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Mi fatiga se adelanta hasta el desfallecimiento. Me
he trasladado de cuenca del río Duero a la del Miño,
de Foncebadón hasta Piedrafita. Del Duero al Miño.
Y en medio, el vergel: Bierzo. Toda una comarca que comienza a oler
a Galicia, donde se revuelven valles, prados, escarpaduras, castillos
de templarios, numerosos monasterios -algo apartados de la ruta-,
ciudades o villas como Cacabelos, que pertenecen al propio arzobispo
de Santiago de Compostela. Dormí como un lirón, en
la hospedería de Foncebadón, antes de bajar para el
Bierzo. Por la mañana las nubes se situaban muy bajas y algo
me costó hacerme a la nieve, que caía, y me siguió
hasta Riego de Ambrox. Realmente he llegado magullado y llagado.
He sido muy osado al querer hacer etapas tan largas.
Me llamó la atención la empalizada de cruces, que se
sitúa a lo largo de Foncebadón. ¿He soñado que son las señales acotadas
que puso un ermitaño, al reformar la hospedería? En la subida
a Manjarín, hallo la cruz de Ferro, un inmenso montón
de piedras, del que nace el largo hastial de madera con la cruz
de hierro de más de un metro. Como otros romeros he cogido
una piedra del camino, una piedra de canchales, y la he tirado contra
el montículo lapidario. Por cierto que uno de los romeros
que me acompañan ha dicho: -Oye, Geofrol, ¿sabes qué
otra significación tiene la sebe de estacas que se alinea
a ambos lados del camino?- Será -contesté yo, sin
temor-, la empalizada de cruces de Gaucelmo-. Pues no, resultan
ser las quinientas estacas, que los pobres vecinos del Acebo se
han comprometido a colocar, para que no se pierdan los peregrinos.
A cambio de este servicio reciben de los reyes, según escritos,
algunas exenciones. El Acebo apenas si enseña la miseria
pajiza de sus diez casas, igual que las aldehuelas de Manjarín
o Labor de Rey.
En Riego de Ambrox nos hemos tropezado, con el sol y
con unos canónigos de Astorga, que vinieron a recoger diezmos
y primicias para entrojarlos. Conservan el vino en Barrios de Salas,
Molinaseca ya es una villita, con tres iglesias. No he podido borrar
de mi devoción el Santiago románico del Acebo. Es
una delicia.
Sobrecoge desde lejos la imponente mole del Castillo
de los Templarios de Ponferrada. A pesar de que las asperidades
del monte que he atravesado son mayores que las de Oca, he sentido
mayor sensación de seguridad. Debe hallarse la clave, en
la vigilancia de las órdenes de caballería. Por cierto
que en Ponferrada Osmundo, Obispo, ha construido un puente muy bonito,
de hierro, que hasta da nombre a la villa. Los hierros llegaron
de las ferrerías de los monjes bercianos. Así como
me fue gratuito el paso sobre el Sil, hube de pagar dineros en Pomboeza,
por el paso de la Barca. Recé a la Virgen de la Encina. Atravesé
la llanura berciana. Me maravilló encontrarme con el hábito
de varios monjes, que bajaron de San Pedro, de Peñalba, de
Vega de Espinarada.
Y a prisa, al trotecillo, en una mula -pues estaba cansado-,
me presenté en Cacabelos, una vez oreado mi oido con el nombre
de Compostilla. Ganas me dieron de someterme a una desviación
para visitar el Real Monasterio de Carracedo, ocho leguas de Cacabelos.
¡Me hubieran dado una buena ración los benedictinos!
Me doy cuenta de la feracidad de esta tierra berciana de vino. Creo
que Gelmirez comía cerezas y bebía vino de Cacabelos.
Se toma éste, sin darse cuenta y marea, especialmente si
para ingerirlo nos introducimos en las bodegas. En el hospital de
Alfonso el Cabrito, abandoné a uno de mis compañeros,
entre los aspeados. Por cierto: luego me arrepentí; una vez
pasado el Cúa, llegamos a Villafranca del Bierzo, por el
camino de la iglesia románica de Santiago. Es fama que los
que no se sienten con fuerzas para alcanzar Compostela, entran por
una puerta de esta ermita y salen por otra, llamada precisamente
Puerta del Perdón. Así lo debió hacer Johan
de Montatayre.
El buen hospedaje de los monjes de Cluniaco no me retuvo,
aunque tenía ganas de permanecer. Dejé en manos de los monjes al
buen Johan, hasta mi vuelta. Trasegué buen vino en una bodega.
No en vano Herman Küning dirá que
"se debe beber vino
de Villafranca con discreto miramiento, pues saca a algunos de sentidos,
dejándose correr como un cirio"
Nos recibían bien las gentes de la villa, ya que sucedió,
hace poco, un hecho "milagroso". Alguno de los villafranquinos
robó el tabardo de un peregrino. Desapareció de las
manos del depredador y apareció, sobre los hombros del Apóstol,
en Compostela. Es razón del especial miramiento para los
que caminamos con tabardo, con la esportilla y los dos bordoncillos
colgados en el sombrero. De lo que nadie nos libró fue de
pagar el portazgo, correspondiente a la confluencia de los ríos
Burbia y Valcárcel. Por el estrecho paso de las orillas del
Valcárcel abrupto, desasosegado, se llega a dos castillos
que se sitúan, uno frente a otro, y responden al topónimo
de Autares y de Sarracin. Están situados en lugares estratégicos
y escarpados, antes de llegar a Ruitelán, ascendiendo ya
a los montes del Cebrero, perdiendo de vista esta maravilla del
Bierzo, que queda a nuestra espalda. Hoy los portazgueros no nos
han salido, en son de presa desde el castillo de Autares, con ánimo
de robo. Se ve que las fechorías anteriores les han dejado
rendidos para días. Hubo una época en que Nezano Gudesteiz
prohibía el paso hacia Galicia a quien le daba su feudal
gana. Y era dueño desaprensivo y depredador de esa imponente
mole de Autares. La mula, sobre la que cabalgo, va lenta.
Hay trechos del camino en que decido apearme. Quedé
de dejarla en la hospedería del Cebrero. Allí espera
un encargado que la realquila, en retorno a Villafranca. La desolación
de las montañas del Cebrero y su altitud de más de
4.500 pies deja huella acezante. Solamente el deseo de visitar,
entre estas paredes, el milagro del pan y vino convertido visiblemente
en carne y sangre de Cristo, compensan de las desesperantes fatigas.
Por otra parte, a última hora, cerró el tiempo. Neviscaba.
Pude charlar con otros peregrinos y peregrinas de diversas naciones,
acerca de los motivos de su peregrinación. Unos, que si la
legislación civil o canónica se lo había impuesto;
la mayor parte por devoción; yo mismo di cumplimiento de
un voto, cuando me hallé en peligro; otros pretenden que
sus enfermedades queden aliviadas. Es curioso; se asegura que a
Santiago hay que ir en vida o en muerte. Y muchos testamentos reflejan
este hecho. Los testadores dejan un dinero para que se contrate
a una persona que realice la peregrinación, en vez de ellos,
que ya están muertos. En Compostela ofrecen misas; algunos
hay que vienen en representación de determinada ciudad, en
donde las calamidades públicas hacían cebo. Otros
alían la piedad con la curiosidad y el negocio. De las almas
que peregrinan, después de muerto el cuerpo, dicen estos
versos octosílabos:
En Camino de Santiago
iba un alma peregrina,
una noche tan oscura
que ni una estrella lucía;
por donde el alma pasaba
la tierra se estremecía.
Luego la expresión se torna diálogo inefable:
-¿Dirásme, alma pecadora,
lo que por Santiago había?
-Perdóneme el caballero,
decírselo non podía;
que tengo el cuerpo en las andas,
voy a la misa del día.
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