En
cierta ocasión, el Abad del Templo Myoshinji en Japón
hizo a un pintor la petición de un mural para la sala principal.
El artista aceptó pero objetó ante el abad el inconveniente
que presentaba pintar un Dragón sin saber como era su apariencia.
La respuesta del abad fue cortante: “conviértase usted mismo en
uno”. De esta manera, el pintor se recluyó en el monasterio por
un año durante el cual realizó las prácticas regulares
y se concentró en el camino para convertirse en un dragón.
Al cabo de este tiempo presentó al Superior su obra, el cual, ante
la satisfacción del pintor opinó:
-“No está mal; pero ¿cómo ruge?”
Fue tal el impacto que esto produjo en el artista que decidió repetir su mural y esta vez el resultado fue el imponente dragón que aún se conserva en el templo.