Última parte

Entrevista con un artista

A Michie

 

 

 

Charles Ellis se detuvo frente a la casa para contemplar la apacible vista de aquel lugar que reunía la tranquila belleza campirana con un cierto gusto cosmopolita. Las aguas del lago artificial situado en el parque cercano brillaban bajo la luz ardiente del sol veraniego, pero a pesar de lo caluroso de la tarde el hombre sentìa que la frescura de aquel rincón tan cercano aún al bullicio de Manhattan nulificaba el efecto del sol estival.

Ellis caminó por el jardín de la casa admirando las rosas y camelias que adornaban el lugar. Llegó hasta el porche blanco y estuvo a punto de accidentarse con un pantín de cuatro ruedas que algún pie infantil había dejado olvidado. Ellis se rió de sí mismo recordando tal vez su propias correrías de la infancia. Se volvió luego y finalmente tocó el timbre de la casa.

Pies ligeros y pequeños en carrera, risas, grititos y algarabía sonaron en respuesta a su llamado. Luego, la puerta blanca se abrió y detrás de ella Ellis advirtió la presencia de un diminuto ángel rubio de cabellos rizados peinados en dos gajos. Un rostro de enormes ojos verde oscuro como las esmeraldas le miraba sonriente con la expresión confiada y alegre de sus muy pocos años.

- ¡Hola! - dijo la niña con una vocecita cantarina - ¿Y tú quién eres?

-¿Yo? Soy Charles, pero mis amigos y tú pueden llamarme Chuck - contestó el hombre inclinándose y appoyando sus manos en las rodillas para estar más al nivel de su interlocutora.

-¿Y qué quieres? - preguntó la chiquilla sin perder su encantadora sonrisa.

- Vengo a ver a tu papá ¿Está él en casa? - preguntó Ellis devolviendo la sonrisa a la pequeña.

- Ummmm . . . . ¿Me darás dulces si te digo? - preguntó la niña con una chispa de picardía en el rostro.

- ¡Blanche!- llamó una voz femenina desde la habitación adyacente al vestíbulo. Pronto una mujer cuyo asombroso parecido con la niña delataba su parentezco apareció a la vista de  Charles - Blanche, anda a tu cuarto, después hablamos - ordenó la mujer haciendo esfuerzos por ponerse firme aunque Ellis pudo comprender que por dentro ella también se moría de risa ante las ocurrencias de la niña.

La pequeña pecosa  bajo la cabeza y desapareció pronto del vestíbulo tan rápido como había llegado.

- Disculpe usted las chiquilladas de mi hhija, Sr. Ellis - se excusó la mujer sonriendo al visitante y ofreciéndole su mano en señal de saludo.

- No hay nada que disculpar Lady Granddchhhester - respondió el hombre quitándose el sombrero y estrechando la mano de la dama.

- Candy, por favor, llámeme Candy. Es mejjor sin formulismos.

- Entonces usted deberá llamarme Charlless - contestó el hombre con una sonrisa.

- Bueno, creo que ese trueque está bieen... Supongo que viene por la cita que tenía con  mi esposo ¿No es así, Charles?

- Está usted en lo cierto.

- Entonces sígame, él lo está esperanddo - dijo la joven mujer y acto seguido guió al hombre a través del vestíbulo, la estancia principal y hasta el estudio.

Ellis siguió a la dama observando los detalles de las habitaciones iluminadas por la luz que pasaba a través de las vidrieras y se estrellaba sobre las paredes claras y los jarrones de porcelana rebosantes de flores frescas. Más voces infantiles provenientes del jardín trasero se filtraban en el aire junto con el trino de pájaros lejanos y el olor a maderas y rosas.

La mujer se detuvo frente a una puerta de encina oscura y tocó suavemente. Entonces Ellis tuvo una breve oportunidad para observar a la señora de la casa. La conocía desde hacía varios años, pero en realidad nunca la había visto con detenimiento ni tan de cerca. Debía tener treinta años y su belleza estaba llegando a su cúspide, pero las líneas finas de su rostro junto con la expresión dulce y traviesa en sus ojos le daban aún una apariencia de adolescente. Había tenido tres hijos, pero se conservaba esbelta y suavemente curvilínea. Ellis pensó que sin duda la combinación era tentadora, pero como tenía por regla no codiciar a las mujeres ajenas ahí detuvo su imaginación masculina.

Una voz abaritonada se escuchó del otro lado de la puerta y la mujer abrió la puerta para hacer pasar al visitante.

- Pase usted Sr. Ellis - dijo el hombre en el interior de la habitación - Lo estaba esperando.

- Yo les dejo señores - indicó la dama con un suave gesto de su cabeza - hay tres obligaciones que reclaman mi atención en el jardín, pero les eviaré té, si les parece.

- Eso estará muy bien. Gracias - replicó Charles respondiendo al gesto de la dama, quien pronto desapareció detrás de la puerta.

- Tome asiento Ellis, empezaba a pensar que no vendría - dijo el dueño de la casa indicándole a su invitado el camino hacia los sofás de la pequeña estancia dentro del estudio.

-Debe disculpar mi tardanza, Sr. Grandchester - se excusó Charles tomando asiento - El tráfico en Manhattan se hace cada vez más terrible, sobre todo por la tarde. Cada día que pasa Nueva York se convierte en un lugar más y más difícil para vivir. Usted tuvo muy buena idea en venirse a vivir a New Jersey.

- La idea no fue del todo mía . . . pero me congratulo de esa decisión. Es siempre mejor un lugar alejado del bullicio para educar a tres niños. Además, mi esposa creció en el campo y no se adapta muy bien a las grandes ciudades a pesar de haber tenido que vivir en ellas en más de una ocasión.

- Entiendo. Aunque ha de ser un poco difícil para usted durante la temporada de teatro - comentó Ellis al tiempo que la doméstica entraba con el servicio de té.

- Bueno, sí, toma algo de tiempo trasladarse, pero creo que vale la pena. Pero dígame Ellis, ¿Cómo está eso de que deja usted el New York Times? - preguntó el interlocutor de Charles, sentándose en un sillón cercano y tomando el té que le ofrecía su empleada. La luz entraba entre los encajes de las cortinas jugando con los iris tornasolados del hombre y Ellis pensó que sin duda era difícil para las mujeres sustraerse a la seducción de esa mirada.

- Lo que pasa es que he recibido una oferta que no puedo resistir - contestó Charles con tono francamente alegre - Mis años en el New York Times han estado llenos de momentos muy gratificantes, pero en el fondo siempre había tenido un sueño y ahora me ofrecen la oportunidad de lograrlo.

- Pero seguirá usted haciendo periodismo - inquirió el dueño de la casa cruzando la pierna y observando al periodista con interés.

- Por supuesto. Es sólo que será en otro giro. Siempre había tenido el deseo de trabajar como corresponsal político en el extranjero  y finalmente se me presenta la posibilidad.

- Ya veo....un poco más de aventura que la que puede darle este mezquino medio teatral ¿No?- dijo el hombre sonriendo detrás de su taza de té. Ellis no pudo evitar pensar que el hombre que tenía enfrente era dramáticamente diferente del jovencito que había una vez conocido en un bar.

- Debo reconocer que al principio me resultó algo fastidioso trabajar para las noticias de artes y espectáculos - respondió Charles finalmente- , no porque me disguste el tema, sino porque en mi época de estudiante me había forjado otra idea de lo que sería mi carrera. Con el tiempo he llegado a sentirme bastante a gusto trabajando para la crítica de teatro, pero aún así no quisiera dejar pasar la oportunidad de hacer lo que tanto había soñado.

- Imagino que el Sr. Hirshmann- ha siddo muy buen maestro- sugirió el artista reclinándose hacia el respaldo del sillón en que estaba sentado.

- Es un excelente crítico, sí, pero deeboo admitir que no ha sido fácil ser su asistente.

El anfitrión pegó una carcajada divertida al pensar en el anciano crítico cuyos desplantes de divo habían destruido más de una carrera artística y que sin duda le había hecho pasar más de un sonado coraje con sus opiniones sobre su trabajo histriónico y literario.

-  Imagino a lo que se refiere - diiijo el hombre de cabellos castaños con un tono que dejaba entrever cierta ironía - Ciertamente el Sr. Hirshmann  debe tener un carácter difícil. Aunque habiendo sido yo el objeto de sus . . .  digamos . . . comentarios profesionales no muy favorables, no debería opinar mucho al respecto.

- Bueno, Sr. Grandchester- respondió Elliis sonriendo- el Sr. Hirshmann tiene en realidad mejor opinión de su trabajo de lo que usted cree. Es más, como ya no voy a trabajar con él poco importa que le diga esto -comentó en tono confidencial y el actor levantó una ceja, intrigado ante el comentario de Ellis - El Sr.  Hirshmann cree que usteed es un excelente artista, pero que no es bueno siempre decir y escribir todo cuanto realmente admira su talento porque de hacerlo así, usted se volvería vano y engreído y según el Sr. Hirshmann - y perdóneme lo que voy a decirle pero esas son las palabras de mi jefe- usted ya es lo suficientemente arrogante como para empeorar más las cosas con más alabanzas.Así que con cada comentario mordaz innecesario que usted lea sobre su trabajo, solamente crea la mitad - concluyó Ellis cerrando un ojo y Grandchester se soltó a carcajadas riéndose a todo pulmón.

- ¡Dios mío, Ellis! ¿Sabe usted que me esstá contando algo que mi mujer me ha venido diciendo desde hace años y yo nunca se lo quise creer?- dijo el hombre cuando pudo reponerse del ataque de risa. Ellis  estaba asombrado pues nunca había visto a Grandchester de tan buen humor y tan abierto en los preliminares de una entrevista. Si bien, debía reconocer que hacía ya mucho tiempo que no había tenido la oportunidad de entrevistar al actor. Ellis había dejado el puesto de reportero para trabajar como asistente en la sección de crítica desde hacía 9 años -  Bueno hombre, ya basta de charla, entiendo que usted está aquí por una entrevista, no para hablar del bendito Sr. Hirshmann. Puede empezar usted cuando guste - dijo finalmente el artista recobrando su seriedad.

- Gracias Sr. Granchester. De hecho, he qquerido hacerle esta entrevista más que nada por sentimentalismo - confesó el periodista poniéndose serio - Mi primer trabajo para el New York Times fue una entrevista con usted cuando aún era un actor nobel ya con cierta fama, y quise terminar con otra entrevista suya ahora que es ya un artista consolidado ¿Recuerda usted aquella vez, Sr?

- ¡Caray! ¿Cómo olvidarlo? - repuso ell aactor - De hecho estoy en deuda con usted desde esa ocasión. Gracias de nuevo por toda su discreción.

- De ninguna manera. Era solamente cuestiión de ética - respondió Ellis con sencillez y al artista le agradó la reacción del hombre - Bueno . . . eso me lleva a la primera pregunta que tengo preparada, si me permite.

- Adelante

- Se dice que podemos hablar de un Terrreeence Grandchester antes de la guerra y otro muy distinto después de ella. Personalmente yo creo que es verdad, pero ¿Qué opina usted al respecto?

Terrence sonrió levemente dejando su taza semivacía sobre la mesa y después de unos segundos se animó por fin a responder.

- Opino que están en lo cierto. Un hombree nunca es el mismo después de haber presenciado las cosas que yo,  al igual que muchos, tuve que vivir en Francia.

- Sin embargo yo diría que la experiennciiia le trajo buenos resultados a la postre- comentó Ellis esperando la reacción del entrevistado. El joven actor se puso de pie y caminó hacia la ventana que daba al jardín trasero de la casa y permaneció un buen rato en silencio mirando hacia afuera. Luego sonrió y se volvió hacia el reportero.

- Venga usted acá Ellis - le indicó con uuna señal de su mano.

El periodista se puso de pie y se acercó a la ventana.  Desde ella se podía observar el amplio jardín trasero rodeado de altos robles. Dos niños de apariencia saludable - de cabellos castaños el mayor y el más pequeño tan rubio como la niña que había abierto la puerta-  se divertían en una casita de madera que les habían construido en la copa de uno de los árboles. Parecían ocupados en subir una serie de juguetes y una canasta de golosinas a su escondite entre las ramas.

- Sus hijos, supongo- comentó Ellis observando cómo se iluminaba el rostro de su entrevistado.

- Sí, ellos dos y una pequeña más que apenas acaba de cumplir los cuatro- respondió el dueño de la casa.

- Creo que yo ya conocí a esa señorita - comentó en tono bromista el reportero - estábamos a punto de hacer un trueque bastante ventajoso para ella cuando la esposa de usted llegó para redimirme.

- Le habrá pedido golosinas seguramente - supuso el joven padre divertido - Creo que mi niñez se econtraba ya demasiado lejana o muy olvidada,  pues no acaba de asombrarme la enorme cantidad de azúcar que consumen los niños. Y eso que mi esposa hace enormes esfuerzos por controlarlos . . .

En ese instante la pequeña rubia salió también de la casa y los dos hombres parados ante la ventana pudieron observar cómo se unía a los juegos de sus hermanos acompañada de la madre de los tres. La señora Grandchester se había puesto unos pantalones de dril y una camisa de algodón y con los pies descalzos al igual que los tres niños se dió a la tarea de jugar con ellos como si fuese una cuarta compañera de juegos de la misma edad de los chiquillos.

- Sé bien que nunca he sido lo que se llama un hombre simpático - comenzó a hablar el actor sin dejar de mirar la escena veraniega frente a sus ojos - y que tuve épocas en que realmente me comporté como un odioso pedante. Sé también que mucha gente valiosa que trabaja a mi lado tuvo que soportar mis malos ratos y por eso resintieron mis cambios cuando regresé de Francia. Sin duda ver la cara de la muerte tan de cerca tiene efectos asombrosos en las personas, Ellis, pero no creo que hubiese tenido resultados tan positivos de no haber sido porque en medio de todo ese horror vivido también pude contemplar de nuevo el rostro del amor y del perdón.

- Usted nunca ha querido dar detalles sobre esa época a ningún periodista hasta ahora - comentó Ellis tratando de probar sus haabilidades de entrevistador - ¿Por qué?

- Las cosas que viví en Francia tienen que ver con mi vida personal y como en cierta forma involucran a terceros, he preferido guardar silencio al respecto. Entre más información uno le da a ustedes, más especula la gente . . . y simplemente no me gusta mucho la idea. Lo verdaderamente importante que aprendí de la experiencia está reflejado en mi trabajo. Lo demás es privado.

 - Entiendo. No obstante, todos saben que ahí fue donde usted conoció a su esposa. No hace falta ser demasiado listo como para comprender que el inicio de esa relación fue un parteaguas en su vida - sugirió el reportero.

- Eso es correcto. Sí, es cierto que desde el momento que Candy aceptó ser mi esposa mi vida ha sido otra, pero diría que hay algunos detalles inexactos en esa explicación que no tengo intenciones de aclarar al público. Baste saber que si algo bueno hay en mi, algo que tenga en verdad valor humano, eso se debe a ella y a esta familia que ella me ha dado. Esto que ve usted aquí Ellis, es la respuesta que la prensa trata de buscar en una y mil razones fantásticas. No hay gran misterio. Soy un hombre feliz y por ende reacciono como tal. Hasta los seres sombríos como yo tomamos nuevos colores cuando estamos cerca de la luz. Eso es todo.

El hombre dejó la ventana e invitó al periodista a acompañarlo de nuevo a la estancia.

- Pero parecería no estar muy de moda ser feliz entre sus colegas escritores ¿No es así?- pregutó Ellis dirigiendo el tema hacia otro terreno al ver que el actor era reacio a abundar sobre su vida personal.

- Bueno, toca usted un punto algo triste para mi, profesionalmente hablando - contestó el artista - Mis obras tienen cierto éxito y podría decirse que me siento satisfecho de lo que hago, pero mis colegas insisten en preservar una visión más pesimista del mundo ante la cual mi trabajo les parece anacrónico. Pero no los culpo, lo que el hombre ve depende de lo que tiene dentro y la vida ha querido ser generosa conmigo dándome muchas cosas buenas que atesoro aquí dentro - concluyó el hombre apuntando a su corazón.

- ¿Se siente usted incomprendido por sus compañeros escritores? - preguntó Ellis siguiendo la línea que le parecía más interesante.

- Digamos que mal interpretado. Hasta Ernest, con quien tenía una gran amistad, terminó por alejarse al ver que yo no cambiaba mi modo de pensar. Imagino que es propio del caracter de Ernest el ser algo intransigente ante los que piensan diferente. Pero no lo culpo porque en una época en que yo era menos afortunado,  era del mismo sentir.

-¿Se refiere usted a Ernest Hemingway? - preguntó Charles interesado haciendo rápidos apuntes en su libreta - Algunos hablan de una gran rencilla entre ustedes ¿Qué hay de cierto en ello?

- No hay tal cosa. Sólo diferencia de posturas literarias. Eso es todo. Además, es difícil mantener una amistad con alguien que se la pasa viajando tanto como lo hace Ernie.

- Sin embargo usted mantiene una estrecha amistad con el Sr. Andley y él es también un viajero incansable - respuso el reportero lanzando otro gancho más.

- Eso es diferente- respondió enseguida el actor- Usted sabe que entre Albert y yo hay lazos familiares debido a su relación con mi esposa. Irremediablemente estamos ligados el uno al otro de por vida, además de que al margen de eso, compartimos muchos aspectos de nuestra manera de pensar. En algún momento de nuestras vidas ambos decidimos tomar el camino que nuestros corazones dictaban sin importarnos lo que nuestras familias opinaran y estamos orgullosos de los resulados que hemos obtenido.

- Se habla mucho que la familia de su . . . ¿Debería decir suegro?. . . - titubeó el reportero rascándose la nuca con el lápiz - Es que se me hace difícil pensar en un hombre tan joven como padre de la esposa de usted . . .

Terrence volvió a reir de buena gana pues no era la primera vez que alguien resaltaba el curioso dato.

- A mi me gusta pensar en Albert como mi mejor amigo - contestó él con simpleza.

- Bueno . . . se dice que la familia de su amigo nunca ha aceptado su matrimonio con la actual señora Andley ¿Qué hay de cierto en ello? - preguntó el hombre.

- No es muy exacto. Mi esposa y su primo han sido los primeros en recibir con los brazos abiertos a Raisha en la familia. Sin embargo, no es un misterio que el resto de los parientes están reacios al hecho de que Albert contrajera matrimonio con una mujer de otra raza.

- A pesar de ello he oído decir que la Sra. Raisha Andley, antes señorita Linton, es una mujer culta y proveniente de una importante familia británica. Bueno, al menos su padre.

- Es verdad. El padre de Raisha era un geógrafo destacado. Recibió inclusive un título nobiliario en reconocimiento a sus aportaciones a la ciencia. Educó a su hija con esmero y en un espíritu liberal. Pero los Linton jamás aceptaron que se hubiese casado con una hindú. Raisha sufrió siempre la discriminación de sus propios parientes paternos, pero lejos de acomplejarla, esa situación adversa la hizo una mujer fuerte e independiente. Razones que sin duda conquistaron el corazón de mi amigo . . . amén de su belleza que es evidente.

- Imagino que a la familia Andley no le hace mucha gracia que el patriarca del clan viva en la India trabajando por la liberación de ese país sin poner mucho interés en los negocios.

- No tienen nada que reprocharle - defendió enseguida el actor - El tiempo que Albert estuvo al frente de los negocios familiares fue siempre  un brillante hombre de negocios. No dejó su puesto de manera irresponsable sino que dejó en su lugar al primo Archibald que lo ha hecho muy bien hasta ahora. Inclusive con los altibajos que estamos teniendo en la economía en estos días y que seguramente seguiremos teniendo en los siguientes años. Bueno, eso auguran Albert y Archibald, que entienden mucho más del tema que yo.

- ¿Y la familia de usted? ¿Qué opinaba su padre de su decisión de ser actor?- preguntó el reportero reaccionando rápidamente.

- Lo que usted debe imaginarse - respondió Terrence con desenfado - No es secreto que mi padre y yo estuvimos distanciados por mucho tiempo. Afortunadamente tuvimos lo que puede llamarse una reconciliación de úlitmo minuto . . .  desgraciadamente esto no se dió hasta que él estaba por morir. Pero estoy agradecido con la vida de que nos haya permitido quedar en paz el uno con el otro.

- Entiendo . . . ¿Y su madre? Imagino que ella debió de haberle impulsado mucho en su decisión - se aventuró a preguntar Ellis sabiendo que entraba en aguas peligrosas ya que era proverbial que el actor nunca hablaba de la injerencia de su famosa madre en su carrera.

Terrence frunció ligeramente el ceño y Charles se imaginó que se saldría por la tangente sin contestar su pregunta, pero para su asombro el hombre se decidió a replicar la pregunta después de pensarlo un rato.

- Esa es la versión errónea que todos tienen. De una vez por todas voy a contestarle la pregunta y espero que escriba bien esa respuesta porque no pienso volver a hablar del asunto. En primera de cuentas no puedo negar que mi interés por el teatro me viene en la sangre. Mi madre y yo compartimos muchas cosas además de nuestro parecido físico, pero por extraño que les parezca a todos yo jamás le comenté nada al respecto de mi interés en convertirme en actor. De hecho, ella estaba aquí en Nueva York cuando yo decidí dejar Inglaterra y no se imaginaba ni siquiera remotamente lo que yo planeaba. Ella se había hecho a la idea de que yo sería el duque de Grandchester y me encargaría de los negocios y cargos políticos de mi padre en la cámara cuando él ya no estuviera. Después, cuando llegué a Broadway buscando trabajo ni siquiera visité a mi madre para enterarla de mi decisión. Quería hacer las cosas por mi mismo . . . sin usar el prestigio de mi madre como actriz para impulsar mi propia carrera. Estoy muy orgulloso de cada cosa que he logrado en mi trabajo, porque contrario a lo que muchos envidiosos piensan, todo lo he conseguido por mérito propio.

La voz de Terrence había cobrado vehemencia. Ellis pudo darse cuenta de que el tema era sin duda algo que despertaba las pasiones y hasta cierta indignación en su interlocutor.

- ¿Quiere usted decir que a los quince o dieciséis años decidió dejar la casa paterna y aveturarse en Nueva York sin el apoyo de ninguno de sus padres? - preguntó el hombre intrigado, pues nunca se había imaginado que la historia hubiese sido así.

- Debo admitir que tuve que vender un auto y un caballo que mi padre me había regalado para costearme el viaje a América y poder vivir un tiempo hasta conseguir un empleo, pero prácticamente es cierto lo que usted dice. Hice la venta en no menos de veinticuatro horas, empaqué y tomé el primer barco que salía de Southampton.Tuve que conseguir un pasaporte falso que me aumentaba la edad para poder viajar sin el permiso de mi padre, pero no fue difícil de lograr una vez llegado al puerto. Así de simple.

- Debió de requerir de mucho valor siendo tan joven y estando acostumbrado a vivir en el lujo de la nobleza británica- sugirió Charles.

Terrence no contestó inmediatamente al comentario del reportero sino que guardó silencio por unos momentos como si estuviera pensando hasta qué punto quería llevar sus revelaciones.

- Puedo decirle que tenía un motivo muy fuerte para actuar con tanta impulsividad. No creo que fuera valor. Era sólo . . . - se volvió a detener sondeando el rostro del reportero -  Ellis, en su reportaje ponga lo siguiente: no fue valor lo que me movió a salir de Inglaterra en aquella ocasión. En ese entonces yo pensé que sería mejor así para bien de todos. No haré más comentarios . . . pero "off records" y siendo que ya usted tiene parte de la historia desde aquella noche en que el alcohol me llevó a cometer ciertas indiscreciones le contaré lo que realmente sucedió. Supongo que tengo su palabra de honor de que esto no saldrá de esta habitación.

- La tiene sin duda Sr. Grandchester-  contestó el reporteo dejando su libreta en el sofá.

-  Una vez más. Aunque sin duda mis planes eran convertirme en actor como siempre había soñado, no fue ni valor ni una irracional rebeldía lo que me movió finalmente a decidirme, - comenzó a narrar el joven - sino el deseo de proteger a la persona más importante de mi vida y a quien en ese momento yo pensé le convenía mi partida.

Ellis se quedó callado ante la respuesta del actor, preguntándose si esa persona de la que hablaba el artista sería la misma de quien él le había hablado 13 años atrás cuando lo habia conocido en un bar de Harlem..

- ¿Se refiere usted a esa joven de la que me habló . . . en aquella ocasión?

Terrence sonrió y los ojos le brillaron nuevamente.

 

 

Recordó entonces 1915, el año más negro de toda su vida. Romeo y Julieta era todo un éxito.Tenia tan sólo dieciocho años, pero su nombre era ya conocido ampliamente por todo el norte del país. Los tiempos de estrechez económica parecían haber pasado. Irónicamente, las cosas no podían estarle yendo peor. Se sentía confundido, solo, tremendamente triste y para empeorar las cosas había comenzado a beber demasiado. Una noche después de la función le habían faltado las fuerzas para ir a visitar a su novia y en lugar de dirigirse hacia Queens, donde ella vivía, se había encaminado a un bar barato, lejos del glamour de Manhattan. 

El lugar era oscuro y poco concurrido por blancos, así que su identidad estaba cubierta. Esa noche, Charles Ellis que apenas tenía 22 años y recién iniciaba su carrera de periodismo había tenido la misma idea, un tanto molesto por una frustrada entrevista de trabajo que había sufrido aquel día. 

Ambos jóvenes coincidieron en la barra y a pesar de estar sentados uno junto al otro no intercambiaron palabra en buena parte de la noche. Ellis venía con un amigo y Grandchester estaba demasiado ensimismado en sus pensamientos y su botella de whisky como para advertir lo que pasaba a su alrededor. Ya muy tarde, con el bar casi vacío,  después de que el compañero de Ellis se había marchado y consumidas ya muchas copas, la conversación empezó a darse entre los dos únicos pobladores de aquella desierta barra. 

Ellis no estaba muy borracho porque bebía lentamente y en realidad no tenía demasiado alcohol encima, pero era obvio que Granchester estaba totalmente perdido. El joven periodista se había ya dado cuenta de quién era el que estaba a su lado y una idea empezó a rondarle en la cabeza.  Su accidental compañero de farra era nada menos que la revelación teatral del año, quien hasta el momento nunca había concedido una entrevista relevante a nadie ¡Y estaba junto a él, justo ahí, ebrio y bastante comunicativo!

-¿Tiene usted alguna idea de por qué estoy tan ebrio?-  había preguntado Terri con voz aguardientosa y sin cuidar ya su fuerte acento británico al punto que a Ellis se le dificultó al principio entender lo que quería decir. 

-Supongo que querrá divertirse - había sido la respuesta del periodista que se esforzaba por encontrar puntos claves de la conversación que había estado llevando con el actor a fin de poder recordarla después. No podía sacar su libreta y apuntarlo todo delante del artista así que debería de memorizar todo lo que le fuese posible.

- ¡Divertirme!. . . ¡Qué va, hombre! . . .¡Si no podría estar peor! . . . Pero todo es mi culpa.

-¿Por qué lo dice?

-Por estúpido, por supuesto. Por ser aristócraticamente estúpido . . . pero eso sí . . . muy honorable - había dicho el joven actor burlándose de sí mismo.

- No le entiendo.

- Dime tú una cosa . . . si conoces a una chica que hace que se te ponga la carne de gallina, el corazón se te llene de música y el alma se te abra de par en par de sólo mirarla. . . ¿Qué es lo que haces? - había preguntado el joven admirando a Ellis con el lirismo de sus palabras a pesar de su embriaguez.

- Supongo que si eso sucediera sería porque me he enamorado de ellla. . .  entonces. . . supongo que la cortejaría y trataría de que ella estuviera a mi lado siempre.

- ¡Muy bien! Buena respuesta . . . eso hace cualquiera con dos centímetros de frente . . . menos yo por supuesto. A eso me refiero.

- Pero . . . - había titubeado Ellis, no muy seguro sii debía seguir presionando al ebrio con sus preguntas - Usted me ha dicho que tiene una novia ¿No es así?

- A sí . . . mi novia. Cierto . . . la chica más dulce que te puedes imaginar . . . me quiere tanto la pobre . . . pero ella no puede hacer que el alma cante por dentro.

- Entonces no la ama.

El joven había tardado un momento en contestar aquella última pregunta, como si en el fondo le costara aún trabajo sincerarse a pesar de la influencia del alcohol.

- No . . . ¿Triste, verdad? . . . Pero eso no es lo peor . . . estoy enamorado de otra . . . y maldita sea mi estampa, creo que nunca la voy a poder olvidar. Estoy enamorado con desesperación de esta otra chica. Mira, tiene ya tres años que no hago otra cosa que pensar en ella ¡Dios sabe que nunca he querido a nadie como a ella ni deseado a mujer alguna tan ardientemente como deseo a esta! 

-¿Y por qué entonces no romper con la novia que tiene ahora y buscar a esa otra que le obsesiona tanto?

- Simple. Porque estoy obligado con mi novia. No hay otra salida. . .

Y así había continuado la noche en esas confesiones, no se dieron nombres, pero el reportero no los necesitaba. Ellis se había ofrecido a llevar al ebrio hasta Greenwich Village donde vivía y lo había dejado en un edificio de departamentos. Después, le tomó un buen rato regresar al Bronx, donde residía y tuvo que amanecer aquella noche escribiendo el artículo de su entrevista con el actor. 

Aunque recordaba bien todos los detalles de la conversación, en último momento destruyó el primer borrador eliminando todos los detalles personales que sin duda aludían a Susannah Marlowe. Ellis pensó que de no haber sido por la embriaguez y porque él no había mencionado que era reportero, el actor que siempre era muy discreto, jamás hubiese revelado que su compromiso con la joven actriz era meramente de obligación y que no sólo no mediaba amor en él, sino que además había una tercera mujer que el actor amaba en secreto.

 Una historia así, llena de detalles jugosamente pasionales, hubiese sido muy ventajosa para él, pero sus escrúpulos pudieron más que sus deseos de conseguir empleo. No obstante, había logrado editar la entrevista de modo que sonara menos reveladora, y con ella había conseguido su primer puesto en el New York Times. Terrence no olvidaba aquel gesto.

 

 

- ¿Se refiere usted a la misma joven?- preguntó de nuevo Ellis sacando a Grandchester de sus recuerdos.

-¿Usted qué cree, Ellis?- preguntó a su vez el actor con una sonrisa enigmática.

- Que efectivamente la joven de la que usted estaba enamorado fue la persona a quien usted quiso proteger con su partida . . . pero sigo sin entender exactamente cómo es que el hecho de que usted dejase Londres pudo haber ayudado a esa chica - inquirió Ellis pujando por saber más detalles de la historia.

- Éramos compañeros de colegio. Alguien que no nos quería bien nos tendió una trampa cuyas consecuencias exigían que uno de los dos abandonara el colegio. Yo no podía dejar que fuese ella quien sufriera ese castigo, sobre todo cuando la ponía en un serio predicamento con su familia. Entendí entonces que todas las cosas eran ya ineludibles y obvias. Yo no etaba a gusto con la vida bajo la tutela de mi padre y ella necesitaba que yo tomara una decisión rápida. Así que las circunstancias aceleraron los acontecimientos que tarde o temprano se hubiesen presentado - contestó el actor con soltura.

- Comprendo ¿De no haberse presentado las cosas de esa forma habría usted permanecido más tiempo en Inglaterra?

- Esa misma pregunta me la he hecho muchas veces - contestó el hombre divagando un poco los ojos en la superficie de las paredes de la habitación al tiempo que su mente especulaba en las cosas que pudieron ser y nunca fueron - Creo que a pesar de mis cada vez más frecuentes enfrentamientos con mi padre y los deseos de mi madre de que yo viviera con ella,  me hubiese quedado en Londres hasta terminar el colegio. No tanto porque le diera mucho valor a la educación que ahí recibía, sino por prolongar el tiempo de vivir cerca de quien yo estaba enamorado . . . Imagino que hubiese estado dispuesto a humillarme ante mi padre y seguir bajo su tutela un tiempo más con tal de estar con ella. . . pero las cosas no se dieron así.

- Ya veo - repuso el periodista pensando rápidamente en la siguiente pregunta - pero cuando usted llegó a Nueva York y consiguió trabajo en la Compañía Stratford empezó a salir con Susannan Marlowe.

- Eso es falso - corrigió enseguida el artista con un leve fruncimiento de ceño - En esa época lo único que me importaba era memorizar el mayor número de roles que me fuera posible y ensayar el doble que los demás. Creo que ese rumor se originó cierta ocasión que salimos muy tarde de un ensayo de Macbeth. La madre de Susannah se encontraba enferma en esos días y no había podido ir con ella al ensayo como era su costumbre. Me ofrecí a acompañar a Susannah hasta su casa porque la escuché comentar a alguien más que le daba miedo regresarse sola hasta Queens a esas horas de la noche. 

- Entonces usted niega cualquier tipo de relación con ella en ese entonces.

-Así es - afirmó el hombre con una seguridad que le hizo entender a Ellis que decía la verdad.

-¿Y qué pasó con la otra chica? - preguntó de nuevo el reportero.

- No la volví a ver ni a saber nada de ella hasta dos años después de mi llegada a América, pero le aseguro que en todo ese tiempo no dejé de pensar en ella ni siquiera un instante - comentó el hombre y de nuevo su expresión se iluminó mientras sostenía su barbilla con la mano izquierda.

-¿Y qué pasó cuando se volvieron a ver?

- Fue un encuentro más bien breve, pero suficiente como para que entendiéramos que lo que había entre nosotros era una de esas cosas que el tiempo y la distancia solamente hacen madurar y crecer aún más. Ella estaba viviendo en . . . - se detuvo el hombre brevemente como si estuviera pensando qué tan lejos quería ir en su narración - una ciudad lejana,  pero empezamos a escribirnos a diario.

- Usted mantuvo esa relación en secreto- sugirió el reportero.

- Sí . . . nunca he creído que mi vida privada sea relevante. Quiero que la gente me conozca y recuerde por mi trabajo; no por los jugosos detalles de mi vida personal. En el escenario le doy al público eso que tengo dentro para compartir con todos. El resto lo guardo solamente para aquellas personas que son especiales en mi vida. Al público no le consciernen lo que hago fuera del teatro. Al menos eso es lo que yo pienso.

- Creo entender lo que usted dice - asintió Ellis respetando el punto de vista del artista, pero después de un segundo reaccionó con otra réplica para continuar la conversación - Entonces usted mantuvo esa relación digamos "epistolaria" por un tiempo sin que nadie en el medio lo supiera ¿Alguien más estaba al tanto?

- Algunos amigos íntimos de ella solamente.

- ¿Cuáles eran sus intenciones con la joven? - se animó Charles a indagar, sintiéndo que los pedazos de la historia que ya tenía cobraban cada vez más forma con aquella nueva información.

- Los mejores por supuesto - repuso el actor con vehemencia -Me moría de ganas por verla de nuevo pero la distancia y nuestras ocupaciones correspondientes no nos daban margen para vernos. Empecé a ahorrar pensando que podría viajar a visitarla en cuanto tuviera la oportunidad y tal vez formalizar la relación, pero entonces se dio la oportunidad de audicionar para el rol de Romeo. En ese momento mis planes cambiaron. Si conseguía el papel significaría mi primer gran éxito profesional y por ende el inicio de una vida mejor. Así que decidí concentrarme en lograr esa meta que no solamente me llenaría de satisfacciones profesionales, sino que me permitiría estar en una situación económica lo suficientemente estable como para proponerle matrimonio a la mujer que amaba. 

- Pensaba usted muy en serio para ser tan joven. Imagino que no tendría ni veinte años entonces - somentó Ellis.

- Estaba a punto de cumplir los dieciocho pero vivía ya independientemente, estaba perdidamente enamorado y absolutamente cierto de lo que sentía ¿Para qué esperar más tiempo?

-Pero según los tristes detalles que usted me confesó en aquella ocasión que nos conocimos, usted tuvo que echar por tierra todos esos planes ¿No es así?

- Lamentablemente y con eso inicia la época más negra de mi vida - dijo el hombre con un suspiro leve.

- Recuerdo que usted desapareció un buen tiempo de la vida pública no mucho después de que yo le conocí. Debo confesar que llegar a pensar que nunca más se volvería a saber de usted en Broadway. Sin embargo, unos meses más tarde nos sorprendió a todos de nuevo al volver a las tablas ¿Puedo preguntarle qué fue lo que sucedió entonces? Extraoficialmente, por supuesto, aclaró Ellis sin retomar la libreta.

- En esa época hice las cosas más estúpidas y vergonzosas de toda mi vida - contestó el hombre alzando la ceja en un gesto de desaprobación - pero no quiero hablar de ello. Baste decir que un milagro me salvó de acabar conmigo mismo y al final de todo decidí regresar a Nueva York y retomar mi camino.

- Pero eso incluyó también formalizar el compromiso con la Srita Marlowe ¿No es así?

- Así es. En esa época yo pensaba erróneamente que estaba en deuda con Susannah y que la única manera de pagar honorablemente el favor recibido era casándome con ella. Mi dolor por la pérdida de la mujer que amaba en verdad me había hecho acobardarme ante ese supuesto deber, pero después de las experiencias vividas decidí que debía regresar y afrontar lo que creí mi responsabilidad. Por desgracia para la pobre Susannah las cosas no salieron bien, su salud se desmejoró y usted ya sabe el triste final de esa historia.

- Pero si ella no hubiese muerto usted se habría casado con ella ¿Cierto?- sugirió Charles llevando la conversación hacia otro punto que aún le intrigaba.

- Sí y ahora sé que hubiese cometido la mayor equivocación de mi vida. Pero para comprender eso me fue necesario cruzar el mar, enrolarme en el ejército y conocer a un hombre con quien estaré endeudado toda mi vida.

-¿Querría usted hablar de ese hombre? - se aventuró Ellis a preguntar.

- Claro, y eso sí lo puede usted publicar, omitiendo por favor todo lo referente a Susannah. No sé que hubiese hecho si usted hubiera sacado a la luz las cosas que le conté aquella vez en el bar. Lo último que yo quería era que se confirmara que mi compromiso con Susannah estaba fundado en un sentimiento de culpa y agradecimiento. No hubiese sido de caballeros, y ya que tuve la suerte de que usted fuese discreto aquella vez, quiero que la memoria de mi desafortunada ex-novia permanezca limpia ante la opinión pública. Usted me entiende ¿No es así?

- Por supuesto Sr. Grandchester. Usted descuide . . . pero me decía de ese hombre que conoció en Francia.

- Se trata de alguien a quien respeto muchísimo y considero uno de mis mejores amigos. Su nombre es Armand Graubner y es sacerdote.

Granchester se detuvo para observar la reacción de su interlocutor. 

- ¿Me está diciendo que es usted religioso?

El artista se echó para atrás y rió un buen rato ante la sorpresa del reportero.

- Ciertamente no soy ateo, si eso es lo que usted insinúa, aunque  tampoco podría decirse que soy muy devoto. Pero mi amistad con el Padre Graubner no tiene nada que ver con mis convicciones religiosas. Lo conocí en el frente y entablamos amistad en una época en que yo había dejado de creer en las personas. Él inició el trabajo de abrirme los ojos ante ciertos falsas concepciones que yo aún arrastraba  conmigo como consecuencia de la educación ortodoxa que recibí y que me estaban haciendo mucho daño. Sobre todo en lo referente a la supuesta deuda que yo había creído tener con Susannah. Podemos decir que Graubner me ayudó a exorcisarme de la culpabilidad que llevaba a cuestas desde el momento en que Susannah se accidentó por salvarme la vida.

- ¿Sigue usted en contacto con este hombre . . . Graubner? - preguntó Ellis interesado.

- Por supuesto. Él vive ahora en Alemania donde está a cargo de una pequeña parroquia en la región de Bavaria. Nos escribimos seguido y cuando viajo a Europa siempre aprovecho para visitarlo. 

- Así que el hecho de conocer a este hombre fue una de las cosas importantes que le acontecieron en Francia, además de haber conocido ahí a su esposa.- replicó Charles con doble intención.

- Sí, pero eso es algo que no necesariamente quiero guardar sólo para mi. Todo lo contrario, estoy muy orgulloso de contarme entre las amistades de Armand Graubner, pero lo que ahora voy a decirle eso guárdelo sólo para usted, una vez más por respeto a la menoria de Susannah.

- Usted dirá- le animó el periodista arrellanándose en el sofá listo para lo que habría de venir.

- Ellis, usted se ha ganado mi confianza a lo largo de los años con su trabajo siempre profesional. Le voy a confiar esto: mi esposa y yo no nos conocimos en Francia como la gente ha supuesto y nosostros hemos acordado dejarles creer.

- ¿Entonces? - preguntó el reportero y su mente empezóó súbitamente a atar ciertos cabos.

- Se lo diré de este modo - repuso el actor  mientras su rostro se iluminaba con las últimas luces de la tarde - Conocí a Candy cuando yo estaba por cumplir los quince años y ella los catorce. A pesar de mi juventud me bastó mirarla una sola vez para entender que ella sería el amor de mi vida. Desde aquella primera noche me obsesioné con ella y a pesar de que luché contra el sentimiento a medida que se iba transformando de una fuerte atracción a un profundo amor, pronto tuve que rendirme a él y hasta el día de hoy me declaro vasallo de este amor. 

Los ojos de Ellis se abrieron con pasmo en señal de que la comprensión había llegado a su mente.

- ¡Usted desposó a la joven de quien me habló aquella noche! - dijo al fin - Su  primera obra de teatro es entonces autobiográfica, aunque usted ha dicho muchas veces que no es así. 

- Acierta usted de nuevo - respondió el actor sonriendo - El destino, que a fin de cuentas quiso sernos favorable, nos dio una úlitma oportunidad para reparar el error que cometimos al sacrificar nuestro cariño en aras de un mal entendido sentimiento de deber. Por eso amigo, le decía yo al principio de esta conversación que mi experiencia en Francia, si bien fue cruda, me trajo a cambio la más grande de las bendicones a las que puede aspirar un hombre. Tal vez me costó unas cuantas heridas de bala y el dolor moral de haberme manchado las manos de sangre, pero la vida me ha pagado a cambio con creces. 

- Me alegra por usted, Grandchester. Pocos hombres pueden decir que han amado a una sola mujer toda su vida y aún más, contar la dicha de tenerla a su lado. Pero no entiendo el deseo de usted y su esposa de ocultar una historia de amor tan hermosa. 

- No ha sido así. Usted mismo acaba de entender acertadamente que la historia está escrita en mi primer drama. Lo que la vida nos permitió aprender con la experiencia está ahí para que todo mundo lo perciba.No obstante, hemos querido que el mensaje esté velado. Nuestro deseo es proteger la memoria de Susannah, como un úlitmo gesto de agradecimeinto y de respeto al dolor en que ella vivió. Sólo eso.

- Pues le admiro por ello. No se preocupe por lo que me ha dicho.

- Pero ahora pregúnteme algo que sí pueda publicar o me temo que su entrevista no llenará una cuartilla - bromeó el actor y el reportero rió de buena gana.

- Me gustaría saber la razón por la cual usted dejó de actuar tan intensivamente. Algunas opinan que no es bueno para su carrera dramática hacer solamente un tour breve al año con una única puesta en escena.

-Sí, he escuchado esos comentarios - respondió el hombre con tranquilidad -, pero me tienen sin cuidado porque, si bien estoy menos presente en el escenario que antes, la calidad de mi trabajo es superior y más cuidada. Al mismo tiempo tengo la oportunidad de no descuidar mi carrera de escritor.

- Bueno, eso es muy cierto - comentó Charles con un asentimiento de cabeza - También se dice que lo que ha perdido el público al tener menos de Terrence Grandchester como actor, lo ha ganado al tener más de Terrence Granchester como dramaturgo. Además, tengo que reconocerle que es muy cierto lo que ha dicho en cuanto a su calidad histriónica. Cuando usted sube al escenario nos sorprende con un mayor nivel interpretativo en cada nueva puesta en escena.

- Gracias, Ellis,  usted será siempre uno de mis espectadores favoritos - respondió el actor sabiendo que los cumplidos del periodista eran sinceros.

- ¿Podría decir entonces que sus intereses literarios lo han llevado a tomar estas medidas? - inquirió el reportero retomando el temaa.

- No - replicó el hombre poniéndose serio - Es verdad que deseaba tener más tiempo para escribir, pero la decisión no la tomé en función de eso. Fue más bien un motivo de distinta índole.

- ¿Se puede saber? - preguntó Ellis y Grandchester tomó un segundo para pensar cómo debía responder a esa pregunta.

- Mis motivos fueron familiares- dijo él al fin - Las constantes giras que hacía me estaban alejando demasiado de casa y eso terminó por lastimar a mi familia. Lo peor fue darme cuenta de que mis hijos Dylan y Alben estaban resintiendo mi ausencia al punto de que Alben ya no me reconocía cuando estaba en casa. Tendría entonces apenas un año. Por otra parte Dylan se mostraba irritado y lejano. Afortunadamente me di cuenta antes de que las cosas empeorasen aún más y corregí el rumbo. Después de que tomé esa decisión Dios nos bendijo con la llegada de Blanche ¿Qué más podríamos pedir?

- Supongo que su esposa estará muy contenta con su gesto. Pocos hombres están dispuestos a sacrificar su carrera en pro de la unidad familiar - comentó Charles.

- Ella se merece eso y más. No me perdonaría nunca si mi carrera llegara a alejarme de mi mujer y mis hijos . . . En esa época aprendí que yo sin ellos no soy ni la mitad del hombre que usted ve ahora . . . 

 

 

La mente de Terrence volvió a dejar la conversación por unos breves instantes para remontarse a cinco años atrás . . . Todo parecía perfecto en su vida. Tenía apenas 26 años pero su prestigio como primer actor estaba ya más que consolidado. La compañía Stratford le pertenecía en un 40% por lo que tenía injerencia directa en las decisiones sobre las obras que se ponían en escena y los actores que se contrataban. Todo ello le daba una posición de poder dentro de la industria del entretenimiento en Nueva York. En otras palabras, era al mismo tiempo admirado y temido, porque era capaz de entronar o destruir la carrera de muchos. Adicionalmente, su carrera de dramaturgo empezaba ya a traerle importantes dividendos y por si fuera poco, contaba con la fortuna heredada de su padre que Steward seguía administrando fielmente. Ciertamente Terrence Grandchester jamás se moriría de hambre.

Pero fama, dinero y poder no eran lo único que le daban una situación envidiable. Estaba casado con la heredera de una de las familias más ricas del país, quien además de hermosa le amaba con locura y le había dado dos hijos sanos y fuertes. En fin,  gozaba de salud, junventud, atractivo, un presente sólido y un futuro brillante ¿Cómo no ser el foco de las envidias más mesquinas y las ambiciones más ilegítimas?

Bajo las tranquilas y deslumbrantes aguas de la fama y el prestigio que gozaba, se empezaron a formar peligrosos remolinos ocultos. El primero de ellos fue Marjorie Dillow, una de las actrices de la compañía Stratford, que tuvo la mala idea de buscar un rápido ascenso en el difícil mundo del espectáculo por medios distintos a su talento histriónico. El segundo  fue Nathan Bower, un actor irlandés que se había instalado en Nueva York por aquellos días y que había ganado súbita reputación, no sólo como actor, sino como seductor profesional . . . 

Terrence había conocido a Bower en una fiesta organizada por Robert Hathaway por motivo de su quincuagésimo cumpleaños y desde el primer momento las alarmas de su instinto sonaron con fuerza. Conversando con un grupo de compañeros, los ojos de Terrence habían sorprendido que desde lejos Bower observaba con insistencia a alguien en el otro lado del salón. Por la expresión en el rostro de Bower no le fue difícil entender que el hombre estaba desnudando con la mirada a alguna mujer bonita que le había llamado la atención. Grande fue su disgusto al comprender que la mujer que Bower estaba mirando era nada menos que su esposa. Desde entonces el aristócrata no pudo resistir la presencia de su colega actor sin sentir ciertos irracionales deseos de cortarle el cuello. Sin embargo se guardó para sí su disgusto.

Con el tiempo el incidente pasó a segundo término pues otro interés ocupaba su mente: acumular cierta fortuna antes de terminado el lustro para asegurar una herencia a su hijo menor que se pudiera equiparar a la que por ley le pertenecía a su hijo mayor. Dylan heredaría la fortuna y el título de los Grandchester que le correspondían a su padre y por lo tanto su futuro estaba resuelto. Terrence quería que  Alben también gozara de una posición similar. Era muy extraño. Antes las cuestiones económicas no parecían importarle, pero la paternidad había hecho cambiar sus puntos de vista al respecto y no podía evitar sentirse preocupado por el futuro de su familia. Ese motivo, más que cualquier otro, lo llevó a entrar en una compulsiva serie de giras a lo largo y ancho del país durante el tiempo entre temporada y temporada en Broadway.

Robert Hathaway se venía ocupando solamente de la dirección artística del grupo y dejaba que su joven socio tomara las decisiones en cuanto a las contrataciones del grupo fuera de Nueva York. El éxito que estaba gozando la compañía era tan deslumbrante que los demás actores no se quejaron del durísimo ritmo que se les imponía. Parecía ser que el brillo de la popularidad los había embriagado a todos conjuntamente. 

Desafortunadamente ese año no había sido el mejor para la primera actriz de la compañía, Karen Clais, quien había quedado en cinta para su gran disgusto. Aunque la joven intentó seguir con su siempre incansable rutina de trabajo, la naturaleza acabó por vencer su voluntad y tuvo que quedarse en Nueva York en un forzado retiro por los últimos meses de su embarazo. En su lugar, un nuevo nombre empezó a darse a conocer. Marjorie Dillow vió finalmente su gran oportunidad cuando Robert Hathaway la propuso como suplente de Karen a pesar de que Terrence no estaba muy convencido del talento de la novata. A fin de cuentas pudo más la opinión del veterano artista y Dillow suplantó a Karen en todos los roles que la actriz tomaría en las giras de aquel año.

No pasó mucho tiempo antes de que la prensa empezara a dejar escapar comentarios sugerentes sobre la relación del primer actor de la compañía con la nueva estrella. Terrence, siguiendo su costrumbre, ignoró las notas maliciosas y dio por hecho que su esposa también lo haría. El asunto no se mencionó siquiera durante las cortas estancias del actor en su casa. Sin embargo, el daño en el corazón de la joven Sra. Grandchester empezaba ya a dejarse sentir, muy a pesar de los grandes esfuerzos que ella hacía por no prestar atención a las habladurías. 

Las ausencias de Terrence se prologaban, los rumores al respecto de su relación con Marjorie aumentaban y la presencia de Nathan Bower se hacía más patente. Candy había vuelto a ver al actor irlandés accidentalmente cierta tarde de Noviembre mientras paseaba con sus dos pequeños hijos en un parque cercano a su casa. Desde entonces había surgido una amistad entre ambos y las cosas se hubiesen quedado ahí de no ser porque un testigo inoportuno llevó la noticia a oídos del marido ausente.

Los acontecimientos no podían haber sido más propicios para el conflicto. Finalmente la bomba terminó por estallar hacia principios de Diciembre cuando Terrence regresó a Nueva York para descansar unos días antes de terminar su gira Navideña. La pareja discutió acaloradamente y en el transcurso de la pelea ambos se dijeron cosas que realmente no sentían, pero que eran prueba feaciente de que el distanciamiento había dañado su relación. 

Terrence le reclamó a su esposa su amistad con Bower la cual consideraba impropia y poco conveniente para su reputación, y su mujer, como siempre de ánimo liberal e independiente se dejó llevar por la indignación. La desconfianza que ella sintió en las palabras de su marido la llevaron a hacer algo que jamás pensó llegar a decir: reclamarle a su marido abiertamente la cadena de rumores sobre él y Marjorie Dillow. Obviamente la pelea solament se recrudeció con aquel nuevo ingrediente y después de decir muchas cosas que no convenían Terrence salió de su casa dando un portazo y Candice se encerró en su recámara. Aunque una parte de ella quiso correr para impedir que su marido saliera disparado en su auto, su orgullo pudo más y se quedó en casa.

Terrence recordaba bien que la noche era fría porque el día anterior había escarchado sobre Fort Lee y las ruedas del auto patinaron más de una vez sobre el hielo, pero a él no parecía importarle. Lo único en que podía pensar era en cruzar el puente Washington y llegar hasta el departamento de Bower en Manhattan con un solo propósito, descargar toda su frustración y furia en el  rostro del irlandés.  Afortunadamente a sólo unos metros de llegar al Hudson, su auto se detuvo incapaz de continuar andando por más tiempo debido a la falta de combustible. 

Lanzó una maldición y se desplomó sobre el volante. Le pareció haber vivido algo similar antes, pero no alcanzaba bien a definir cuándo o dónde. Lo cierto es que ese fuego que le quemaba el pecho tenía un único nombre: celos.  Nadie en el mundo despertaba en él unos celos tan intensos y dolorosos como  Candy. Nadie como ella era capaz de amedrentarlo y hacerlo  sentir tan inseguro, sólo que hacía ya mucho tiempo que él se había olvidado de ello,  gracias a aquellos deliciosos años de estabilidad conyugal. Sin embargo, había bastado una indiscreción por parte de una tercera persona para que toda aquella seguridad se viniera abajo.

El frío otoñal empezó a inundar el vehículo ayudándole a enfriar las pasiones un poco, al tiempo que la razón volvía asomar su cabeza. Se apeó del automóvil y desistiendo de su primer impulso de buscar a Bower se encaminó de regreso a Fort Lee.  Durante aquella larga y helada caminata el arrepentimiento no tardó mucho en llegar mientras que con espanto recordaba las cosas que le había dicho a su esposa ¿Cómo era posible que hubiese dicho tantas tonterías juntas? Pero ya era demasiado tarde para evitar el daño que seguramente ya habían causado . . . apresuró el paso preguntándose la manera en como enfrentaría a su esposa al llegar a casa.

Llegó a su casa casi al despuntar el alba. Tiempo después Terrence le agradeció al cielo que los sirivientes ya no vivían más en la casa, porque hubiese sido muy penoso que presenciaran su desesperación cuando al abrir la puerta de su recámara no encontró a su esposa dormida como esperaba. En su lugar había solamente una lacónica nota:

 

Terrence:

Creo que la distancia que ha mediado entre los dos este último año nos ha hecho más daño del que yo quería admitir. Me temo que si esta situación sigue como hasta ahora pueda afectar a nuestros hijos. Dios sabe que eso es lo último que desearía. Me parece que es mejor que nos tomemos un tiempo lejos uno del otro para reflexionar sobre las cosas que queremos hacer cada uno con nuestras vidas de ahora en adelante. Partiré con los niños para tomarnos un descanso juntos. Por favor, no nos busques. No tengas cuidado de Dylan y Alben. Ellos estarán bien conmigo.

 

Candice.

 

Después de leer aquella nota se dislocaron los cimientos que sostenían el delicado equilibrio de su vida. De la noche a la mañana parecía que la oscuridad vivida en otro tiempo y prácticamente olvidada durante cinco años de estabilidad emocional volvía de súbito a tomar el control.

Como nunca antes Terrence comrpendió que las bendicones terrenas son frágiles como las alas de las mariposas, que si bien pueden conservarse toda la breve vida del insecto, también pueden destruirse prematuramente bajo alguna mano inconsciente. Entumecido por aquel golpe con la realidad no atinó a hacer movimiento alguno hasta varias horas después ¿Cómo reacciona un hombre cuando todo parece indicar que su esposa lo ha abandonado? Si Albert Andley o Andre Graubner hubiesen estado cerca sin duda él hubiese corrido a buscarles, pero el millonario estaba entonces en Inglaterra, ocupado en consolar a Raisha Linton después de la muerte de su padre, y Graubner estaba por mudarse de Lyon a Bavaria. Miles de millas lo separaban de sus dos mejores amigos. Estaba solo en aquel embrollo en el que él se había metido inconscientemente.

Sin embargo, no todo lo que le había enseñado la vida se había olvidado en aquellos días de bonanza. Al menos algo había aprendido y eso era a ser menos reacio a reconocer sus errores. Así que una vez que su mente y corazón terminaron de entender la gravedad de la situación Terrence decidió que no tenía otra opción que tomar cartas en el asunto.

- ¿Qué haces cuando todo lo demás falla? - le había preguntado Archibald un par de años atrás, cuando el joven millonario luchaba por recuperar el amor de la mujer quen no había sabido apreciar.

. ¡Rogar! - había sido la sencilla respuesta del actor.

Y si de rogar se trataba Terrence decidió entonces que estaba dispuesto a hacerlo de nuevo.

Por supuesto, todavía tenía deseos de desollar vivo a Nathan Bower,  pues estaba seguro de que la supuesta amistad del actor irlandés con Candy no era más que una poca caballerosa estratagema de Nathan para comprometer a la dama que lo había atraído desde el primer momento en que posara sus ojos en ella. Bower tenía fama de casanova y Terrence sabía de sobra que su mujer era una joya que fácilmente despertaba la codicia de aquellos que suelen encontrar diversión en hurtar lo prohibido. Por otra parte, el joven actor no tenía dudas de la virtud de su esposa, pero temía que la amistad con Bower fuese a desencadenar las dañinas habladurías de Broadway.

Eso había sido lo que había hecho estallar la discusión, pero ya con más frialdad Terrence reconocía que se había extralimitado con las palabras. En suma, se sentía avergozado del modo como le había recriminado a su esposa por su amistad con Bower y bastante preocupado por las cosas que Candy le había echado en cara por los rumores que corrían sobre su relación con Marjorie Dillow.

- ¡Marjorie Dillow! - se decía él mientras movía la palanca de velocidades con nerviosismo - ¡Malditos reporteros y maldita sea mi suerte! ¡Debí haber tenido más cuidado con Marjorie! . . . 

 

 

- Imagino que no fue  fácil  decidirse a reducir su ritmo de trabajo cuando estaba teniendo usted tanto éxito. - sugirió Ellis haciendo que la mente de Terrence regresara al presente.

- En realidad no me tomó demasiado esfuerzo- contestó enseguida el artista cubriendo las emociones que en él habían despertado los recuerdos con su bien entrenada habilidad para controlar cada uno de sus gestos- Lo cierto es que después de más de un año de no estar en casa durante largos periodos, me encontraba cansado, insatisfecho  y . . diríase que incompleto. Cuando di por terminada esa cadena de giras frenéticas y empecé a disfrutar a mi familia, me di cuenta de lo estúpido que estaba siendo ¿Me entiendo, usted, Ellis?

- Creo que sí  . . - repuso Charles con una sonrisa de comprensión - Pero siendo el hombre inquieto que usted sin duda es, su mente no  se ha dado tregua en este tiempo. Por el contrario, se ha vuelto un escritor muy prolífico durante los últimos años. Voy a hacerle una pregunta que tal vez sea gastada y hasta un tanto estúpida ¿De dónde toma usted ideas para sus obras? Siempre nos sorprende con temas disímbolos.

El semblante de Terrence se relajó aún más y acomodándose de nuevo en el sillón se dispuso a contestar con placidez.

- Siempre me ha gustado observar a la gente. Mis historias en realidad no son mérito propio. Las tomo de las personas que alguna vez se han cruzado en mi camino y de los sentimientos que todos alguna vez hemos experimentado.

- En su ultima obra, "Al otro lado del Atlántico" usted relata la historia  de un hombre que vive obsesionado por el recuerdo de una pasión no correspondida que casi lo lleva al suicidio ¿Tenía usted en mente a alguna persona en especial cuando creó al personade de Jules?

- Bueno, de hecho le debo la historia a dos hombres que conozco, cuyos nombres obviamente no puedo revelarle - contestó el artista con un amplio movimiento de su mano derecha - Encontré sus experiencias hasta cierto punto . . digamos . . .paralelas. Junté algo de aquí, algo de allá y el resto lo confeccionó la imaginación.

-¿Fueron ellos tan afortunados como Jules al final de la obra? - preguntó Ellis interesado.

-          Puedo decirle sin temor a equivocarme que  así ha sido – aseguró Terrence pensando en Yves a quien había visto por última vez el año anterior. El tiempo, que es siempre la mejor medicina para el alma, había logrado que el joven médico olvidase sus pasados fracasos amorosos, abriéndole también los ojos ante el cariño de una mujer que lo había amado silenciosamente por años.  Terrence recordaba todavía aquellos adioses en la sucia estación del tren, entre pertrechos y municiones.  En esa ocasión Terrence sabía que a pesar de la sonrisa que Yves se esforzaba en mantener había aún una dolorosa sensación de pérdida que se ocultaba detrás del rostro sereno del médico.

A veces,  en los momentos de serenidad plena cuando contemplaba el rostro de su esposa durmiendo a su lado, se solía preguntar lo que hubiese sido su vida si  fuese otro, tal vez Yves o  Archibald, quien gozase la dicha de tener a Candice en su lecho. En esos instantes Terrence no dejaba de asombrarse de que el corazón de la joven lo hubiese elegido a él, y como a pesar de su carácter impulsivo Terrence era un hombre de naturaleza noble, no  podía evitar sentir algo de pena por sus antiguos rivales.  Con el tiempo el actor había llegado a la conclusión de que tal vez el cielo había querido compensarle las carencias de la infancia con el don de un amor bien correspondido. En silencio su corazón hacía votos para que tanto el magnate como el médico pudieran encontrar por lo menos una pequeña parte de la dicha que él  disfrutaba.

Afortunadamente sus buenos deseos habían sido escuchados y ambos jóvenes habían terminado por recobrarse de los pasados fracasos. Después de la guerra Yves había dejado el ejército dedicándose a ejercer su profesión en un hospital en  París. Le tomó mucho esfuerzo sobreponerse a la depresión que le sobrevino cuando la urgencia de las batallas hubo terminado y tuvo que enfrentarse a la dura realidad de ver a todos sus hermanos y amigos ya casados mientras él continuaba solo. Para su buena suerte, la ayuda le llegó del lugar menos pensado.

La vida acabó enseñándole que el amor está a veces aguardándonos a la vuelta de la esquina a pesar de que  nos obstinemos en ignorarlo. Lentamente, de manera casi imperceptible, la tímida compañía de una buena amiga fue convirtiéndose en la mejor medicina para sanar sus heridas y una buena mañana Yves se despertó dándose cuenta de que ya no había dolor en el corazón. Pero hacía falta más que eso para que el joven médico advirtiese que un nuevo afecto crecía ya en su pecho. 

En 1924 Paul Hamilton falleció finalmente, víctima de su alcoholismo crónico. Su viuda, al verse liberada  de aquel lastre que le había marchitado la juventud, le escribió a su hija mayor, Flammy, rogándole que volviera a América. La Sra. Hamilton esperaba que una vez desaparecido su esposo, causa principal del alejamiento de Flammy,  la joven pudiera sentirse más cómoda para volver a Chicago al lado de su familia. 

Habían pasado largos diez años desde aquella vez que Flammy dejara los Estados Unidos para irse a trabajar a  Francia como enfermera militar y la idea de regresar a Chicago le cayó de sorpresa a la joven. No era algo que estuviera en sus planes, pero por primera vez en mucho tiempo la nostalgia invadió su corazón y empezó a considerar la opción. La joven había decidido quedarse en  Europa al término de la guerra porque en el fondo acariciaba la remota idea de lograr conquistar el cariño de un hombre, pero los años habían pasado y aunque podía jactarse de haberse ganado la confianza y la amistad de  Yves Bonnot, parecería que éste no podía ver en ella más que una buena amiga.

Flammy se miraba al espejo y se sentía vieja. Aunque gracias a la influencia de Julienne, Flammy había aprendido a sacar mejor partido de su apariencia, la joven sentía  que no importaba cuánto se esforzara, nunca podría llegar a competir con la belleza de su antigua condiscípula de la escuela de enfermería. Y como al parecer Yves no estaba dispuesto a conformarse con menos que eso, Flammy finalmente decidió que era tiempo de volver a ver el lago Michigan.

Curiosamente esa fue la mecha que prendió la flama que estaba durmiendo en el corazón de Yves. Cuando la muchacha le confió su decisión de regresar a su país natal Yves quedó impávido y apenas si hizo algún comentario al respecto. Después de esa entrevista Flammy  no supo de su amigo en más de un semana por lo que se imaginó  que al joven no podía importarle menos su decisión. Sin embargo, como seguía siendo la misma orgullosa Flammy de siempre se tragó las lágrimas y siguió adelante con los preparativos de su viaje.

Contrariamente a lo que la joven morena pensaba, esos días fueron  los más espantosos que Yves podía recordar desde sus experiencias de guerra en el bosque de Argona. De repente todo cuanto creía cuerdo y cierto se convirtió en locura ¿Era natural sentirse tan desquiciado porque una buena amiga se iba lejos? Triste, tal vez sí . . .  melancólico, inclusive ¿Pero totalmente desesperado? De buenas a primeras Yves sentía que la vida perdería el sentido si Flammy Hamilton no estaba a su lado y entonces finalmente se dio cuenta de que estaba enamorado de ella. Esos impulsos extraños que últimamente sentía cuando estaba cerca de ella hacía un buen tiempo que habían dejado de ser meramente fraternales, pero sus sistemas de defensa no se lo había  permitido ver.

Sin embargo, la confusión que pronto se convirtió en certeza terminó por degenerar en nuevos miedos ¿Cómo decirle de repente a su mejor amiga que se había enamorado de ella? Eso era algo que ya había vivido antes y lo último que necesitaba era un nuevo rechazo. Flammy parecía siempre tan independiente y desinteresada en los hombres . . Así que Yves terminó rindiéndose ante su cobardía y dejó partir a Flammy sin decirle nada y ella a su vez hizo lo propio guardándose sus sentimientos en secreto a pesar de la insistencia de Julienne para que se sincerara con Yves.

Después de la partida de Flammy las cosas fueron de mal en peor para Yves. Su madre pensó alarmada que esta vez su hijo terminaría loco. Pero afortunadamente, la patente distancia que había entonces entre él y Flammy fue obrando un cambio en el ánimo del joven que del miedo pasó a la desesperación para luego terminar por recobrar el coraje perdido.

Así pues, una de esas lánguidas tardes de verano en Chicago, Flammy interrumpió el trabajo de limpieza que estaba realizando en su recién alquilado apartamento. Alguien llamaba a la  puerta, así que la joven dejó de lado el delantal de percal que llevaba puesto y se dirigió a la entrada para descubrir con enorme sorpresa que del otro lado del umbral estaba parado  Yves Bonnot,  mirándola como si ella fuese la mujer más hermosa de la tierra.  Después de ese momento pocas palabras se necesitaron. Con la naturalidad de algo que es ya demasiado obvio, ambos jóvenes se entregaron al sentimiento que había anidado en sus corazones por largo tiempo. Cuando las  más elementales explicaciones se hubieron dado e Yves tomó en sus brazos a Flammy para besarla por primera vez, no pudo evitar preguntarse mientras se perdía en el placer de la caricia por qué había esperado tanto tiempo para volver a vivir. Desde entonces ambos jóvenes se ocuparon en recuperar, si no los años, por lo menos la pasión desperdiciada.

No mucho tiempo después la pareja contrajo matrimonio.  Sin olvidar a quien seguía considerando su mejor amiga a pesar de los años y la distancia, Flammy invitó a los Grandchester al sencillo enlace. Para Candy, que no había dejado de rezar ni un solo día por Flammy e Yves, aquél fue un día de fiesta tan importante como lo habían sido las bodas de Annie y Patty. La rubia temió al principio su encuentro con Yves a quien no había visto desde aquella desafortunada noche del baile, pero al ver el semblante feliz y pleno del joven, Candy pudo al fin respirar aliviada, pues en cierto modo aún se sentía culpable por no haber podido corresponder a los sentimientos de su amigo.  Finalmente podía volver a ver directo a las pupilas grises de Yves sin tener que bajar los ojos, podía verlo de frente y sentir simplemente la mirada de un buen amigo.

Tiempo después Yves le contaría a Terrence lo que había sido de su vida desde el fin de la guerra y así, con algo de las experiencias del joven médico, y algo de lo que Archie le confiara alguna vez, nació “Al otro lado del Atlántico”, obra que había abarrotado los teatros de todo el país en fechas recientes.

La conversación entre Terrence y el reportero continuó un buen rato más, mientras el joven artista contestaba detalladamente las preguntas que sobre sus obras le hacía Ellis, quien con el paso del tiempo y la experiencia se había convertido en un verdadero experto en la materia. 

Un poco cansado de estar sentado el aristócrata invitó al periodista para mostrarle su casa al tiempo que continuaban la conversación. Ellis revisó fascinado la gran colección de libros que el actor tenía en su biblioteca y los objetos exóticos que mantenía guardados dentro de una vitrina que adornaba su estudio. Los que no habían sido colectados por el propio Grandchester en sus diversas giras,  eran regalo de Albert Andley, fruto de los incesantes viajes del millonario.

 

Esta es una máscara de la tribu Watusi – explicó Terrence mostrándole al reportero la colorida presea mientras le explicaba el uso que le daban los nativos de esa tribu a semejante objeto – El fallecido suegro de Albert era un experto geógrafo y antropólogo.  Pasó muchos años de su vida en África. De hecho fue ahí donde Albert conoció a los Linton.

-          Ya veo . . . Pero dígame . . . ¿Puedo preguntarle qué hace esto aquí? - indagó Charles señalando una sencillla taza de porcelana barata que lucía extrañamente ordinaria en medio de aquella colección de curiosidades exóticas. 

     Terrence curvó sus labios bien trazados en un gesto enigmático al tiempo que tomaba la taza de la vitrina.Era, efectivamente un objeto viejo, deslucido y simplón entre estatuillas de marfil laboriosamente talladas provenientes de la india; piezas de talavera traídas del centro de México y pipas ceremoniales de la tribu Cheyenne. 

-     Esto, Ellis, es un pequeño recordatorio - masculló el joven artista con un leve suspiro - ¿Ve usted este objeto común y poco atractivo? Cada vez que lo observo me sirve para tener siempre en mente que las cosas verdaderamente valiosas en la vida del hombre no son las que el dinero puede comprar . . . aún así,  requiere mucho más esfuerzo obtenerlas y mantenerlas que amasar una gran fortuna. Es un obsequio de una anciana dama a quien debo sin duda una de las lecciones más importantes de mi vida- terminó de explicar el hombre.

 

 

     De nuevo la mente de Terrence se remontó a aquel momento algunos años atrás en que se dirigío desesperadamente al único lugar donde se le ocurría podían estar su esposa e hijos. Estaba tan alterado que ni siquiera se molestó en comprar un boleto de tren, sino que tomó uno de sus autos y sin pensarlo mucho emprendió el largo viaje a Indiana. Manejó histéricamente,  deteniéndose lo menos posible ¿Qué importaban las demás cosas cuando el corazón le decía que lo más escencial para vivir le faltaba?

    Después de horas y horas al volante por fin la desviación del camino nevado se abrió ante sus ojos, llevándolo hacia un panorama campirano rodeado de coníferas centenarias. El camino vecinal rodeaba el valle y se perdía detrás de una colina desde cuya cima vigilaba un antiguo abeto de severa belleza. Al pasar la curva pudo por fin mirar de lejos la casa a la cual se dirigía. 

      Pronto se estaba estacionando en el solar de la casa y apeándose nerviosamente. En el umbral se veía a una anciana regordeta cubierta de un vestido de lana que le llegaba a los tobillos. Detrás de sus gafas metálicas sus ya cansados ojos observaron compasivos al joven hombre, que a pesar de su barba de varios días, los enormes círculos negros al rededor de los ojos y la ansiedad en sus movimientos, no perdía la arrogancia de su porte. 

    - Terrence, hijo, te estábamos esperando - le saludó la anciana cuando se econtraron frente a frente.

    - ¿Está ella . . .? -  se apresuró éél a preguntar jadeando y olvidándose de saludar a la dama a quién no había visto desde el verano anterior.

    - ¡Vamos, hijo, entra en la casa! Despuéss habrá tiempo de hablar - le reconvino la anciana con la usual dulzura que la caracterizaba y a la cual Terrence no pudo resistirse.

        La Srita Pony abrió la puerta y una vez más el calor de aquel hogar que olía siempre a madera antigua, especies, vainilla y frutas en conserva llenó los sentidos del joven. Niños y religiosas cruzaban los pasillos saludando al recién llegado a su paso. La anciana guió al joven hacia una de las estancias,  pero antes de entrar en la habitación una viejita diminuta y con el rostro zurcado de mil arrugas salió al encuentro del visitante.

    - ¡Terri, muchacho! - saludó la viejita ccon una sonrisa brillante -

    - Abuela Martha ¿Cómo está usted? - saluddó Terrence deseando no haberse encontrado a la anciana en ese momento. Secretamente temía la descarnada franqueza de la cual la Sra. O'Brien siempre hacía gala.

    - Pues no muy bien de salud últimamente, pero comparada contigo seguramente estoy de maravilla ¡Mira nada más como vienes! - dijo Martha a boca de jarro sin reparar en las señas que la Srita Pony le hacía para que midiese sus comentarios .

    - ¿Qué puedo decirle Martha? Tiene usted razón. Pero créame, me veo mejor que como me siento- admitió el joven sin poder resistirse al encanto de la viejita.

    - Eso está muy mal hijo . . . pero suponggo que estás aquí porque quieres remediar esos problemillas ¿No es así? - preguntó la anciana dama guiñando un ojo y dándole una palmada al brazo del joven pues Terrence era demasiado alto como para que ella pudiera alcanzar su hombro.

    - Eso espero - balbuceó Terrence tratandoo de controlar sus emociones.

    - Anda con Pony, seguramente ella tendrá nuevas de importancia para ti. Pero arriba el ánimo muchacho. Nada es verdaderamente tan grave . . . ¡ Si lo sabremos nosotros lo viejos. ! Ahora, si me disculpas, los dejaré solos - se excusó la viejecita desapareciendo por el mismo pasillo por el cual había llegado.    

        Terrence se quedó mirando a Martha mientras se perdía de su vista y  le pareció que había sido justo ayer que la había ayudado a entrar al Colegio clandestinamente ¡Ojalá las cosas fuesen tan simples como en aquella época! - pensó - y luego siguió en silencio a la Srita. Pony hasta la estancia.

        La anciana le hizo quitarse el abrigo y a cambio le entregó una taza de cocoa muy caliente para después invitarlo a sentarse junto a ella, frente al hogar. Permanecieron callados unos instantes mientras Terrence buscaba desesperadamente las palabras con las cuales explicar a la dama lo que había sucedido. Era tan difícil poder concentrarse cuando en cada rincón de aquel lugar se podía respirar la presencia de Candy, como si las paredes estuvieran impregnadas de su risa y el vivaz ritmo de su paso. 

    - Supongo que estarás aquí buscando a Canndy ¿No es así? - dijo finalmente la anciana poniéndose seria, pero sin perder su perenne expresión maternal.

    - Sí - contestó él sin atreverse a decir más.

    - Otra persona que no fuese yo diría que llegas tarde - contestó la anciana y la expresión desesperada de Terrence le encogió el corazón.

    - ¿Quiere decir que ella estuvo aquí y see ha marchado? - preguntó él ansioso poniéndose de pie. - Dígame a dónde se ha ido. Tengo que hablar con ella lo antes posible.

    - Hijo, por favor, - le rogó la anciana -- te suplico que escuches primero todo lo que tengo que decirte antes de que hagas cualquier otra cosa.

        Terrence bajó los ojos y con cierta reticiencia accedió a la petición de la anciana. Ambos se sentaron nuevamente mientras la vieja tomaba un gran respiro antes de comenzar.

    - Terrence, te dije que cualquiera diría que llegas tarde, pero a mi me parece que no has podido llegar en mejor momento - comenzó la anciana a explicarle - No creo que convenga que veas a Candy por ahora. Primero es necesario que tú y yo tengamos esta conversación. Prométeme que me escucharás con paciencia. Cuando hayamos terminado te diré dónde están ella y tus niños y podrás irlos a buscar ¿Estás de acuerdo?

         El joven asintió con la cabeza en silencio mientras la anciana volvía a servir más cocoa en su taza.

    - Hace algunos años, cuando nos visitastee por primera vez, fue en un día frío como este ¿Recuerdas? En aquel entonces te preguntamos cuál era tu relación con Candy, pero la verdad es que yo ya sabía la respueta aún antes de que tú intentaras  contestarla. Bastaba mirarte para darse cuenta de que la amabas con la intesidad que se ama aquello que se considera lo más preciado, con la fuerza que se ama por vez primera . . . Algo me dijo entonces que ese amor estaba lejos de ser una simple ilusión juvenil. El tiempo y la vida se encargaron de probar que no estaba equivocada - dijo la anciana con una serena sonrisa. Hizo una breve pausa y después continuó - Seguramente Candy te habrá contado que por una ironía del destino ella llegó a esta casa proveniente de Inglaterra tan sólo unos minutos después de que tú te habías marchado. 

    - Así es - repuso el joven recordando aquuella ocasión.

    - Sin embargo, tal vez ella haya omitido un detalle que para mi no pasó desaparcibido. Antes de llegar a la casa, Candy se encontró con Jimmy Cartwright y él la puso al tanto de que habías estado con nosotros. Debieras haberla visto entrar por esa puerta gritando tu nombre - explicó la anciana señalando el umbral de la estancia - Había estado lejos de casa por meses, pero no nos llamó ni a mi ni a la Hermana María, ni siquiera nos saludó. Todo lo contrario, con las mejillas encendidas y el pecho agitado lo único que alcanzó a hacer fue preguntarnos con ansiedad dónde estabas tú. Tomó la misma taza que ahora tú sostienes en tus manos y de la cual habías bebido en esa ocasión, tan sólo unos minutos antes. Sintiendo aún tu tibieza intuyó que no podías estar lejos y sin decir más salió corriendo de nuevo para buscarte ¡Sobra decir que la decepción no pudo ser mayor cuando ya no pudo encontrarte! Habría que haber estado hecha de piedra para no sentirse conmovida con su tristeza. Así fue como me di cuenta de que mi niña traviesa se estaba convirtiendo en mujer y que tú eras el responsable de ese cambio. Ahora llegas tú, y de la misma manera te olvidas de saludarme y solamente atinas a preguntar dónde está ella . . . Candy, por su parte, no hizo más que entrar a esta casa hace tres días, y yo no necesité más para entender que tu ausencia es aún capaz de robarle la alegría de estar de nuevo en este lugar que fue su hogar infantil. Hijo, no tienes motivos para dudar del amor que los une a ustedes dos - afirmó la anciana tomando la mano deel joven que le miraba en silencio -  Como madre de muchos, he visto ya diversas historias de amor nacer y crecer en torno de este hogar, pero ninguna de ellas tan conmovedora y hermosa como la de ustedes.  Sin embargo, aún los grandes amores, esos que se dicen fueron hechos en el cielo, necesitan mantenimiento . . .y ese sólo se hace aquí, en la tierra. No esperes que eso se logre si pasas tanto tiempo fuera de casa. El amor de una familia es como una flor delicada que requiere cuidados esmerados. Si no tienes cuidado de ello, las malas hierbas empiezan pronto a crecer alrededor,  sofocando tu flor preciada hasta ahogarla. Hijo, la envidia es mala consejera y sin duda más de un corazón mal orientado habrá trabajado para que tú y Candy llegaran a disgustarse tan seriamente ¿Habrán ustedes de darle gusto a quien envidia su dicha? No es sabio lo que has hecho . . . y tampoco ha sido sabio por parte de Candy al reaccionar de la manera en que lo hizo. La Hermana María y yo no aprobamos ni por un segundo cuando nos dijo que había dejado la casa después de discutir contigo. No importa qué tan grandes sean los problemas en los que ustedes dos se han metido por su falta de prudencia,  huir no es la manera de resolverlos. María   ya se ha encargado de hacerle ver a Candy sus errores. Me toca a mi ofrecerte la perspectiva que solamente los años y la experiencia han podido darme.  .  .  .

        Terrence continuó escuchando a la anciana con atención, y conforme ella más hablaba, le parecía que su alma recobraba la serenidad perdida en los días anteriores. Al mismo tiempo, se veía a si mismo en los meses pasados y al tiempo que la Señortia Pony continuaba su discurso, Terrence podía identificar cada una de las decisiones imprudentes que había tomado y que sin duda habían llevado a su matrimonio al peligroso punto en que se encontraba. 

        Esa noche Terrence hubiera querido salir corriendo de regreso a su casa en Nueva Jersey, pues era ahí a donde Candy se había dirigido cuando sus dos madres la hicieron recapacitar. Pero las tres buenas mujeres que gobernaban la casa no le permitieron al joven hacer lo que hubiese deseado. Por el contrario, prácticamente lo obligaron a cenar algo decente por primera vez en días, le prepararon un baño caliente y depués le dieron a beber algo que  Terrence jamás averigüo qué era, pero que lo tumbó en la cama por doce horas seguidas. 

        A la mañana siguiente, llevando consigo la vieja taza de porcelana se encaminó de regreso a su casa.

 

 

     - La cena está lista - anunció una voz que era capaz de tocar los puntos ocultos en el ánimo de Terrence - Supongo que habrás invitado al Señor Ellis a acompañarnos - añadió la Sra. Grandchester rodeando la cintura de su marido con un brazo. 

    - Precisamente eso estaba a punto de haceer, amor - sonrió el joven respondiendo al abrazo - Ellis, ya lo escuchó usted, nos encantaría que se nos uniera en la cena. Claro, si es que no tiene usted una mejor invitación para esta noche - ofreció el artista.

    - ¿Otra mejor oferta que comida casera? DDe ninguna manera, Sr. Grandchester. Un soltero empedernido como yo no tiene este tipo de invitaciones muy seguido - replicó Ellis sonriente.

        El reportero se congratuló interiormente no sólo por la oportunidad de cenar algo diferente a su aburrido empearedado de queso y tomate, sino porque además veía venir una posibilidad de oro: poder entrevistar a Lady Grandchester durante la cena, cosa que ninguno de sus colegas había conseguido hasta entonces. 

        En los instantes que siguieron Ellis pudo echar un vistazo a la intimidad de la casa Grandchester. La señora de la casa lo condujo al comedor que ya estaba arreglado con sencillo encanto. El servicio era de porcelana alemana y en el centro de la mesa un ramo de rosas amarillas perfumaba el ambiente. Ellis fue instalado a la derecha del anfitrión y pronto un caballero vestido de uniforme entró al comedor para ofrecerle un aperitivo. Al poco rato se escucharon pasos apresurados bajar las escaleras de la estancia contigua y unos segundos más tarde tres personajes hicieron su bulliciosa entrada. 

        El primero de ellos era un muchachito espigado de  rasgos finos y porte seguro que en cada línea del rostro y cada gesto evidenciaba un enorme parecido con el artista dueño de la casa. El niño que debía tener nueve años se acercó a Ellis con soltura y le ofreció su mano mirándolo de frente con un par de enormes ojos tornasolados como los de su padre. 

    - Usted debe ser el Sr. Charles Ellis - ddijo el niño con una seriedad que divirtió mucho a los adultos presentes- Mi nombre es Dylan Terrence Grandchester, señor. Encantado de conocerle.

    - El gusto es mío jovencito - dijo Ellis siguiendo el juego formal del muchachillo y estrechándole la mano de dedos largos y delgados. 

    - Y yo soy Alben Grandchester - dijo una vocecita al lado de Dylan llamando la atención de Ellis cuyos ojos oscuros se tropezaron con otro par de ojos que eran una reproducción más de los del hermano mayor, del padre y de la famosa abuela que Ellis también conocía bien. Sin embargo, el pequeñito que le miraba ahora tenía una expresión un tanto diferente en el rostro. Había algo de luminoso en su carita zurcada de pequeñas pequitas y coronado por bucles dorados e ingobernables que le daban una presencia diferente a la de su hermano. -  Usted es el señor que está sieempppre en el palco enfrente al nuestro y que escribe mucho durante toda la obra ¿Verdad? - preguntó el chiquillo con una suspicacia poco común para sus seis años. 

    - Así es. Entonces ya no nos conocíamos, supongo - le sonrió Ellis y el niño le devolvió la sonrisa evidenciando que estaba cambiando dientes pero que no le importaba mucho esa incomodidad. De todas formas su sonrisa era la más abierta y confiada que Ellis había visto. Algo en ella le recordó a la dama de la casa.

    Fue entonces que Ellis sintió un tirón en el pantalón  que lo obligó a mirar a su izquierda para encontrarse de nuevo con la pequeña portera que le diera la bienvenida a la residencia aquella tade.  

-   -  ¡Oyes! ¡Oyes! - llamó la niñita con urgencia mientras Ellis se admiraba de los enormes ojos verde oscuro de la chiquilla que lo miraban como la luz de una luciérnaga juguetona - Yo soy Blanche¿ Me recuerdas? . . . y tú eres Chuck ¿Verdad?

    - ¡Usted disculpará a mi hermanita, Sr. EEllis! - se apresuró a decir Dylan en su papel de hermano mayor y defensor de las buenas costumbres - Es muy pequeñita y se le olvida cómo debe dirigirse a los adultos.

    - No debes cuidarte de eso jovencito - coontestó enseguida Ellis haciéndole un mimo a Blanche en la mejilla - Yo mismo le pedí a tu hermana que me llamara de esa forma esta tarde cuando nos conocimos y lo mismo va para ustedes dos - dijo el hombre a los dos varoncitos que le respondieron con una sonrisa de aprobación.

    - ¡Bueno, todos! -llamó la señora Grandchhester entrando al comedor mientras ayudaba a la sirivienta a servir la sopa - Es hora de cenar, todos a su lugar.

    Como si hubiese sonado un clarín militar con una orden de gran importancia los chiquillos volaron hasta sus lugares y la cena inició oficialmente. 

        La comida transcurrió entre amenas explosiones de ingenio infantil y la conversación siempre interesante de Lord Granchester. Ellis seguía atento las palabras del actor, pero a su vez su mente trabajaba rápido observando a Candice vigilar a sus hijos mientras dirigía la orquesta de la cena y atendía las necesidades del invitado. Era evidente que se necesitaba una coordinación admirable para controlar tantas cosas a la vez sin perder de vista los inquietos movimientos de los tres chiquillos.

    - ¿Puedo hacerle una pregunta, Candy? - ppreguntó el reportero sin porder contenerse.

    - Adelante, Charles - contestó la dama miientras llamaba a la sirvienta para que volviera a servir más limonada en todos los vasos.

    - ¿Cómo le hace usted para controlar tanttas cosas a la vez?- indagó el hombre con sincero asombro.

    - ¿Eso hago?- contestó la joven con una ppequeña carcajada -¡No lo creo, Charles! 

    - Bueno, yo fui hijo único y  ya meee parece bastante complicado ocuparse de un solo niño. . . .ahora bien, tres al mismo tiempo debe ser una tarea muy difícil.

    - ¡Oh, se refiere usted a mis hijos! - coomprendió la joven observando a los tres pequeños con orgullo maternal - Esto no es nada, mis madres han educado a cientos de niños. Tan sólo cuando yo era niña, éramos diez en la casa.

    - ¿Sus dos madres? - preguntó Ellis confuundido pues sabía que la dama había sido huérfana.

    - Candy se refiere a las dos damas que diirigen el orfanatorio donde ella creció - aclaró Terrence al ver la pregunta dibuujada en el rostro del reportero.

    - ¡Oh, disculpe! - se excusó Charles apennado de haber traído ese tema delicado a la mesa - No quise indagar al respecto.

    - No hay cuidado - repuso Candy sonrientee - Lejos de estar avergonzada de mi origen me siento más que orgullosa de ser una hija del Hogar de Pony. Nuestros  hijos todos saben de dónde vino su madre y están conscientes de que no hay nada de malo en ello. Todo lo contrario, me considero  muy afortunada porque mi vida en esa querida casa estuvo muy lejos de ser la misma que la de Oliver Twist. Realmente no me faltaron ni amor ni principios. Había, claro está, carencias económicas, pero esas cosas pasan desapercibidas cuando lo esencial está presente.

    -  Estoy de acuerdo - comentó Ellis y alentado por la franqueza de la joven señora se atrevió a continuar con más preguntas - ¿Cuánto tiempo permaneció usted en ese Hogar de Pony antes de ser adoptada por los Andley?

    - Bueno, viví mis primeros doce años en eel Hogar y luego fui tomada bajo custodia de la familia Leagan, con quienes viví por más o menos un año, pero ellos nunca me tomaron en adopción. Solamente se comprometieron a darme empleo como compañera de juegos de su hija menor. No fue sino hasta los trece años que fui adoptada por los Andley - replicó la dama

    - Debió haber sido un cambio drástico parra usted ¿No es así?- sugirió el reportero.

    - ¡Enorme! Pero no por lo que usted se immagina - repuso Candy anticipándose a las ideas que se dejaban ver en el rostro de Ellis - Claro que el lujo y las comodidades deslumbran a una chiquilla que nunca ha tenido nada, pero lo verdaderamente difícil fue enfrentarme a un mundo de reglas y costumbres diferentes. Por mucho tiempo me sentí como atrapada en una jaula de oro. De no haber sido por mis primos adoptivos me hubiese muerto de hastío en esa época.

    - ¿Dice usted sus primos? - preguntó Charrles entusiasmado al ver que estaba logrando algo que ni siquiera se había imaginado.

    - Sí, hijos de las hermanas de William Allbert Andley, el caballero que me adoptó. Seguramente debe haber oído de él, siendo el hombre de prensa que es usted.

-     - Oh sí, por supuesto. El polémico seññorr Andley. Por cierto que aún me parece increíble que un hombre tan joven y aún soltero como lo era entonces el señor Andley, tuviera la ocurrencia de adoptar a una chica huérfana.

    - Albert tiene un corazón de oro - expliccó la dama con el rostro iluminado - Me conoció por accidente. Me salvó de morir ahogada en el río cerca de la propiedad de los Leagan y simpatizó conmigo de inmediato. Mis primos, que entonces eran sólo mis amigos y compañeros de juegos, le escribieron pidiéndole me adoptara con el fin de  que todos pudiéramos vivir juntos. Albert pensó que era una buena idea para ayudarme y proporcionarme una mejor educación de la que recibía en casa de los Leagan, así que aceptó la propuesta. 

-     Se dice que usted y el señor Andley son muy unidos - comentó Ellis.

    - Y es cierto. Albert fue mucho más que uun tutor para mi. No puedo decir que fuera relamente como mi padre, porque hay entre nosotros demasiada complicidad y camaradería como para ello, pero no dudaría en considerar que nos vemos como hermanos. Es el mejor amigo de mi esposo y el padrino de todos nuestros hijos -concluyó la mujer con un tono de satiisfacción en la voz.

    - Y es el mejor tío del mundo - apuntóó vvivazmente Dylan atreviéndose a intervenir en la conversación, no sin antes lanzarle una mirada a su madre buscando su aprobación. La joven madre sonrió con la mirada, lo cual alentó al muchachito para continuar - ¡No se imagina usted los lugares a los que tío Albert ha ido! Papá me ha regalado un mapa donde sigo el camino de tío Albert y cuando viene a visitarnos le pregunto las cosas que ha visto en cada uno de esos lugares.  

    - Seguramente les contará historias muy eemocionantes - supuso Ellis dirigiéndose a los chiquillos.

    - ¡Oh sí! ¡Casi tan emocionantes como lass de papá! - respondió Alben espontáneamente y su hermano mayor asintió apoyando al pequeño rubio. 

        La conversación versó entonces por un buen rato sobre los tigres de Bengala, las estampidas de antílopes en la sabana de Kenya, los pigmeos, las maravillas de las pirámides egipcias, las fuentes del Taj Majal y los mil y un objetos fascinantes que el tío Albert traía como regalo para sus sobrinos cada vez que regresaba de sus viajes. Era obvio que el señor Andley era la segunda figura masculina a quien los niños Grandchester rendían admiración absoluta. 

        Cuando llegó la hora de los postres la señora de la casa ordenó a los pequeños que se retiraran del comedor para tomar el útlimo platillo en otra estancia, mientras que los adultos hacían sobremesa. Cada niño se despidió del invitado antes de dejar el comedor. Cuando le tocó el turno a la pequeña Blanche la chiquilla miró de reojo a sus padres y advirtiendo que por un segundo éstos no estaban al tanto de sus movimientos, decidió armarse de valor para realizar un último intento. La niña se puso de puntillas y con una señal de su manecita le indicó a Ellis que inclinara su cabeza. El hombre, suponiendo que la pequeña quería darle un beso, se inclinó de buen grado. Un segundo después Ellis tendría que forzarse para contener la carcajada cuando la pequeña le dijo al oído:

    - ¡Hey! Ya te presté a mi papá toda la taarde - le susurró Blanche apresurada - Me debes unos dulces ¿Cuándo me los traaes?

    -¡Blanche! - llamó el padre con firmeza ccuando see percató de lo que estaba haciendo la niña - ¡Anda ya o no habrá postre para ti! 

        Sobresaltada al haber sido descubierta in fraganti, la pequeña giró sobre sus talones con la vista fija en los ojos de su padre que la observaron con severidad hasta que Blanche no pudo más sostenerle la mirada. La niña bajó la cabeza y salió de la habitación.

    Cuando los niños habían todos salido, los adultos se soltaron a reír simultáneamente. 

    Los hombres quedaron solos en el comedor por un rato, pero después Lady Grandchester volvió a unírseles acompañando al mayodormo que traía el té y una bebida digestiva para el invitado. 

     - Dígame una cosa, Candy - se animó a preguntar Ellis cuando la dama se volvió a sentar a la mesa - ¿Cómo es que una jovencita que ha sido adoptada por una familia tan prominente y que bien podía gozar de una vida regalada, decide hacerse enfermera? 

    - Supongo que tuve más de un  buen mmodelo que emular - contestó la mujer de inmediato - Crecí junto a dos mujeres que me enseñaron con el ejemplo que el servicio a los demás es la chispa que le da sentido a la vida. Luego conocí a Albert de quien aprendí que cada individuo debe buscar su propio camino sin importar la opinión de los demás, y por último en la escuela de efermería conocí a una mujer admirable que no solamente me enseñó el arte de asistir a los médicos en el tratamiento de las enfermedades, sino cómo ayudar a las personas a sobrellevar el duro transe de una estancia en el hospital. 

    - Se dice que usted rechazó todo apoyo dee los Andley para realizar sus estudios de enfermería - continuó Ellis

    - La realidad es que me escapé del colegiio donde ellos me habían enviado a estudiar sin consultarles lo que iba a hacer. De hecho en ese momento no tenía una idea clara de lo que haría con mi vida. Fue en los días posteriores que decidí que quería estudiar enfermería, pero deseaba hacerlo por mi misma - contestó la mujer sorbiendo lentamente el té de jazmines que les había servido Edward - De todas formas no creo que ellos lo hubieran aprobado si les hubiese pedido permiso.

    - Pero el Sr. Andley sí aprobó su decisióón ¿No es así? - preguntó Charles un tanto confundido.

    - De hecho lo aprobó, pero eso fue mucho después . . . En la época que yo tomé la decisión él no estaba en América. Se encontraba haciendo su primer viaje a África y no tuvo ni idea de lo que yo estaba haciendo entonces.

    - ¿Entonces de quién obtuvo usted el apoyyo para ingresar al colegio de enfermería? - indagó Ellis aún más curioso.

    - De mis dos madres que me recomendaron ccon la directora del Colegio de Enfermeras Mary Jane. Ahí tuve la oportunidad de estudiar y trabajar para solventar mis gastos.

    - ¡Vaya! ¡Jamás lo hubiese imaginado!- exxclamó Ellis fascinado con la historia de la joven dama - Pero hay algo que no entiendo muy bien . . . dice usted que antes de entrar a estudiar enfermería los Andley la habían enviado a un colegio y que usted se escapó de ahí. Me admira su coraje, debió usted haber sido muy joven entonces.

    - Tenía quince años cuando me escapé p; y ni un céntimo en el bolsillo para cruzar el Atlántico- rió la joven señora de buena gana - Ahora que lo pienso no sé cómo me atreví a tanto.

    La mención del Atlántico hizo reaccionar a la rápida mente de Ellis que enseguida conectó el dato con la información que el actor había compartido con él durante la tade.

    - ¡No puedo creerlo! - exclamó el hombre asombrado - ¡Usted  huyó de un colegio en Londres en donde conoció al Sr. Grandchester y regresó sola a América sin nada de dinero!

        Las palabras de Ellis tomaron por sorpresa a la joven que por una fracción de segundo lanzó una rápida mirada a su marido. La pareja intercambió imperceptibles mensajes en un lenguaje mudo que ellos sólo podían comprender, para luego volver a atender la conversación sin que Ellis se diera cuenta de lo que había ocurrido entre los dos. 

    - Si me permite, señora - continuó Ellis pensando que era mejor explicarle a la dama la información que el actor le había dado en su entrevista - su esposo me ha confiado que ustedes se conocieron precisamente en ese Colegio, pero jamás me comentó que usted se escapó de ahí al igual que él. 

    - Debo admitir que no todos los ejemplos que tuve en mi adolescencia fueron siempre buenos - contestó la joven rubia en tono de broma, recuperando el aplomo que había perdido por unos instantes al pensar que había cometido alguna indiscreción.

    - ¡Muy graciosa, madame! - la pulló su maarido -  Ve usted Ellis, yo pensaba que ella necesitaba que su familia adinerada la cuidara y ella decide que a fin de cuentas quiere hacer las cosas por si sola. Nunca intente usted entender a las mujeres porque no podrá lograrlo.

        Los tres rieron ante este último comentario y la conversación continuó por un rato más versando sobre los detalles de aquel viaje a América que el lector conoce de sobra.

    - Dígame ahora, Candy ¿Cómo fue que se annimó usted a enrolarse en el ejército? - indagó Ellis - La decisión ya es bastannte difícil para un hombre, y ahora, tratándose de una mujer, imagino que debió haber sido algo muy duro.

        La mujer dejó la taza de té a un lado e inclinando la cabeza por escasos grados como para pensar mejor la respuesta, guardó silencio por unos instantes.

    - En realidad fue algo que resolví hacer en un impulso - contestó la mujer después de unos segundos - Creo que es así como he hecho la mayor parte de las decisiones importantes en mi vida. En realidad no tenía mucho que perder.

    - ¿No tenía mucho que perder? - dijo asommbrado Ellis - Siendo una rica heredera bien hubiera podido elegir ayudar a la causa con fuertes donaciones para el Ejército y la Cruz Roja en lugar de ir en persona a trabajar como enfermera. Yo diría que sí arriesgó mucho.

    - Tal vez no me expliqué muy bien, Charlees - respondió la señora con serenidad - No había nada que me atara a Américaa. Nadie que dependiera de mi de manera directa. Una de mis dos mejores amigas se encontraba a punto de formalizar sus relaciones con mi primo Archibald, la otra estaba viviendo al lado de su familia a millas de distancia, Albert estaba muy ocupado en sus negocios, mis dos madres tenían la responsabilidad de los niños en el Hogar de Pony . . . en fin, todo el mundo tenía una vida propia y responsabilidades personales a las cuales atender. Pensé que todos se la podían arreglar bien sin mi, mientras que sin duda más de un soldado herido estaba  necesitado de una mano amiga. Creáme, Sr. Ellis, en esos momentos no se aprecian las donaciones que un lejano potentado pueda hacer, tanto como una sonrisa y unas palabras de ánimo. Creo que por eso la decisión fue más bien fácil de tomar. El tiempo me enseñó que esa decisión fue la más importante que hice jamás - concluyó la joven mientras tomaba la mano de su esposo que descansaba sobre la mesa. La mirada que la mujer lanzó a su marido fue tan elocuente que el reportero consideró innecesario hacer más preguntas sobre el asunto.

    - Me parece que comprendo lo que usted quuiere decir, Candy - repuso Charles sonriendo - Ahora que converso con usted, me parece que esa fama de rebelde y feminista que todos le achacan es cierta solamente en parte.

    - ¿Eso dice la gente? - preguntó la jovenn entre sorprendida y divertida con las palabras del periodista - Le aseguro que nunca he sido rebelde por el simple placer de ir en contra de todo. Es sólo que muchas cosas que la sociedad impone no me parecen del todo justificadas ¿Habría de obedecerlas ciegamente entonces? He tenido la oportunidad de ver cómo en el fondo aquellos que se dicen hijos de las familias más respetables no son más que tristes fraudes. 

      La mente de Candy voló al pasado. Por sus ojos interiores pasaron imágenes mezcladas provenientes de los días en que viviera en la casa de Eliza y Neil,  de la época del Colegio San Pablo, de los años que siguieron en que los jóvenes Leagan llegaron a la edad adulta y se convirtieron en prominentes figuras de la sociedad de Chicago, para después, al igual que estrellas fugaces, desaparecer en una estridente y penosa caída.

 

Continuación

 

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