Atenea
- minerva
Cierto
día, el mensajero de los dioses, Hermes, llegó jadeante a las fraguas
subterráneas del Etna, y presentándose ante el dios Hefestos o Vulcano, le
dijo:
-
Por favor, sígueme en seguida al Olimpo. Zeus, se encuentra enfermo, tiene un
fuerte dolor de cabeza que lo vuelve loco y me ha mandado que venga a llamarte.
Parece que tú eres el único que puede curarle.
Hefestos
abandonó su yunque y siguió a Mercurio hasta las altas cimas de la morada de
los dioses. Pero imaginad su asombro y su angustia cuando Zeus le ordenó con
voz tajante y seca:
-
Hijo, coge tu hacha y ábreme el cráneo.
-
Pero, señor.., murmuró el pobre, asustado.
La
durísima mirada del padre de los dioses se clavó en Hefestos, y un silencio de
hielo envolvió al Olimpo durante unos instantes.
-
Obedece, si no quieres que te fulmine con mis rayos.
Con
mano temblorosa, Hefestos, cogió su hacha, la levantó y la hizo caer con toda
su fuerza sobre la cabeza divina. De la herida, salió entonces dando un grito
de alegría una doncella bellísima. Un casco de oro cubría sus brillantes
cabellos, una armadura resplandeciente la revestía, y en las manos llevaba
flechas de oro.
Había
nacido Atenea, la diosa de la sabiduría.
