VERSIONES 18

Año del Tigre - Febrero/Marzo de 1998


Director, editor y operador: Diego Martínez Lora
Versiones se elabora desde la ciudad de Vila Nova de Gaia, Portugal


Ana María Trelancia:
Cocodrilo caribeño


Llegué a Cuba en junio de 1997, para participar en un taller sobre el «Cocodrilo americano», especie con la que trabajo desde hace varios años. Debo confesar, sin embargo, que la emoción que me produjo el viaje no era meramente profesional, pues Cuba siempre formó parte de mi paquete de «viajes soñados». Además, no se puede negar que, desde los preparativos para obtener la visa, uno tiene la sensación de estar entrando en una especie de «terra incognita».

Para obtener la visa, desde Buenos Aires, debí mandar al Consulado cubano una copia de la invitación al "Taller de Cocodrilos". Al cabo de unos días, como mi visa demoraba, mis anfitriones enviaron un comunicado al Consulado explicando la «necesidad» de mi visita y, recién en ese momento, se me entregó el permiso para viajar, que consistía en un pequeño papel adherido a una hoja del pasaporte. Dicho papel se puede desprender después «sin dejar huella» y es ahí donde se sella la entrada y la salida del aeropuerto de Cuba. Así, los cubanos muestran su delicadeza ante el prejuicio de muchos que no quieren tener la visa cubana eternizada en un pasaporte que después utilizarán para viajar a Estados Unidos, por ejemplo. Este no era mi caso, pues, aunque suene a demagogia, consideraba un honor el haber sido invitada a Cuba y, en vez de esconderlo, quería gritarlo a los cuatro vientos.

Este interés mío por Cuba no nacía de una identificación política ni partidaria sino de una extraña mezcla de razones sociales, geográficas, biológicas y hasta literarias. A fin de cuentas, ¿qué sabemos sobre Cuba?

Lo poco que puedan decir los diarios según su tendencia o lo que algunos pocos libros de autores cubanos a los que tenemos acceso, nos puedan narrar en forma novelada. Es decir, lo que algunos nos puedan y quieran contar. Y heme aquí, de pronto con la oportunidad de visitar Cuba por 15 días en los que viajaríamos, «desde Ciudad La Habana hasta el extremo Oriental de la isla» como se me había informado por fax. Durante el viaje por tierra, «pernoctaríamos en casa de colegas, hoteles o albergues, según el caso». Así es que no sólo iba a viajar de un extremo a otro de la isla, sino que iba a tener la oportunidad de conocer de cerca las vivencias de los colegas cubanos, ya que hasta iba a compartir la carpa con una periodista habanera, durante los días dedicados al «trabajo de campo con los cocodrilos».

El Taller estaba organizado de manera que contábamos con algunos días para conocer La Habana y luego nos dirigiríamos hacia el Este, a la ciudad de Bayamo, donde los 10 participantes extranjeros haríamos nuestras ponencias, para luego embarcarnos rumbo al «Refugio de Fauna Monte Cabaniguán».

Tuve oportunidad de pasar cinco días en La Habana, visitando distintos lugares, desde el Jardín Botánico hasta la Expocuba, a veces acompañada por nuestros anfitriones y otras, sola. La mayoría de edificios estaban siendo refaccionados por los distintos países que se han sumado a una campaña para recuperar La Habana después que fuera declarada «Patrimonio de la Humanidad» por la UNESCO. Casi todas las fachadas de los edificios que bordean el malecón estaban siendo remozadas por cuadrillas de diligentes trabajadores que cantaban mientras trabajaban. La música en Cuba merecería un capítulo aparte. En cada esquina hay un músico o un grupo musical tocando algún instrumento y/o cantando. Hasta durante el trabajo de campo en medio del «monte», estuvimos acompañados por un trío que nos deleitaba a mediodía y por la noche con sones cubanos que arrancaban suspiros hasta al biólogo más escéptico. Volviendo a La Habana, caminando por la parte antigua de la ciudad, sentí que retrocedía en el tiempo. Aún pueden verse los restos del muro de piedra que cercaba la ciudad protegiéndola del ataque de los corsarios. Hasta el día de hoy, persiste la costumbre de disparar un cañonazo a las 9 de la noche, para avisar a los pobladores que «se cerrarán las puertas de la ciudad» tal como se hacía en la época de los piratas. Las calles empedradas, las antiguas casonas de la Habana Vieja, con olor a madera y hierbabuena, mezclados con el sabor caribeño que se percibe en toda la isla, convierten un simple paseo al Centro en toda una experiencia vital.

La crisis energética, iluminó tenuemente las noches habaneras con el cálido resplandor de las lámparas de gas. Tampoco hay mucho tránsito nocturno, salvo los autos dedicados al turismo, de alquiler o algunos taxis. En La Habana, al igual que en Lima unas décadas atrás, se pueden ver modelos de autos que son una verdadera reliquia, la mayoría, perfectamente conservados.

Por supuesto que La Habana tiene también una «cara turística» con grandes hoteles, espectáculos de varieté, casinos y grandes restaurantes que iluminan la noche con sus «mega luces», haciendo las delicias de otro tipo de turistas a los que «el cubano de la calle» culpa de los problemas de drogas y prostitución, hasta hace poco inexistentes en la isla, según cuentan. Tres días después de llegar a La Habana, partimos (por tierra) en medio de un fuerte aguacero, hacia la ciudad de Bayamo, donde se realizaría el taller de cocodrilos durante 2 días. Hicimos muchas paradas durante el viaje que duró unas 13 horas y nos llevó casi al extremo Este de la isla.

Almorzamos en una hermosa finca cuya principal actividad es la crianza de gallos de pelea, una afición muy popular en Cuba. También paramos por unos minutos en la casa de algunos colegas para recogerlos o para tomar una deliciosa taza de café cubano en compañía de sus familiares. En esas paradas, todos experimentamos la dulce cortesía de nuestros anfitriones. Ni los recursos limitados, ni la constante lucha contra la adversidad, han podido despojar a los cubanos de una amabilidad franca y sincera que hace que a uno le parezca que también es «de por ahí no más».

Después de concluir la parte «formal» del Taller (exposiciones, sesiones de video, etc.), nos dirigimos hacia el puerto de Manzanillo para embarcarnos hacia nuestro destino final: el refugio de fauna Monte Cabaniguán, en Boca de Jobabo. Una vez realizados los trámites portuarios, el barco comenzó su travesía de 3 horas hasta el refugio. El mar era de un color turquesa que resultaría exagerado en una pintura y el calor era agobiante. Finalmente, llegamos a nuestro destino y todos quedamos boquiabiertos al ver, en medio de las instalaciones del refugio, varios mástiles en los que flameaban las banderas de cada uno de los países participantes en el Taller. Cada mañana y cada tarde, izábamos y bajábamos las banderas en una ceremonia que resultaba extraña en medio del campo, pero nuestros anfitriones habían agotado los recursos para hacernos sentir en casa. Al bajar al muelle, nos recibió el jefe del refugio, algunas autoridades e investigadores locales y...el trío musical del que hablé anteriormente, que nos hizo olvidar del calor y del mareo a algunos.

El refugio -que aún estaba en construcción- contaba con una casa central, un comedor, baños y.... un bar. Sí, en medio del campo, se alzaba una glorieta que se convertiría en uno de los lugares más importantes del refugio con el pasar de los días. Hay que comprender que, en un lugar donde no había agua potable y con una temperatura de 40¡C a la sombra, este bar era algo así como un espejismo. Después de estar contando nidos a pleno sol o censando cocodrilos durante 4 horas, quisiera saber quién no sueña con una botella de agua helada, una gaseosa, un daiquiri o un típico mojito cubano. Era demasiado... Hasta en eso habían pensado los amigos cubanos.

Nos acomodamos rápidamente. Los hombres dormirían en la casa (eran mayoría) y las mujeres (éramos 5), dormiríamos afuera, en carpas. Tuve la inmensa suerte de compartir la carpa con Lisanka, una periodista cubana ex-combatiente en Angola, gran amiga e increíble relatora de historias interesantísimas. Pasamos varias noches en vela mientras nos «interrogábamos» mútuamente sobre nuestros respectivos países. Aprendí mucho de esta mujer que nació veinte años antes de la revolución, en el seno de una familia acomodada y decidió quedarse en Cuba cuando su familia salió de la isla.

El barco que nos llevó hasta ahí, permanecería en el muelle para prestarnos la ducha que también se convirtió en nuestro más preciado bien. La verdad es que nunca había estado tan cómoda en pleno campo. Dormía sobre un colchón, en una carpa con mosquitero, rodeada de gente amabilísima, contaba con una ducha, escuchaba música excelente (y a pedido) y hasta bebidas y trago, habían puesto a nuestra disposición. ¡Los colegas «cocodrileros» ausentes jamás me lo iban a creer!

Al día siguiente, comenzó el trabajo. Nos dividimos en equipos de trabajo y realizábamos dos salidas diarias. A la mañana temprano, íbamos hacia los lugares de nidificación a contar huevos o recién nacidos y desechar a los muertos o a los huevos infértiles. El refugio nos tenía reservada una sorpresa maravillosa: la población de cocodrilos cubanos es quizás una de las más grandes del mundo y las condiciones para nidificar son ideales, así que desde el primer día nos quedamos estupefactos con la cantidad de nidos y neonatos que censamos. Para todos los investigadores extranjeros, esto marcó un récord nunca imaginado. Cuba debe ser algo así como el paraíso de los cocodrilos y, por ende, de los cocodrileros también. No en vano, la isla tiene la forma de un cocodrilo, debimos haberlo previsto...

Por las tardes, nos reuníamos en una mesa de trabajo al aire libre, para discutir los resultados obtenidos por cada grupo de trabajo durante esa mañana de conteo e investigación. Extrañamente, durante cuatro de las cinco reuniones, llovió y tuvimos que correr adentro de la casa cargando mapas, instrumentos y anotaciones. De alguna manera, la naturaleza se burlaba de nuestro intento de cuantificar su grandeza... Luego amainaba y era hora de salir a realizar el censo nocturno de los cocodrilos que habitan las playas y esteros. Para esto, es necesario que, cada grupo cuente con un bote (sin motor o con uno muy silencioso), una o más linternas y alguien con buena vista. El que tiene la linterna va en la proa, iluminando la superficie del agua cercana a la vegetación mientras otro cuenta los «pares de ojos» iluminados con la linterna. Sucede que los cocodrilos poseen un «tapetum lucidum» en los ojos, que no es otra cosa que una membrana que refleja la luz que se proyecta sobre ella. Así, un arroyo tranquilo y pacífico durante el día, se transforma en un «hervidero de cocodrilos» durante la noche, sólo con la ayuda de una linterna... Estos censos podían durar horas, dependiendo de la cantidad de cocodrilos en cada lugar. Por lo general, regresábamos al refugio alrededor de las 11 o 12 de la noche para proceder a una corta sesión de chistes antes de dormir.

Creo que aprendimos mucho en esos 15 días en Cuba. Dos semanas nunca serán suficientes para conocer a fondo un lugar, pero las circunstancias que vivimos nos dieron como un «curso acelerado» de experiencias cubanas. Por ejemplo,tuvimos oportunidad de departir con escolares cubanos y quedé muy impresionada con ellos. Los alumnos estaban presentes en cada lugar que visitamos, ofreciéndonos conciertos, exposiciones y representaciones teatrales. Incluso llegaron una tarde de lluvia hasta el refugio, para darnos una charla sobre los cocodrilos cubanos. Eran niños entre 10 y 12 años que manejaban conceptos muy complejos sobre ecología, urbanismo, salud y educación ambiental. Respondieron a las preguntas de los investigadores con gran destreza y amplitud de criterio. Preguntaron, discutieron y departieron largo rato con nosotros mientras sus ropas se secaban junto al fuego. Partieron entrada la noche, de regreso a su pueblo, para contar sus experiencias con los cocodrileros en la reunión de sus «talleres de interés», una suerte de «clubes» de estudiantes agrupados bajo un tema de interés común.

Estoy segura que regresaré a Cuba. Se harán otros talleres y ya fui invitada a uno de ellos. También es posible que la reunión mundial del 2000 se realice en Cuba y ahí estaré. Pero ahora ya sé qué esperar, ya conocí la hospitalidad de los cubanos que habitan esa suerte de cocodrilo gigante.

Volveré a Cuba, pero habré perdido el asombro de la primera mirada; la sorpresa ante la riqueza humana, geográfica y faunística de este país extraordinario poblado por gente pujante y cocodrilos prehistóricos. V


(*)Ana María Trelancia , bióloga y escritora peruana. Vive en Lima




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