Al acabar con las llamas, regresó sudoroso
y sucio al castillo, ya amanecía, agotado por el esfuerzo y deseoso de reunirse
con su mujer doña Luz, pero al entrar en la habitación donde horas antes la
había dejado descansando se encontró con su cuerpo ensangrentado y tendido boca
abajo sobre las sábanas de seda blanca, además la cuna del niño estaba vacía.
A grandes gritos llamó a la guardia y todos los soldados con él a la cabeza
inspeccionaron el castillo por todos sus rincones, dando gritos de desesperación
entró al final en todas las estancias, pero no encontró a nadie, finalmente
preguntó desesperado a la doncella de su mujer que con gran temor afirmó que
se había quedado dormida pero que le pareció haber visto al esclavo de Zumila,
un joven llamado Nizio, salir de los aposentos de doña Luz. A toda prisa de
dirigieron a los aposentos de Zumila, se encontraron la puerta cerrada y nadie
respondía a los golpes por lo que se dispuso a derribarla con un hacha cuando
oyó del otro lado la voz de su hijo, y entonces pensando que la violencia y
el nerviosismo podían volverse en contra del pequeño que estaba dentro, optó
por una estratagema. Con la voz más sosegada que pudo sacar de su garganta habló
a Zumila, dijo que le perdonaba lo que había hecho porque comprendía que fue
en un arrebato de locura debido al amor que sentía por él, que sentía lo mismo
por ella, pero que su compromiso anterior con doña Luz le había impedido realmente
mostrarle sus sentimientos. Zumila, al principio nerviosa, comenzó a tranquilizarse
al oír las palabras que tanto había esperado, confesó entre lágrimas que ella
misma había clavado el puñal en el corazón de doña Luz mientras el criado se
llevaba al niño. Tras horas de conversación Don Suero le pidió que abriera la
puerta, ella finalmente convencida y llena de alegría la abrió y ambos se encontraron
frente a frente. De un brusco manotazo, Don Suero la apartó y fue directo a
la cuna del niño donde observó que dormía tranquilo. Zumila comprendió entonces
por la mirada de odio de su amado que todo había sido un engaño, cuando vio
que los soldados sacaban sus aceros para cumplir justicia, ella misma se acercó
a la ventana y se arrojó por las almenas.