El Samoyedo casi desde que abre los ojos
muestra una especial predisposición a derrochar simpatía.
Cualquier Samy que se precie sabe perfectamente cómo mover su rabito,
dar la mano y cómo sonreír a modo de salutación, y,
como decimos, desde su más tierna infancia.
El Samy tiene unas condiciones innatas para
el juego desde que nace hasta que se muere de viejo. Nuestro querido «Mustand»
ha estado jugando hasta el último momento. Casi no podía
moverse por culpa de su avanzada artrosis y, sin embargo, venía
a engancharnos con sus dientes las bocas de los pantalones, o nos quería
quitar los zapatos, nos traía un palo o nos quitaba una correa,
y todo ello hecho con auténtica cara de pillo.
El Samoyedo es siempre un pequeño payaso,
que busca provocar la hilaridad de propios y extraños, aunque para
él nadie es totalmente extraño, pues es amigo de todo el
mundo, o cuando menos arrancar una sonrisa o una caricia, o ambas cosas
a la vez.
Es el compañero ideal de juegos y deportes
para niños y jóvenes. Disfruta enormemente paseando y corriendo
por el campo, bañándose en la playa o en el río, nadando
con o sin su amo, chapateando en los charcos cuando llueve, revolcándase
en la nieve, haciendo «footing» si su amo hace «footing»,
etc.
Es compañero ideal de personas solas,
pues es muy inteligente y sensible y sabe captar los necesidades de afecto
de su amo, de forma que puede llegar o convertirse en un auténtico
amigo y se comportará exactamente como su amo desea.
Nosotros hemos traído o casa una perrita,
hija de «Mustand», que habíamos vendido
años atrás una señora
que vivía sola, y que poco antes de fallecer ella nos rogó
que nos hiciéramos cargo de su perra. La
perra, desde entonces, arrastró una
existencia triste durante dos años, pero ni un solo día dejó
de ir a la cancela del jardín o esperar la llamada de su amo, y
estoy seguro de que murió esperando una caricia de aquélla.
El Samoyedo es un perro muy apreciado para
hacer compañía a los abuelitos en residencias de ancianos.
Es también utilizado en instituciones dedicadas a la educación
de niños con problemas de comunicación, pues, como suele
decirse, «hacen hablar hasta a los muertos». Si el amo se sienta,
cuando menos el Samoyedo se sentará a sus pies. Pero si puede compartirá
la butaca o el sofá con el amo. Si se le permite se subirá
también a la cama, mientras el amo esté acostado. Pero todo
ello no es por comodidad, sino por estar junto al amo, al que, ancestralmente,
en su Siberia de origen, tenía que suministrar calor con su cuerpo.
Perfectamente un Samoyedo puede vivir en un
piso. Incluso en un piso pequeño; más aún, reducido
a un pequeño espacio dentro de la casa, siempre y cuando se le dé
a diario un gran paseo, de una hora al menos, haciendo auténtico
ejercicio, corriendo, jugando con la pelota, jugando con los niños
o con otros perros, etc. Eso aparte de los rituales paseos para evacuar
ciertas necesidades fisiológicas, que deben hacerse siempre a la
misma hora.
Dentro de casa el Samoyedo buscará
siempre la proximidad del amo o de la familia; pero, eso si, a veces también
tendrá ratos de «retiro espiritual», metido debajo de
una cama, detrás de una butaca, en la terraza, etc.
Gustan de pasar la noche al sereno, en la
terraza, en un porche o a la intemperie sin mas. Nosotros estamos acostumbrados
a ver a nuestros perros dormir bajo la helada y la escarcha tripa arriba,
con los pelos de la barriga completamente helados. Ellos aquí no
notan el frío, pues hay que tener en cuenta que están preparados
para resistir temperaturas de 60 grados bajo cero, y aquí, en Guadarrama,
a lo más que hemos llegado en nuestro termómetro del jardín,
y excepcionalmente, hace años, ha sido a 5 grados bajo cero.
Para ellos eso es una primavera benigna de Siberia.
No obstante lo dicho anteriormente, los Samoyedos
se adaptan perfectamente a nuestro clima y pasan el verano como cualquier
perro celtibero, con tanto calor como pueda sentir otro cualquiera de raza
autóctona. Quizá dé menos muestras de sofoco ante
el calor estival. Estamos acostumbrados a verles persiguiendo lagartijas
o corriendo detrás de los pájaros por el jardín a
las tres de la tarde en pleno mes de julio, mientras nuestra Podenca está
no ya echada, sino tirada bajo la sombra de un árbol.
Hemos observado cómo los Samoyedos
viven felices y con pelo buenísimo en el levante y en el sur españoles.
Tenemos muchos de ellos viviendo por toda la costa suroriental de España
y todos tienen un pelo envidiable.
En años y años no les hemos
conocido enfermedades a los samoyedos. El dueño de un Samoyedo casi
puede olvidarse del veterinario, a no ser para vacunaciones y desparasitaciones,
pues el Samy no tiene propensión a ningún tipo de enfermedad.
Es más, llega a viejo, a muy viejo, por lo general sin haber estado
enfermo nunca jamás. A nosotros nos ha pasado con nuestra querida
«Tundra», que un día estuvo toda la mañana alborotando
por el jardín como si fuera un cachorro, agotando nuestra paciencia,
y a media tarde había muerto de un fallo cardiaco, lógico
en su avanzada edad. Pero nunca la habíamos visto enferma.
Son muy parcos en la comida los Samoyedos.
Comen poca cantidad, y no a diario. Hay que tener en cuenta que su naturaleza
está preparada para trabajar mucho, corriendo con los rebaños
de renos, tirando de las barcazas en la orilla de los ríos, arrastrando
trineos o cazando, y encima de todo ello mal alimentados, pues sus amos
y criadores originales eran tribus de economía muy pobre, y por
tanto no podían sobrealimentar a sus perros.
Algunos personas suelen asustarse ante el
pelo del Samoyedo, pensando que necesita peluquería continuamente
a que la casa va a estar permanentemente llena de pelos, pero nada de eso
es cierto. El Samy necesita, como mucho, dos o tres baños al año,
y más para evitar que coja parásitos que para limpiarle,
pues tiene un tipo de pelo que rechaza la suciedad. En cuanto a los pelos,
si se le cepilla dos o tres veces por semana, no más, no habrá
pelos por lo casa. Es muy fácil de educar un Samoyedo, pues es muy
inteligente y capta perfectamente las enseñanzas que se le imparten.
Pero si se da cuenta de que no hay disciplina o que el amo no es muy tenaz
intentará hacer su voluntad, de la mañana a la noche, con
la mayor frescura. A un Samoyedo hay que decirle quinientas veces al día
que no, y si a las
cuatrocientas noventa y nueve el amo se rinde
de ya está perdido. El Samy procura hacer siempre lo que quiere,
pero, eso sí, con gracia y simpatía, lo cual es peor porque
no se le nota.
Los primeros exploradores del Artico manifestaron
inmediatamente su preferencia por estos perros terriblemente dóciles
y simpáticos. Sin embargo, no admiten un trato autoritario ni despótico.
Necesitan un trato de camaradería, casi de tú a tú.
Tampoco se podrá utilizar el Samoyedo
como perro de guarda y defensa.
Sería necesario cambiarle sus esquemas
mentales, lo cual es arriesgado. Pero como guardián, desde luego,
es un auténtico desastre, pues estamos seguros de que puede recibir
a un caco con la misma efusión que si se tratara del mismo maharajá
de Kapurtala, ofreciéndole sus mejores juguetes para que juegue
con él, y al final el ladrón, después de desvalijar
la casa, será acompañado hasta la puerta y despedo amistosamente
por el hospitalario can, si no es que aquél decide llevarse a éste
como parte del botín. Para el Samoyedo todo ser humano es un amigo
incondicional, y no le cabe en su cabeza que haya hombres malvados.
Fragmento extraído de la revista “El
Mundo del Perro”
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