
Como los hombres estaban atormentados por monstruos crueles y azotes sin número,
Zeus hizo nacer entre ellos un héroe fortísimo, que pudiese librarlos de tantos
males. Y, en efecto, un día, nació en el palacio real de Tebas, de la reina Alcmena,
un niño fuerte y robusto. Lo llamaron Hércules, y el padre de los dioses le concedió
una gran fuerza y todas las virtudes.
En la misma noche de su nacimiento, dos serpientes entraron en la habitación
donde el pequeño dormía y se enroscaron alrededor de su tierno cuerpecito. Hércules
se despertó y al darse cuenta de que se encontraba entre las espirales de aquellos
dos monstruos, no se asustó en absoluto, tranquilamente, extendió las manecitas
poderosas, agarró por el cuello a los reptiles y apretó con todas su fuerza. A los
pocos minutos, las dos serpientes yacían asfixiadas en el suelo. Como veis, el futuro héroe comenzaba bien.
Al correr de los años, fue creciendo hermoso y fuerte. Descuidaba el estudio
de las artes y las ciencias para dedicarse por completo a los juegos gimnásticos
y a los ejercicios del cuerpo. Pasaba los días en las montañas con los pastores
y protegía a los rebaños contra las fieras, a las que mataba sin armas, sólo con
la fuerza de sus brazos.
Primer trabajo
de Hércules
Cuando llegó a la edad adulta, fue a Delfos para preguntar al oráculo del templo
de Apolo qué debía hacer, y recibió la orden de ir a ponerse al servicio del rey
de Micenas y de Tirinto, llamado Euristeo. Este era un soberano débil de cuerpo
y de carácter, que tuvo miedo de que Heracles lo destronara, y por ello, le ordenó
que realizara doce hazañas, conocidas con el nombre de los Doce Trabajos de Hércules,
con la esperanza de que muriera en alguna de ellas.
En aquella época, las selvas de la Argólida eran devastadas por un feroz león,
que tenía la piel invulnerable. En vano habían ido contra él guerreros y cazadores;
las lanzas se quebraban y las flechas caían al suelo sin herirlo. Euristeo mandó
a Hércules que matara aquel monstruo para poner fin a sus estragos. Hércules no
se hizo de rogar y marchó para acometer la empresa.
Penetró en el bosque, donde resonaban los rugidos de la fiera, y vió el terrible
león, que con las fauces abiertas, lo estaba esperando en su cubil. Le disparó tres
flechas de su carcaj, pero las tres cayeron al suelo con las puntas rotas, como
si fueran de papel. Irritado, el héroe blandió la formidable clava, se lanzó sobre
el monstruo y le dió un terrible golpe en la cabeza, que lo dejó sin sentido; aprovechándose
de ello, lo cogió por el cuello con sus poderosas manos y lo estranguló. Luego lo
desolló y se envolvió con su piel, que desde aquel momento se convirtió en una de
las prendas características de su vestido.
