Augías, rey de la Elida, poseía un gran número de bueyes, a cual
más bello; pero sus establos no habían sido limpiados desde hacía muchos
años. Imaginaos, pues, la inmundicia que allí se había acumulado y el olor
nauseabundo que despedía. Los habitantes del lugar habían abandonado el
país por miedo de que aquel hedor fuera portador de los miasmas de quién
sabe cuantas enfermedades, y los campos vecinos de los establos habían quedado
yermos.
Euristeo envió a Hércules a la Elida con el encargo de limpiar
aquellos establos, y el rey Augías dijo al héroe que le regalaría trescientos
bueyes en pago de tan importante servicio. Hércules inspeccionó los establos,
vio las capas de inmundicia que se habían amontonado en todos aquellos años
y comprendió lo difícil de la tarea; pero se dirigió al río Alfeo, que pasaba
por las cercanías, desvió sus aguas y las hizo pasar a través de los establos.
Las impetuosas aguas, en poco tiempo, arrastraron hasta el
mar todo aquel estiércol. Entonces, encauzó de nuevo el río por su antiguo
lecho y fue a ver a Augías para que le diera los trescientos bueyes prometidos.
Pero el rey no quiso cumplir su palabra, y por si ello no fuera bastante,
se burló del héroe. Este no soportó la ofensa, y de un puñetazo mató al
rey desleal, se apoderó de tres mil bueyes y se los llevó a Tirinto.
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