Universidad Central de Venezuela

Centro Excursionista
Universitario



Sergio Pérez A.

Chimborazo
Más cerca del sol


Caminamos lentamente, relajados y sin prisas para alcanzar el refugio Edgar Whymper que se encuentra a 5000 metros de altura sobre la vertiente sur-oeste del Chimborazo. Un vehículo todo terreno nos ha transportado desde la ciudad de Riobamba hasta el refugio Carrel construido a 4800 metros de altitud.
Alrededor del Chimborazo se teje un manto de misterio y respeto que me envuelve al tiempo que lo veo frente a mi. Imponente e impredecible, se yergue abruptamente sobre el altiplano como la montaña más alta de Ecuador con sus 6310 metros de altura. Alexander Von Humboldt la describió hacia 1802 como la montaña más alta del mundo. Si bien esto no es correcto, si es la montaña que más sobresale de la tierra si la medimos desde el centro del globo, esto debido a la forma oval de nuestro planeta. El mayor radio de la tierra en la zona ecuatorial hace de la cumbre del Chimborazo, el punto del planeta más cercano al sol, por encima de cualquier otra montaña en el mundo.
Su nombre proviene de los vocablos de la lengua quichua, “Chimbo” que significa mujer y “Razu” que quiere decir nieve, nevado o frío, con lo que Chimborazo se podría traducir como gran montaña nevada con identidad femenina. Lo mismo ocurre con el Carihuairazo, montaña que se encuentra en el perímetro del Chimborazo y en la que pocos días antes hemos coronado su cumbre. Juntos forman parte de las leyendas indígenas. “Cari” puede significar macho o varón y “huai-razu” se podría traducir como viento nevado o frío, con lo que esta montaña seria la montaña nevada o el nevado con carácter masculino.

Mientras camino trato de divisar lo que a simple vista parecen ser las rutas mas lógicas para el ataque a la cumbre. Repentinamente entre las tantas cosas que voy detallando mientras avanzo, veo algo que me produce un sensación escalofriante. Me detengo al encontrarme rodeado de gran cantidad de lápidas dispuestas sin ningún orden. Leo las inscripciones de las más cercanas. Enrique García 23.09.1961, Peter Pastel 31.12.77, Gerhard Gattiringes 26.10.83, Mark Fontiea 30.05.92, entre muchos otros. Las más antiguas datan de los años sesenta y la más recientes, de hace tan solo algunos meses. La más impresionante tiene fecha 10 de Noviembre de 1993, día en el que se registró la mayor tragedia en la historia del andinismo ecuatoriano. Un alud que nació sobre los 6200 metros de altitud, desencadenó una gigantesca avalancha que arrastró tres cordadas con un total de diez personas desaparecidas, entre ellos seis franceses, dos ecuatorianos, un chileno y un suizo. Como toque adicional a nuestra inquietud, este alud se produjo sobre la misma ruta que nosotros intentaremos. Treinta muertes trágicas guarda en su récord esta formación volcánica, contabilizadas hasta la desaparición de Shigeo Okamoto en diciembre del noventa y cuatro, desaparecido este al volver de la cumbre probablemente en el glaciar Stübel.

Llegamos al refugio Whymper bajo un cielo serenamente azul y con aires bastante estables. Son algo más de las tres de la tarde y no somos los únicos en el. Rafael Martínez y Oswaldo Leiva, dos miembros de ASEGUIM (Asociación Ecuatoriana de Guías de Montaña) muy jovialmente conversan con nosotros. Nos informan que llevan dos días en el refugio y que cuando cae la noche, esta viene acompañada de vientos increíblemente fuertes que no les han permitido atacar la cumbre con el grupo de suizos que los han contratado.

Lo recomendable en las montañas ecuatorianas es emprender el ascenso antes de la una de la madrugada, con el fin de poder hacer cumbre y regresar al refugio sobre el mediodía. En Ecuador la incidencia de los rayos solares es totalmente vertical lo que multiplica sobremanera su efecto, descomponiendo las rutas de una forma sorprendente. Una nieve perfecta en el ascenso nocturno, en la que apenas se dejan las marcas de los crampones puede convertirse en una agotadora nieve hasta los muslos si el descenso se retrasa más de lo debido.

Ya hemos acomodado nuestros equipos en la parte alta del refugio donde existen gran cantidad de literas. Abajo preparamos algo de comer y seguimos conversando. La tarde termina bajo un cielo perfecto mientras la montaña se tiñe de un color naranja que le brinda un aspecto aún más tentador. Salgo a tomar algunas fotos y percibo como el viento comienza a dejarse notar. La temperatura a disminuido notablemente por lo que me apresuro a tomar las fotografías. De vuelta en el refugio nos reunimos todos los miembros de la expedición para concretar los últimos detalles. Somos un total de cinco montañistas, miembros del Centro Excursionista de la Universidad Central de Venezuela. Juan Andrés Arevalo, gran amigo y compañero, de objetivos claros y convicción de no arriesgar más de lo necesario. Juntos hemos participado en expediciones anteriores. Júpiter Calderón, de ideales muy marcados y defensor de sus doctrinas, nos acompaña para apoyarnos y darnos asistencia desde el refugio. Andrés Tur, el más joven del grupo, una persona de aspecto robusto y condiciones físicas admirables. Es su primera expedición internacional y esta decidido a atacar la cumbre con nosotros. Franco Lombardo, con quien también he compartido otras expediciones, un montañista muy capacitado y de mucho temperamento. También nos acompaña Monserrat Bejarano...Monsy, amiga entrañable. Ecuatoriana y Bióloga, ha hecho un paréntesis en sus actividades para permanecer junto a Júpiter en el refugio como grupo de apoyo. Tanto ella como su familia han sido un apoyo invalorable en la logística de la expedición.

Llega la noche y con ella el tan anunciado viento, mucho más intenso de lo que habíamos imaginado. Desde el interior del refugio se percibe el crujir fantasmagórico de los techos y ventanas. Salgo para sentirlo sobre mi cuerpo y me cercioro de su fuerza al no poder caminar ni diez pasos sin perder el equilibrio. Luego de comer algo ligero nos dirigimos a las literas para descansar algo hasta la media noche.

El refugio Whymper se encuentra relativamente protegido al estar ubicado a los pies del glaciar Thielmann y bajo una formación rocosa denominada El Castillo. Esto nos hace suponer que el viento sobre la arista que separa el glaciar Stübel del glaciar Thielmann y que conduce a la cumbre Veintimilla debe ser aún mucho más intenso.

A llegado la hora de emprender el ataque y nos encontramos en la pequeña antesala de salida. Equipados y con todo dispuesto evaluamos lo que nos espera. La puerta que nos separa de la hostil oscuridad de la noche no cierra del todo y por el espacio entreabierto, se dejan colar sostenidas ráfagas de viento que nos advierten de la situación en el exterior. El frío ya es intenso y afuera el efecto convección del viento lo multiplicara notoriamente. Rafael y Oswaldo, los guías ecuatorianos deciden no intentar el ascenso. Luego de un par de horas en espera de mejores condiciones, decidimos posponer nuestro intento un día más.

La mañana es bastante fría y la pasamos entre descansos, comidas y charlas. Procuramos hidratarnos lo más posible y cerca del medio día, el sol logra calentar lo suficiente como para permanecer por un rato fuera del refugio. El patrón se repite, día espléndido y el atardecer trae consigo los primeros vientos de la noche. Difícilmente puedo dormir y cercanos a la una de la madrugada comenzamos a preparar nuestro equipo. Me coloco el arnés, calzo mis botas rígidas y chequeo los crampones, todo esta listo, revisado y dispuesto. Nos encontramos nuevamente en la antesala de salida y la situación transcurre como una réplica del día anterior. Aguardamos algo más de una hora en espera de mejoras en las condiciones, pero el viento golpea contra el refugio de una manera intimidante, agresiva. Demostrándonos su grandeza, su poderío y su dominio sobre esta montaña a la que envuelve bajo sus aires. Mientras conversamos, Rafael y Oswaldo nos comentan de unos cursos que recientemente han realizado en Chamonix por medio de la Asociación Ecuatoriana de Guías de Montaña. En este país se esta mejorando bastante la profesionalidad de los guías, por lo que se llevan a cabo cursos de actualización y pruebas periódicas a los miembros de esta asociación. En el interior del refugio el frío es intenso, difícilmente puedo estar sin guantes mientras conversamos.

Continuamos en espera de un viento más apacible y nuestros amigos guías deciden abandonar nuevamente. Poco después y ante lo fuerte del viento Juan Andrés nos comunica que ha decidido no atacar. Son aproximadamente las tres de la mañana y seguimos esperando. No es, sino hasta las cinco, en que comienza a disminuir la intensidad del viento. Es muy tarde para iniciar el ascenso, pero no tenemos provisiones para esperar un día más. Podemos intentar un ataque a la cima en contra reloj. Físicamente nos encontramos en un punto óptimo y estamos perfectamente aclimatados. Llevamos tres semanas en Ecuador y durante ese tiempo hemos ascendido tres cincomiles. Rucu Pichincha 4698 msnm, Carihuairazo 5020 msnm, Illiniza Norte 5116 msnm y el volcán Cotopaxi 5897 msnm, donde establecimos un campamento de altura cercanos a los 5400 metros.

Son las cinco y media de la madrugada y nos disponemos para atacar la cumbre. Junto con Andrés y Franco, me dirijo hacia el nor-oeste del refugio, bajo un cielo donde sobran las estrellas. Nuestro entorno esta reducido a lo que alumbran nuestras frontales y confusamente encontramos camino através de la morrena. Llegamos a la base del castillo, un conjunto de paredes muy verticales y descompuestas por las cuales se desenvuelve parte de la ruta. Comenzamos el ascenso por unas rampas de nieve con una inclinación de unos 50/70º, consiguiendo bordear un largo frente de seracs de unos veinte o treinta metros de altura, sobre los cuales tenemos que hacer una travesía horizontal para alcanzar el glaciar Thielmann. Un corredor que varía su ancho entre cinco y diez metros que se sitúa sobre la larga línea de seracs y por cual nos movemos con la mayor rapidez. A mi derecha, a pocos metros puedo ver las líneas de ruptura en la parte alta de los seracs. A mi izquierda, tengo que levantar la cabeza y la mirada lo más que puedo para ver lo alto del castillo. Una sucesión de paredes de entre treinta y cuarenta metros descompuestas y con gran cantidad de bloques de nieve muy inestables. El paso me hace sentir inquieto, más aún al pensar en el descenso, cercano al mediodía, en que el sol habrá calentado, los seracs estarán activos y las paredes del corredor desprendiendo muchas rocas y nieve.

La noche se encuentra particularmente tranquila y el viento sigue en calma, aunque nos encontramos refugiados de el. Al llegar a la arista sur-oeste será que conoceremos realmente con que intensidad esta soplando. El firmamento es todo un espectáculo. Jamás imaginé ver tantas estrella juntas. Tantas, que para poder identificar alguna constelación orientadora del norte, debo entrecerrar los ojos para filtrar y así poder ver solo las más intensas.

Franco tiene problemas con su crampón derecho, pero por suerte llevamos el mismo modelo y son de ajuste automático. Al salir del largo corredor, establecemos una reunión y le doy a Franco uno de los míos. Tomo el suyo y me lo coloco. Mis pies y mis botas son tan grandes que lo gradúo a la máxima talla por lo que no me dará los mismos problemas de ajuste que a él.

Ha comenzado el amanecer y ya no requerimos de la ayuda de las frontales. Nos movemos con bastante rapidez y respondemos los tres a buen ritmo. Hemos dejado atrás el peligroso corredor y ahora ascendemos por la izquierda del glaciar Thielmann con el fin de alcanzar la arista que nos conducirá a la cumbre. Sorteamos algunas grietas. Algunas grandes y otras bastante ocultas, lo que me hace pensar nuevamente en el descenso, en el que el calor hará que se abran los campos de grietas que dejamos a nuestro paso. Seguimos ascendiendo y estamos por llegar a la arista. Al hacerlo se descubre ante nosotros la vertiente por la que discurre el glaciar Stübel, en honor al científico alemán Alphons Stübel que realizó diversos estudios en esta montaña. Este glaciar es bastante agrietado, descompuesto y su disposición es una suerte de laberintos.

Continuamos el ascenso que en partes se torna vertiginoso al tener a nuestros pies pendientes superiores a los 60º por la vertiente sur-oeste. Comenzamos a tener algunos retrasos. Percibo que Andrés tiene algún inconveniente, pero en varias ocasiones hace señas de no tener problemas. Ahora nuestra velocidad de marcha se ha reducido notoriamente. Luego de un largo tramo en el que Andrés se detiene en varias ocasiones, me comunica que tiene problemas en sus pies, siente congelaciones en los dedos acompañado de fuertes dolores y náuseas. La altura le ha hecho una mala jugada y su estado de animo ha decaido por completo.

Cercanos a los seis mil metros de altitud nos refugiamos en una gran grieta cercana a la arista. Andrés ha decidido no continuar he iniciar su descenso en solitario. Momentos de gran incertidumbre para todos. Personalmente me siento en plenas condiciones y veo la cumbre tan cercana que me ciega la idea de coronarla. En una tormenta de sentimientos en mi interior decido renunciar para acompañar a Andrés en su descenso. Esta en juego un compañero y más aún un amigo que no dudaría un instante en hacer lo mismo por cualquiera de nosotros. Las condiciones del tiempo no pueden ser mejores así que apoyamos a Franco a continuar hasta la cumbre y cumplir con el objetivo que nos trajo a esta montaña.

Pasadas las nueve de la mañana comenzamos a descender. La bajada crea un efecto más vertiginoso que en el ascenso, al tener bajo los pies esa sensación de vacío que produce la pendiente. Poco a poco regresamos por las huellas que anteriormente hemos dejado a lo largo de la arista hasta llegar al castillo. Descansamos en varias oportunidades pero Andrés continua con muchas molestias en sus pies. Ahora bordeamos el glaciar Thielmann para dirigirnos a la entrada del corredor que esta sobre la larga línea de seracs. Me detengo para que descansemos antes de entrar en el corredor y así no interrumpir el paso hasta que salgamos de el. La nieve no esta muy descompuesta, aunque la diferencia con respecto a la noche anterior es increíble. Emprendemos la marcha y caminamos con la mayor velocidad que podemos para superar este paso. En la nieve de nuestro alrededor se pueden apreciar gran cantidad de marcas en forma de hoyos verticales que quedan en la nieve como consecuencia de la caída del material suelto de las paredes. La adrenalina me hace sentir la tensión en que me encuentro al estar en este corredor incierto. Luego de un gran esfuerzo de Andrés para no detenerse, logramos llegar a las últimas rampas que nos separan de la morrena. Descendemos sin problemas por la nieve, ahora floja como el merengue y que en la que hace tan solo unas horas solo dejábamos la marca de nuestros crampones.

Hemos llegado por fin a la morrena. Nos desprendemos del equipo de hielo y doy a mi compañero un poco del agua que nos queda. Recojo todo el material, lo guardo en mi mochila y luego de un breve descanso, continuamos nuestro camino. Con la claridad del día encontramos fácilmente la ruta hasta llegar al refugio donde nos esperan Monsy, Júpiter y Juan Andrés que han salido para ayudarnos.

Converso con mis compañeros mientras Andrés descansa un poco luego de su gran esfuerzo. Les cuento todos los detalles de nuestro ascenso y como tomamos la decisión de interrumpirlo, mientras desde las ventanas del refugio no dejo de mirar a la montaña. Mirada tras mirada voy rastreando cada punto de la arista con la esperanza de divisar un pequeño punto en movimiento. Transcurre algo más del tiempo que he calculado para el regreso de Franco desde la cumbre y no logramos ver rastros de él sobre la arista. Internamente empiezo a discutir conmigo mismo sobre lo correcto o no de permitirle continuar en solitario. Franco es un montañista de buen nivel pero nunca se deben menospreciar los riesgos que esconde esta majestuosa montaña.

El descenso le ha sentado muy bien a Andrés. Los males de la altura ya se han hecho menores y sus pies se recuperan rápidamente. Mientras conversamos, no dejamos de inspeccionar la arista en espera de señales. Sobre el mediodía, el alma vuelve a mi cuerpo al ver con todo el esfuerzo de mi vista, el pequeño punto negro en movimiento. Nuestro compañero se encuentra a salvo, bueno al menos se mueve.
Seguimos su trayectoria hasta las ultimas rampas que conducen a la morrena, donde lo perdemos bajo las irregularidades de la misma. Al llegar al refugio celebramos con alegría. Nuestro objetivo ha sido coronar la cumbre Veintimilla del Chimborazo y pese a como se han desarrollado los acontecimientos, al menos uno de nosotros lo a logrado.....Cumbre!

Estamos de vuelta en Quito donde descansamos gracias a la hospitalidad de nuestros amigos Nora y Gustado Bejarano. Faltan pocos días para nuestra regreso a casa y aprovechamos para comprar algunos recuerdos de este singular país.
Desde que volvimos del Chimborazo me enbarga un sentimiento difícil de explicar, un vacío en mi interior consecuencia de no lograr su cumbre. Como si el esfuerzo y la dedicación hubiesen sido en vano, una lucha sin recompensa. Por otra parte, una gran satisfacción me da, el haber ayudado a un amigo que habría hecho lo mismo por mi. Esto, al lado de tener la convicción de haber tomado la decisión adecuada en el momento preciso me hace sentir bien conmigo mismo, pero hay algo más, un sin sabor que me ha dejado el no cumplir con el objetivo.
Comentando esto con Juan me confiesa que ha estado meditando sobre lo mismo. De la conversación nos surge la idea de volver al Chimborazo. Se lo comentamos al resto del grupo y discutimos entre todos la posibilidad de hacerlo. Es día lunes y nuestro vuelo tiene fecha para el viernes, así que decidimos hacer un nuevo intento el mismo martes por la madrugada para estar de vuelta el miércoles en la noche o a más tardar el jueves en la mañana.

Quito se encuentra a una altura de 2800 metros y la cumbre Veintimilla del Chimborazo a 6270 metros por lo cual tendremos que vencer en un solo día 3470 metros de desnivel.
Comenzamos a preparar todo nuevamente. Será un ascenso rápido, por lo que sólo llevaremos lo indispensable, cuerda, algunos tornillos de hielo y banderolas. De todo el grupo solo volveremos dos personas al Chimborazo. Juan, que anteriormente no intento la cumbre y yo en segundo intento luego de descender con mi compañero desde los 6000 metros. Esta vez nos acompañaran Lucia y Stella, dos buenas amigas ecuatorianas como grupo de apoyo desde el refugio.

Nos ponemos al tanto de las condiciones del tiempo. Luisa Gallardo, veterana montañista, figura ilustre del andinismo ecuatoriano y buena amiga nos comenta los últimos datos sobre el clima en el Chimborazo. Al parecer el tiempo ha cambiado, los fuertes vientos han cesado pero ahora la nubosidad es bastante apreciable.

Luisa es una persona muy jovial y colaboradora, de corta estatura y rasgos autóctonos, su alegría es desbordante y contagiosa. Sus conocimientos sobre las montañas de Ecuador son como una enciclopedia abierta y su experiencia en los Andes, digna de admiración. Desde las últimas estrivaciones de la cordillera andina en la Sierra Nevada de Mérida en Venezuela, hasta las altas cumbres del Aconcagua pasando por Colombia, Perú, Bolivia, Chile y Argentina, su experiencia andina hace de ella, una de las máximas exponentes femeninas del andinismo.

Por otras fuentes nos comentan que un grupo recién llegado del Carihuairazo, muy cercano al Chimborazo, no lograron hacer nada debido a las fuertes nevadas. La decisión esta tomada y debíamos volver y ver realmente con que condiciones nos encontrábamos.
Partimos el Martes 5 de Agosto para la ciudad de Riobamba, donde debemos contratar un vehículo doble tracción que nos lleve al refugio Carrel.

Riobamba es una ciudad pequeña, muy reconocida por la fabricación de botas rígidas de cuero. Después de cuatro horas de viaje, arribamos a esta ciudad donde luego de un pequeño almuerzo nos dedicamos a conseguir un vehículo que nos transporte hasta el primer refugio. Luego de negarnos a unas cinco o seis ofertas, conseguimos uno que con su respectivo regateo, llego a un precio que nos pareció justo; unos cuarenta mil sucres. Aquí el regateo es norma y si se tienen buenas dotes negociadoras se pueden disminuir los precios entre un setenta y cinco y cincuenta por ciento.

Comenzamos el recorrido que se desarrolla por una larga pista arenosa donde se traga polvo hasta más no poder, mientras el conductor, pequeño y de facciones indígenas habla hasta por los codos.
Por fin, después de dos horas de torturas llegamos al Refugio Carrel a 4800 metros. Nos ponemos de acuerdo con nuestro amigo conductor para que nos recoja el día siguiente en el mismo lugar y a la misma hora.
No tenemos prisa, así que pasamos al interior donde estamos por un rato antes de emprender el ascenso al Refugio Whymper. El tiempo es bastante frío. Son algo más de las tres de la tarde y el Chimborazo se encuentra oculto bajo un techo de nubes bastante bajo y oscuro. Solo se logran ver las ultimas lenguas del glaciar Thielmann que desaparecen contra la morrena.
Recorremos el marcado camino que rápidamente salva los doscientos metros de desnivel que separan ambos refugios. La tarde es muy silenciosa y el color gris del ambiente le da al paisaje un aspecto desolado y triste.
En el Refugio Whymper somos los únicos, las condiciones climáticas han espantado los muchos otros montañistas que de todas partes del mundo se dan cita en este refugio con ánimos de conquistar la montaña.
En la parte alta, sobre las literas y metidos en nuestros sacos de dormir, conversamos con Lucia y Stella mientras nos hidratamos y comemos algo dulce.

Son aproximadamente las seis de la tarde y esta oscureciendo, así que nos disponemos a dormir y descansar hasta media noche. Me despierto de un sobresalto, enciendo una vela y veo mi reloj. Son la una y media de la madrugada. Despierto a Juan y preparamos el equipo. Trato de ver por un pequeño traga luz en el techo. El cielo esta totalmente despejado y la luna esta casi llena, por lo que tendremos buena luz en la ruta. Una vez que tenemos todo listo bajamos y calentamos algo para beber. El sonido de las botas plásticas al caminar por el piso de madera retumba en todo el refugio. Hace bastante frío y desde adentro se puede apreciar el viento que ahora es mucho menos fuerte. Mientras bebemos un poco de chocolate, la luz de una vela nos sirve para revisar que todo este bien. Crampones, piolets, frontales...todo esta correcto.

Salimos del refugio y comenzamos a caminar através de la morrena por donde, gracias al recuerdo y a la luz de las frontales consigo camino con mayor facilidad que la vez anterior. Cruzamos algunos desagües del glaciar, que ahora son mucho más caudalosos. Son apenas poco mas de las dos de la madrugada y el glaciar esta descargando agua en mucha cantidad. Esto nos hace pensar que no podemos esperar la misma calidad de nieve que antes.
Llegamos a las primeras rampas de nieve donde nos armamos de piolets y crampones. Comenzamos a ascender y ahora el reflejo de la luna es tan fuerte, que no requerimos las linternas.
Subimos a muy buen paso. Nos entendemos bien y con tan solo pequeñas señas y gestos nos comunicamos y decidimos sobre la marcha. De vez en cuando percibimos los crujidos del glaciar bajo nuestros pies. Un sonido seco y contundente que deja su eco repetidor en el valle y que nos avisa del espíritu vivo de la montaña con la que luchamos.

Logramos superar el paso de las paredes y los seracs velozmente y continuamos el ascenso por el glaciar Thielmann, hasta llegar a la arista. Una vez en esta nos concentramos en subir, subir y subir. A nuestra izquierda tenemos el glaciar Stübel, que transmite un aspecto macabro y traicionero por sus sucesivas grietas de hasta cuarenta metros entremezcladas unas con las otras. Por el momento la arista es bastante pronunciada y sin riesgo de desvío, pero más arriba la arista se vuelve menos obvia, el glaciar Thielmann y Stübel se entrecruzan, haciendo que la vía sea confusa si en el descenso las condiciones del tiempo cambian y la visibilidad no es la adecuada. Probablemente de esta forma desapareció Shigeo Okamoto en Diciembre del noventa y cuatro, cuando el mal tiempo le tomo por sorpresa cuando bajaba de la cumbre y se interno en el glaciar Stübel por error. Previendo esta situación llevamos algunas banderolas con las que marcamos la ruta en los puntos mas críticos.
Continuamos subiendo y llegamos a la grieta donde nos refugiamos la vez anterior y en la que posteriormente tomaríamos la decisión de descender.

La luna comienza a ocultarse bajo el horizonte y en una alucinante gama de colores da paso a una oscuridad casi absoluta. Volvemos a depender de nuestras frontales para continuar la ruta. La arista ha dejado de ser afilada y comienza a ser más extensa y confusa, por lo que tomamos referencias y tomo rápidamente algunas azimuts con mi brújula.
Ha comenzado el amanecer y aparecen cerca de la cumbre algunas nubes por encima de nosotros. Un poco más tarde, cuando la claridad del día es total, nos encontramos inmersos en ellas. El tiempo ha cambiado y si se comporta según vimos el día anterior, no tenemos esperanzas de que aclare.
Tenemos que decidir. Falta poco para las siete de la mañana y no tenemos visibilidad de la cumbre. Optamos por continuar, tenemos una noción bastante clara de la ruta a seguir y el descenso lo hemos asegurado con las banderolas.
Después de seguir subiendo aproximadamente una hora, el viento empieza a ser considerable, vemos un cielo azul sobre nuestro cenit pero a nuestro alrededor no tenemos casi visibilidad. Con esto suponemos que estamos dentro de una especie de nube lenticular y que estamos por llegar a la cumbre. Nos detenemos para tomar un pequeño descanso. La nieve a nuestro alrededor tiene formas alucinantes, su configuración hace recordar grandes extensiones de coral en un fondo marino.
Nos encontramos ya sobre el gran montículo que constituye la cumbre, cuyo gradiente de pendiente disminuye tan lentamente, que hay que recorrer una gran distancia para lograr el punto más alto, y por fin... Cumbre!.

Son la 8:10 am del seis de Agosto y estamos en la cima de la cumbre Veintimilla del Chimborazo a 6270 msnm. La sensación es única, abrazo a mi compañero y nos felicitamos con gran alegría. Hemos conseguido lo que después de tantos inconvenientes nos habíamos propuesto. Hemos salvado los 1270 metros de desnivel desde el refugio en aproximadamente seis horas y hace poco más de quince nos encontrábamos en un punto 3470 metros más bajo. La visibilidad es muy corta y solo por breves instantes podemos ver algo en la línea del horizonte. Estar en la cumbre del Chimborazo es una experiencia mágica, totalmente distinta a cualquier otra cumbre de las que en mi vida he conquistado. Con mi piolet en la mano extiendo los brazos, miro hacia arriba y siento como si un gran torrente de energía invadiera mi cuerpo recomponiendo cada célula, cada molécula de mi cuerpo. Puedo apreciar sobre mi rostro la sutil caricia de nuestro astro rey, me siento vivo, me siento libre y como ninguna otra persona en el mundo, más allá que cualquier cumbre del continente o del Himalaya me siento y se que estoy....más cerca del Sol !!

Nuestra permanencia en la cumbre se prolonga poco más de quince minutos. Las condiciones no nos permiten quedarnos más tiempo, así que nos disponemos a tomar las fotografías de rigor. En un golpe de viento pierdo la pequeña bandera que cargamos para la foto de cumbre y al tratar de recuperarla me hundo en la nieve casi hasta las caderas por lo que continuo arrastrándome horizontalmente unos diez metros hasta tenerla nuevamente en mis manos. Ya recuperada la insignia posamos ante la cámara y emprendemos el regreso. Aún con la emoción en las venas recorremos las huellas que dejamos hace unos instantes sobre la antecumbre. La visibilidad no mejora, nuestra visual en todas direcciones es un blanco total y tanto cielo como tierra poseen el mismo tono.
Luego de una media hora de descenso la calidad de la nieve es cada vez peor y no logramos distinguir claramente la ruta. Haciendo un pequeño cálculo del tiempo nos debemos encontrar cercanos a la zona de confusión entre el glaciar Thielmann y el Stübel. El agotamiento comienza a darnos algunos avisos de su presencia, pero nos animamos mutuamente a continuar con buen paso. La incertidumbre es cada vez mayor al no poder distinguir nada a nuestro alrededor y sabiendo que podríamos desviarnos y adentrarnos en los impresionantes sistemas de grietas del glaciar Stübel. Siguiendo las direcciones que hemos tomado con la brújula en el ascenso, tras el viento y la distancia borrosa, se descubren ante nosotros las pequeñas señales rojas que dejamos como salvaguardas de nuestro regreso. Al lograr distinguir a lo lejos cada banderola siento como si una tenue luz apareciera al final del largo y blanco túnel en que nos encontramos, avisándonos que existe una salida y que debemos continuar.
Mientras descendemos y sin distinguir lo que nos rodea podemos apreciar la pendiente que tenemos bajo nuestros pies, así que en algunos tramos nos movemos con mucha cautela. Por unos momentos comienza a aclarar y en una pequeña abertura entre las nubes logramos identificar El Castillo. Después de unos momentos nos encontramos en la base de esta formación y en la entrada del paso que transcurre bajo sus paredes. Es el último tramo de riesgo que tendremos hasta alcanzar el refugio, de modo que descansamos unos instantes y nos disponemos a cruzarlo sin detenernos por ninguna razón. Al salir de el, una gran paz me invade, un alivio a toda la tensión del descenso y por primera vez desde que estabamos en la cumbre me siento seguro de poder volver.

En el refugio nos esperan Lucia y Stella, quienes salen y nos ayudan al llegar. Miro atrás y solo veo el bajo techo de nubes tras el que se oculta el Chimborazo. Por un rato me quedo observando sintiendo en mi interior lo gratificante que es haber regresado. Un regreso, que ante las condiciones que se presentaron, constituye para mi un logro igual o mayor, que el mismo hecho de conquistar la cumbre.


Sergio Pérez Acosta.



Cumbre Cotopaxi


Cotopaxi 5.897 m.


Cumbre Carihuairazo


Cumbre Chimborazo


Chimborazo 6.310 m.


Cumbre Illiniza Norte.





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