El
Riesgo Político
Cómo
analizar y evaluar los riesgos políticos
Buenos Aires - Febrero 2001
INDICE
Hay varias definiciones del concepto
de "riesgo" pero la gran mayoría concurre en hacerlo equivalente
a incertidumbre. Más específicamente: nuestra representación
más inmediata del riesgo es la incertidumbre - o ignorancia - respecto
de un evento desfavorable para nuestra actividad o para nuestras intenciones.
Esencialmente, hay riesgo en
cuanto a un determinado evento cuando no sabemos o no podemos determinar
alguna, o varias, de las siguientes cuestiones:
-
Si puede ocurrir en absoluto
(incertidumbre de factibilidad)
-
Cuando ocurrirá
(incertidumbre de tiempo)
-
Dónde ocurrirá
(incertidumbre de lugar)
-
Cómo ocurrirá
(incertidumbre de modo)
-
Cuantas veces en una determinada
unidad de tiempo ocurrirá (incertidumbre de frecuencia)
-
Cuanto daño producirá
(incertidumbre de severidad)
Más allá
de su definición, el riesgo es percibido como un obstáculo
que se interpone entre la actividad y el objetivo perseguido por esa actividad.
En el caso de la política, la actividad se relaciona con el Poder
de conducir a un organismo político hacia objetivos voluntariamente
definidos y, por consiguiente, constituirá un riesgo todo aquello
que amenace con hacer fracasar, ya sea el ejercicio de las funciones políticas,
ya sea el logro de dichos objetivos, ya sea ambas cosas simultáneamente.
Definiendo el Poder como la capacidad de incidir
efectivamente en el destino o devenir de un organismo político
- y a la política como la actividad relacionada con ese Poder -
se sigue que el riesgo político se relaciona con el Poder. De un
modo concreto: se relaciona con la actividad que las personas, movidas
por su voluntad de Poder, desarrollan con la finalidad de incidir en el
destino de un organismo político.
Por ser una actividad necesaria y específicamente
humana (sin seres humanos no hay política), la acción política
resulta ser siempre consecuencia de decisiones humanas tomadas dentro
del marco de una determinada cuantía de libertad o discrecionalidad.
Al ser la actividad el fruto de decisiones - más o menos - libres,
los riesgos del ámbito político son en su gran mayoría
consecuenciales, como oposición a los riesgos causales, accidentales,
súbitos, catastróficos o "actos de Dios". tales como p.ej.
un terremoto, la erupción de un volcán, un huracán,
una sequía, una inundación, una epidemia, etc. etc.
Queda sobreentendido que los riesgos catastróficos,
independientes de la voluntad del hombre, también pueden incidir
en la actividad política, principalmente por la gran cantidad de
personas y daños materiales que generalmente involucran. Sin embargo,
no constituyen riesgos políticos propiamente dichos, puesto que
no se hallan directa ni necesariamente relacionados con una cuestión
de Poder.
Dentro del contexto de un organismo político
- como podría ser el de un Estado - o dentro de un sistema de organismos
políticos - como sería, por ejemplo, el de una región
o configuración internacional políticamente organizada -
el Poder nunca es el objetivo de una sola persona o un sólo organismo.
Por lo tanto, desde el momento en que la actividad política se
realiza siempre en el contexto de una pluralidad de actores antagónicos,
la mera existencia de esta multiplicidad ya constituye un riesgo en si
y de por si. En la realidad, esto se traduce en una carencia de cadenas
consecuenciales simples y lineales. En la enorme mayoría de los
casos prácticos, la decisión política puede generar
toda una gama de consecuencias; algunas de ellas previsibles y otras muy
difíciles o hasta imposibles de prever.
Esto hace que la política se parezca
mucho más a una partida de ajedrez que a un juego de ruleta rusa.
En la ruleta rusa, el riesgo de jugar presupone la ignorancia de la exacta
ubicación de la bala (1)
y el acto de gatillar puede producir dos - y sólo dos - resultados
consecuenciales posibles e inmediatos: se gana (el arma no se dispara)
o se pierde (el arma se dispara). En el ajedrez, todas las piezas están
sobre el tablero; no hay piezas ni amenazas ocultas y las consecuencias
de mover una pieza sobre el tablero pueden ser, por regla general, múltiples.
Sólo en situaciones muy especiales - generalmente hacia el final
de la partida cuando la relación de Poder ya está definida
- es posible que una sola jugada decida el resultado.
Dado este contexto general, corresponde
aislar y analizar los momentos políticos más importantes
y los riesgos asociados con ellos.
Dentro de lo que es la política
como actividad en relación con el Poder, resulta posible aislar
analíticamente tres "etapas", "momentos", o situaciones-clave.
Desde la abolición de
los sistemas monárquicos absolutos nadie nace con Poder. Aún
dentro de una dinastía monárquica, se podría llegar
a sustentar la tesis de que incluso el príncipe heredero - si bien
disponía de una innegable ventaja inicial - en realidad no nacía
con Poder. Nacía en el centro de un entorno de Poder, pero debía
ganarse su puesto en ese centro ante la rivalidad presentada por las intrigas
de la corte y las aspiraciones nunca acalladas de los demás nobles.
Aún en la época de los monarcas absolutos se podía
nacer rey pero carecer de verdadero Poder, como lo demuestra una infinidad
de casos históricos concretos. Todo esto apunta a que hay una etapa
previa de adquisición del Poder. Más allá del análisis
y de los ejemplos concretos que pueden citarse, todo político sabe
que el Poder no se regala; hay que conquistarlo.
Pero así como el Poder
es disputado en su adquisición, también lo es en su ejercicio.
Eso es algo que también sabe todo político: una vez conquistado
el Poder, no es cuestión de sentarse sobre los laureles que otorga.
Nunca hay, en realidad, verdaderos "vacíos" de Poder en política.
En el mismo instante en el que una posición de Poder declina, sus
enemigos concurrirán inmediatamente a ocuparla. Y, si no declina,
estarán permanentemente en la tarea de debilitarla para que decline
y pueda ser conquistada. A la etapa de la conquista del Poder sigue, pues,
necesariamente la etapa siguiente orientada a la defensa, conservación
y consolidación de la conquista.
Por último, siendo toda
la actividad política esencialmente dinámico-antagónica,
tampoco el Poder consolidado carecerá de enemigos. La neutralización
de los mismos será, muchas veces, la mejor garantía para
su conservación y supervivencia. De este modo, la expansión
del Poder surge frecuentemente como una de las vías que conducen
a su consolidación o - viceversa - la consolidación del
Poder puede requerir la expansión como una medida necesaria. Más
allá, por supuesto, de una vocación específica, intencionalmente
orientada a aumentar el Poder, que también existirá en la
voluntad de quienes lo ejercen puesto que, si no tuviesen esa voluntad,
no lo hubieran conquistado en primer lugar y tampoco se hubieran tomado
el trabajo de consolidarlo.
Cada uno de estos momentos
de la actividad política se halla caracterizado por una constelación
de riesgos específicos.
Ni las luchas por el Poder suceden
en el vacío, ni hay realmente vacíos de Poder - más
que de una manera muy excepcional y por tan poco tiempo que los ejemplos
disponibles se vuelven irrelevantes para el análisis. Por lo tanto,
al iniciarse una actividad orientada a la conquista de una posición
de Poder, la misma se hallará, por regla, ocupada. Esto significa
que la conquista del Poder supone, en la enorme mayoría de los
casos, desposeer de Poder a quien lo ha poseído hasta ese momento.
Toda conquista de Poder presupone una abdicación.
Por otra parte, también
es observable que la cantidad teóricamente disponible de Poder
- el quantum de Poder - en un sistema político, para un
momento determinado, es una magnitud no sólo finita sino, además,
constante. La capacidad para incidir en el destino de un organismo político
nunca es ilimitada. De serlo, se aproximaría y hasta podría
llegar a confundirse con el Poder divino. Pero, siendo limitada, la experiencia
demuestra que, además, es constante en el momento de la toma de
una decisión política. El Príncipe - para llamar
con su denominación tradicional al individuo que representa la
máxima concentración de Poder dentro de un sistema u organismo
político - no sólo no "puede" hacer cualquier cosa
sino que, además, la cantidad de cosas que "se pueden" hacer,
en absoluto, dentro de ese sistema u organismo son limitadas, siendo que
la experiencia indica que la limitación, en un momento histórico
determinado, es válida para todos los contendientes y resulta,
por lo tanto, constante. (2)
De lo anterior se sigue que,
para que la lucha por el Poder sea posible en absoluto, una de las condiciones
necesarias es que el Poder establecido no haya acaparado para si la totalidad
del quantum de Poder disponible. Desde el momento en que, por lógica,
hay que disponer de cierto Poder para luchar por una posición de
Poder y desde el momento en que, como hemos visto, el quantum disponible
en un sistema es limitado y constante, la condición previa y necesaria
para que exista en absoluto la posibilidad de una lucha por el Poder es
que quien lo ejerce no lo concentre en su totalidad. De suceder así
- y éste es un objetivo al que tienden los sistemas hegemónicos
en el orden internacional y los sistemas totalitarios en el orden interno
- la lucha por el Poder se tornaría imposible puesto que, en un
caso como éste, los enemigos del Poder establecido se quedarían
sin capacidad alguna para luchar. De hecho, es muy raro, y acaso hasta
prácticamente imposible, que alguien - sea individuo u organismo
- logre concentrar realmente la absoluta totalidad del Poder disponible.
Pero la tendencia existe y éste es, quizás, el primer riesgo
a considerar por parte de los protagonistas de un sistema político,
a saber: el riesgo de iniciar una lucha sin el mínimo indispensable
de Poder; sin la "masa crítica" mínima necesaria para garantizar
al menos alguna razonable probabilidad de éxito.
La lucha por el Poder y su eventual
conquista se producen, pues, en un marco de las siguientes características
básicas:
-
Posiciones de Poder preexistentes
y establecidas.
-
Diversidad de competidores
sobre el mismo objetivo.
-
Posibilidades de acción
y de opción limitadas
-
Magnitudes de Poder constantes
-
Necesidad de una magnitud
de Poder mínima para iniciar la acción.
Considerando las características
básicas apuntadas (sin la pretensión de haber sido exhaustivos),
los principales riesgos que cabe considerar son los siguientes:
-
Elegir al enemigo
equivocado: Si bien el impulso primario para el que inicia
una lucha por el Poder es considerar como enemigo al poseedor del
Poder establecido; este impulso primario puede estar fundamentalmente
errado. En la estructura de un Poder establecido siempre hay una dimensión
formal (compuesta por la estructura que posee los atributos del Poder)
y una dimensión real (formada por la estructura controladora
de las capacidades concretas del Poder). A veces ambas dimensiones
coinciden en una misma estructura. Frecuentemente, sin embargo, no
sucede así. Uno de los riesgos es confundir atributos con capacidades,
lanzando la ofensiva contra un Poder formal cuando, en rigor, el Poder
real está en otra parte.
-
Elegir al aliado
equivocado: Tanto la "masa crítica" para iniciar una
lucha por el Poder como el quantum necesario para conservarlo,
se obtienen frecuentemente mediante un - a veces muy complejo - sistema
de alianzas. Es raro que el fuerte sea tan fuerte como para poder
serlo en soledad. El sistema de alianzas puede estar orientado a lograr
una determinada hegemonía (3);
o bien puede perseguir la búsqueda de un equilibrio entre las
fuerzas antagónicas dejando a la fuerza propia en posición
de tomar la decisión que producirá el desequilibrio
en el "fiel de la balanza" (4).
Dentro de una constelación de alianzas, el riesgo es el de
elegir a un aliado que resta más de lo que suma, puesto que
al aceptar a un aliado se lo hará siempre con beneficio de
inventario: junto con el aliado se aceptarán también,
inevitablemente, todos los enemigos de ese aliado. De allí
el antiguo proverbio oriental que dice: " el mejor de mis aliados
es el más débil de mis enemigos", puesto que - siendo
el más débil de todos - es el que probablemente menos
enemigos adicionales me acarreará.
-
Elegir el terreno
equivocado: La lucha política puede ser planteada en
diferentes terrenos, cada uno con sus respectivo arsenal de argumentos
y recursos. La acción puede plantearse en el terreno de las
ideas, doctrinas o ideologías; puede plantearse en el terreno
de las estratificaciones sociales o clases que segmentan a la sociedad
con una diversidad de intereses y aspiraciones; puede plantearse en
el terreno de las ventajas o desventajas económicas que sirven
de base a un bienestar general; puede estar planteada en términos
de carisma o liderazgo personal; puede incluir reivindicaciones históricas
y apelar - o no - a orgullos, filias o fobias etnoculturales y - sin
haber pretendido agotar la lista - puede, incluso, plantearse con
varios de los factores mencionados en proporciones variables. La cantidad
de consenso, o mejor dicho: el quantum de Poder por consenso
que se puede obtener en cada uno de estos terrenos suele ser sumamente
variable. El riesgo aquí es plantear la lucha en un terreno
de relativamente poco consenso - o con argumentos y herramientas poco
aptas para lograrlo - dejándole al enemigo la posibilidad de
cosechar todo el consenso remanente; a veces hasta "por descarte"
y sin necesidad de realizar un gran esfuerzo.
-
Elegir el momento
equivocado: Aunque resulte algo difícil de definir
y de explicar, es sabido y universalmente aceptado que las situaciones
políticas tienen la virtud de "madurar" (5).
Cuando es que una situación política ha madurado para
la acción y cuando es que la misma resulta prematura o tardía,
eso es algo que pertenece más a la esfera del arte de la política
que a la esfera del análisis empírico. Es casi imposible
dar reglas al respecto y, decididamente, el fenómeno no obedece
a leyes naturales expresables en términos matemáticos.
Lo concreto es que decisiones políticas absolutamente inviables
en un momento determinado pueden llegar a ser instrumentadas con un
grado aceptable de dificultad apenas una o dos décadas más
tarde. A veces los consensos deben ser construidos progresivamente.
A veces las situaciones desfavorables no son percibidas como tales
hasta que no se logra un determinado grado de deterioro. A veces el
prestigio del Poder establecido debe sufrir cierto desgaste para que
se lo pueda desafiar con éxito. Cuando ninguno de los contendientes
ha cometido un error, a veces hay que saber esperar a que el enemigo
cometa el primero. En cualquiera de estas situaciones - y en una casi
infinidad de otras que podrían citarse - la decisión
del momento de actuar (6) resulta
crítica. El riesgo, por consiguiente, es el de no percibir
el momento adecuado - o de percibirlo mal - y actuar "a destiempo",
o sea: antes o después de la apertura de la "ventana de oportunidad".
-
Elegir el método
equivocado: Desde Maquiavelo - un autor que tiene muchísimos
más partidarios que los confesados - sabemos que, en política,
el éxito justifica los medios utilizados para obtenerlo (7).
El concepto es, incuestionablemente, amoral pero - al margen de la
cuestión ética en la que aquí lamentablemente
no podemos entrar - lo concreto y verificable en innumerables casos
reales es que, si bien el éxito podrá justificar medios
de dudosa moralidad, ningún fracaso justificará los
métodos más puros y nobles al servicio de los ideales
más excelsos. Hay pocas cosas más ingenuas en política
que aquello de "ni vencedores, ni vencidos". En política,
como en cualquier actividad realmente competitiva, siempre hay vencedores
y siempre hay vencidos, aun cuando el vencedor se comporte de un modo
magnánimo y no humille o no elimine físicamente a los
derrotados. El riesgo de elegir el método equivocado es sencillamente
la derrota. Una derrota de la que costará tanto más
recuperarse cuanto más Poder se hallaba involucrado en la disputa.
El Poder político nunca
es indiscutido. Aun en el supuesto caso de un organismo político
que consiguiese acaparar la totalidad del Poder disponible, la situación
emergente le quitaría a los enemigos de dicho Poder solamente la
posibilidad de actuar. No conseguiría, sin embargo, eliminar
la probabilidad de una contienda desde el momento en que hay una
gran distancia entre el "no poder" luchar por falta del mínimo
de Poder indispensable y el "no querer" luchar por falta de la voluntad
de Poder correspondiente.
De este modo, quien ocupa una
posición de Poder - incluso disponiendo de la "suma del Poder público"
- nunca estará exento de riesgos. Los principales a considerar
son los siguientes:
-
Pérdida de
la base de sustentación: el Poder político no
es una magnitud individual. El Poder de una persona, en tanto individuo
aislado, es siempre ínfimo en comparación con el Poder
que le es inherente en tanto líder, jefe, conductor, funcionario
o hasta simple miembro de una organización política.
El Poder político es social por naturaleza, por necesidad y
por finalidad. Lo es por naturaleza porque un solo ser humano no puede
hacer política por la misma razón por la que no se puede
jugar al ajedrez contra uno mismo. Lo es por necesidad ya que un individuo
no puede acumular tanto Poder como para, por si sólo, lograr
la obediencia de - acaso - millones de otros seres humanos. Y lo es,
por finalidad puesto que no hay objetivos políticos por fuera
de la sociedad sino siempre en ella, por ella y para ella (8).
En este contexto el riesgo es perder esa suma, conjunto o amalgama
de voluntades que acompaña a la voluntad de Poder principal
y que se basa en consensos, simpatías, atracciones, y - muchas
veces - hasta en simples adhesiones irracionales despertadas por una
personalidad fuertemente carismática.
-
Pérdida de
la legitimidad: La única forma de legitimar el Poder
político es adecuándolo a su funciones específicas
de síntesis, previsión y conducción de la comunidad
(9). Es en la medida del
cumplimiento eficaz de estas funciones; o bien y más específicamente:
es en la medida del éxito concreto logrado en dicho cumplimiento,
que el Poder será legítimo. Aquí lo importante
es no confundir, como frecuentemente sucede, legitimidad con legalidad.
Legalidad es adecuación a las normas, usos, costumbres o tradiciones
vigentes. Legitimidad es adecuación a la función. El
riesgo de la pérdida de legitimidad está dado por la
imposibilidad, incapacidad o ineptitud de cumplir con las funciones
inherentes al Poder político ya que, de manera inevitable,
un Poder incapaz, inepto, ineficiente o ineficaz será percibido
como esencialmente ilegítimo.
-
Pérdida de
confiabilidad: Una parte sustantiva de la legitimidad política
se basa en relaciones de lealtad y confianza mutuas. Sobre todo, la
función de previsión, orientada al diseño de
un futuro en términos necesariamente positivos (10)
debe tener la capacidad de engendrar confianza,
fe, esperanza; en una palabra: expectativas afirmativas y satisfactorias
respecto del porvenir. No importa cuan graves, complejos o dolorosos
sean los problemas del presente; un Poder seguirá siendo considerado
legítimo si mantiene su capacidad de convocar voluntades sobre
la base de un proyecto a futuro; en tanto que este proyecto sea percibido
como intrínsecamente viable y en tanto se mantenga la confianza
en el Poder para concretar la propuesta. Y viceversa: no importa cuan
buena sea la coyuntura para el organismo político; no importa
cuan buena sea su situación o posición actual: la legitimidad
del Poder comenzará a resquebrajarse en el preciso momento
en que se pierda la confianza en su capacidad para sostener, mantener
y aun mejorar el status quo. El riesgo de la pérdida
de confiabilidad significa la posibilidad de perder la convicción
en la capacidad del Poder para cumplir con sus funciones específicas,
y esto aun cuando momentáneamente las esté cumpliendo
de un modo razonablemente satisfactorio.
-
Pérdida de
credibilidad: Estrechamente emparentado con el anterior, este
riesgo se refiere a un matiz que es importante diferenciar. La pérdida
de confiabilidad se produce cuando se pierde la esperanza en que el
Poder cumpla con sus funciones. La pérdida de credibilidad
se produce cuando se sabe (o se cree saber), y existen (o se cree
firmemente en la existencia de) pruebas concretas de que el Poder
persigue objetivos total o parcialmente ajenos a los de su función
específica. En este último caso, lo que se pone en duda
no es tanto la capacidad del Poder para superar las divergencias,
garantizar un futuro positivo y coordinar los esfuerzos, sino algo
mucho más grave: se duda de su voluntad de hacerlo en
absoluto. La duda respecto de la capacidad genera el riesgo de una
crisis de confianza: no confiamos en alguien si creemos que no es
capaz de hacer bien su trabajo. La duda respecto de la voluntad genera
una crisis mucho peor: la crisis de credibilidad, en la cual ponemos
en duda hasta que quiera hacer bien su trabajo. La ineptitud
genera pérdida de confianza. La corrupción generará
pérdida de credibilidad. Ambos riesgos, si se dan simultáneamente,
pueden ser letales para cualquier Poder constituido.
-
Pérdida
de proactividad: Por último, la conservación
del Poder requiere la conservación de la iniciativa. Todo Poder
que se limita a reaccionar frente a las situaciones planteadas por
la realidad está condenado a eclipsarse y a ceder su lugar
ante quienes lo desafían. No es posible conservar el Poder
político adoptando una posición permanentemente defensiva
y cediéndole constantemente la iniciativa al adversario. Por
más que existe la posibilidad cierta de "jugar al contragolpe"
- especialmente en aquellas situaciones en dónde se vuelve
crítica la elección del momento adecuado y el terreno
adecuado - el "contragolpe" debe constituir, necesariamente, el punto
de partida para una ofensiva exitosa. El riesgo de la pérdida
de proactividad proviene de la posibilidad de perder, definitivamente,
la capacidad política de tomar la delantera y forzar la resolución
de un conflicto. Un Poder acorralado, con márgenes de maniobra
estrechados, con opciones cada vez menores en cantidad y calidad;
un Poder en posición meramente reactiva, es un Poder que queda
a merced de los conflictos y se constituye - inevitablemente - en
un Poder en retirada.
Analíticamente, los riesgos
asociados a la expansión del Poder son, en principio, los mismos
que se relacionan con su conquista puesto que toda expansión es
- al menos de alguna manera - una conquista adicional.
Sin embargo, los riesgos inherentes
a la expansión presentan un matiz distinto y conviene, desde el
punto de vista metodológico, analizarlos por separado y desde otra
óptica. Se ha dicho frecuentemente que "la verdadera política
es la Política Exterior". Pues, precisamente, la política
exterior de un organismo político es la que, por excelencia, se
relaciona con la expansión del Poder y sus principales riesgos
son:
-
Imposibilidad de
convertir Poder en poderío: Poder y poderío
no son sinónimos. El poderío es la expresión
práctica del Poder, pero no necesariamente correlativa en términos
cuantitativos. Para ilustrar el punto lo mejor será, probablemente,
un ejemplo. Imaginemos que dos personas asumen la suma del Poder público.
Obviamente, tendrán a su disposición la totalidad del
Poder disponible, sus decisiones serán cumplidas sin oposición.
Desde el punto de vista de la técnica política podríamos
decir que ambos tienen una posición política equivalente.
Pero, digamos que hay un pequeño detalle: el primero ha asumido
sus funciones en los Estados Unidos de Norteamérica y el segundo
en el Principado de Mónaco. Ahora: ¿seguiríamos diciendo
que ambos tienen una posición política equivalente?
Es obvio que no. Sin embargo, la diferencia no está en la cantidad
o calidad del Poder político del que dispone cada uno; la diferencia
está en el poderío que cada uno de esos Poderes implica.
El primer riesgo, (probablemente el principal) que amenaza la posibilidad
de expandir el Poder es la imposibilidad de convertir Poder en poderío.
Poniéndolo en otros términos: no son los Estados poderosos
los que se expanden. Son las naciones poderosas, dotadas de un Estado
poderoso, las que lo hacen. Un Estado poderoso que no consigue construir
una nación poderosa, no podrá expandirse porque tendrá
el Poder pero carecerá del poderío.
-
Imposibilidad de
elegir a un enemigo: Así como en el orden interno no
hay vacíos de Poder permanentes, tampoco los hay en el sistema
político internacional y también en este ámbito
la cantidad o volumen total de Poder es constante para un momento
histórico dado. La expansión del Poder de un organismo
político se realiza, pues, siempre a costa de la merma de Poder
de otro organismo. En consecuencia, todo aumento del Poder propio
se obtiene mediante el avance sobre otro Poder competidor, lo cual
requiere una decisión política en el sentido de elegir
o seleccionar al competidor sobre el cual se avanzará. En otras
palabras: la expansión requiere la elección de un enemigo.
El riesgo está en elegirlo mal y hasta en no poder elegirlo
en absoluto, dadas las relaciones de poderío existentes. Esto
es así porque, para aumentar el Poder propio, sólo se
puede atacar a un enemigo al que se puede vencer. La regla, por supuesto,
no significa que la expansión del Poder sólo es posible
cuando la victoria es cierta. Lo que significa es que la decisión
de expandir el Poder - decisión que implica forzosamente la
elección de un enemigo - sólo puede tomarse cuando una
victoria entra dentro del ámbito de lo factible. Las
verdaderas batallas sólo pueden ser libradas cuando la victoria
es una magnitud incierta pero posible, o resultan tan desesperadamente
necesarias que la derrota no constituye una alternativa a considerar.
-
Imposibilidad de
rehuir a un enemigo: Este riesgo es la inversa casi exacta
del anterior y resulta especialmente adverso cuando se está
en inferioridad de condiciones. En un sistema internacional, uno no
sólo puede elegir a un enemigo; uno también puede
ser elegido como objetivo por un enemigo. La sabiduría
popular anglosajona aconseja en estos casos aliarse al enemigo que
no se puede vencer (11).La
alternativa aparentemente viable de ir desgastando a un posible oponente
para que no pueda atacarnos ha demostrado ser políticamente
poco aconsejable, puesto que quien se dedica sistemáticamente
a debilitar, pero sin por ello ganar Poder propio, terminará
debilitado a su vez a causa del desgaste que no resulta compensado
por la victoria. - Si bien es cierto que el más débil
de mis enemigos puede ser mi mejor aliado, a veces el más fuerte
de ellos es el único con el que me puedo o me tengo que aliar.
Pero ello nunca significará un aumento del Poder propio. El
débil que se alía con el fuerte otorga más fuerza
al fuerte. La alianza con el fuerte no otorga más fuerza al
débil. A lo sumo le ofrecerá protección, lo cual
- en última instancia - debilita más de lo que fortalece.
El riesgo de una alianza con el más fuerte es terminar promoviendo
la propia debilidad.
-
Imposibilidad de
hallar aliados: En el orden interno se buscan partidarios,
sostenedores, simpatizantes y aliados. En el orden externo sólo
se pueden buscar aliados. Las alianzas son un medio efectivo de aumentar
el Poder y permitir su expansión. El riesgo es que resulten
imposibles de concertar. También en el orden internacional
es raro que el fuerte pueda serlo solo, pero las virtudes personales,
el carisma, la capacidad de convencer o persuadir - bienes que se
cotizan muy alto en el mercado político interno - no tienen
demasiada demanda en el mercado político internacional. Los
aliados en este ámbito no se consiguen por simpatía
sino por intereses convergentes (12).
Y sucede que, a veces, no hay nadie cuyos intereses resulten compatibles
con el Poder propio, o convengan en absoluto al Poder propio. Una
expansión basada en alianzas debe verificar previamente si
las mismas son políticamente viables, además de estratégicamente
convenientes.
-
Imposibilidad de
asimilar el crecimiento: La expansión en si conlleva,
además, sus propios riesgos. Algo que pocas personas tienen
presente es que el éxito, por lo general, resulta más
difícil de digerir que un fracaso. Contrariamente al Poder
militar que virtualmente culmina en la victoria, para el Poder político
la victoria constituye el punto de partida para un ámbito más
amplio de las funciones políticas. Poniéndolo en términos
simplificados: mientras que el Poder militar, con la victoria, se
saca un problema de encima; el poder Político, con la misma
victoria, se compra un problema adicional: el de gobernar, al día
siguiente del triunfo, a un organismo social de mayores dimensiones
y, presumiblemente, también de mayor complejidad
(13). Para el Poder político, la expansión
implica el riesgo de no poder dominar la situación creada y
quedar en una posición en que los conquistados terminan conquistando
a los conquistadores. Una manifiesta superioridad cultural, por ejemplo,
puede convertir en relativamente poco tiempo, a los vencedores en
vencidos al dejarlos "envenenados" por su propio éxito. El
riesgo concreto es que el organismo político victorioso, en
lugar de asimilar e integrar al vencido, termine siendo asimilado
e integrado por aquellos que ha atacado (14)
con lo cual la expansión exitosa habrá ocasionado su
propia decadencia.
-
Imposibilidad
de explotar la victoria: Este riesgo podría ser denominado
como el "riesgo pírrico", en honor al legendario general Pirro
de la antigüedad quien gastó tantos recursos en la batalla
que, al final, la victoria no le sirvió para nada. Sin embargo,
no hay que remontarse a la Antigüedad para hallar antecedentes.
También en tiempos modernos pueden encontrarse ejemplos muy
ilustrativos. Durante la Segunda Guerra Mundial, los ingleses ganaron
la guerra y perdieron un Imperio. Además - y quizás
como consecuencia de lo primero - debieron ceder gran parte de su
Poder a los Estados Unidos, que había sido su aliado principal
en la contienda. El hecho tan concreto como simple es que la expansión
tiene un beneficio pero también un costo. El riesgo está
en calcular mal la relación costos/beneficios y terminar perdiendo
tanto que ya no se puede aprovechar lo que se gana porque se llega
tan debilitado que no quedan fuerzas para explotar la ganancia. En
política, la victoria no siempre ni necesariamente implica
un aumento automático en el Poder propio. Frecuentemente, no
es más que una veta a explotar y para que esa explotación
sea posible hacen falta cantidades adicionales de poderío y
de Poder que no deben haber sido invertidas en obtener el triunfo.
Con lo expuesto no se pretende,
en absoluto, haber agotado el tema de los riesgos políticos. El
objetivo de este análisis ha sido doble: por un lado, señalar
los riesgos principales (en determinados casos, sólo algunos
de los principales) y, por el otro, ofrecer una perspectiva diferente
a la que por lo general se utiliza cuando se habla de "riesgo político".
Lo común es considerar
como "riesgo político" solamente aquellos riesgos que el accionar
político genera para la economía. Así, lo usual es
medir la diferencia entre las tasas internas de retorno al capital invertido
- tomando al mercado norteamericano como "riesgo cero" - para lograr un
indicador del "riesgo país" o - por extensión - del "riesgo
político". El procedimiento, por supuesto, es válido desde
una óptica económica. Pero no es, ni por lejos, la única
óptica posible. En primer lugar, la política tiene, como
hemos visto, sus propios riesgos específicos. Y en segundo lugar,
sería saludable invertir de vez en cuando la proposición:
en lugar de analizar siempre el grado de riesgo que la política
representa para la economía, no vendría mal analizar también
el grado de riesgo que la actividad económica puede representar
para la política de un país y hasta para toda una región.
En cuanto a los riesgos propiamente
políticos, la conclusión forzosa es que, de los tres momentos
analizados, el más riesgoso es el de la expansión del Poder.
Tanto cuando dicha expansión se produce por decisión propia
como cuando se trata del caso recíproco en que uno es el objeto
de la expansión del Poder de otro organismo competidor. Lo más
peligroso en política es elegir un enemigo externo para extender
el Poder propio o ser elegido por un enemigo que se quiere expandir, porque
en ambos casos, es muchas veces la supervivencia misma del organismo político
la que termina siendo puesta en juego - un riesgo que muy difícilmente
produzcan los vaivenes cotidianos de la política interna.
Por último, la recomendación
final que los administradores de riesgo acostumbramos darle siempre a
nuestros clientes es: "Nunca apueste más de lo que está
dispuesto a perder". Para los políticos esta recomendación
es exponencialmente válida. Los riesgos del médico los asume
una sola persona: su paciente. Los del abogado los asume el cliente o
la sociedad representada. Los del empresario los asume todo el personal
de la empresa. Pero los riesgos del político los asumimos - queriéndolo
o no queriendo - todas las millones de personas que vivimos en un país.
Y, la verdad sea dicha: hay pocas actividades, con tanta responsabilidad,
en dónde, como en la política habitual, se sabe tan poco
del riesgo y de la manera correcta de manejarlo.
Notas
1)-
Es la misma situación que en muchos otros tipos de juegos como
la moneda que se tira al aire a "cara" o "ceca" y
en dónde el resultado es binario (o se triunfa o se pierde) por
más que las probabilidades puedan ser variables y hasta sea posible
establecerlas matemáticamente de antemano. (Volver
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2)-
Naturalmente, aquí lo realmente importante es que - más
allá de la magnitud real de ese quantum - la cantidad de
Poder es constante. Por lo que si alguien - sea individuo u organismo
-gana Poder, otro habrá perdido una cantidad equivalente.(Volver
al texto)
3)-
Es la clase de posición que buscaron históricamente países
como Alemania, Francia, Rusia y, desde la caída del imperio soviético,
los Estados Unidos de Norteamérica. (Volver al
texto)
4)-
Es la estrategia tradicionalmente seguida por Gran Bretaña frente
al continente europeo. (Volver al texto)
5)-
Napoleón solía decir que siempre había esperar a
que "la breva esté madura". (Volver
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6)-
Con lo cual puede apreciarse que la decisión de actuar es por lo
menos tan importante como la de no actuar. (Volver
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7)-
Es el éxito - y no el fin como vulgarmente se dice - lo que, según
Maquiavelo, justifica los medios. (Volver al texto)
8)-
El Poder político no es algo superpuesto a las sociedades humanas
sino algo inherente a ellas. No se trata, pues, de una superestructura
sino más bien de una componente estructural esencial e inmanente
a todo grupo humano organizado. (Volver al texto)
9)-
Siendo que estas funciones de síntesis, previsión y conducción
constituyen las funciones esenciales del Estado mismo. (Volver
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10)-
Esta es la enorme diferecia que separa la previsión política
de la previsión económica. En economía es admisible
(aún cuando generalmente no deseada) la posibilidad de la bancarrota.
En Política no es ni siquiera pensable. Una empresa puede quebrar,
puede despedir a sus empleados y hasta puede cambiar de rubro. Un Estado
ni puede echar a sus ciudadanos, ni puede suicidarse ni puede tampoco
renunciar a su misión histórica sin volverse ilegítimo.
(Volver al texto)
11)-
If you can't beat them, join them. Lo cual, literalmente significa:
"Si no puedes vencerlos, únete a ellos". (Volver
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12)-
Según el conocido dicho de Disraeli, en Política no habría
alianzas permanentes sino tan sólo intereses permanentes. (Volver
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13)-
Por ello es que tantas guerras se ganaron en el campo de batalla y se
perdieron luego en la mesa de negociaciones. (Volver
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14)-
La Historia registra numerosos casos en los cuales los vencidos terminaron
asimilando culturalmente a sus vencedores con lo cual los otrora "bárbaros"
terminaron al final siendo continuadores del organismo político
al que habían atacado y circunstancialmente vencido. (Volver
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