Reencuentro
en el Vórtice
por Alys Avalos
Capítulo 12
Oportunidades Perdidas
Sin
tu latido
Hay algunos que dicen,
Que todos los caminos conducen a Roma,
Y es verdad porque el mío
Me lleva cada noche al hueco que te nombra.
Y le hablo y le
suelto
Una sonrisa, una blasfemia y dos derrotas.
Luego apago tus ojos
Y duermo con tu nombre besando mi boca.
¡Ay amor mío
qué terriblemente absurdo es estar vivo
Sin el alma de tu cuerpo, sin tu latido, sin tu latido!
- Eduardo Auté
Elisa Leagan se estiró sobre el enorme y suave lecho. Su cabello castaño
rojizo bañaba las sedas de su almohada. Al tiempo que exhalaba profundamente,
la joven pudo percibir la fragancia de maderas que Buzzy había dejado sobre sus
sábanas y en su piel. Los ojos marrones de la joven brillaron de placer al
recordar la noche anterior, transcurrida en brazos del joven. Buzzy era, sin
lugar a dudas, el mejor amante que ella había tenido jamás.
Un tímido golpe en la puerta anunció la llegada de su desayuno y la joven se sentó para recibir a la sirvienta. Era casi medio día y Eliza estaba tremendamente hambrienta. Una joven con uniforme negro y delantal blanco entró a la habitación con una gran charola. Fruta, algo de avena, un paz tostado con mermelada de moras y jugo de naranja componían el desayuno de la dama. A un lado de la charola, el periódico y un tabloide dedicado a las celebridades esperaban su turno para complacer a la joven con un chisme jugoso.
Eliza tomó el tabloide en una mano y el jugo de naranja en la otra, sin poner atención a la joven que le servía. La señorita Leagan nunca dirigía su voz a los sirvientes para agradecerles por sus servicios. Ella solamente les hablaba para darles órdenes. De repente, los ojos cafés de la joven fueron atraídos por la foto de un atractivo joven en la primera plana.
“Terrence Grandchester . . . ¿Muerto en batalla?” era el sugestivo título debajo de la fotografía.
Eliza dejó el vaso a un lado y
leyó las nuevas con ávidos ojos. El artículo explicaba que después de un año
de estar en Francia, nadie sabía nada acerca del joven actor, ni siquiera su
amigo y socio Robert Hathaway, o su propia madre. El periodista especulaba que
Grandchester podría haber sido tomado prisionero o muerto en batalla.
Esta es una buena noticia para Neil – pensó Eliza con una sonrisa burlona en los labios – ¡Lo lamento querido Terri, pero eso te mereces por ser tan estúpido! ¡Ay Candy, eres una maldición para los hombres que amas . . .! ¡Todos ellos se mueren! ¡Eres una verdadera desgracia!
Aquella misma mañana, pero unas cuantas horas más temprano, William Albert
Andley estaba ya trabajando en su oficina y esperando a su sobrino Archibald,
quien estaba empezando a involucrarse en los negocios de la familia. El joven
magnate, vestido en un impecable traje gris con corbata de moño, miraba a los
periódicos, concentrándose en la sección de finanzas con todo su interés. El
día afuera estaba hermosamente soleado y él se había sentido tentado a dejar
sus deberes de lado para dar una cabalgata en su vasta propiedad de Chicago.
Pero si quería alcanzar su meta pronto debía de trabajar continuamente y sin
reposo. Albert podía ver con claridad que el fin de la Gran Guerra se avecinaba,
y junto con él, la puerta que lo llevaría a la libertad estaba empezando a
abrirse.
Antes de concentrarse en su trabajo, Albert había leído con gran diversión un artículo en cierto tabloide que George le había traído, pensando que cierta noticia podría resultar interesante para su jefe. Los brillantes ojos azules del joven se rieron con la nota sensacionalista. Él tenía muy buenas razones para no prestar atención a las especulaciones que se presentaban en la publicación.
En uno de los cajones de su
escritorio, guardada con una pila de otras cartas escritas con un trazo femenino,
había una nueva misiva que había llegado de Francia tan sólo unos días
antes. En ella, su querida protegida le contaba la historia de su sorpresivo
reencuentro con Terrence. Por lo tanto, él sabía bien que su viejo amigo no
solamente estaba vivo, sino que en las mejores manos que podía encontrarse.
Sin embargo, como Candy le había pedido que guardara el secreto de la presencia
de Terri en el hospital, Albert no había dicho ni una palabra a nadie acerca
del curioso incidente.
Solamente espero que ellos puedan aprovechar esta maravillosa oportunidad – pensó el joven con una sonrisa optimista.
Una mujer de mediana edad vestida en uniforme de empleada doméstica entró a la
enorme alcoba con paso agitado. En la habitación, sobre una elegante cama con
dosel y cubierta con delicado encaje y sábanas de seda, una mujer rubia de unos
cuarenta años descansaba con un libro entre sus manos.
¡Señora, señora! – llamó la mujer - ¡No va a creer esto! ¡Santo Cielo¿Qué pasa Felicity? – demandó la dama sobre el lecho, alarmada por la vehemencia de la doméstica.
¡Dos cartas, señora! ¡De Francia! – contestó la sirvienta jadeante.
El rostro de Eleanor Baker se iluminó al escuchar el sonido de la palabra
Francia. La mujer se puso de pie abruptamente y con un movimiento nervioso
arrebató los papeles de las manos de la sirvienta. ¡Sí! ¡Era verdad!
Solamente necesitó ver al primero de los dos sobres por una fracción de
segundo para entender que se trataba de una carta de su hijo.¡Después de un
largo año de silencio! ¡Después de todas las lágrimas que había derramado
cada noche pensando que él podía estar muerto! ¡Después de todas las veces
que se había visto forzada a ignorar las insistentes preguntas de los
reporteros sobre su hijo! ¡Después de todos esos rumores que había tenido que
soportar, los cuales especulaban acerca de la posible muerte del joven actor! .
. . . ¡Finalmente, una carta de Francia estaba en sus manos!
¿No va usted a leer la carta, señora? – preguntó Felicity conmovida y sinceramente preocupada por el hijo de su patrona.
Sin responder audiblemente, la mujer tomó la carta de su hijo y nerviosamente
abrió el sobre. Sus ojos iridiscentes devoraron con ansiedad cada palabra
mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
¿Cómo está el joven señor Grandchester? – preguntó la sirvienta urgentemente -¿Se encuentra él bien, señora?¡Ha sido herido! – dijo la mujer con un grito sofocado.
¡Santo Cielo! ¡Santo Cielo! – exclamó la doméstica con gran alarma.
Pero se está recuperando, Felicity ¡Él dice que está bien! – informó la actriz y luego permaneció callada por un buen rato. Más lágrimas bañaban su rostro.
¿Qué más dice, señora? – demandó la sirvienta con la confianza que le daban los más de 20 de servicio al lado de la señora Baker. Felicity, más que una sirvienta, había sido la amiga y paño de lágrimas de la famosa actriz. Había estado a su lado durante los difíciles días del embarazo de Eleanor, la había acompañado cuando Elenor sufrió la pérdida de su hijo, y había seguido con ella durante los largos años de soledad que la actriz había tenido que vivir a consecuencia de la fama que disfrutaba – Por favor, señora ¿Acaso quiere matar a mi pobre corazón?¿Qué más dice él?
¡Ay Felicity! – dijo la mujer sollozando abiertamente - ¡ Me está pidiendo perdón! ¡Dice que lamenta mucho haber partido del modo en que lo hizo y que se siente avergonzado por ello! ¡No puedo creer lo que estoy leyendo, Felicity!
¡Ay señora! – jadeó de nuevo la sirvienta – Yo sabía que su hijo es un hombre bueno que tarde o temprano reconocería que había sido injusto con usted.
Sé que Terri es un buen muchacho ¡Pero a veces es tan testarudo e imposiblemente orgulloso como lo era su padre! Nunca pensé que aceptaría su error, pero gracias a Dios que lo hizo y alabado sea su nombre porque mi hijo está sano y salvo – concluyó la mujer mientras doblaba la carta y la ponía de nuevo en el sobre después de haberla leído varias veces.
Pero señora – objetó la sirvienta - ¿Qué hay de la otra carta? ¿De quién es?
La rubia tomó la misiva en sus largas y blancas manos y cuando sus ojos vieron
el nombre del remitente sus hermosos ojos azules se salieron prácticamente de
sus órbitas. Sin responder a las insistentes preguntas de Felicity, Eleanor
abrió la segunda carta con el mismo nerviosismo y leyó el contenido a una
asombrosa velocidad, una, dos y tres veces antes de que pudiese emitir palabra
para informar a su curiosa amiga.
Eleanor se llevó la mano
derecha a la frente, aún sin creer lo que había leído varias veces. Su pasmo
solamente podía compararse con su gran alegría.
Por favor, señora, tenga compasión de mi y dígame – rogó Felicity al límite de su resistencia.Querida Felicity, ahora más que nunca antes, creo en el destino – dijo la actriz- esta carta es suficiente explicación para entender el arrepentimiento de Terri. Solamente hay una persona en este planeta que puede tener ese efecto en él. Dios bendiga a la criatura que me escribió ¿Tienes idea de quién es?
¡No! – dijo Felicity sin encontrar solución al misterio.
La mujer que ocupa el corazón de Terri.
Después de la batalla del río Marne en el mes de junio, todo empezó a marchar
mal para los alemanes. Una epidemia de gripa atacó sus tropas y el hambre y la
desesperación hicieron lo propio. Pero el General Ludendorff era un hombre que
no se rendía fácilmente, razón por la cual preparó una nueva ofensiva en dos
direcciones, una sobre el Reims y otra sobre Flandes. No obstante, el General
Foch fue informado de los planes del enemigo con anticipación, y atacó a
los alemanes antes de que éstos pudiesen movilizarse. Aquella fue la última
ocasión que Ludendorff tuvo la oportunidad de atacar a la ofensiva. El resto
del año tendría que sufrir el poderoso contra ataque de las fuerzas británicas,
francesas y americanas combinadas, todas ellas comandadas agresivamente por
Ferdinand Foch.
El objetivo de los Aliados para el verano de 1918 era reducir las líneas alemanas en tres puntos. Uno sobre la región del río Marne, la otra sobre el río Amiens, algunas millas al sur de Arras, y una tercera sobre Saint Miel, cerca de Verdún. Para el inicio del otoño, los nombres de Arras y Saint Miel tendría un significado especial para los oídos de Candy que ella no sospechaba.
Durante el mes de julio y hasta el inicio de agosto, las armadas americana y francesa pelearon valientemente para arrojar al enemigo de la región del Marne obteniendo un gran éxito. Los alemanes se replegaron hacia el norte y para la primera semana de Agosto, la amenaza sobre la capital francesa era ya solamente parte de la historia. París no cabía en sí del entusiasmo y los países aliados sintieron, por la primera vez en cuatro años, que la victoria estaba cerca. En agosto 6 Ferdinad Foch fue nombrado Mariscal de Francia.
Un hombre alto vestido de negro caminaba a lo largo de los corredores del
hospital cargando una bolsa y mirando alrededor, como buscando un lugar en
especial. Sus brillantes ojos oscuros denotaban una clara vivacidad mientras que
sus pasos seguros hablaban de su aplomo. El hombre tenía un papel en la mano
izquierda al cual ojeaba de vez en cuando mientras miraba a los números
de cada pabellón por el cual pasaba. Cuando llegó al pabellón A-12 se detuvo
inmediatamente y con una ligera sonrisa en los labios entró en él.
El hombre alto y barbado vagó
a través del pasillo y entre las camas, hasta que llegó al final del pabellón.
Sentado cerca de un gran ventanal, con los pies descansando despreocupadamente
sobre una mesa de noche, otro hombre leía el periódico con aparente interés.
Parece que las cosas van muy bien para los Aliados en el Frente Occidental ¿No es así, sargento? – Preguntó el hombre del traje negro y al sonido de su voz de bajo el hombre en la silla levantó los ojos del periódico para ver a aquél que le había dirigido la palabra.¡Padre Graubner! – dijo Terrence con una brillante sonrisa - ¡Qué agradable sorpresa! – saludó el joven mientras quitaba sus pies de la mesa moviéndose lentamente para tratar de incorporarse.
¡No, no, Terrence! – se apresuró a decir el hombre mayor – quédate ahí, debes cuidar tus movimientos, hijo.
Sin prestar atención a la preocupación del sacerdote, Terri tomó un bastón
el cual descansaba sobre el muro cerca de él y con movimientos orgullosos se
puso de pie para saludar a su amigo.
Como puede usted ver padre,- explicó estrechando la mano de Graubner – estoy bastante bien para ser alguien que casi abandona este mundo. Solamente cojeo un poco pero también eso pasará. Disculpe mi falta de cortesía y tome asiento – ofreció el joven señalando a la silla mientras él mismo se sentaba en la cama.¡Muy impresionante! – se río el sacerdote sentándose y dejando en el suelo la bolsa que llevaba cargando – De todas las cosas que he visto en esta guerra, tu recuperación es una de las más felices – dijo él alegremente – Estoy realmente muy contento de verte sano y salvo.
A mí también me alegra, padre – se rió Terrence – pero dígame, ¿cómo es que usted está en Paris? Pensaba que estaría todavía en el Frente.
De repente el rostro del cura se tornó serio y dejó escapar un suspiro.
Bueno, hijo – explicó – Debo estar haciéndome viejo, eso es todo. Nuestro perspicaz doctor Norton encontró un problemilla con este corazón mío y envió una carta a mis superiores soltándoles todo ese cuento ¡Ese doctor entrometido! – se quejó el hombre – Me enviaron de regreso inmediatamente y en este momento se está tratando de decidir lo que finalmente harán conmigo ahora que la medicina dice que ya no puedo andar viajando por todo el Mediterráneo.Siento mucho oír eso – dijo Terri preocupado.
No lo sientas Terrence – replicó el cura negando con la cabeza – A lo mejor sería bueno para mi establecerme . . . ¡Quién sabe! Puede que hasta me den una parroquia finalmente, después de todos estos años de vagabundear de aquí para allá – añadió sonriendo – pero no es para hablar de mi que he venido. Tus superiores estaban a punto de enviarte tus cosas y yo me ofrecí a hacerlo personalmente, así que aquí están.- dijo el hombre señalando a la bolsa
El joven actor dirigió sus grandes ojos claros hacia el objeto sobre el piso y
un rayo de luz brilló en la superficie azul denotando cuan agradable la
sorpresa había sido para él.
Puedo ver que te alegra ver tus pertenencias – comentó Graubner complacido de haber sido útil – Ahora, después de todo el trabajo que sufrí por tu causa, Terrence – bromeó el sacerdote - ¿Puedo saber qué es lo que hay en esa bolsa? ¿Acaso hay piedras?
El joven se río alegremente con el comentario del sacerdote y luego le pidió
ayuda para abrir la bolsa.
Déjeme que le muestre, padre – dijo Terri con la luminosa sonrisa de un niño que abre un regalo de Navidad.
El joven metió la mano en la bolsa buscando ansiosamente un objeto hasta que
sintió con placer una superficie pulida. Sus dedos acariciaron un objeto metálico
calmando así su temor de haber perdido su pequeño tesoro. Una vez que estuvo
seguro que su talismán musical estaba en su lugar, el joven sacó un libro, un
segundo, y un tercero . . . Pronto, sobre la cama había una pequeña colección
de guiones teatrales y una carpeta de piel con un montón de papeles, algunos de
ellos en blanco, otros emborronados con una elegante escritura masculina.
El sacerdote miró los guiones
con ojos asombrados.
¿Estás estudiando todas estas obras, Terrence? – preguntó Graubner maravillado con la selección.Bueno, solamente uno o dos personajes de cada una- respondió el joven casualmente.
¡Uno o dos! – dijo Graubner estupefacto – Debes de tener una memoria prodigiosa.
Eso es algo que se da por hecho cuando se habla de un actor, padre – replicó Terri con simplicidad – uno no puede darse el lujo de olvidar una línea, especialmente cuando se trabaja con teatro clásico. Además, se supone que un actor debe tener un amplio repertorio, entre más papeles sabemos de memoria, mejor.
Ya veo – dijo el cura mirando cada título - ¡Ah, Rostand!- exclamó el hombre complacido de encontrar a un autor francés en la selección del joven – No me irás a decir que quieres hacer el papel de Cyrano. No creo que ese papel te vaya muy bien...
¿Por qué no? – preguntó Terri divertido con el interés del sacerdote en su segundo tema favorito.
Ummm ... Me temo que tu apariencia es demasiado gallarda para el papel . . .y tal vez tu nariz carece de... la talla adecuada, debo decir – se rió el hombre.
¡Usted sí que es gracioso, padre! – sonrió el joven mostrando una perfecta dentadura blanca – pero se sorprendería al ver las maravillas que un buen maquillaje puede hacer para ayudar a un actor de escasa nariz como yo.
Ambos hombres continuaron riendo y bromeando mientras el sacerdote revisaba las
obras.
La dama del Mar y Brand de Ibsen; Julio César de Shakespeare, Una mujer sin importancia de Wilde – leyó el hombre mayor – Puedo ver que tienes gusto por la crítica social y la tragedia – comentó.
Terri encogió los hombros con un gesto despreocupado.
¡Ah, Salomé! – exclamó Graubner con rostro soñador – Recuerdo cuando Oscar Wilde presentó esta obra en París hace mucho tiempo, la gran Sarah Bernhardt hizo el papel principal. Fue la apoteosis, especialmente porque Wilde se tomó el trabajo de escribir el manuscrito original en francés.¿Estuvo usted en el estreno, padre? – preguntó Terri interesado . . . y la conversación siguió por un buen rato ocupándose de aquel evento histórico.
Sabe usted, padre – dijo Terri casualmente más tarde – yo no estaba planeando traer todo esto conmigo a Francia, pero mi director y socio prácticamente me forzó a hacerlo. Creo que fue su forma muy personal de decirme que esperaba que yo regresara.
Entonces debe apreciar tu trabajo – sugirió el hombre de mayor edad.
Sí, y también es un buen amigo – añadió Terri recordando la bondad de Robert Hathaway – Fue la única persona que creyó en mi cuando yo era menos que un don nadie.
Entiendo . . . ¡Hey! ¿Qué es esto? ¿La fierecilla domada?- preguntó el sacerdote confundido – esta obra rompe con el tenor de todas las demás.
Esa fue elegida por Robert – admitió Terri sonriendo – Dijo que el papel de Petruchio sería perfecto para mi, pero en ese entonces no me gustó mucho la idea . . .pero ahora . . . es diferente – añadió él con un brillo centelleante en los ojos – Ahora, creo yo, me simpatiza la idea de hacer algo de comedia también. . .
¡Vaya, vaya! – se carcajeó sofocadamente Graubner - ¿Qué es lo que sucede Terrence? Ciertamente has cambiado en estos dos meses.
Bueno padre – dijo Terri volviendo el rostro hacia la entrada del pabellón – usted está a punto de conocer las razones de mi cambio repentino . . . ¿Padre? ¿Alguna vez ha visto a un ángel? – preguntó con un susurro travieso.
¡Ciertamente no! – se sonrió el sacerdote intrigado – Me temo que no he sido lo suficientemente santo para ganar esa gracia
Muy bien – dijo Terri divertido – prepárese entonces porque esta clase de oportunidades sólo se dan muy rara vez a los ojos humanos – añadió señalando a la entrada.
Desde el umbral, moviéndose espontáneamente en su uniforme azulado con un
delantal blando y su característico cabello rubio peinado en un rodete, apareció
Candice White empujando el carrito del almuerzo.
Aún desde la distancia
Graubner comprendió en una sola mirada quién era la joven. La descripción
dado por Terrance en la oscura trinchera, la noche previa a la Batalla del Río
Marne, había sido tan precisa que no fue difícil para el astuto sacerdote
reconocer a la joven, sin importar que nunca la hubiese visto antes en toda su
vida.
Ella es . . . – balbuceó el hombre sin poder recobrarse de su pasmo.Sí, padre – musitó Terri con orgullo - ¡Mi ángel!
¡Qué asombrosa coincidencia!- fue la primera cosa que Graubner pudo decir, pero un segundo después estaba corrigiéndose – o tal vez, no ha sido una coincidencia...
La joven finalmente llegó hasta la cama de Terri encontrando con sorpresa que
su paciente tenía una visita . . .y un sacerdote . . .¡Entre toda la gente del
mundo!
Buenas tardes – saludó ella con una sonrisa preguntándose interiormente qué era lo que esa sacerdote podría estar haciendo con Terri.¡Buenas tardes, señorita! – respondió Graubner con su habitual tono amable.
Terri adivinó la confusión de Candy y encontró que el rostro desconcertado de
la joven era maravillosamente encantador, pero a pesar del placer que le daba
mirar esa expresión en la cara de la muchacha, el joven se apresuró a explicar
la situación.
Candy, este es mi amigo, el padre Graubner. Tuve el honor de conocerlo en el Frente, él estaba luchando en la guerra . . .con su estilo muy personal, por supuesto – lo presentó Terri.Ya veo – replicó Candy con una miranda de entendimiento. Durante su experiencia en el hospital ambulante la joven se había familiarizado con los sacerdotes y reverendos que ayudaban en el Frente, por lo tanto comenzó a comprender la situación con aquella explicación. Aún así, era todavía difícil para ella el entender cómo Terri se había hecho amigo de un sacerdote cuando él nunca había sido un creyente ferviente – Mi nombre es Candice White Andley – se presentó ella misma.
Erhart Graubner, señorita, realmente estoy encantado de conocerla, señorita Andley.
La joven y el sacerdote se estrecharon las manos e instantáneamente una
corriente de simpatía corrió entre los dos. A pesar de ello, Candy no pasó
mucho rato con los dos hombres, porque tenía otras mil cosas que hacer antes de
que su turno terminase. Así que los dejó solos de nuevo, y ellos continuaron
con la conversación que habían interrumpido con la llegada de la joven.
¿Qué piensa usted padre? – fue la primera frase que dijo Terri cuando Candy había ya desaparecido.¡Um Himmels Willen! – dijo el hombre asombrado- ¡Querido amigo, si yo fuese 30 años más joven y tuviese una profesión diferente, te puedo confesar que no estaría aquí aconsejándote cómo conseguir a la chica, porque yo mismo estaría pensando en cómo conseguirla para mi! – concluyó con una sonrisa pícara en los labios.
Y que lo diga – sonrió Terri con un dejo de burla – Eso es precisamente lo que alguien más está haciendo: trabajando y pensando mucho en cómo alejarla de mí.
Ah, ya veo – replicó el sacerdote – el joven doctor está también por aquí.
¡Peor que eso!- dijo Terri frustrado- ¡Él es mi doctor! ¡El colmo de mi desgracia! Pero estas cosas solamente me pasan a mi.
¡Vamos, vamos, Terrence!- comentó Graubner tratando de animar al joven – esa actitud no te ayudará en nada. No todo es tan malo. De hecho, ya es más que milagroso que estés vivo y cerca de ella. Además, tengo otra sorpresa para ti – añadió el hombre.
¿Qué es?
Bueno, me preguntaba si extrañas aquel hermoso anillo de esmeralda que solías tener.
Como puede ver – explicó Terri mostrando al sacerdote su mano desnuda – alguien debió haberlo robado mientras estaba inconsciente.
El sacerdote miró al joven con una expresión de satisfacción en su rostro
barbado.
No es así, hijo – señaló Graubner – fui yo quien te lo quitó previendo que alguien más débil que yo, pudiera caer en la tentación. Planeaba encontrar un modo seguro de enviártelo, pero ya que estoy aquí, me alegra regresarlo a tus manos – y diciendo esas últimas palabras el hombre se llevó la mano derecha al bolsillo interior de su saco y extrajo la joya, la cual inmediatamente entregó a su dueño.¡Muchas gracias padre! – respondió Terri agradecido – Estaba extrañando este pequeño objeto. Es, de alguna forma, significativo para mí.
Acabo de ver el par de ojos que seguramente inspiraron el capricho de conseguir semejante joya.
Me ha pillado nuevamente, padre – respondió Terri con una sonrisa enigmática.
Era uno de esos días soleados
de agosto en París. A lo largo del parque situado a un par de cuadras del
Hospital Saint Jacques, una joven vestida de blanco caminaba lentamente con
ambas manos enterradas en los bolsillos de su falda. Aun cuando su sombrero de
paja cubría su rostro de los rayos solares, era posible ver que estaba
profundamente triste. Un complicado torrente de emociones se movía en su alma,
nuevos sentimientos que no había experimentado antes la atormentaban con
acuciosa fuerza.
¿Por qué trato de engañarme? – Candy pensaba mientras vagaba perezosamente alrededor del parque rodeado de robles - ¡No importa cuánto me esfuerzo por ignorarlo, él me tiene en el puño de su mano! Al menor de sus movimientos lo seguiría hasta el fin del mundo . . .¡Ay, Terri, te amo tanto!
La joven suspiró melancólicamente, sentándose en una de las bancas de hierro
sombreada por el verde follaje de un antiguo roble.
Aún recuerdo con cuánto ahínco traté de olvidarte, Terri – pensaba ella – Llené mi vida de tantas cosas por hacer que siempre terminaba el día totalmente exhausta. De ese modo podía finalmente evitar esas largas noches en las cuales esos pensamientos sobre ti no dejaban de martillar en mi cabeza una y otra vez. Todo ese trabajo y mis amigos ayudaron mucho a hacerle frente a la vida después de nuestro rompimiento, pero muy en el fondo yo sabía que estaba incompleta, que algo por dentro estaba vacío . . . seco . . . muerto . . . en medio de una terrible soledad. Mi pobre Annie trató tantas veces de encontrarme pareja con todos los muchachos que conocía, pero . . . simplemente no puedo estar con otro hombre . . Me siento un tanto . . . incómoda. Como el otro día en que salí con Yves. Fue una idea acertada que Flammy fuera con nosotros. No se qué hubiese hecho si ella no hubiera estado ahí ¡Pero contigo, Terri, todo es tan diferente! Cada palabra que compartimos, cada sonrisa, todas nuestras miradas me hacen sentir como si hubiera terminado un largo viaje y hubiese finalmente llegado a casa . . . ¡Sin embargo, Ay Terri, eres todo un enigma!Me muero aquí por tu causa . . . y tu sólo pareces jugar interminablemente. Hace un par de meses yo me sentía optimista y pensaba que tal vez podríamos tener una segunda oportunidad. . .y ciertamente has sido muy dulce conmigo . . .¡Pero no sé qué es lo que estás esperando, Terri!¡Si solamente esas dos pequeñas palabras fueran pronunciadas por tus labios me tendrías directo en tus brazos sin vacilación! Mi corazón se muere por oír de tu voz que todavía me amas, que a pesar de la distancia, has pensado en mi tanto como yo he pensado constantemente en ti. Aún cuando te creía prohibido. . . . Pero siempre te vas por las ramas y yo ya no sé lo que realmente sucede contigo . . .¡Terri, esto es tan difícil de soportar!
Y estos extraños sentimientos en mí. Ciertamente no ayudan en nada ¡Simplemente no se qué es lo que me sucede cuando estás cerca de mi! Años antes, en el Colegio, siempre negué con todas mis fuerzas que me atraías y no lo acepté hasta que abandonaste Inglaterra. No obstante, todo aquello que sentí en el Colegio, y aún después, cuando te vi de nuevo en Nueva York, todo palidece y luce débil ante estos nuevos y confusos sentimientos que traspasan mi corazón hasta la médula. ¡Terri, Terri! ¡Si mi alma se quema en el fuego del infierno, tuya y solamente tuya será toda la culpa! ¡¿Oh Dios mío, por qué tiene Terri que ser tan deslumbrante?!
Su mente no podía olvidar lo que había pasado unas cuantas horas antes. Candy
estaba ayudando a uno de sus pacientes, el cual había quedado ciego a causa de
una bomba de iperita, a escribir una carta para su familia en Canadá. La cama
de dicho paciente estaba situada muy cerca de la de Terri, y desde su posición,
la joven podía ver al actor mientras él estudiaba sus diálogos calladamente.
Era una de esas mañanas calurosas de verano y Terri se había quitado la camisa.
Escribe también – dictaba el paciente – que recibí todas las cosas que me enviaron ...¡Oh sí! – susurró Candy mientras sus ojos vagaban sobre aquellos músculos bien definidos que bañaba la luz matinal. Largos y fuertes brazos en los cuales ella se desfallecería gustosa, anchos hombros, esbelta cintura, piel bronceada que ella había llegado a acariciar cada vez que le cambiaba los vendajes, la breve cicatriz en su hombro derecho que era un recordatorio de una de las tres balas . . . y aquellos labios que se movían suavemente mientras él memorizaba sus diálogos, labios que, sin saberlo, jugueteaban con el agitado corazón de la joven. Fue entonces cuando ella sintió un pinchazo en el pecho.
¡Va a mirarme en un segundo más! – pensó ella advertida por la conexión interna que ella tenía con él, pero la cual la misma joven no alcanzaba a reconocer.
Candy bajó los ojos justamente una fracción de segundo antes de que el joven
aristócrata dirigiera sus ojos azules hacia ella. La muchacha pretendió estar
totalmente concentrada en la carta que escribía.
La joven sintió que sus manos
flaqueaban mientras trataba desesperadamente de sostener la pluma. La fuerza de
la mirada del hombre sobre ella no le permitía controlar su ansiedad.
Leonard – dijo ella nerviosamente - ¿Podrías disculparme? No me siento muy bien hoy ¿Podríamos terminar esta carta mañana?- rogó ella y antes de que el joven pudiera decir palabra Candy había dejado el pabellón y estaba ya corriendo a través de los pasillos del hospital. - ¿Qué me está pasando? – pensaba ella sintiendo como sus mejillas se sonrojaban furiosamente – ¡Quiero huir y al mismo tiempo . . no puedo dejar de verme en sus brazos!
Sentada en la solitaria banca, la mente de Candy jugueteaba una vez más con el
recuerdo de todas las veces durante aquellos tres meses, en que él la había
abrazado con la excusa de su pierna lastimada. La joven vivió de nuevo
las emociones, el aroma, el calor, la certeza de su pulso acelerado, y como ya
se encontraba vencida por sus propios sentimientos no opuso resistencia cuando
sus memorias la llevaron una vez más al oculto recuerdo de aquel beso.
Fue hace seis años – continuó ella en sus pensamientos – ¡Seis años y todavía lo siento en mi piel, como si hubiese pasado solamente hace un instante! – suspiró ella mientras rozaba ligeramente sus labios con las yemas de sus dedos – Éramos sólo unos niños entonces – pensó ella cerrando los ojos al tiempo que su curiosidad femenina ardía dentro de ella con una pregunta alarmante – Me pregunto . . . me pregunto cómo besarás ahora - se atrevió ella a pensar asombrándose a sí misma con su osadía – Y aún más . . . Me pregunto cómo sería vivir a tu lado, como imaginé antes tantas veces ¿Cómo sería compartir contigo cada pequeña alegría, cada prueba angustiante, tu éxito y tu derrota, todas esas manías insignificantes que yo sé que tienes? . . . Tu obsesión por mantener todo en orden, tu pasión por la equitación, tu amor por la poesía, tu insistencia en comprar mil camisas blancas, en todos los estilos y materiales, y ese incomprensible y terco hábito de embromarme. . . Ciertamente me embromarías hasta la muerte, pero estoy segura que lo disfrutaría enormemente . . .¿Cómo sería esperarte cada noche, compartir tu mesa . . .y tu cama? ¿Qué se siente al despertar en tus brazos, Terri? – suspiró la joven extasiada, pero pronto una oscura sombra cruzó sus ojos de malaquita – Pero en unos cuantos días dejarás el hospital y tal vez no te vuelva a ver jamás ¿Qué es eso que tienes Terri, que solamente tú puedes hacer estallar en mi este calor que me invade el cuerpo y me confunde? ¿Cómo puedo sentirme tan feliz y tan deprimida al mismo tiempo¡Santo cielo, Candy, ciertamente te estás volviendo loca! – se censuró ella misma sintiendo la suave brisa bajo el roble.
El correo había llegado trayendo cartas de América aquella mañana, pero Candy decidió guardarlas en su bolsillo para leerlas a su gusto cuando su turno hubiese terminado. Durante toda la mañana miró repetidas veces a su bolsillo, y en más de una ocasión estuvo tentada a abrir aquellos sobres antes de tiempo; sin embargo, no cedió ante su impaciencia.
Después de un duro día de
trabajo la joven corrió a su banca favorita en el jardín interior del hospital
para devorar las nuevas que encerraban aquellas misivas. Sus grandes ojos verdes
brillaron de gozo mientras paladeaba el sabor de los fuertes lazos que unían su
corazón con sus amados amigos y familia adoptiva en la distante América. Con
cada línea, la joven verificaba que no importaba cuán lejos pudiese estar de
casa, un pedacito de las riberas del lago Michigan viviría siempre en su corazón.
¿Buenas noticias? – preguntó una voz profunda detrás de ella y Candy no tuvo que voltear para saber quién le estaba hablando.Sí, noticias de casa – contestó con una suave sonrisa - ¿Quieres oírlas? – inquirió ella, mirando finalmente a los ojos verdi-azules que estaban frente de ella.
Terri, en una camisa azul pastel y pantalones beige, estaba parado cerca de ella,
descansando ligeramente su peso sobre un bastón. Candy pensó que el joven lucía
casi totalmente recuperado de aquella forma, y su corazón no pudo evitar sentir
un torzón doloroso dentro de su pecho, cuando recordó de nuevo que la eminente
separación estaba cada día más cercana.
El joven se sentó al lado de
ella y miró con curiosidad a un sobre largo con un elegante sello en el frente.
Ésa, supongo, debe ser de Albert – dijo sonriendo al recordar al viejo amigo que no había visto en años.Y estás en lo correcto – respondió Candy alzando su ceja izquierda y asintiendo ante la sospecha de Terry.
¿Qué es lo que dice? – preguntó el joven actor.
De repente, Terri miró a los ojos de Candy y un sentimiento de déjà vu le
invadió el corazón ¿Qué no había él hecho esa pregunta acerca de una carta
de Albert, hacía mucho tiempo atrás?
Muchas cosas – empezó ella a explicar, tratando de calmar los furiosos golpeteos en su pecho - ¿Sabes, Terri? He estado preocupada por Albert durante los últimos dos años – dijo la joven confiando en Terri un secreto que ella había mantenido sólo para sí misma durante largo tiempo. De alguna forma, el dirigir la conversación hacia su querido tutor, la ayudaba a olvidarse de otros sentimientos más alarmantes que gritaban dentro de ella.¿Por qué? – preguntó Terri también interesado en encontrar un modo de relajar la tensión - ¿Pasa algo malo con él?
Una cosa, Terri – suspiró Candy tristemente - ¡Albert no es feliz con su vida!
Ser un poderoso millonario no le está muy bien ¿No es así? – adivinó Terri asintiendo con la cabeza en señal de entendimiento.
Exactamente. Albert ha estado enfrentando sus responsabilidades como jefe de la familia por casi tres años, hasta el día de hoy, pero ha sido casi un infierno para él. Aunque nunca se ha quejado de ello, yo sé que muy dentro de él, Albert siente que ha traicionado todo aquello en lo cual él creía – señaló la joven.
Conozco ese sentimiento – murmuró Terry tan quedamente que Candy apenas pudo entender sus palabras – ¡Es muy triste ver cómo la vida destruye nuestros sueños de juventud . . .todas esas esperanzas que alguna vez creímos invencibles! – sugirió Terri con pena.
No hables así, Terri – se apresuró ella a responder – ¡Todavía creo que podemos siempre luchar por nuestros sueños, aún en medio de la tormenta! No importa cuánto insistan los demás en que ya no tiene caso seguir luchando, debemos siempre batirnos para alcanzar nuestros más anhelados sueños, Terri.
Terri miró a Candy mientras una sonrisa se dibujaba en el rostro masculino.
Ella siempre tenía ese poder de iluminarlo todo.
Tal vez debas decirle eso a Albert – sugirió Terri.Ahora él ya no necesita de mis consejos – continuó Candy radiante – En esta carta me confía que, tan pronto como la guerra termine, dejará los negocios de la familia en manos de Archie y de George. Entonces, Albert seguirá sus sueños en África, tal vez también vaya a la India.
Me alegra oír eso – dijo Terri sinceramente – al menos nuestro mutuo amigo vivirá para hacer realidad el sueño que compartió conmigo en el pasado. Siendo franco contigo, Candy , me siento un tanto apenado por haber perdido contacto con Albert durante estos años ¡He sido muy ingrato con él!
Nunca es tarde para acercarse a un amigo – dijo ella sonriendo - ¿Por qué no le escribes?
Esa idea suena bien – respondió él riendo - ¿Dónde vive ahora?
En la mansión de los Andley, en Chicago – contestó la joven.
¿Tú vives con los Andley?- preguntó él curioso.
No, Terri, yo vivo por mi cuenta, en el mismo departamento que solía compartir con Albert- replicó la joven con orgulloso acento.
¿Cómo es que tu estirada y aristocrática familia te permite vivir sola? – preguntó él en parte riéndose burlonamente y en parte admirando el sentido de independencia de la joven. Candy era una interminable fuente de sorpresas para él.
Albert me da la total libertad de hacer con mi vida lo que me parezca mejor – dijo ella casualmente pero mostrando una gran sonrisa ante el recuerdo de su más querido amigo y tutor.
Ustedes han llegado a ser muy íntimos amigos ¿Verdad? – sugirió él con un ligero dejo de celos en el fondo de su corazón. Interiormente, Terri se censuró a sí mismo por dejar que tales sentimientos en contra de un querido amigo, como lo era Albert, anidasen en su alma, aunque fuese sólo un instante.
Sí, ciertamente – respondió ella pensando en todo el pasado común que unía su vida con la de Albert – Hemos pasado muchas cosas juntos. Él ha sido mi consejero y mi paño de lágrimas durante las pruebas más difíciles de mi vida ¡Es mucho más que mi tutor! Creo que es el hermano mayor que nunca tuve y me parece que él siente lo mismo por mi – explicó ella mientras miraba hacia el cielo, el cual le recordaba los ojos azul claro de Albert.
Supongo que lo extrañarás cuando finalmente deje América – sugirió Terri con voz nostálgica.
Sí. Sin embargo, lo prefiero lejos de casa pero feliz y satisfecho que viviendo una vida miserable y haciendo algo que realmente odia – dijo ella con vehemencia.
Eso suena muy sensato de tu parte, aunque venga de una metiche incorregible como tú – trató él de bromear para aligerar el tono serio de la conversación.
¡Ya vas a empezar! - chilló ella haciendo un puchero, siguiendo el juego.
Vamos, dime ¿Quién te envía esta carta en este cursi sobrecito azul y con perfume de violetas? – preguntó el hombre tomando con dos dedos una de las cartas mientras cubría su nariz con la otra mano, haciendo como si el perfume del sobre le provocase náuseas.
¡Trae acá eso! – chilló ella juguetona y con un rápido movimiento recuperó la carta de las manos de Terri – Ésta carta es de Patty.
¡Ah, ya veo, la “gordita” con lentes tiene predilección por las violetas, le queda muy bien, siendo tan tímida . . .! - bromeó él muy divertido.
¡Ya estuvo bueno, bobo! – se rió ella alegremente - ¡Cuántas veces tengo que decirte que Patty no esta “gordita”!
Está, bien, está bien . . . . ¿Ahora podría esta reportera aquí conmigo decirme lo que aquella distinguida y joven dama, sol de belleza, le cuenta en su carta? – dijo él inclinando el torso en una reverencia burlona.
Bueno, te sorprenderá saber que - dijo Candy ignorando la mofa en los ojos de Terri – ¡Patty va a casarse pronto! Conoció a mi amigo Tom, y ambos se enamoraron ¿No es romántico?
Tom es el chico que creció contigo y que tiene una granja ¿No es así? – preguntó Terri asombrando a Candy con su prodigiosa memoria.
Eso es correcto ¡Es increíble que te acuerdes de él. Debo haberte platicado sobre Tom una sola vez!- mencionó ella, sin poder contener su sorpresa.
En el Derby, querida. Aquella vez que te gané la apuesta – dijo él traviesamente mientras una idea cruzaba por su mente - ¡Por cierto! Nunca me pagaste aquella apuesta. Hasta donde yo recuerdo me prometiste lustrar mis botas. Tengo un buen par allá arriba si todavía quieres cumplir tu promesa – dijo el carcajeándose.
¡Cómo si fuera hacerlo! – respondió Candy con dignidad levantando su naricita hacia el cielo.
De cualquier modo, me alegra escuchar que Patty finalmente dejó atrás el pasado – dijo él después de un rato, notando que Candy, quien estaba a su vez jugando a hacerse la ofendida, no iba a hablarle si él no lo hacía primero.
A mí también – replicó Candy suavizando el tono – ¡Si la guerra termina pronto asistiré a dos bodas cuando regrese a casa! – señaló ella con entusiasmo.
¿Dos bodas? – preguntó Terri intrigado - ¿Qué se va a casar “el elegante”?
Eso espero – dijo Candy mientras blandía un tercer sobre de color lila - Aquí, Annie me cuenta de la graduación de Archie, ¿Ves? Creo que él le propondrá matrimonio uno de estos días ¡Annie va a ser la chica más feliz sobre la tierra! ¡Ya veo a Annie en su vestido de novia justo como ella siempre lo ha soñado!- suspiró Candy.
¡Oh Dios! ¡Archie es verdaderamente un hombre con suerte! ¡Obtiene un título universitario, recibe el liderazgo de una gran fortuna, lo cual creo que le complacerá muchísimo porque él siempre ha sido del tipo burgués, y encima de todo eso, se casará con la mujer que ama! – dijo Terri con un dejo de tristeza en la voz.
Él verdaderamente se lo merece – señaló Candy con real simpatía hacia su querido primo- En nuestra adolescencia ambos sufrimos terriblemente con la pérdida de nuestros más amados parientes. Verás, perder a Stear fue especialmente difícil para Archie, Ahora que las cosas parecen ir finalmente tan bien para él y que sentará cabeza al lado de Annie, no puedo más que sentirme muy feliz por ambos.
Supongo que así es – murmuró Terri melancólicamente – ¿Sabes Candy? La gente piensa que soy un hombre exitoso, allá en América, porque cada vez que subo al escenario el teatro se llena y al final de cada obra el pública se complace con mi trabajo. Los reporteros andan siempre tras de mi, mis fotos aparecen en las revistas, periódicos y tabloides, tengo una confortable casa en un lindo vecindario de moda. . . Y además de todo eso, mi padre murió el año pasado y a pesar de todas nuestras diferencias, al final nos reconciliamos de algún modo y él me dejó parte de su fortuna. Así que ahora soy lo que la gente llama un hombre acaudalado. Si quisiera podría dejar de trabajar por el resto de mi vida y vivir decorosamente. No obstante, también tengo una próspera carrera. Algunos me dirían que soy un hombre afortunado; sin embargo, envidio a tus amigos Archie y Tom porque pronto ellos tendrán la única cosa que realmente hace la felicidad de un hombre . . . una esposa a quien amar y quien te ame, y una familia propia – concluyó él con tristeza.
Candy estaba sorprendida frente aquel repentino arranque de sinceridad por parte
de Terri. La joven sintió mucho escuchar acerca de la muerte del Duque, por
supuesto, pero el triste tono en la voz de Terri, denotando su desilusión ante
la vida, la lastimaba aún más. Su mente buscó una razón para la infelicidad
el joven y extrañamente, encontró una sola explicación.
Extrañas a Susana ¿No es verdad? – preguntó mirando hacia el cerezo. Secretamente, la joven se sintió avergonzada por el inesperado brote de celos que había sentido al interpretar la tristeza de Terri. Era difícil para ella reconocer que estaba celosa de una muerta. Finalmente, Candy entendía lo que había sentido Terri con respecto a Anthony.
Por su parte, Terri estaba más que asombrado con la reacción de Candy ¿Qué
no podía ella ver que no era Susana la mujer en sus pensamientos?
Quisiera poder decirte que la extraño . . . como un hombre debe extrañar a la mujer que se suponía amaba . . . – replicó él después de un rato de silencio – y ciertamente siento mucho su muerte, Candy, pero . . .Pero . . . – lo animó ella a seguir.
No soy el herido y nostálgico novio, que mucha gente cree – confesó él con voz enronquecida – Yo . . . yo jamás me enamoré de Susana. Si me hubiese casado con ella, no sería más feliz de lo que soy ahora. Sin embargo, puedo decir que extraño su amistad.
Candy desvió la mirada que tenía clavada en el cerezo para ver directamente a
los grandes ojos azules de Terri, como buscando una respuesta para las dudas que
le asaltaban al corazón. La revelación que él le acababa de hacer le había
cambiado los esquemas que ella había construido en su cabeza durante los años
anteriores, desde el rompimiento. De pronto, lo que ella había creído ser
blanco se había tornado negro.
¡No me mires como si fuera un monstruo Candy! – dijo Terri creyendo que ella estaba escandalizada con su confesión – Antes, solía sentirme avergonzado por mi incapacidad para amar a Susana. Ahora comprendo que no somos señores de nuestros propio corazón, así de sencillo. No estoy feliz porque ella murió, pero la verdad es que nuestro matrimonio hubiera sido un fracaso. Sé que puedo sonar muy crudo, pero esa es la verdad de las cosas. Debo confesarte que necesité de la ayuda de alguien más sabio que yo para finalmente ver mi relación con Susana desde un punto de vista más objetivo.
Candy, aún enmudecida por la sorpresa, recordaba entonces la única conversación
que ella había sostenido con Susana. Repasó en su memoria las cosas que habían
sido dichas y las promesas que se habían hecho mutuamente.
Yo sostuve mi promesa – pensó la joven – ¡Derramé lágrimas de sangre, pero cumplí con mi promesa! ¡Me hice a un lado! Y tú Susana, tú prometiste hacerlo feliz . . .¿Qué pasó entonces? . . . ¿Acaso solamente contribuimos juntas a hacer su vida miserable? ¿Fue acaso, después de todo, un error?¡Candy! – dijo Terri una vez más devolviendo a la rubia a la realidad - ¿Me estás escuchando?
¿Eh? Ummm, Sí...- masculló ella aún confundida.
Antes de que Candy pudiese reaccionar Terri le había tomado la mano izquierda
en sus manos.
No te sientas mal por Susana, Candy – susurró él – Ella murió en paz consigo misma y con el resto del mundo. Yo hice todo lo que estaba en mis manos para hacerla feliz. Tal vez no tuve éxito en todos los aspectos, pero te puedo asegurar que hice mi mejor esfuerzo. Mi conciencia está ahora libre de la culpabilidad que sentía en el pasado a causa del accidente. Y, hasta dónde me concierne, yo estoy . . . estoy bien ahora. Las cosas han sido algo difíciles, pero hoy acaricio ciertas esperanzas . . . – Terri se detuvo por un segundo, sintiendo que el momento de abrir su corazón ante Candy había llegado finalmente.¡Señorita Andley! – la llamó una voz proveniente del corredor, que hizo que Candy saltara en su asiento, rompiendo a su vez el encanto del momento – ¡La necesitamos en la sala de emergencias ahora mismo!
Candy se puso de pie abruptamente. Se excusó e inmediatamente salió corriendo
hacia el hospital mientras Terri permanecía en el jardín maldiciendo su suerte
por quitarle de las manos la perfecta oportunidad para sincerarse con la joven.
Era uno de esas quietas tardes estivales en las cuales el calor hace que los sentidos entren en letargo y consecuentemente la gente reduce sus actividades, buscando el reposo en cualquier rincón refrescante disponible. Annie Britter se sentó en una de las bancas de hierro en el invernadero de su madre. Llevaba puesto un ligero vestido de tira bordad española en color azul claro con un cinturón de raso blanco alrededor de su diminuta cintura. Tenía su bordado y un libro para pasar el tiempo mientras esperaba la visita regular de su novio. Sin embargo, había algo en la atmósfera que no le permitía sentirse a gusto.
Desde el día en que Patty le
había dicho sobre su primer beso con Tom, la joven morena había estado
ponderando su relación con Archibald. Con los ojos de la mente la muchacha había
visto de nuevo su primer encuentro con el joven millonario en los días de su
pubertad. La primera vez que lo había visto había sido en una fiesta en la
casa de los Leagan. Esa ocasión el centro de atención de Archie no había sido
otro que Candy. Un par de años después en el Colegio, una vez más Archie
solamente estaba interesado en Candy e ignoraba por completo a la chica de
cabellos oscuros. A pesar de su reticencia, Annie tenía que admitir que si no
hubiese sido por la intervención de Candy, Archie nunca hubiese
sido su novio y esa certeza, aún cuando no la había molestado antes, estaba
empezando a incomodarla.
¿Qué hubiese pasado si Candy no se hubiera hecho a un lado? ¿Qué hubiese pasado si ella no se hubiera enamorado de Terri en aquel entonces? – se preguntó Annie inquisitivamente – Y Archie . . . ¿Me hubiese él cortejado si Candy no hubiera hecho de cupido entre nosotros?
La joven dejó escapar un profundo suspiro mientras se servía un vaso de té
helado. El frío líquido refrescó su garganta pero su mente continuó torturándola
con negros pensamientos.
Durante todos estos años que hemos estado juntos Archie siempre ha sido muy gentil conmigo – pensó – pero a veces lo siento distante, como si hubiesen cosas dentro de él que yo no puedo alcanzar. Muy frecuentemente, cuando estamos solos, sus ojos se pierden en la nada como si estuviera buscando algo . . .o a alguien . . . Antes, esos momentos eran raros y él siempre regresaba de sus devaneos con una sonrisa y conversando con vivacidad. No obstante, últimamente Archie está más y más distraído, y a veces triste. ¿Ay, Archie, qué está pasando contigo?
Con puntualidad británica Archie llegó a la mansión de los Britter. Primero
saludó a la Sra. Britter quien tomaba el té con unas amigas y después de
cumplidas las formalidades el joven fue escoltado hasta el invernadero por una
de las domésticas, quien regularmente servía de chaperona durante los
encuentros de la joven pareja. Cuando hubieron llegado al edificio de
cristal, la sirvienta tomó su lugar habitual, sentándose en una banca desde
una prudente distancia, mientras el joven se unía a la muchacha que lo esperaba
impacientemente.
Los ojos café claro de Annie se llenaron de la luz del amor cuando percibieron al elegante joven que caminaba hacia ella con pasos refinados. Como siempre, Archie estaba impecablemente vestido de pies a cabeza. Un traje de hilo beige claro con una camisa blanca perfectamente almidonada y una corbata color ocre completando su atuendo. No obstante, bajo aquella flemática y caballerosa apariencia un confuso corazón latía salvajemente, terriblemente asustado del paso que estaba por dar.
El joven besó la mano de la
joven dama, y como de costumbre, ella se ruborizó ligeramente. Entonces, ambos
se sentaron en la banca de hierro y Annie sirvió el té mientras comentaba las
trivialidades del día. A pesar de ello, el aire parecía cargado de un ánimo
extraño, una sensación de incomodidad que Annie no podía describir pero que
ciertamente sentía.
Annie- dijo el joven después de un rato de silencio – Me gustaría hablar contigo acerca de un asunto muy serio. De hecho, es la razón principal de mi visita hoy.
El rostro de la joven fue oscurecido por una negra sombra cuando escuchó el
tono de voz que Archie había usado, pero no dijo una sola palabra y solamente
asintió con la cabeza indicando a su novio que podía continuar.
Antes que nada – comenzó el joven caballero, sintiéndose como el asesino de un pajarito indefenso – Debo decirte que pienso que eres una mujer maravillosa, te admiro y te quiero profundamente . . .Pero . . . – preguntó Annie, quien ya estaba presintiendo la tormenta que se cernía sobre su vida.
Yo . . . yo he estado buscando en mi corazón últimamente . . . – dudó él – y por una razón que no tengo muy clara – mintió – la idea de nuestra boda no me parece ser la más correcta . . . Mi mente está confundida, difusa . . . y . . . y no creo que deba ofrecerte mis votos de amor eterno si todavía conservo dudas en mi alma.
Annie se quedó callada con una increíble serenidad reflejada en sus facciones
exquisitas. Sin embargo, sus ojos denotaban el cúmulo de emociones que estaban
explotando dentro de ella.
¿Estás diciéndome que quieres cancelar la boda? – murmuró con el corazón en un hilo. A pesar de que Annie había adivinado las dudas de Archie con respecto a su relación, no podía creer que él le estaba insinuando la idea de un rompimiento.No exactamente Annie – respondió Archie avergonzado – Yo sólo . . . estoy pidiéndote que nos demos un tiempo para estar separados y pensarlo bien . . .antes de tomar una decisión tan importante como la del matrimonio.
La joven sintió que su corazón se rompía en mil pedazos dentro de su pecho.
El dolor era tan agudo y profundo que por una extraña razón las lágrimas no
acudían a sus ojos. Repentinamente, parecía que las piezas de un rompecabezas
encontraban su lugar preciso y ella podía ver la imagen completa, imagen que
ella se había rehusado a mirar durante seis años. Annie sintió que la
embargaba la desesperación.
¿Qué es lo que te hace dudar, Archie? – preguntó ella con una voz tan débil que era sólo un susurro – Quiero decir...¿Es algo en mi que no te gusta? . . . Por favor, dime si es eso . . . y te prometo que voy a trabajar para cambiarlo . . .- rogó ella lastimeramente.No, Annie- respondió Archie sintiéndose miserable- No es así, querida . . . es algo en mi que tengo que enfrentar solo . . . No sería justo para ti si me casara contigo ahora, sintiendo esta confusión en mi corazón . . . Por favor, entiende que necesito tiempo para pensar.
¿Pensar en qué?- preguntó Annie mientras su voz se convulsionaba en sollozos, pero las lágrimas no aparecieron en sus ojos - ¿No se supone que esta clase de cosas solamente se sienten, no se piensan? – preguntó levantándose de la banca, sin poder ver al rostro del joven por más tiempo.
Tal vez ese es el problema, Annie – se atrevió a decir Archie – Que no siento del modo en que debería.
Esa fue la estocada que dolió más en el corazón de Annie, aquella que
finalmente mató sus esperanzas y al mismo tiempo la misma que encendió el
fuego de su enojo ¿Cómo tenía Archie el valor de decirle eso después de
tanto tiempo? ¿Por qué había esperado tanto para decirle la verdad? Si todo
entre ellos había sido una mentira....¿Por qué sostenerla hasta el último
momento?
¿Me quieres decir que después de haber sido pareja por seis años, – preguntó a modo de reproche sin mirar a los ojos del joven- cuando todos están esperando recibir la notificación formal de nuestra boda, cuando todos nuestros conocidos y amigos en Chicago saben que soy tu prometida, cuando mi madre y yo ya hemos empezado a bordar mi ajuar . .. es ahora exactamente que te das cuenta de que tus sentimientos hacia mi no son lo suficientemente fuertes como para casarte conmigo, Archie? ¿Crees que eso es justo para mi? – preguntó con su acostumbrado amable acento pero con un dejo de resentimiento y dureza en su voz.
El joven se quedó mudo, sin poder contestar a los reproches de la muchacha. Él
sabía que ella tenía todo el derecho de exigirle una mejor explicación, pero
no encontraba la forma de confesarle a la joven que su amor por otra mujer era más
grande y abrumador que aquel que él sentía por su prometida.
¿Por qué no simplemente me dices que no me amas más? – dijo ella sin ambages, dejando escapar un sollozo sofocado - ¿Por qué no me dices que nunca me has amado?¡Annie, no es así, querida mía! – trató él de explicar, pero siendo que sus sentimientos no eran claros ni para él mismo, no pudo seguir adelante.
No digas nada, Archie – le pidió ella – Supongo que le debes una explicación a mis padres, pero en lo que a mi concierne no quiero verte más ¡Por favor, vete!
El joven bajó su cabeza coronada de cabellos claros, lleno de vergüenza y sin
poder decir más, salió del lugar. Cuando Annie no pudo escuchar ya los pasos
de Archie en la distancia, cayó de rodillas mientras sus manos temblorosas asían
con nerviosa fuerza el cojín de terciopelo sobre la banca de hierro. La
sirvienta se acercó inmediatamente para ayudar a la joven dama, pero ella se
rehusó a ser consolada. Finalmente, sus ojos dejaron escapar las lágrimas
contenidas.
El llanto de la joven morena
invadió el invernadero mientras ella llamaba un nombre con desesperación.
¡Ay Candy, Candy! – gritó con pungente dolor – ¡Quiero verte Candy! ¡Te necesito aquí!- pero solamente el silencio respondió al llamado de Annie. Por primera vez en su vida, Annie tendría que enfrentar una prueba por sí sola.
La joven puso unas tijeras, una charola, una jarra con agua, un peine y una
navaja sobre el carrito. El supervisor la había regañado porque uno de sus
pacientes no tenía el corte de cabello militar reglamentario. Por lo tanto,
estaba determinada a forzar a ese hombre terco que se había rehusado a dejarse
cortar el cabello. Aquella era una tarea que todas las enfermeras hacían
regularmente con sus pacientes en el hospital.
Caminó lentamente por el pasillo empujando el carrito mientras trataba de ajustarse su cofia de enfermera y arreglar algunos ricitos rubios que escapaban de su pulcro peinado. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no iba a ser nada fácil, pero no estaba dispuesta a arriesgar su reputación profesional por causa de un joven irracionalmente obstinado.
La muchacha se acercó a la cama del hombre tratando de reunir todo su valor para mantenerse seria. Ahí estaba él, sentado sosegadamente en al cama mientras escribía con rápidos y firmes movimientos de su muñeca derecha. Estaba completamente vestido y lucía tan saludable que ella no pudo evitar recordar que Yves Bonnot le había dicho que el paciente pronto abandonaría el hospital. De hecho, estaba casi totalmente recuperado, y así lo había asentado el doctor en su reporte médico. En cosa de unas cuantas semanas, tal vez antes, el joven recibiría la orden de regresar al Frente.
La muchacha corrió las
cortinas que separaban la cama de las demás haciendo un ruido característico
que logró que el hombre desprendiera sus ojos del papel. Él miró a la mujer
frente de sí y movido por un impulso natural sus ojos brillaron con alegría.
¡Hola! – saludó el joven con una sonrisa.Hola – replicó ella en su tono más serio- Vengo a hablar contigo de cierto asunto, algo que deberías haber hecho hace ya tiempo.
¿De verdad? – preguntó él divertido con la expresión seria en el rostro de la muchacha, expresión que se veía tan extraña en una cara que él siempre veía alegre y despreocupada.
Esto es serio, Terri – dijo la rubia dándose cuenta de que una vez más él estaba empezando a jugar – Tienes que dejarme cortarte el pelo. ¡Mira nada más! ¡Si te llega hasta el cuello! No parece que estuvieras en el ejército.
Y no lo estoy, Candy – respondió él juguetón – Estoy en el hospital y no veo la necesidad de cortarme el cabello tan seguido. Déjalo así, ya me las arreglaré después – concluyó dirigiendo la mirada hacia la carpeta que tenía sobre las piernas.
La rubia cruzó los brazos sobre el pecho en un gesto de fastidio, pero no iba a
darse por vencida tan fácilmente.
¡Terrence! – le llamó ella sabiendo que él comprendería por el nombre que había usado para dirigirse a él, que no estaba dispuesta a juguetear – No estoy bromeando ¡Dije que te cortaría el pelo y lo voy a hacer! – le advirtió tomando las tijeras y el peine que tenía en el carrito.
Terri observó los ojos de la joven y como pudo leer en ellos una total
determinación, respondió con una mirada retadora.
No, no lo harás – contestó poniéndose de pie rápidamente.
Entonces el hombre se incorporó frente a ella cuán alto era. Mirando a aquel
hombre de gran talla y buena condición física Candy comprendió que no iba a
ser nada fácil forzarlo a hacer algo que no quería, especialmente si resultaba
ser dos veces o tal vez tres veces más fuerte de lo que ella era. La joven pensó
luego que podría ser buena idea cambiar de estrategia.
Terri, por favor – rogó en un tono más dulce – en verdad tengo que hacer esto.¡Ah! Ahora percibo un pequeño cambio en esa mal portada actitud tuya, jovencita – replicó él burlón.
El mal portado aquí no soy yo – contestó ella comenzando a perder la paciencia.
¡Oh sí! ¡Eres tú! – continuó él que se estaba dando la divertida de su vida – Ahora, ¿Qué te parece si nos deshacemos de esa arma tan peligrosa? – dijo e inmediatamente arrebató las tijeras de las manos de la muchacha con un movimiento rápido.
Cuando ella se dio cuenta de que él le había quitado las tijeras con tanta
facilidad, internamente se reprochó por haber sido tan descuidada con las
reacciones siempre impredecibles de Terri.
¡Trae acá esas tijeras! – ordenó la rubia.Ven y consíguelas por ti misma – la retó él alzando el brazo para asegurarse de que la joven no pudiese alcanzar las tijeras.
¡Eres un bribón! – gritó ella sin poder contener una risilla que de cierto modo animó al joven a continuar el juego.
El muchacho se balanceó para atrás y para adelante evitando los intentos
desesperados de Candy para recuperar las tijeras. De buenas a primeras, ambos
eran otra vez una pareja de adolescentes jugando en el bosque, persiguiéndose
el uno al otro en medio de sonrisas y alegres carcajadas. Fue entonces cuando
Candy hizo un inesperado movimiento. Saltó para alcanzar las tijeras dando un
traspié atolondradamente y antes de que ninguno de los dos pudiera hacer algo
para evitar el accidente ella cayó sobre él empujándolo con todo su peso.
El joven se bamboleó hacia atrás, pero tratando de evitar un desastre mayor cayó sobre la cama que estaba a sus espaldas. Él logro amortiguar la caída sosteniendo su torso con el codo izquierdo. Y repentinamente ahí estaba él, con los brazos llenos de Candy, con la muchacha virtualmente echada sobre de él ¿Podríamos culparlo por las cosas que siguieron?
El joven miró en los ojos de la muchacha y pudo notar su confusión. Se veía tan adorablemente seductora de esa forma, aturdida y nerviosa en sus brazos. La tentación de abrazarla con más fuerza y besar aquellos labios que inconscientemente le estaban ofreciendo su voluptuosa suavidad, era casi insoportable. Tenía que hacer algo para controlar sus impulsos o de lo contrario ya no sería responsable de sus actos. Por supuesto, él no tenía ni la más mínima idea de lo que pasaba por el corazón de la joven.
Allí estaba ella. Perdida en
el perfume de su piel, rodeada por los brazos que la hacían sentir completa. En
medio de su bochorno, ella comprendió que no había lugar donde pudiese sentir
aflorar su femineidad tan plenamente, como solamente pasaba en aquellos brazos
que en ese momento la rodeaban ¿Pero qué hace una muchacha en una situación
así cuando está tan terriblemente asustada y confundida?
¡Por San Jorge! – logró él decir finalmente, buscando desesperadamente una salida para aquella situación desconcertante – El servicio del hospital ha mejorado mucho en unos pocos meses ¡ Primero me mandan a la Bruja Mala para asustarme de muerte, y ahora tengo a Ricitos de Oro en mis brazos!¡Eres un ordinario! – chilló ella empujándolo e incorporándose inmediatamente – No entiendo cómo pudiste pasar tanto tiempo en el Real Colegio San Pablo y nunca haber aprendido modales.
Él también se levantó de la cama con una mirada furiosa en los ojos. Para
Terrence Grandchester, el rechazo había sido siempre una cosa muy dura de
soportar.
¡Vamos Candy! ¿Por qué siempre tienes que ser tan quisquillosa? ¡Miles de chicas hubieran matado por estar en tu lugar! Si quisiera aprovecharme de una chica solamente tendría que chasquear mis dedos y podría tener a cualquier mujer que yo desease – fanfarroneó él descaradamente.
Aquello fue el fin de todo. Si Candy tenía un defecto, ese era su excesivo
sentido de la dignidad. La sardónica expresión en el rostro del hombre
solamente empeoró las cosas y pronto el mal carácter de la joven estaba ya
fuera de control.
¡Muy bien Sr. Modestia, siga usted adelante y empiece a chasquear sus diez dedos porque los va a necesitar! – gritó ella airadamente quitándole las tijeras de las manos.
Candy empujó su carrito por el pasillo sintiendo cómo cada ojo en el pabellón
la miraba con curiosidad. Los otros pacientes no había podido mirar lo que había
pasado porque ella había corrido las cortinas previamente, pero con seguridad
habían escuchado la pelea y estaban preguntándose qué era lo que Grandchester
podría haberle hecho a la joven como para que ella reaccionara tan
violentamente. Como si Candy no hubiese tenido suficiente con el humor negro de
Terri, ahora tenía que soportar el ardiente sonrojo en su cara mientras éste
cubría sus mejillas hasta hacerla lucir como una linda amapola en verano.
Desafortunadamente, Candy había declinado la invitación con el mayor tacto posible, pero con firme determinación. Yves pensaba que aquello era el fin de todos sus esfuerzos. Deseaba que Marius Duvall estuviese aún vivo para escuchar sus consejos sobre el asunto, pero el buen doctor se había ido para siempre y el joven tenía que enfrentar aquella situación por sí solo.
Cómo si su deprimido humor hubiese sido poco, el joven había recibido aquella mañana una notificación que le preocupaba inmensamente. Su tiempo para ganar a su dama se estaba reduciendo a pasos acelerados.
Yves suspiró melancólicamente
mientras caminaba por el corredor. Estaba en uno de esos momentos de las más
tristes ensoñaciones. Mitad caminando en este mundo, mitad flotando en su
propio y triste universo. Fue entonces cuando tropezó con una joven rubia con
la cara bellamente encendida y un centelleo de furia en la mirada.
Buenos días Yves – dijo con un tono extraño que él no pudo interpretar.Bonjour, Candy – replicó él esperando que ella continuase su camino sin ningún otro comentario como estaba haciendo desde días recientes.
Y ella ciertamente estaba a punto de hacerlo así hasta que una mala idea le
vino a la mente y volvió sobre sus pasos.
Por cierto, Yves – dijo la joven con una inflexión de enojo en la voz- he pensado acerca de tu invitación y acepto. Pasa por mi a las 9 pm. Estaré lista – concluyó ella a secas dejando al joven detrás de si antes de que él pudiese decir algo.¡Bien! – fue lo único que el alcanzó a contestar antes de que Candy se alejara por el corredor.
El joven se quedó parado por un rato, sin entender lo que acababa de suceder.
La muchacha estaba extrañamente molesta o enojada, eso era obvio, pero entonces
. . .¿Por qué había aceptado la invitación cuando primero se había negado
tan enfáticamente?
¡Mujeres! – pensó – Nunca las entenderé. Pero no me importa. Ella dijo que iría conmigo y esta vez voy a jugar mi última carta.
Era una de esas raras ocasiones en que los turnos de Candy, Julienne y Flammy coincidían y las tres se encontraban descansando al mismo tiempo. Las tres mujeres estaban disfrutando de una charla femenina en la intimidad de la habitación de Flammy y Candy, hablando de mil y un cosas, fútiles y profundas, a la vez ¿Acaso Nancy estaba saliendo con un hombre? ¿ Era posible que el paciente de la cama 234 saliera de su depresión? ¿No sería buena idea conseguir uno de esos nuevos sombreros con una pluma azul que se estaban poniendo de moda aquel año?¿ Acaso Gerard le había escrito a Julienne? ¿ Debía Flammy cambiar su estilo de peinado?
Las mujeres hablaban con
vivacidad, o al menos dos de ellas lo hacían, porque la joven rubia estaba
participando en la conversación sin mucho entusiasmo. En su mente, recordaba el
pleito que había tenido con Terrence aquella mañana.
¡Es un patán y un tonto! ¡Se merecía una bofetada después de ese comentario tan vulgar! –se decía ella a sí misma – Pero . . . tal vez . . . fui demasiado dura con él . . .¿O no? – continuó ella pensando tristemente - ¡Fui yo quien se cayó sobre de él! ¡Qué bochornoso! – recordó sonrojándose ligeramente – Y debo admitir que él no intentó nada cuando estábamos ahí en la cama . . . Si tan sólo no hubiese abierto su gran boca yo me hubiese excusado y puesto de pie inmediatamente. Para estas horas ya habríamos olvidado el incidente . . . ¿Estás segura? – le preguntó una voz interior - ¿Habrías olvidado que estuviste tan cerca de él? ¿No era su fragancia muy dulce a tus sentidos? – se detuvo por un segundo odiándose a sí misma por estar tan perdida en su amor por Terrence – Como si realmente me importase – contestó Candy a su voz interior, con intención defensiva – No me importan todas esas chicas que él dijo poder tener . . . que él seguramente tiene allá en América. . .¡Candy! ¿Me estás escuchando? – preguntó Julienne una vez más.
¿Sí? – contestó Candy distraída.
Estábamos comentando sobre el baile de gala que ofrece el Coronel Vouillard – replicó Flammy con aparente desinterés – Julienne decía que le gustaría ir . . – continuó la joven de cabellos oscuros.
¡¡LA GALA!! – gritó Candy cubriéndose las mejillas con ambas manos como si hubiese visto un fantasma - ¡Santo cielo! ¿¿Qué he hecho??
No fue hasta aquel momento que Candy finalmente digirió las consecuencias de
sus actos. Había estado tan molesta a causa de su discusión con Terri que aún
no se había dado cuenta de que había aceptado la invitación de Yves en el
calor de su ira ¿Qué estaba pensando ella en aquel instante cuando se encontró
a Yves en el corredor? ¿Qué tenía en la mente cuando le dijo que iría con él
al baile? Años después, cuando Candy llegó a ser mayor y tener más
experiencia en la vida, llegó a reconocer que sus demonios internos había
finalmente aflorado a la superficie de su corazón en aquella hora haciéndola
reaccionar en una especie de venganza que ella no meditó. Pero su mente
le jugó una mala pasada, borrando de su cabeza la memoria de lo que había
hecho durante el resto del día, hasta que la conversación con sus amigas la
había forzado a enfrentar la realidad.
¿Sucede algo malo Candy? – preguntó Julienne preocupada – palideciste de repente ¿Y qué fue eso que dijiste sobre el baile?¡Ay, todo está mal! – replicó Candy alarmada- Acabo de hacer la cosa más estúpida ¿Qué voy a hacer ahora? – preguntó a sus amigas.
Si nos explicas lo que has hecho, tal vez podríamos ayudarte ¿No crees Candy? – señaló Flammy con su usual tono reposado.
¡Me avergüenzo de mí misma! – fue lo único que Candy alcanzó a decir mientras movía su cabeza de izquierda a derecha.
¡Tranquilízate, muchacha! – aconsejó Julienne dando de palmaditas en el hombro de Candy – Ahora contrólate y dinos lo que pasó.
Candy levantó su cabeza para dirigir sus ojos verdes a Julienne primero, y
luego a Flammy.
Chicas, ustedes va a pensar que soy un monstruo – dijo Candy empezando a hablar.Vamos Candy, nadie aquí va a verte como un monstruo – respondió Flammy que empezaba a perder su paciencia – Solamente habla y dinos lo que ha sucedido.
Bueno, yo . . . tuve un pleito con Terri el día de hoy – dijo la rubia con mirada triste.
Eso no es algo nuevo – se rió sofocadamente Julienne pero como notó que Candy estaba realmente alterada, la mujer hizo un gran esfuerzo por contener sus carcajadas - ¿Y cuál fue el problema esta vez, puedo preguntar?
No quisiera hablar de ello ahora, pero fue precisamente por esa pelea que después hice algo que no debía haber hecho – explicó Candy bajando los ojos.
¡Ay Candy no dramatices y dinos expresamente lo que hiciste! – comentó Flammy
Yo . . . yo estaba tan enojada con Terri . . . que . . .cuando – la rubia dudó mientras se estrujaba las manos una contra la otra - cuando vi a Yves en el corredor justo después de la discusión . . . No sé qué fue lo que me pasó . . . yo . . . le dije a Yves que iría con él al baile de gala del Coronel Vouillard – finalizó la joven su confesión.
Las dos mujeres miraron a Candy con caras estupefactas. Simplemente no podían
creer lo que habían escuchado. Julienne levantó una ceja mientras un extraño
destello brilló en el rostro de Flammy, el cual intrigó a Candy por un segundo.
Pero tú ya le habías dicho a Yves que no irías a la fiesta con él ¿No fue así? – preguntó Julienne con un tono dulce pero firme - ¿Por qué hiciste eso mi niña? – inquirió mientras extendía su brazo alrededor de los hombros de Candy.¡Ay, Julie! – lloró la rubia – No sé por qué . . .Yo estaba . . . tan enojada con Terri . . y sentí . . .tantas y tan diferentes cosas aquí adentro – dijo tocando su pecho –¡No tengo idea de lo que me pasó!
La mujer mayor abrazó a Candy susurrándole palabras dulces para calmarla, como
si se tratase de un bebé.
Tal vez, inconscientemente, tú todavía piensas que podría ser buena idea darte una oportunidad con Yves – sugirió Flammy con un tono inexpresivo al tiempo que se volvía para ver distraídamente por la ventana – y es posible que eso sea lo mejor que puedas hacer. Ese Grandchester es un busca pleitos – murmuró en una voz casi inaudible mientras la expresión más triste aparecía en su rostro bronceado.No, no es eso – replicó Candy apartándose del abrazo de Julienne – Más que nunca antes estoy convencida de que mi relación con Yves jamás funcionaría.
Entonces estás usando a Yves para darle celos a Terrence – sugirió Flammy con tono acusador, mirando a su amiga directamente a los ojos.
¡Ay,no! Nunca fue esa mi intención . . .- la rubia se apresuró a explicar – No sé por qué le dije eso a Yves, tal vez yo . . .yo . . .- Candy se quedó sin palabras, sin poder realmente encontrar una explicación para su comportamiento.
¡Vamos, Candy!- dijo Julienne tratando de animar a su amiga – No busques explicaciones para los misterios del corazón. Lo hiciste pero ahora lo lamentas ¿No es así?
¡Oh sí! – asintió Candy – creo que voy a cancelar esa cita.
No, no vas a hacer eso, jovencita – replicó Julienne autoritativamente – Si conozco bien a Yves, para estas horas ya debe haber confirmado tu asistencia al baile. Si cancelas ahora la cita sería muy bochornoso para él. No es bien visto hacer ese tipo de cosas en una ocasión tan formal.
Tienes razón, Julie – aceptó Candy decepcionada.
Pero, tú vas a tomar ventaja de la situación , Candy – añadió Julienne con una ligera sonrisa.
¿Yo voy a tomar ventaja?
¡Claro que sí! Vas a usar esta oportunidad para hablar con Yves con el corazón en la mano y aclarar las cosas entre ustedes. Estás segura de que no estás interesada en otro hombre que no sea ese obstinado americano ¿No es así? – continuó la mujer.
Desearía decirte que no es así . . . pero . . . no puedo negarlo. Estás en lo correcto Julie.
Y piensas que sentirías de la misma forma aún si el Sr. Grandchester no está realmente interesado en ti ¿No es así?
Estás en lo correcto – contestó Candy sintiendo que todo el peso del mundo caía sobre sus hombros.
Entonces, es hora de que le digas a Yves de una vez por todas, que no tiene ya esperanzas. Le va a doler pero me temo que no tienes otra opción. Así que, entre más pronto puedas resolver esta ambigüedad entre ustedes, mejor ¿No lo crees Flammy? – preguntó la mujer dirigiéndose a la otra morena que había permanecido en silencio por un rato.
Creo que es lo más recto que se puede hacer en este caso – masculló Flammy.
Tienes razón Julie – aceptó Candy bajando la cabeza – no sé de dónde voy a sacar el coraje para romper el corazón de Yves, pero no hay otra alternativa. Por otra parte, ustedes dos me tienen que prometer algo.
¿Qué? – preguntaron las dos jóvenes morenas al unísono.
Que Terri no se enterará de que voy a salir con Yves.
¿Por qué no? – preguntó Julienne confundida.
No quiero usar a Yves de ninguna manera. No era mi intención. Por favor prométanme que él no se enterará – rogó la joven con su expresión más convincente.
Mis labios están sellados- replicó Flammy cruzando sus labios con sus dedos.
¿Julie?- instigó Candy a la mujer que permanecía reticente.
¡Está bien, está bien! No le diré nada al hombre desalmado ¡Por esta cruz!
¡Ay chicas, no sé lo que haría sin ustedes! – dijo Candy conmovida mientras daba a sus amigas un fuerte abrazo.