por Gonzalo Arellano

DURMIENDO BAJO UNA FRAZADA DE CARTONES

Decenas de indigentes viven a diario entre la pobreza y la decadencia en el Barrio Puerto de Valparaíso.

En los alrededores de la Iglesia La Matriz, la vida de algunas personas es verdaderamente denigrante, nos referimos a los indigentes que habitan diariamente el sector, muchas veces con el sólo afán de sobrevivir a una vida cada vez más dura. Es ahí donde cientos de historias convergen en un sólo lugar, viviendo de la limosna de algunos y de la misericordia de otros, los cuales con el sólo afán de ayudar, les brindan la posibilidad de alimentación a los más necesitados.
Si realizamos el ejercicio de pensar en vivir o pasar las noches a la intemperie, nos significaría una cantidad muy amplia de carencias de todo tipo, ya sea alimentación, abrigo y cariño, sentir el calor de una familia y tener un lugar a donde llegar después de una extenuante jornada.
Pero como en la vida no todo puede ser tan malo, existe un grupo de personas que ayuda diaria y desinteresadamente a los más necesitados, nos referimos a recintos como El Ejército de Salvación, La Iglesia la Matriz y la Casa de Acogida 421, en donde los voluntarios se encargan de brindar alimentación, abrigo, aseo y compañía a los indigentes del sector.

EN TERRENO
Al darse una vuelta por los alrededores de la iglesia, nos encontramos con un sitio baldío, en el cual había una especie de “habitación” y en ella Mirta, quien vive en el sector hace 15 años. Nos narra que tiene 38 años y desde los 14 que vive en la calle, añade que ya está acostumbrada a ese tipo de vida, aunque algunas veces pase frío, sobre todo en el invierno y sus brutales lluvias, pero a pesar de ello, dice ser feliz “ya me he resignada a estar aquí. Una vecina me ayuda de vez en cuando y en la Casa de Acogida 421 me dan comida. En las noches, me abrigo con algunas latas”. Al contarnos acerca de su vida, nos dice que “tengo dos hijos, una de 24 y otro de 8, pero no los veo nunca, ya que me da vergüenza mi condición. Aunque tengo familia, no cuento con ella y soy verdaderamente feliz en la calle, es una forma de vivir que me ha enseñado mucho, aunque no sé leer ni escribir. Cuando tengo ganas de tomarme un “copete”, “macheteo”, así es como vivo. También pudimos conversar con Ricardo Guerra (el cual estaba con un leve grado de ebriedad), quien reside a la intemperie, sobreviviendo de la limosna de la gente. Ricardo tiene 60 años y llegó al sector hace tres años, engañado por su hermano, según él, quien dijo que lo traería para brindarle un mayor futuro, pero no fue así, ya que acá encontró sólo miseria y el abandono de este último “yo era del norte, allá tengo hijos y una esposa, pero no los veo hace mucho tiempo y no saben que estoy aquí en estas condiciones, me da vergüenza y ahora dependo de la iglesia y de la Casa de Acogida 421, donde me dan comida y aseo”... [continuar]







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