MEDIDORES Y PENSADORES
Ya hemos visto cómo un señor demanda a otro porque le ofendió en su buen
nombre o porque perjudicó sus intereses; pero hay asimismo ciertos detalles
en la teoría del fastidio, que contemplados a la luz de la realidad
personal podrían ser motivos de procedimientos judiciales.
Hay artefactos e instituciones que vistos bajo un prisma constituyen serios
inconvenientes de menor cuantía, y mirados bajo otra forma pudieran ser
altamente útiles a la sociedad. Entre estos artefactos e instituciones se
encuentran
El medidor de la luz eléctrica es una especie de máquina tragaperras del
sosiego doméstico. Cuando uno cree que está midiendo vatios o kilovatios,
resulta que está midiendo leguas de electricidad, toneladas de energía.
Mucho más fácil sería un sistema que marcara horas o medias horas de fuerza
consumida. Pero si los medidores de electricidad son unos pequeños
inconvenientes eléctricos, existen en cambio posibilidades de crear otros
medidores que resultarían realmente útiles: los medidores de teléfono; una
maquinita que cortara la comunicación a tiempo o que obligara al suscriptor
a hablar por cuotas, con intermedios de cinco minutos, sería magnífico
remedio contra ciertos instrumentos ya no eléctricos, sino de tracción
animal, que acostumbran estarse en el teléfono horas de horas, impidiendo
conexiones urgentes y a lo mejor frustrando negociaciones importantes o
llamadas de auxilio.
Cuando esos aparatos humanos son del género femenino suelen conversar acerca
de todo lo que ocurre durante el día y acerca de todo lo que debería ocurrir;
pero mucho más grave es el asunto cuando las largas conferencias son entre
jóvenes de distinto sexo. Infinidad de variantes pueden presentarse, que merecerían
un detenido estudio, pero la conclusión sería siempre, la aconsejable sugestión de
un sistema que recordara a los contertulios que el teléfono no debe usarse durante
largo tiempo.
De los pesadores hablé en cierta ocasión, pero confundiéndolos con los
medidores. No voy a referirme a la respetable organización de los pesadores
del Mercado. El pesador del que hablo es ese ciudadano que lo encuentra a
uno en la calle y empieza a pesarlo. Podría ocurrir que el paciente del
pesador fuera un tipo nervioso, y entonces, la sentencia pronunciada en su
caso pudiera causarle trastornos a su salud o por lo menos interrumpir sus
diligencias, con mengua de sus negocios. En efecto, el pesador procede a
una mensura del amigo que pasa, y después de saludarlo, le anuncia, con
afectuosa solicitud:
-¡Te encuentro gordísimo!
Si el aludido es gordo por naturaleza, comenzará a modificarse
inmediatamente. En otras ocasiones, el pesador anuncia:
-¡Te encuentro flaquísimo. Estás en el hueso!.
Y si se trata de una persona escuálida, los nervios se le ponen de punta.
En ambos casos, el pesador es una persona indudablemente maleducada. Y es
preciso buscar el remedio, inventando los pesadores de educación o los
pesadores de talento, como
-Y yo te encuentro cada día más bruto.
El Nacional, 26 de setiembre de 1943
Andrés Eloy Blanco. "Humorismo". Ediciones Centauro 76. Caracas, Venezuela,
1976.
Al mismo tiempo que se escriben monografías y se pronuncian discursos con
el objeto de educar la colectividad en el ejercicio de las altas
disciplinas políticas y sociales, debería acometerse la confección de obras
o conferencias encaminadas a infiltrar en la mente de las personas y de las
colectividades una noción exacta de los pequeños grandes inconvenientes de
la vida, de las pequeñas grandes impertinencias que los animales sociales
de la definición aristotélica estamos a cometer a diario. La tranquilidad
de los seres depende, no sólo del logro de las grandes condiciones, sino
también de la abstención de una serie de pequeños arreglos en el trato
mutuo.