Reencuentro
en el Vórtice
por Alys Avalos
Capítulo 13
La Alondra y el Ruiseñor
Digamos que el material de este capitulo se podria clasificar como un lemon, aunque mas liviano, así que espero no les ofenda, ya que esta bella historia lo requiere. No es muy recomendable la lectura para menores de 16 años, eso es para que no se vayan a ofender. Ahora los dejo disfrutando del fic.
Candy se sentó en la cama rozando sus labios con la carta que había leído por la centésima vez aquella noche. Cerró sus ojos mientras sus sentimientos sitiaban su alma fatigada. Extrañamente, todos los temores, preocupaciones y resentimientos que la habían atormentado durante los días anteriores habían sido relegados a segundo término. Repentinamente, la única cosa que importaba para ella era la certeza de que Terrence estaba a punto de dejar París para enfrentar la muerte en el Frente Occidental . . .
Candy no podía evitar las siniestras imágenes y aterradores estruendos que
invadían su mente mientras las lágrimas comenzaban a bañar su rostro.
Recordó su propia experiencia la noche en que muriera el Dr. Duvall, el sonido
de las detonaciones, los gritos de los heridos y la angustiosa visión del
cuerpo sangrante de Terri la noche en que había llegado al hospital.
La joven desdobló el papel una vez más y releyó las últimas líneas . . .
¡Él me quiere ver!-
se repetía ella con aire emocionado – Terri quiere verme antes de partir .
. . Pero, ¿Qué debo decir cuando lo tenga enfrente? ¿Qué puedo decir después
de las cosas que pasaron entre nosotros la otra noche?
París está dividido por un río, el Sena, el cual ha sido la frontera natural entre dos diferentes áreas, los dos rostros de París. El mundo de los negocios y la vida nocturna está en la ribera derecha o “rive droite”, mientras que la ribera izquierda es tradicionalmente conocida como el Barrio Latino o “Quartier Latin”, el hogar de la Sorbona, los artistas y los intelectuales. Estudiantes, soñadores, Chopin y Liszt, Baudelaire y Picasso son algunos de los personajes que han poblado la “rive gauche”, cada uno en su momento histórico correspondiente. Una perla en el corazón de esta versión parisina de la Academia Platónica, es el Palacio de Luxemburgo, bello y lujoso edificio rodeado de un enorme jardín que ha sido testigo de cuatro siglos de historia francesa.
El Jardín de Luxemburgo fue construido por María de Médicis al principio del siglo XVII. Es una enorme extensión de 224.500 metros cuadrados alrededor del palacio. Originalmente cubría un área todavía mayor, pero a través de los años ha sufrido un cierto número de amputaciones. A pesar de estos cambios, el jardín no ha disminuido su belleza. Luxemburgo fue abierto al público por primera vez por el Príncipe Gaston d’Orleans, durante el siglo XVIII. Aunque después de esa fecha han habido ciertos periodos en los cuales las puertas del jardín han sido cerradas a los visitantes regulares, éste es hoy en día y desde el siglo XIX, uno de los atractivos turísticos más importantes de la capital francesa, elegante parque de juegos para muchos niños, sitio de encuentro de los enamorados, usual paseo para los estudiantes universitarios y escenario de la más grande novela de Víctor Hugo.
A la derecha, el Boulevard Saint Michelle, al la izquierda la calle Guynemer, por detrás la calle Vaugirard y justo al frente la calle Auguste Compte. La Sorbona se encuentra a tan sólo una cuadra. Esa es la ubicación de ese sitio histórico ornamentado por la más grande fuente poligonal en la cual los pequeños visitantes tradicionalmente se divierten jugando con veleros de juguete. Hermosas veredas rodeadas de árboles y delicadas estatuas, callados y refrescantes rincones donde la gente puede sentarse sobre un barandal renacentista, o en una banca solitaria, o en el brocal de una fuente; eso y más es el Jardín de Luxemburgo.
Con cada paso que daba, los pliegues de su falda de piezas flotaban en una blanca ilusión de lino y organdí. Sostenido en parte por un moño de seda, su cabellos le cubría la espalda en espirales doradas que reflejaban la luz solar y, a veces, la escasa brisa veraniega hacia que un fugitivo rizo le rozara las mejillas. El nerviosismo de su cara podía ser visto fácilmente mientras sus irises verdes trataban de enfocar un punto aún borroso al final de la vereda que ella iba cruzando.
Candy estrujó su bolsa blanca con dedos aprehensivos al tiempo que su mente recordaba la conversación que había sostenido con Julienne la noche anterior, tratando de darse ánimos y sabiendo bien que con cada zancada estaba más cerca de la fuente central.
¿Acaso no lo amas? – le había respondido la morena usando otra pregunta.
¡Con todo mi corazón! – había sido la respuesta inmediata de Candy.
¿No es obvio que él también te ama?- preguntó de nuevo Julie.
Nunca lo ha dicho . . . pero . . .la otra noche estaba tan celoso – murmuró la rubio pensativa.
Entonces, no veo por qué debas estarte preguntando lo que tienes que hacer – dijo la otra mujer sonriendo.
Tengo miedo, Julie – confesó la joven – no sé qué le podría yo decir, cómo reaccionar.
Julienne sonrió dulcemente tomando la mano de Candy para infundirle valor.
No pienses en eso – explicó ella en un susurro con una expresión traviesa en la mirada – Sigue los dictados de tu corazón, Candy, sólo sigue a tu corazón. Cada latido te dirá qué hacer cuando llegue el momento.
Estoy tan nerviosa que no puedo coordinar mis ideas – dijo la joven apuntando a su cabeza con una risita tensa.
Entonces confía en mi y te diré lo que debes de hacer ahora – explicó la mujer.
¿Qué?
Tómate esto – ordenó Julienne suavemente dándole a Candy una taza que previamente había dejado descansando sobre el pequeño escritorio, cerca de la cama – esto te ayudará a conciliar el sueño. Mañana te pondrás un hermoso vestido y asistirás a esa cita. Deja que el amor haga el resto
Candy había seguido el consejo de su amiga y cuando el té hubo hecho su efecto, la joven calló en un pacífico sopor sin sueños ni pesadillas.
Deja que el amor haga el
resto . . . deja que el amor haga el resto – Candy se repetía en su cabeza
mientras continuaba caminando a lo largo del parque.
Sin embargo, una corazonada le hizo sentir que no debía moverse por un rato y solamente dejar que las voces en su alma le dijeran dónde estaba él. Se detuvo en silencio por unos cuantos segundos y luego empezó a caminar como si una fuerza interior la estuviera conduciendo hacia su destino. La joven no batalló mucho para encontrarlo. Ahí estaba él, de pie con su característica gallardía, anchos hombros que la hacían sentirse pequeña y el pie derecho dando ligeros golpecitos en el piso.
Los ojos masculinos se perdían en la superficie del agua, siguiendo el rastro de uno de aquellos veleritos de juguete que dejaba una estela rizada sobre el líquido cristalino. Cualquiera que hubiese visto a aquel joven vestido en el uniforme verde oscuro del ejército americano, parado impávidamente cerca de la fuente, hubiese pensado tal vez que se trataba de una estatua más en el parque. Así de calmado e impasible se veía. Nadie se habría imaginado entonces el terrible tumulto que se agitaba dentro de él.
Estaba nervioso en verdad ¡Por todos los cielos, vaya que estaba nervioso! Más inquieto que en una noche de estreno ¿Acudiría ella a la cita? ¿Qué si no iba? ¿Cómo iba él a continuar viviendo? Su pecho era un caldero hirviente e inconscientemente su cuerpo buscó un escape golpeando el pavimento con discretos movimientos de su pie. Si ella planeaba acudir a la cita ya se estaba retrasada . . . pero tal vez ella había decidido no ir . . . La expectación era dolorosa.
Fue entonces que un dolor rápido y agudo le asestó el pecho por un segundo e inmediatamente después una fragancia de rosas invadió sus sentidos. Terri supo entonces que su corazón había presentido la presencia de Candy a sus espaldas. Aún temeroso de estarse mintiendo a sí mismo, se rehusó a darse la vuelta para ver si ella estaba realmente ahí.
El joven se volvió lentamente y cuando vio a la pequeña dama frente a él, sus
ojos se perdieron en la albura de su silueta pero no pudo decir palabra. La
joven se percató de la gran tensión que él llevaba a cuestas y lo animó con
una sonrisa que obró milagros en el hombre.
Bueno, no tenía otros planes para hoy . . . así que . .. me dije que podría ser buena idea aceptar la invitación de cierto soldado- respondió ella casualmente tratando de aligerar la tensa atmósfera.
Gracias – fue la única respuesta del joven pero Candy entendió que lo decía de corazón.
Ahora ¿Podrías decirme qué planes tienes para el paseo? – preguntó ella con una expresión vivaz en el rostro, sintiéndose más y más a gusto en la presencia del hombre. Una calidez familiar había empezado a envolverle el alma ante la proximidad del joven.
Ehhh...yo...yo me preguntaba- masculló él – si te gustaría caminar alrededor del jardín. Es un lugar hermoso y hay muchos rincones que valen la pena de ser vistos ¿Has estado aquí antes?
Sí, vine con Julie y . . . otros amigos- explicó Candy tratando de evitar mencionar el nombre de Yves – pero estábamos algo limitados de tiempo entonces así que no logré ver mucho del lugar.
Entonces, déjame enseñártelo todo – sugirió él - ¿Alguna vez te he contado que cuando yo tenía 12 años mi padre me mandó aquí para tomar unos cursos de verano?
No, nunca – respondió ella sorprendida – Fue un lindo detalle de su parte.
Debo admitir que al principio yo no quería venir – explicó él – en ese tiempo yo estaba demasiado resentido con mi padre por su abandono, pero ahora le agradezco la experiencia. Vine a este lugar varias veces durante aquel verano.
¡Debió haber sido emocionante! – comentó la joven – Tus maestros fueron muy amables trayéndolos a ti y a tus compañeros del colegio de verano a este parque.
¡No, no, ellos no me trajeron aquí nunca! – confesó Terri usando por primera vez en tres días aquella endiablada sonrisa que era parte de su personalidad – Yo solía venir aquí por mi cuenta – añadió mientras se rascaba la sien derecha con un gesto ladino.
¡Te escabullías, querrás decir! – dijo Candy acusadoramente.
Si lo quieres decir de ese
modo . . .yo diría, más bien, que solía explorar por iniciativa propia.
¿Cuántos años han pasado desde la última vez que caminamos juntos de esta manera, Candy? – pensó Terri mientras ambos paseaban alrededor de las jardineras del palacio llenas de flores multicolores – Aquellos momentos que pasamos en el Zoológico Blue River . . . Aquellos días despreocupados están ya muy lejos . . . y aún así, tu sonrisa es todavía tan brillante como entonces, tan plena de luz y dulce frescura ¿Qué tienes Candice White, que siempre que estás a mi lado un poderoso torrente de energía me llena de pies a cabeza? Tú añades luz a mi pintura ensombrecida haciendo un hermoso claroscuro.
Continuaron caminando, charlando acerca de mil cosas sin importancia, y riéndose
de el más simple de los detalles mientras sus pies los llevaban a lo largo de
un sendero rodeado por una larga valla de árboles.
Continuaron su caminata hasta alcanzar la estatua de María de Médicis y
decidieron tomar un descanso en una banca cercana.
Dime, Candy – inquirió el joven divertido ante el entusiasmo de la muchacha - ¿Cómo haces para mantener esa capacidad de asombro ante cada cosa?
Nada . . . ¡Es sólo que este mundo es admirable! – respondió ella sonriente – Dondequiera que vuelvo la mirada encuentro millones de razones para admirar y agradecer a Dios por la vida ¿No sientes lo mismo, Terri?
Bueno, mi habilidad para apreciar las cosas está siendo eclipsada por los ruidos en mi estómago – señaló él con un guiño - ¿No tienes hambre?
Ahora que lo dices – replicó ella – creo que sería buena idea tomar el almuerzo.
Entonces te invito. Conozco un “bistro” cerca de aquí donde sirven muy buena comida – sugirió él
¿Te arriesgarás a invitarme? – bromeó ella – Sabes que mi apetito y yo podríamos dejarte en la calle.
Tomaré el riesgo – dijo él
sonriendo y poniéndose de pie al mismo tiempo que ofrecía su brazo a la
joven dama.
Terri llevó a Candy a uno de esos pequeños “bistros” a lo largo del boulevard Saint Michelle, con sillas pintadas en vivos colores y manteles impecablemente blancos. Las mesas estaban dispuestas afuera y adentro del establecimiento, en cada una había un vaso de cristal azul con una rosa roja para adornar la atmósfera y en el interior del lugar un joven tocaba un viejo piano de vez en cuando, para amenizar la comida. La joven pareja escogió una mesa dentro del restaurante y a pesar de las bromas de Candy sobre su apetito, la muchacha solamente ordenó un platillo muy ligero.
Terri reclinaba su cara sobre su mano izquierda, apoyándose en el codo y con la otra jugueteaba perezosamente con el tenedor, demasiado ocupado en contemplar a la joven en frente de él como para poner atención a la comida en su plato. La chica, totalmente consciente del escrutinio del joven sobre ella, trataba de concentrarse en su plato comiendo a un paso regular con los ojos totalmente absortos en la ensalada como si se tratara de la cosa más fascinante en el mundo entero. Más tarde, cuando finalmente ella se atrevió a levantar los ojos, se encontró con un par de linternas azules que la enfocaban con una luz insistente.
¿Qué dijiste? – preguntó ella dejando el plato a un lado, aún sin creer lo que acababa de escuchar claramente.
Dije que lo siento mucho- repitió el joven con seria expresión en sus finas facciones- Te pedí que nos viéramos hoy porque quería disculparme por mi comportamiento la otra noche.
Y . . . – alcanzó ella a decir
Y por lo tanto me disculpo, Candy – dijo él y obedeciendo un hábito que aún no perdía, atrapó la mano de la muchacha en la suya – Me siento terriblemente avergonzado por las cosas que dije . . . Ni siquiera tengo el derecho de estar compartiendo este momento contigo. Tal vez no deberías de haber venido para que así yo recibiese lo que realmente merezco ...- dijo él con voz temblorosa y ella sintió cómo él estrujaba su mano nerviosamente – pero soy tan afortunado que viniste . . . ¡Gracias, Candy!
Acepto tus disculpas, Terri – replicó ella sin poder mirarle a los ojos – Yo tampoco fui muy dulce que digamos . . . No hablemos más de ello. Sólo imagina que nunca pasó y otra vez seremos los buenos amigos que siempre hemos sido.
Está bien . . . Buenos
amigos, entonces.. . como siempre – masculló él desviando la mirada
hacia el hombre que tocaba el piano en una esquina del restaurante, mientras
los dedos del joven actor empezaron a acariciar ligeramente el dorso de la
mano de Candy. El contacto con la piel de la joven y sus palabras
conciliadoras eran tan alentadores que él empezó a recuperar su habitual
temeridad.
El joven pianista se sentó en frente del instrumento y con hábiles dedos empezó
a acariciar las teclas de marfil. De las cuerdas del viejo piano se escapó
entonces una cascada de notas melancólicas que invadieron el cuarto alcanzando
el oído de Candy. La dulce y triste línea melódica de la canción la hizo
concentrar su atención en la letra, pero a pesar del año que había vivido en
Francia, su oído aún no estaba lo suficientemente bien entrenado como para
entender las palabras en la canción.
Y lo es – replicó Terri, aún sosteniendo la mano de la rubia – aunque muy triste.
¿Qué dice?
Bueno, parece que el poeta está hablando de un amor pasado que aún no puede olvidar ¿Quieres que lo traduzca para ti?- preguntó él hundiendo su mirada azul en la de ella.
Por favor.
Déjame ver . . . dice:
Quisiera tanto que tú
recordaras
Los días felices de nuestra amistad
En aquel tiempo la vida era más hermosa
Y el sol más ardiente que en esta realidad.
A las hojas muertas se las
lleva el tiempo
Junto con mis memorias y mis lamentos
Y el viento del norte las lleva
Hasta la fría noche del hastío
Ya ves, cómo yo no me olvido
De las coplas que me solías cantar.
Y dice más. Escucha, ahora canta el coro:
Es una canción que nos
identifica.
Tú me amabas y yo te amaba,
Y así vivíamos tan unidos
Tú que me amabas, yo que te amaba.
Pero la vida separa a aquellos que se aman
Tan calladamente, sin hacer ruido.
Y el mar borra sobre la arena
Los pasos de los amantes desunidos.
¿De verdad? – preguntó ella regresando de su mundo interior.
Sí, dijiste que bailarías conmigo cuando me hubiese recuperado de mis heridas, por los viejos tiempo. ¿Recuerdas?
Creo que sí – replicó ella con una tímida sonrisa
Entonces . . .¿Bailarías conmigo ahora?
¿Aquí? – preguntó ella mirando alrededor, incrédula.
¿Por qué no? Hay
espacio para bailar, música, tú y yo ¿Qué más necesitas? – preguntó él
con una sonrisilla traviesa y un segundo después con tono más serio añadió
– Mañana estaré lejos y quién sabe cuando podrás cumplir tu promesa si
no lo haces hoy.
No, por supuesto que no –
replicó ella finalmente – Acepto.
“Pour la belle dame qui est
avec vous monsieur,” respondió el pianista con una sonrisa,
“Moi, je jouerais jusqu’à la fin du monde”concluyó el artista y sin más
comentarios empezó a tocar mirando cómo la pareja se ponía de pie y
empezaba a bailar. (Para la bella dama que le acompaña, yo tocaría hasta el
fin del mundo)
¿Qué dice? – preguntó ella en un suspiro, mientras la abrumadora certeza de estar siendo abrazada por el joven le hacía temblar la columna vertebral.
Dice:
A las hojas muertas se las
lleva el tiempo
Junto con mis memorias y mis lamentos
Pero mi amor silencioso y fiel
Siempre sonríe y agradece a la vida
¡Te amaba tanto! ¡Eras tan bonita!
¿Cómo quieres que yo te olvide?
En aquel tiempo la vida era más hermosa
Y el sol más ardiente que en esta realidad.
Tú eras mi amiga más dulce,
Pero ahora sólo tengo mis remordimientos
Y las coplas que solías cantarme
Que siempre, siempre escucharé.
Creo que entiendo bien lo que él quiere decir en esa última parte – se aventuró ella a decir, conmovida por las palabras que le recordaban otra canción cuya memoria ella atesoraba en un rincón dorado de su mente.
Dime – susurró él.
Supongo que quiere decir que
siempre recordará esa canción, en su corazón – respondió ella mientras
se separaba del abrazo de Terri y la voz del pianista moría junto con las
notas del piano.
Candy dejó su plato y sus írises de malaquita vagaron por la calle que se podía atisbar a través de las ventanas del “bistro”. Un camión lleno de soldados con la bandera británica pasó por ahí en aquel momento y de nuevo la joven recordó la dolorosa verdad del momento histórico que vivían.
A las nueve – replicó él con voz inexpresiva
Me gustaría ir a despedirte – musitó ella, aún mirando a través de la ventana
Pero estarás trabajando a esa hora – objetó tratando de encontrar la mirada verde de la joven.
Me las arreglaré, no te preocupes – respondió la rubia casualmente, haciendo un gran esfuerzo por permanecer impávida.
Tengo una mejor idea – se
atrevió Terri a sugerir mientras estrujaba nerviosamente la servilleta en su
mano derecha - ¿Pasarías el resto de la tarde conmigo?
París en verano siempre está concurrido por turistas, pero desde que la guerra había comenzado las antiguas calles no estaban tan pobladas por visitantes como de costumbre. Normalmente esos botes que llevan a los turistas de paseo por el Sena y alrededor de las islas siempre van llenos por las tardes sabatinas, pero aquel día solamente unos cuantos pasajeros disfrutaban del aquel encantador placer.
Una joven con largo cabello rizado se sostenía del barandal con ambas manos mientras la mitad de su cuerpo esbelto guindaba fuera del bote y sus ojos contemplaba la estela blanca sobre la superficie del río. Un joven soldado cerca de ella parecía divertirse mucho con la chispeante conversación de la muchacha. A su derecha, la majestuosa vista de las líneas góticas de Notre Dame podía ser divisada más y más claramente al tiempo que el bote se aproximaba a “Ile de la cité” ( La Isla de la Ciudad), una de las dos islas en medio del río, sobre la cual se erige la famosa catedral.
La joven rubia no paraba de hablar, como si un torrente de palabras, nacidas en algún lugar de su pequeño ser, estuviese estallando fuera de control. Sus ojos reflejaban la candidez de un infante junto con las sombras azules del Sena, pero algo en su expresión centelleante le decía al observador astuto que la muchacha no miraba al joven de la manera en que lo hubiese hecho un niño. Por otra parte, el soldado escuchaba a su elocuente compañera de viaje con oído atento, y de vez en cuando respondía con algunas palabras o un comentario bromista que siempre resultaba en una cara graciosa que hacía la rubia. Ambos componían un cuadro tan armónico que cualquier alma sensitiva se hubiese deleitado al sólo mirarlos.
No, no lo habías hecho ¿Qué dice él? – inquirió Candy emocionada
Parecía muy complacido de que yo le hubiese escrito. Me dijo que estaba contento de saber que me estaba recuperando después de la operación e inclusive compartió conmigo algunos de sus planes. Es claro que él sigue siendo el hombre sensato y bondadoso que conocí en Inglaterra. – explicó el joven.
¿No se siente bien estar en contacto con los amigos? – demandó la joven dejando el barandal y sentándose en una banca cercana.
Sí, debo admitirlo – replicó él siguiéndola y sentándose a su lado – No lo hubiese hecho de no haber sido por ti. Gracias
De nada – respondió ella – Sé bien cuánto ayuda recibir buenas noticias de casa cuando estás lejos.
Los extrañas a todos ¿Verdad?
– preguntó él en un murmullo.
Y ciertamente no ha sido un viaje de placer, sino trabajo duro. Lo sé porque lo he visto con mis propios ojos – dijo él y su voz denotó la profunda admiración que él sentía hacia la mujer a su lado.
Pero no me quejo – se apresuró ella a explicar – He conocido a mucha gente maravillosa aquí y tuve la oportunidad de hacer las paces con Flammy.
Ella ha cambiado mucho desde la primera vez que la vi en Chicago. Recuerdo que era capaz de matar a un hombre con una de sus miradas y no exactamente por la belleza de sus ojos – comentó Terri con una sonrisa burlona.
Eres cruel – le reconvino Candy – Ella es una gran enfermera y deberías admirarla. Yo estoy muy orgullosa de ser su amiga.
Estoy seguro de que siempre ha sido una buena enfermera, pero antes era aún peor que Nancy y ahora es....¿Cómo decirlo? .....¿Menos temible?
Nunca te cansas ¿No es así? – se rió Candy – De todas formas, me alegra haberme reencontrado con Flammy aquí en Francia . . . y también está Julie, y por supuesto el Dr. Duvall. Si no hubiese sido por él yo no estaría aquí hablando contigo . . .- añadió ella con tono melancólico.
El doctor que salvó tu vida ¿Correcto? – preguntó Terri sintiéndose por dentro que estaba en deuda con aquel hombre que nunca había llegado a conocer – También yo le debo mi vida, porque salvó la de ella- pensó él.
Sí. ¡Ojalá lo hubiese conocido, Terri! Era uno de los mejores hombres que jamás he conocido – dijo ella vehemente.
Estoy seguro. ¿Sabes? Creo
que tienes razón, a pesar de todo el dolor y muerte, esta guerra ha traído
algunas cosas buenas – continuó él – Si no fuera por ella no te habría
vuelto a ver – dijo él en un susurro.
Tienes muchos recuerdos ligados a ese lago – inquirió el curioso.
¡Tantos, Terri! Significa mi niñez, mi adolescencia, la aurora de mi vida. Gente que alguna vez fue muy importante para mi y que ahora está muy lejos, en un lugar que yo no puedo alcanzar porque está más allá de este mundo. Su memoria siempre estará conectada a ese lago. Por ejemplo, cuando conocí a Stear él me dio un aventón hasta la casa de los Leagan y su auto se descompuso justo en un puente sobre el lago. Ambos caímos al agua, nos mojamos hasta los huesos, sacamos uno que otro moretón y nos divertimos muchísimo – contó la joven con una sonrisa triste.
Nunca antes me contaste eso – dijo él interesado en la narración.
Ahora lo sabes. Conocí a Albert cerca del lago también, y a Archie y ...- ella se detuvo en seco.
Y a Anthony – adivinó el joven, no sin un cierto dejo de celos. No importaba cuántas cosas hubiesen sucedido entre él y la rubia, Anthony era un recuerdo que él no podía borrar de la mente de la muchacha. Él lo sabía, y la parte más razonable de su corazón aceptaba ese hecho con estoicismo, pero su lado visceral, aún se sentía resentido con la vida porque él hubiese querido ser el único hombre en el corazón de Candy. Sin embargo, Anthony no era su preocupación principal en el presente. Había otro nombre que no había sido mencionado en todo el día, que representaba para él un peligro aún mayor.
Sí, Anthony – aceptó la joven, pero no continuó la conversación sabiendo bien lo que Terri sentía hacia el desafortunado joven que ella alguna vez había amado.
¿Sabes Candy? –
comentó Terri mirando al río – Quisiera alguna vez contemplar contigo el
lago Michigan.
"Mira. Ese es
el color más antiguo del Mundo
El matiz del Cielo y del Agua..."
El suave murmullo
de Terry vino hasta mí,
traído por la delicada brisa
Luego se dispersó.
Hemos estado
mirando hacia la misma dirección por largo rato
En lugar de mirarnos fijamente, el uno al otro
Quizás él no
dijo ni una sola palabra
Pero mis oídos escucharon el sueño,
como el tono de una serena nota.
"Mira, Candy.
Ese es el matiz del Cielo y del Agua,
El color más antiguo del Mundo...
Kyoko Misuki