Marzo del 2002, Argentina © Frutillas con crema
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Reader's Digest televisivo
Más allá de "Operación Triunfo"

Una de las Seis propuestas para el próximo milenio, del escritor italiano Italo Calvino, es la levedad. Pero Calvino sería capaz de levantarse de la tumba si se entera del nuevo significado de "levedad" difundido en los comienzos de este milenio. La fórmula de éxito sorprendente conocida como telebasura, con Tómbola, Crónicas marcianas y Extra Rosa a la cabeza, llegó a su máximo esplendor (y audiencia) con Gran Hermano: la segunda muerte del novelista George Orwell. "Hágase usted rico y famoso sin hacer nada. Solo tiene que estar, dejarse ver y obedecer. Prohibido leer. Será de gran ayuda ser exhibicionista, tener los afectos descontrolados, la lengua larga y las ideas cortas." La idea es ridículamente infantil, arrancada del mismo universo que los príncipes azules, el ratoncito Pérez y el maná del cielo: no hay que hacer nada para conseguirlo. Nos lo merecemos sin más, porque nacimos con esa estrella en la frente.

Pero la propuesta fue excesiva. Fue llegar a lo más alto a través de lo más bajo, promover el triunfo del no hacer nada, del "porque sí", y de personajes salidos de una mala digestión de los directores de casting: prostitutas arrepentidas, soldados analfabetos y macarras a tiempo parcial. Resultado: los máximos niveles de audiencia de la Televisión (no solo española, sino también alemana, argentina o rusa). Nunca la burla fue tan grande, aunque habría que dudar si fueron los creadores del programa los que se reían de la incultura y zafiedad de los espectadores, o si eran los espectadores los que rechazaban los modelos personales y culturales que les ofrecían los popes del gobierno y las instituciones. Pareció un grito popular que dijera, como en un escupitajo a los pseudointelectuales: "Barrabás: preferimos a Barrabás".

Y después llegó Operación Triunfo. No es verdad que se parezca a Lluvia de estrellas, aunque comparta el mismo premio: la fama. El éxito de O.T. reside en haber sabido mostrar no sólo el producto final (una canción ante el público), sino el proceso (el aprendizaje). Los participantes, a diferencia de los de Gran Hermano, hacen algo: Estudian, cantan, bailan, ensayan y se ejercitan para llegar a un objetivo: la gala semanal, el examen ante el público, la reválida. Como si fuera una academia, y no un elaborado reality-show, los chicos de O.T. se someten a un plan de estudios, tienen profesores y acuden a clase. Luego se les evalúa con cuatro criterios distintos (de los profesores, de los compañeros, de los críticos y del público). Y hasta ahí la cosa no parece mal. Al fin de cuentas parece mostrar el triunfo del trabajo y el tesón. Pero hay trampa.

Y la trampa está en que los chicos de O.T. son tan irreales como la pandilla de Los Cinco o la de los Siete Secretos de Enid Blyton. Nos muestran un modelo falsificado del aprendizaje y el esfuerzo: el cuento de hadas de un eyaculador precoz. ¿De dónde sacan a los participantes? Porque de mi barrio no son. Los chicos de O.T. nunca se cansan, no se enfadan, y jamás tienen problemas entre ellos, ni con sus padres, ni con sus profesores, ni con el dinero, ni con sus granos. Pues lo que yo digo: son de otro barrio, porque en el mío a los chicos les cuesta estudiar, no son tan guapos, van en chándal, tienen depresiones, se cabrean siete veces al día y, sobre todo, saben que su esfuerzo tardará años en fructificar. Imagino que los cantantes y los mú sicos que llevan años (muchos años) trabajando la voz, el estilo y el ritmo, están que bufan, porque esta versión amputada del esfuerzo, este Reader's Digest del aprendizaje musical, es un insulto y una farsa. Como las novelas de Ana Rosa Quintana o los relatos de Ana Botella. Manda huevos.

Enrique Páez
La Insignia. Febrero del 2002


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