por
Jerónimo Brignone
Los
amantes de la cultura griega hemos sido atrapados desde distintos lugares en la
intrincada y maravillosa red de elementos diversos que componen a esta rica
civilización: algunos, desde chicos, por su mitología, o por el atractivo de
su arte perenne tal como nos lo muestran las enciclopedias; otros, a partir de
un accidental pero definitorio pasaje turístico por su mágica geografía; los
hay quienes, por supuesto, por su filosofía, y hasta algunos por su cocina.
Pero son la música, y particularmente, las danzas, algunos de los factores que
más han cautivado al extranjero y lo han llevado a formar parte de la
millonaria y milenaria hueste de filohelenos.
Sea
por haberlas visto en las conocidas películas Nunca en Domingo, Zorba el Griego, Mi gran casamiento griego o
inclusive la argentina Cenizas del Paraíso,
sea por haberlas presenciado en alguna taberna en Grecia o en el propio país de
uno, hay algo en su ritmo y sus imágenes que pareciera rozar lo arquetípico y
transportarnos a un plano tan universal como individual, y tan sublime como
vital. Personalmente, una de las experiencias que más me impactaron y sellaron
de un modo imborrable mi vínculo con lo helénico fue la primera noche en una
taberna griega local (la de Takis Delénkas, cuando estaba en la calle
Montevideo), en la que, además de los ritmos sobrenaturales, me impactó
particularmente la variedad de enfoques y actitudes de los asistentes al local:
cada uno tenía derecho, si así lo quería, a su momento de protaganismo; y a
las danzas individuales, o de dos o más, le sucedían rondas variadas en las
cuales convivían libremente familias enteras -niños y ancianas incluidos-,
marineros, coperas, empresarios, gitanos de aspecto marginal y curiosos recién
llegados (como yo): un verdadero ejemplo de pluralidad y convivencia que me
parecieron un modelo social harto deseable y evocativo del pluralismo que
caracterizó a la época helenística y a Grecia en particular. Mis posteriores
visitas a ese país jamás contradijeron mi percepción (al contrario), y, de
nuevo, a título puramente personal, es esa imagen lo que sigue sosteniendo mi
particular relación con esta cultura (otra gran sorpresa fue la de estar siendo
iniciado alguna vez en la India en unas danzas sagradas tomadas de las pesquisas
de Gurdjieff, y encontrarme haciendo ¡exactamente
secuencias enteras del jasápico!).
La
danza siempre ha caracterizado al hombre griego, en cuanto expresión individual
y motivo de encuentro social. La gran militante de nuestros tiempos para la
recuperación y estudio de los cientos de variantes locales ha sido la
legendaria Dora Stratou. El presente
artículo no pondrá tanto el énfasis en estas particularidades folklóricas
(por otro lado, fascinantes), sino en las danzas que podemos ver habitualmente
en una taberna típica o en una fiesta de colectividad. Es decir, aquellas que
suelen bailar el ciudadano griego promedio. Haré aquí entonces una breve
referencia al zeimbékikos, el jasápico,
el kalamatianó, el chiftetéli,
el sérvico, el chámico y el sirtó nisiótico.
Es
una danza individual, al principio bailada solamente por hombres
(particularmente marineros, característicamente retratados por el pintor Tsarujis). Alguna vez se lo llamó también “danza del borracho”, no precisamente
porque estuviera en ese estado el bailarín, sino por los movimientos
aparentemente no lineales ni acompasados que, en muchas ocasiones, son
realizados alrededor de un vaso de vino en el suelo, como en una especie de
ritual reconcentrado. Los pasos no están necesariamente codificados, y suelen
surgir libremente del particular estado emotivo del intérprete, así como del
ritmo, deliberadamente irregular: nueve tiempos (corchea - negra - corchea, dos
negras, corchea - negra - corchea, tres negras; el factor “desestabilizante”
es la tercera negra final). También se la ha llamado “danza del águila”,
porque en muchas ocasiones el intérprete mantiene los brazos en una posición
que asemeja a la de esa ave, amén de evocar la metáfora universal de libertad
que le es propia. Muchas veces otros participantes forman una ronda a su
alrededor, agachados, acompañando con palmas su deambular y el ritmo tan
particular.
Los
zéimbeks eran una tribu no turca que vivía en las áreas montañosas cercanas
a las costas egeas cerca de Esmirna. Como los kléftes de la Grecia continental
anteriores a la guerra de la independencia, eran un problema para las clases
superiores de la turcocracia. Eventualmente, del mismo modo que los kléftes
fueron armados para proteger a la gente de los salteadores, los zéimbeks también
se convirtieron en una fuerza protectora. Por esta razón a menudo se los llamó
también Evzónes, porque estaban armados hasta los dientes y usaban (si bien en
la infantería ligera turca) el atuendo de la infantería griega que lleva ese
nombre.
Los
pasos son lentos y deliberados, altamente personales y expresivos de una emoción
profunda a partir de figuras y pasos individuales e imprevisibles que aparentan
una gran concentración, con súbitos exabruptos de giros, retrocesos, caídas
truncas, saltos y golpes de talón. La música es, para muchos, lo mejor y más
característico de la rembétika (musica griega).
La
danza más típicamente griega, su nombre deriva de jasápis, es decir, “carnicero”, y lo bailaban hace siglos
característicamente los miembros de ese gremio en el mercado (agora)
de Constantinopla durante el imperio bizantino. El ritmo es de cuatro por
cuatro, y fue influenciado modernamente en gran medida por el tango y la
canzonetta italiana. Se suele bailar de a dos o, máximo, tres personas (cuando
no uno sólo), quienes están lado a lado tomados del hombro (el brazo libre
habitualmente extendido hacia los costados a la altura del hombro y con la mano
en posición de chasquear los dedos) y van haciendo figuras muy precisas
sincronizadas, consistentes en un “básico” y variaciones bastante
formalizadas en general, pero que van combinando libremente según la indicación
de uno de ellos mediante sutiles y codificados toques en el hombro.
Danza
ciudadana y típica de taberna, también muy popular entre los marineros, se lo
llamó asimismo por ello Naftikó (naftis
= marinero), así como Sirtáki (nombre
popularizado en Francia a partir de los films mencionados). Un tema muy conocido
es el de Nunca en domingo. En varias ocasiones, el tema musical y la danza se combinan luego con el sérvico,
en cuyo caso se lo denomina jasaposérvico
(tal como la popular danza de Zorba).
El
así llamado “baile nacional griego”, muy popular en todo el país, su
nombre deriva de la zona de Kalamata, en el sur del Peloponeso. Es una ronda
grupal en la cual los participantes están apenas tomados de la mano (con los
codos blandamente flexionados hacia abajo), y generalmente la persona en la
punta lidera haciendo figuras elaboradas (muchas veces blandiendo un pañuelo, y
de ahí viene en parte el nombre de la danza, ya que Kalamata fue históricamente
famosa por su producción de pañuelos y mantillas de seda) y conduciendo al
conjunto hacia su derecha de aquí para allá, armando “puentes” entre los
participantes, etc. Uno de los temas más conocidos es la Samiótisa
(“Mujer de Samos”).
El
ritmo es de siete tiempos rápidos (tres corcheas y dos negras), con tres
acentos fuertes (la primera corchea y las dos negras: un dos tres un dos un
dos). Por lo tanto, cuatro compases arman una secuencia de doce tiempos
fuertes que se corresponden con los doce pasos del baile: 1, sale pie derecho
hacia la derecha; 2, cruza el izquierdo por detrás; 3, derecho hacia la
derecha; 4, izquierdo cruza por delante (en rigor, un saltito carácterístico
de derecha y luego izquierda en el mismo tiempo); 5, derecho hacia la derecha;
6, izquierda cruza por detrás; 7, derecho hacia la derecha; 8, izquierdo cruza
por delante; 9, paso derecho en el lugar; 10, izquierdo hacia la izquierda; 11,
derecho cruza hacia izquierda; 12, paso izquierdo en el lugar. Hay variaciones,
tales como giros, etc. Contado así suena, por supuesto, complicado; pero no lo
es de ningún modo. ¡En todo caso, acoplarse a la ronda e intentar seguir a los
de al lado!
Se
suele escribir Tsiftetéli, dado que
los griegos no tienen la grafía para el sonido español “ch”, pero la
palabra es de origen turco. El término es una expresión musical que refiere a
“par de cuerdas”, en este caso del violín, afinadas al unísono o con
intervalo de una octava. Está relacionada con la arcaica Danza del Vientre
oriental, con antecedentes tan ilustres como la danza de la Salomé bíblica y,
antes todavía, las danzas sagradas de las sacerdotisas de los diversos cultos
de India y Asia Menor.
De
carácter alegremente sensual, se suele bailar en pareja (habitualmente, hombre
y mujer), o una mujer sola. El ritmo de dos tiempos, simple y sincopado (corchea
- negra - corchea, dos negras) es caraccterísticamente oriental, tal como el de
la música árabe y turca más populares de hoy; pero cabe aclarar que es un género
inmensamente difundido en la Grecia moderna, con mucha producción local.
Generalmente el hombre tiene movimientos más comedidos, y la mujer, en un
estilo libre, imita las habituales figuras de la odalisca.
También
llamado jasápico rápido, sirtáki, cérvico
(con la “c” pronunciada como “ch”, a la italiana), etc., es un ritmo
de dos por dos muy rápido (que a veces es en serio de seis por ocho muy rápidos);
y dicha rapidez fue asociada por el griego como similar a las danzas de los
servios (también se lo ha llamado por ello slavikó,
rusikó o rumanikó). Como sea, es
una danza de ronda muy popular, tomados de los hombros, cuyo paso básico es muy
fácil (aunque no tanto las variaciones piruetísticas que exhiben muchos
danzarines).
Seis
pasos: 1, pie derecho hacia la derecha; 2, izquierdo cruza por detrás;
3, pie derecho hacia derecha; 4, izquierdo hace patada hacia la derecha
arriba; 5, apoya izquierdo; 6, derecho hace patada hacia la izquierda. Se hace
caminado o saltado, sobre todo cuando va aumentando la velocidad del ritmo, tal
como en la segunda parte del conocido tema de Zorba,
o en el tema musical de la película Z.
El
término Tsámiko deriva de los
ropajes usados habitualmente por los kléftes
(ladrones), es decir las bandas armadas de montañeses cuya acción fue decisiva
en la Guerra de la Independencia griega. Cuenta la leyenda que sus movimientos
pausados son idénticos a los de las danzas recreativas de los soldados macedónicos
de Alejandro Magno, con sus pesadas vestimentas, y, todavía hoy, es una danza típicamente
masculina.
Es
una ronda en la cual el individuo que lidera en el extremo derecho hace en un
momento determinado complicadas piruetas, habitualmente impresionantes, en un
alarde de virilidad. El ritmo es vigoroso, y su estructura, idéntica a la de la
zamba argentina (seis por ocho: corchea con puntillo - semicorchea - dos
corcheas - negra).
Nisí
quiere
decir en griego “isla” (piénsese en la “Polinesa”, “Indonesia”,
etc.). Es decir, es una danza muy típíca de las islas. Es un dos por dos muy rítmico,
danza grupal en ronda en cierto modo similar al kalamatianó,
con ligeras variantes en algunos de sus pasos. Es probablemente la danza griega
más antigua de todas las mencionadas.
Por
supuesto que con este breve escrito no hemos pretendido cubrir todas las danzas
griegas, tarea ardua, sino imposible, en este contexto. El objetivo ha sido,
como dijéramos antes, el de dar una introducción a las más conocidas y
populares hoy en ese país y entre los griegos de la diáspora. Confiamos en que
la información pueda ser de interés a los que las hayan presenciado alguna
vez, y tengan proyectado volver a visitar alguna taberna, cantina o fiesta de
colectividad y, ojalá, participar de sus danzas.
Para
quien quisiera profundizar el tema en términos prácticos, todas las
colectividade suelen ofrecer cursos de danzas griegas a precios accesibles (Grecia en Buenos Aires). Asimismo Cariátide auspicia las
clases del reconocido Prof. Jorge Dermitzakis.