En la obscuridad de la noche, una barquilla vagaba en el
vasto mar empujada por el viento. A bordo se encontraba una hija del
Titán Ceos, llamada Latona, que buscaba un lugar donde pudiera nacer su
hijo: Apolo. La perseguían los celos de la diosa Hera.
Por fin, con las primeras luces del alba, sobre aquella
ilimitada superficie líquida, se vio un pedazo de tierra que era empujada
por las olas hacia la solitaria embarcación.
Era una isla flotante, desnuda y ´árida, que desde
hacía siglos erraba por las inmensidades del Océano, azotada por las
tempestades y cubierta por las aguas. Poseidón, el dios del mar, la
detuvo e hizo surgir de los abismos cuatro columnas para sostenerla. En
sus rocosas orillas, atracó la barquichuela; Latona saltó a la orilla,
jamás hollada por pie humano y dijo:
-¡Oh, isla de Delos, tú vas a ser la cuna de mi hijo. En
pago a ello, serás próspera y florida, te detendrás para siempre en tu
largo vagar, sobre ti, se elevará el templo más bello del mundo!
Así habló la diosa. Y en seguida, sus montañas se
cubrieron de verdes prados y frondosos bosques; alegres arroyuelos se
deslizaron murmurando por los declives, los valles se abrieron
exuberantes, los montes se redondearon y se cubrieron de vides y olivos;
el aire vibró con el canto de los pájaros, y blancos cisnes navegaron
por las orillas, mientras que del cielo llovió néctar y ambrosía, para
que el dios niño pudiese alimentarse. Apenas los labios de Apolo tocaron
el dulce manjar de los dioses, se hizo alto y fuerte; entonces, recogió
una cítara del suelo, donde manos misteriosas la habían depositado, y se
puso a tañerla y a cantar de un modo divino. Acudieron a oírlo los
pájaros, las fieras, la tímida cabra y el cruel lobo, convertidos en
amigos gracias a aquel divino canto. Bajo los pies del dios, nacían las
flores, y de la cítara, se desprendían armonías que alegraban el
corazón de los dioses del Olimpo.
Había nacido Apolo, el dios de la poesía y de la luz.
hijo de Júpiter y Latona. |