Luego de cruzar a la derecha...
A partir de la desviación del puente, el camino es bastante plano y soleado durante unos 5 minutos.
En esta zona podrás ver parte de la ciudad de Caracas al sur, al este la fila en donde queda Toma Quintero y al oeste la Loma Serrano, donde está Sabas Nieves.
Posteriormente llegarás a un punto en donde existe un cartel indicando que estás rumbo a Quebrada Quintero. A partir de ese lugar el camino se hace sinuoso y en subida, alternando con zonas planas.
Aproximadamente 8 minutos después del puente, te encontrarás una corta pero empinada escalera. En esa zona la línea de visión hacia Caracas no tiene obstrucción.
¿Quieres un esquema de todo este camino?... ¡entonces pulsa aquí!.
Después de la escalera llegarás a un recodo desde donde empezarás a escuchar el ruido de la quebrada. En dicho punto tendrás frente a tí una colina en donde se divisa el camino que asciende desde Quebrada Quintero hacia Pajaritos. 
La torre de alta tensión en la cima de esta colina indica el área en donde encontrarás la bifurcación correspondiente a la Toma de Quintero.
A partir de ese lugar empezarás a bajar progresivamente hasta que te encuentres con una arroyo. Esta es la Quebrada de Quintero. A pocos metros hacia la izquierda verás la cascada y notarás que el camino prosigue (a Pajaritos y Toma de Quintero).
Por otra parte, aguas abajo verás un sendero. Este es el camino que llega a Quebrada Quintero por la parte inferior. Esa zona está salpicada de otras pequeñas cascadas. Si vas con niños, te recomiendo que los acompañes si desean bajar por allí. No los dejes solos pues las rocas son resbalosas y las caídas peligrosas, pero tampoco les trunques el deseo de explorar.
Si caminas hacia la cascada grande, notarás que hacia el fondo del anfiteatro natural que ella forma existe un sendero que sube por las rocas. Ese era el antiguo camino para llegar a la parte superior de la cascada, pero ahora está prohibido subir por allí debido al riesgo. Si deseas llegar más allá de la cascada, debes tomar por otra vía.
Editorial