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Vega de Bur (Palencia) : Sus Orígenes

 

 

                                

   

 

 

 

 

  

 

 

Nacimiento de Castilla

Dentro del reino de Asturias, Castilla se configuró como una zona fronteriza, expuesta a las razias que los musulmanes dirigían desde el valle del Ebro, lo que explica la existencia de abundantes fortificaciones. Frente a León, Castilla ofrecía notables singularidades. En este territorio el elemento popular tuvo una fuerza excepcional, debido al protagonismo que en la repoblación tuvieron cántabros y vascones, gentes apenas romanizadas y con peculiares formas de organización. El pasado gentilicio de los pobladores se reflejó en la importancia de las comunidades de aldea. La sociedad presentaba una menor estratificación que en el resto del reino asturleonés. La situación fronteriza desanimó a los magnates y grandes monasterios a establecerse en este territorio, mientras que abundaron los pequeños propietarios libres y los caballeros villanos, gentes de origen popular con medios económicos para costearse caballo y armas, que sí afrontaron dicha empresa. El alejamiento de la corte impulsó a los castellanos a regirse por la costumbre y no por el Fuero Juzgo, vigente en León. En la memoria colectiva se hablaba de jueces de elección popular y, según la tradición, las copias del Fuero Juzgo fueron quemadas. Sin duda se trataba de una leyenda, pero manifestaba la voluntad autonomista de Castilla respecto al centralismo regio. Castilla fue también innovadora en el terreno lingüístico y cultural. El idioma castellano nació como herencia del latín vulgar y del influjo de las lenguas habladas en las zonas limítrofes, como el vasco. Frente a la cultura eclesiástica predominante en León, en Castilla triunfó la cultura popular.

Desde el punto de vista político, a principios del siglo X, la zona oriental de la Meseta norte estaba dividida en condados, cuyas autoridades actuaban de forma independiente bajo la soberanía del rey leonés. En la primera mitad del siglo, sin embargo, se produjo una reunificación de los condados y se afirmó la independencia con respecto al reino de León. Su principal artífice fue Fernán González. Este personaje, perteneciente a la familia de Lara, formó un núcleo compacto al recibir del rey leonés Ramiro II los condados de Burgos, Lantarón, Álava, Lara y Cerezo. Desde el 932, Fernán González aparece en la documentación con el título de conde de Castilla. Participó junto a Ramiro II en la batalla de Simancas (939) y dirigió la repoblación de Sepúlveda (940). Aprovechando la crisis desatada en León a la muerte de Ramiro II, Fernán González amplió sus dominios y afianzó la autonomía de Castilla. A su muerte, los condados pasaron a su hijo, García Fernández (970-995), quien actuó como señor independiente, aunque al igual que su padre, respetó los vínculos que le ligaban con los monarcas leoneses. Su gobierno coincidió con la ofensiva militar que Almanzor dirigió contra los núcleos cristianos y que supusieron la pérdida de las plazas situadas al sur del Duero. Su sucesor Sancho García (995-1017) intervino activamente en las disputas cordobesas. Con su prematura muerte, el condado de Castilla pasó a manos de García Sánchez (1017-1029). El nuevo conde fue asesinado por la familia alavesa de los Vela, por lo que el condado fue transferido a su hermana Munia, casada con el rey de Navarra Sancho III el Mayor de Navarra.

Paisaje palentino, España

El Páramo y La Campiña de Palencia constituyen una de las tres regiones fisiográficas de la provincia, junto con La Montaña y la Tierra de Campos. Se extiende entre los 750 y los 900 m de altitud, sobre materiales calcáreos, en el páramo, y arcillosos, en las campiñas, donde los cursos de agua modelan amplios valles fluviales. Los vientos fríos del cierzo, así como otros fuertes del noreste y oeste, condicionan el desarrollo de la vegetación, fundamentalmente baja, de encina y matorral, salvo a orillas de los cursos fluviales, donde crecen los chopos, álamos y sauces.

Algunos autores, como Claudio Sánchez Albornoz, han resaltado la importancia de las particularidades de Castilla para explicar la desvinculación de León. Hoy, sin embargo, se insiste en las similitudes de Castilla con los grandes principados del Imperio Carolingio. De ahí que los investigadores recientes no duden en calificar a Castilla de principado feudal. Desde el punto de vista social y económico, Castilla experimentó importantes transformaciones durante los siglos IX y X. La repoblación, basada en el sistema de presura, permitió la implantación de un tipo de sociedad en la que predominaban los campesinos libres propietarios de sus tierras, organizados en comunidades de aldea. Pero el posterior avance de la gran propiedad supondría el sometimiento del campesinado a los poderosos, la desintegración de las comunidades de aldea y, en definitiva, la implantación de la sociedad feudal.

El reino de Castilla

El condado de Castilla se convirtió en reino a mediados del siglo XI. Temporalmente se vinculó al reino de Navarra, pero tras la muerte de Sancho III el Mayor (1035) el condado pasó a su hijo Fernando. A los pocos años, Fernando se enfrentó con el rey leonés Vermudo III, al que derrotó y dio muerte en la batalla de Tamarón (1037). Fernando, casado con Sancha, hermana de Vermudo III asumió la condición regia tanto en sus dominios patrimoniales castellanos como en León. Tras la muerte de Fernando I (1065) Castilla y León se separaron. Pero esta situación se modificó al poco tiempo, primero fue Sancho II (1065-1072) quien consiguió establecer su hegemonía, pero con su muerte en el cerco de Zamora, los reinos de Castilla y León quedaron bajo la soberanía de Alfonso VI (1072-1109). La unión se mantuvo durante los reinados de Urraca (1109-1126) y Alfonso VII (1126-1157). Desde la muerte de Alfonso VII los reinos quedaron separados hasta 1230, fecha en la que Fernando III el Santo protagonizó una nueva fusión de Castilla y de León que resultaría definitiva.

Durante los siglos XI al XIII, la actividad más importante de los núcleos cristianos fue la Reconquista y repoblación del territorio musulmán. La ofensiva militar la inició Fernando I aprovechando la fragmentación política de al-Andalus tras el hundimiento del califato de Córdoba (1031) y el surgimiento de los reinos de taifas. Fue, sin embargo, su hijo Alfonso VI quien dio el paso decisivo al ocupar Toledo en 1085. Esta conquista posibilitó la repoblación del territorio situado entre el Duero y el sistema Central, conocido como las Extremaduras, donde surgieron comunidades de villa y tierra. A partir de este momento, el avance de los castellanos y leoneses tuvo altibajos como consecuencia de la llegada a la Península primero de los almorávides y más tarde de los almohades. A pesar de las dificultades, los castellanos prosiguieron su expansión por la Meseta sur. El punto de inflexión se produjo en el año 1212, con la victoria cristiana sobre los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa, que dejaba abierta la expansión sobre las tierras del Guadalquivir.

A lo largo del siglo XIII, con la constitución de lo que se ha dado en llamar Corona de Castilla, el reino de Castilla pasó a conformar nominalmente dicha Corona junto con el de León, Galicia, Murcia y, desde 1492, Granada.

La economía y la sociedad castellana

La Reconquista debe entenderse como una manifestación más del despegue económico, social y político de Castilla en estos siglos. La expansión económica se tradujo en el crecimiento de la producción agropecuaria y artesanal, en la intensificación de las relaciones comerciales y en el desarrollo del mundo urbano. La agricultura no experimentó cambios importantes, pero la trashumancia de la ganadería ovina progresó espectacularmente, hasta convertirse en el eje de la economía castellana. El avance militar permitió la incorporación de territorios semivacíos y con abundantes pastos, especialmente en la Meseta meridional. Aunque el mundo rural seguía siendo predominante, desde el siglo XI se observa un importante crecimiento de la vida urbana. El desarrollo de las villas y ciudades fue resultado de la expansión económica y de la creciente división del trabajo, condiciones que exigían la existencia de núcleos de población especializados en la producción de manufacturas y en la práctica del comercio. El centro por excelencia del desarrollo urbano fue el Camino de Santiago, pero el fenómeno no fue exclusivo de la ruta jacobea. Las ciudades se desarrollaron también en la fachada septentrional, en las llanuras del Duero, y en las Extremaduras. La actuación de los poderes públicos fue decisiva al otorgar fueros a los nuevos núcleos y al crear en ellos ferias y mercados.

En las ciudades había numerosos oficios cuya producción se destinaba al consumo local: carniceros, vinateros, sastres, zapateros, carpinteros o herreros. Algunas actividades sobrepasaron este marco y se orientaron al gran comercio, como las ferrerías guipuzcoanas, o la construcción naval localizada en el mar Cantábrico y en Sevilla. Pero la actividad industrial que consiguió mayor desarrollo fue la textil. Castilla tenía inmejorables condiciones para fomentar esta actividad al contar con una abundante materia prima, especialmente la lana. Las expectativas no se cumplieron, pero en el siglo XIII la industria textil castellana estaba en claro proceso de crecimiento. Entre las principales ciudades pañeras destacaron Soria, Segovia, Zamora, Palencia y Toledo. Los artesanos se organizaron en cofradías religiosas que fueron adquiriendo progresivamente el carácter de asociaciones de oficios.

Paralelamente, el comercio experimentó un auge espectacular, debido al aumento de la producción y de la demanda. Asimismo el incremento de la circulación monetaria fue un estímulo para las transacciones comerciales. Alfonso VIII de Castilla acuñó maravedís de oro, pero muy pronto dejaron de acuñarse y se convirtieron en moneda de cuenta. Había también monedas de plata y monedas de vellón, llamadas dineros. Al mismo tiempo se desarrollaron diferentes tipos de mercados: permanentes, semanales y anuales o ferias. Estas instituciones estaban especialmente protegidas por los poderes públicos.

Los cambios afectaron también a la organización social. Jurídicamente, la sociedad estaba dividida en tres estamentos: los defensores, los oradores y los laboratores. Cada uno de ellos desempeñaba una función, los nobles la defensa del cuerpo cristiano, los eclesiásticos la salvación eterna de los fieles, y los trabajadores el mantenimiento del cuerpo social. De acuerdo con la importancia de cada función, se derivaba la existencia o no de privilegios jurídicos y fiscales. Este esquema, elaborado por los ideólogos de la época, tenía la función de justificar y fortalecer las relaciones sociales vigentes, es decir, la preeminencia de la nobleza y de la Iglesia sobre el resto de la sociedad. Al margen de estas divisiones jurídicas, la sociedad medieval se articulaba en torno a dos clases fundamentales: los señores y los campesinos. Los señores contaban con medios económicos y extraeconómicos para obtener una parte sustanciosa de la riqueza social, mientras que los campesinos se encontraban en situación de dependencia. Esta dicotomía social tenía su reflejo en el mundo urbano entre la aristocracia y la clase popular. El origen social de la aristocracia urbana de Castilla se encontraba tanto en los caballeros militares como en los burgueses, enriquecidos con la práctica del comercio. Esta clase ostentaba el poder económico, social y político de las ciudades. Frente al patriciado urbano, el sector popular estaba compuesto por pequeños artesanos, obreros sin cualificar, comerciantes modestos y campesinos.

La organización política

En cuanto a las instituciones políticas, durante este periodo asistimos al fortalecimiento de la monarquía, al desarrollo de la administración en sus diferentes niveles y al surgimiento de las Cortes y los concejos urbanos. La institución monárquica tenía amplios poderes y se apoyaba en diversos instrumentos para el cumplimiento de sus fines, tales como los oficios palatinos o la Curia. La Curia regia era un organismo de carácter consultivo formada por los oficiales palatinos y los grandes magnates del reino. Existían dos tipos de reuniones, una restringida de carácter ordinario y otra extraordinaria a la que asistían la totalidad de los obispos, abades y magnates del reino. De esta institución surgirán a finales del siglo XII las Cortes de los reinos de Castilla y de León, al sumarse a la sesión extraordinaria de la Curia los representantes de las villas y ciudades. En ellas se votaban los subsidios extraordinarios y los procuradores del tercer estado presentaban sus agravios al rey.

Desde el punto de vista territorial, el reino estaba dividido en merindades. El concejo era la institución más representativa a nivel local. Se discute si el precedente del concejo era el concilium rural altomedieval o las asambleas judiciales de carácter feudal. Al frente de los concejos urbanos se encontraban los delegados regios, pero progresivamente los municipios fueron ganando autonomía hasta designar a sus propios oficiales. El concejo estaba presidido por el juez y a sus órdenes actuaban los alcaldes, los jurados (que representaban a las distintas collaciones de la localidad), y una nómina muy amplia de funcionarios menores.

Nacimiento de Palencia

Su historia arranca con la tribu celtibérica de los vacceos, cuyo jefe Palantuo le dio su nombre. En tiempos de Roma perteneció a la provincia de Tarraconense, y fue arrasada durante el reinado de Teodorico II (457 d.C.). La iglesia de San Juan de Baños fue erigida en el 661, durante el mandato del rey visigodo Recesvinto. Tras la invasión musulmana decayó, para renacer nuevamente con reyes cristianos como Sancho III el Mayor de Navarra, Alfonso VIII, Fernando III el Santo y Alfonso X el Sabio. En el siglo XIII se convirtió en una notable región ganadera ligada a la Mesta, que impulsó el desarrollo de una industria lanera. Su importancia volvió a decaer en época de Felipe II. Durante el gobierno de Fernando VII, en 1828, se inauguró el canal de Castilla, fundamental para la agricultura. La provincia, con los límites actuales, se constituyó en 1833. Las desamortizaciones llevadas a cabo durante la segunda mitad del siglo XIX afectaron decisivamente a la provincia.

Superficie, 8.035 km2; población (según estimaciones para el año 2000), 213.035 habitantes.

Nacimiento de Vega de Bur

Tras la reconquista a los musulmanes de estas tierras (mediados del siglo IX), asturianos y cántabros se dedicaron a construir torres de defensa y su repoblación. De aquí nace el Castillo de Ebur, situado en una loma a los pies del río Burejo. Desde aquí se defendían los lugares de Medinilla, San Vitores, Santa Olaya, San Pedro el Alto (todos ellos ya desaparecidos), y los actuales Vega de Bur y Quintanatello de Ojeda.

En el siglo XI los lugareños que rendían pleitesía a los nobles que habitaban el Castillo de Ebur,  con la estabilidad que dio la reconquista en el norte de la península, poco a poco  empezaron a labrar las tierras fértiles de la vega del río, estableciéndose definitivamente a orillas de este. La vega del Castillo de Ebur, etimológicamente evolucionó a lo que hoy conocemos como "Vega de Bur", siendo errónea la idea de que "Bur" es apócope de Burejo, como mayoritariamente se extiende en la zona.

San Vicente es el Patrón del pueblo, y por él se levanta la iglesia románica del siglo XI; con el altar mayor en madera policromada como mejor exponente artístico del edificio, sin olvidar la espléndida escalera de caracol de acceso al campanario; su ojo central es a la vez eje de los escalones de piedra. Dentro de la Iglesia, se guardan también las imágenes de San Tirso y San Vitores; iglesias ya desaparecidas de asentamientos cercanos

En la parte de atrás, se encontraba originalmente el cementerio, que al crecer la población, se trasladó a los terrenos del antiguo y olvidado pueblo de Medinilla. Se aprovecharon los restos de su Iglesia (dedicada a San Tirso) para construir el nuevo camposanto; de ahí su increíble puerta románica y de ahí el nombre con el que se le conoce: "Cementerio de San Tirso"

Mención aparte merece la ermita de la Virgen del Rebollar. Iglesia del siglo XIII que se levanta en honor de la Patrona de La Ojeda. También de estilo románico como la inmensa mayoría de las iglesias de la zona; aunque ésta de la época más tardía, ya que la puerta es de estilo gótico. Guarda en su interior la imagen en madera policromada de una Virgen con Niño excepcional por la posición de asiento y por tener en el regazo otra figura, (el Niño) totalmente independiente y que encaja de manera exacta en la primera.

 

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