé usa
pañales porque no tiene control sobre su cuerpo, a medida que
crece deja de usarlos porque aprende a ganar control. Lo mismo
ocurre con la mente y las emociones: cuando crecemos vamos
ganando control sobre ellas y eso nos da “espacio” para
responder ante un impulso. En el desarrollo de nuestra
inteligencia emocional, el auto-control es una capacidad
fundamental.
Para
ilustrar este principio, consideremos la siguiente situación en
una clase: un estudiante entra al salón y vuelca el cesto de
residuos. A partir de este incidente, pueden ocurrir dos cosas:
que el docente le ordene que lo acomode, o que el alumno lo haga
sin que nadie le diga nada. La segunda acción siempre tendrá
un impacto más duradero. Este principio nos da la siguiente
lección de disciplina: la auto-evaluación y
la auto-corrección son esenciales para lograr un cambio de
conducta.
Reconocer
que nadie puede cambiar a otra persona y que la elección
faculta, nos permite ver la disciplina con otros ojos. Esta
nueva mirada nos lleva a comprender que el auto-control es más
efectivo que el control externo, simplemente porque la
responsabilidad es más gratificante que la obediencia.
Muchos
maestros se sentirían aliviados de no tener que manejar la
clase, ni “hacer cumplir la ley”. Crear un entorno no
coercitivo en el que los estudiantes sientan que no serán
perjudicados, reduce el estrés del maestro... y el de toda la
clase! Los alumnos reconocen la conducta inefectiva, se
auto-evalúan, hacen propio el problema y desarrollan un plan
para corregirlo. En el proceso, crecen muchísimo.
Los
docentes son líderes de sus clases. Un maestro que enseña a
decidir, está mucho más comprometido con el desarrollo de sus
alumnos, que aquel que los obliga a obedecer. ¿No
sería mejor dedicarse a ser maestro... en lugar de policía?
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