HUMORISTA

Yosmar Lorena Pineda Monroy

MEDIDORES Y PENSADORES

El pensador

Al mismo tiempo que se escriben monografías y se pronuncian discursos con el objeto de educar la colectividad en el ejercicio de las altas disciplinas políticas y sociales, debería acometerse la confección de obras o conferencias encaminadas a infiltrar en la mente de las personas y de las colectividades una noción exacta de los pequeños grandes inconvenientes de la vida, de las pequeñas grandes impertinencias que los animales sociales de la definición aristotélica estamos a cometer a diario. La tranquilidad de los seres depende, no sólo del logro de las grandes condiciones, sino también de la abstención de una serie de pequeños arreglos en el trato mutuo.

Ya hemos visto cómo un señor demanda a otro porque le ofendió en su buen nombre o porque perjudicó sus intereses; pero hay asimismo ciertos detalles en la teoría del fastidio, que contemplados a la luz de la realidad personal podrían ser motivos de procedimientos judiciales.

Hay artefactos e instituciones que vistos bajo un prisma constituyen serios inconvenientes de menor cuantía, y mirados bajo otra forma pudieran ser altamente útiles a la sociedad. Entre estos artefactos e instituciones se encuentran los medidores y los pesadores.

El medidor de la luz eléctrica es una especie de máquina tragaperras del sosiego doméstico. Cuando uno cree que está midiendo vatios o kilovatios, resulta que está midiendo leguas de electricidad, toneladas de energía. Mucho más fácil sería un sistema que marcara horas o medias horas de fuerza consumida. Pero si los medidores de electricidad son unos pequeños inconvenientes eléctricos, existen en cambio posibilidades de crear otros medidores que resultarían realmente útiles: los medidores de teléfono; una maquinita que cortara la comunicación a tiempo o que obligara al suscriptor a hablar por cuotas, con intermedios de cinco minutos, sería magnífico remedio contra ciertos instrumentos ya no eléctricos, sino de tracción animal, que acostumbran estarse en el teléfono horas de horas, impidiendo conexiones urgentes y a lo mejor frustrando negociaciones importantes o llamadas de auxilio.

Cuando esos aparatos humanos son del género femenino suelen conversar acerca de todo lo que ocurre durante el día y acerca de todo lo que debería ocurrir; pero mucho más grave es el asunto cuando las largas conferencias son entre jóvenes de distinto sexo. Infinidad de variantes pueden presentarse, que merecerían un detenido estudio, pero la conclusión sería siempre, la aconsejable sugestión de un sistema que recordara a los contertulios que el teléfono no debe usarse durante largo tiempo.

De los pesadores hablé en cierta ocasión, pero confundiéndolos con los medidores. No voy a referirme a la respetable organización de los pesadores del Mercado. El pesador del que hablo es ese ciudadano que lo encuentra a uno en la calle y empieza a pesarlo. Podría ocurrir que el paciente del pesador fuera un tipo nervioso, y entonces, la sentencia pronunciada en su caso pudiera causarle trastornos a su salud o por lo menos interrumpir sus diligencias, con mengua de sus negocios. En efecto, el pesador procede a una mensura del amigo que pasa, y después de saludarlo, le anuncia, con afectuosa solicitud:

-¡Te encuentro gordísimo!

Si el aludido es gordo por naturaleza, comenzará a modificarse inmediatamente. En otras ocasiones, el pesador anuncia:

-¡Te encuentro flaquísimo. Estás en el hueso!.

Y si se trata de una persona escuálida, los nervios se le ponen de punta. En ambos casos, el pesador es una persona indudablemente maleducada. Y es preciso buscar el remedio, inventando los pesadores de educación o los pesadores de talento, como contra de los pesadores de carne, de manera que cuando uno de ellos diga: "te encuentro cada día más flaco", el pesador de talentos le responda:

-Y yo te encuentro cada día más bruto.

El Nacional, 26 de setiembre de 1943

Andrés Eloy Blanco. "Humorismo". Ediciones Centauro 76. Caracas, Venezuela, 1976.



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