En primer lugar, el discurso, que es nuestra unidad de análisis, no sólo es tratado como el que verbaliza el personaje en estudio, sino también es pensado como un lugar de mediación que nos permite hacer inferencias para explicar lo que ocurre en el sentido de la acción social; es decir, como lo expresa Foucault aquello "...por lo que y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse" (Foucault, 1970:12). "De hecho la historia de la palabra política es la historia política del actor social que se expresa y pretende influir sobre sus semejantes" (Dorna en Montero, 1991:212). En segundo lugar, se revelan las condiciones de producción del texto, es decir el contexto que nos permite explicar las condiciones de efectividad simbólica (Le Gall, 1991). En tercer lugar, es importante acotar que el análisis se remite a lo que expresa el actor directamente y no a fragmentos del discurso que pueden dar lugar a un cierto sesgo producto de la selección de quien lo edita.
      Por ello nuestro análisis se centra en transcripciones de los discursos que realiza el actor en dos momentos significativos en su vida política, y en donde se articulan en un texto coherente, todas las categorías que configuran el discurso que el actor fue elaborando a lo largo de la campaña presidencial. Estos discursos son el del 7 de dicimebre de 1998 como Presidente Electo ante el pueblo de Caracas, y el del 2 de febrero de 1999 en el Acto de Toma de Posesión de la Presidencia de la República  y los cuales constituyen el "territorio textual" (Puyosa, 1998:74).
      A partir de los discursos como items (Berelson, 1952, citado por Sampieri, 1998), se procedió a convertir las palabras claves: Bolívar, Dios, Patria,  Yo, Pueblo, Nación, Revolución, Moral, Historia en categorías. Estas categorías son: Bolivarianismo, Religiosidad, Autoritarismo, Mesianismo y Populismo.
      El criterio para seleccionar las unidades fue la recurrencia y permanencia de ellas en los discursos analizados. Sin embargo, la utilización del criterio de frecuencia no tiene un sentido estadístico, sino que obedece a la observación de la intensidad emocional e importancia que el mismo actor le da a esas unidades de análisis en su discurso, en el entendido como señala Berelson que "la exigencia cuantitativa no implica necesariamente que se asignen valores numéricos a los elementos fragmentados dentro del mensaje" (Berelson, 1959, citado por Kientz, 1971)
      Dado que el objetivo fundamental de nuestro trabajo es mostrar que el discurso tiene efectividad a partir de un contexto y, debido al interés en apreciar la lógica constructiva y la "carga semántica" (Vasilachis, 1997:34) que tienen los items en el interior del texto y la que le aporta el contexto; el análisis de contenido que en particular se realiza en este estudio le da mayor importancia a la relación entre texto y contexto.

  
EL DISCURSO DE CHÁVEZ Y LOS ESPACIOS DE SU CONSTRUCCIÓN SIMBÓLICA
     Varias pueden ser las explicaciones como múltiples las claves que podrían ayudar a dilucidar la capacidad articuladora del discurso de Chávez. En lo particular creemos que el anclaje del discurso de Chávez se encuentra por un lado, en la cultura política  y el imaginario cultural popular y religioso del venezolano sobre el que construye su carisma y, por otro, en la insatisfacción con la experiencia de vida en la democracia.
      En Venezuela desde la década de los treinta, la sociedad es movilizada alrededor de ideas y propuestas relativas a la construcción de una sociedad moderna. El proyecto modernizador de los partidos políticos, con una elaborada construcción discursiva por parte de sus intelectuales y líderes, no sólo ocupó el espacio político sino el espacio social como propuesta de orden, al demostrar una gran capacidad articuladora y creadora de sentido social. Para decirlo en términos de Hinkelammert, el proyecto modernizador constituye la utopía, el sueño que movió y fundó la esperanza y la construcción del sentido de futuro de los venezolanos durante un largo período. El proyecto modernizador se construye además en un marco común de interpretación de expectativas de las demandas sociales y de la promesa de las elites políticas de liderizar un orden donde las mayorías se sintieran incluidas, mayoría que fue interpelada discursivamente en un sujeto denominado "pueblo" (Bermúdez, 1998).
      Se trataba de una revolución burguesa y democrática que ofrecía refundar a la nación con nuevos valores: justicia, soberanía, libertad, igualdad y dignidad; sustrato cultural que construye el sentido político de un orden de carácter liberal-democrático. Al mismo tiempo ofrecía pan, tierra, trabajo, progreso y soberanía en democracia, movilizando de esta manera el apoyo popular al proyecto modernizador.
      Pero, esa propuesta modernizadora y democrática se acompaño con una forma y un discurso político populista que no logra el efecto de innovación cultural que Melucci (1988) señala como importante en la orientación de la acción colectiva. Al contrario, el populismo (Romero, 1987:36; Malave, 1987, Vilas, 1994) ancló el sentido tradicional que configuraba el imaginario político del venezolano. Los valores de la cultura política siguieron conservando una fuerte vinculación al carisma del líder, al mesianismo,  a los ritos al personalismo y a una relación política fundada sobre la utilización de "mecanismos utilitarios" (Rey, 1989; Romero, 1987:33)  y relaciones primarias de amiguismo, compadrazgo, y paisanismo que dieron paso al clientelismo (Romero, 1987:32) y erosionaron los valores democráticos (Bermúdez, 1998; Bermúdez, 1995) para construir un sistema legitimado en mecanismos utilitarios.
      Esa cultura política y esas formas de relación política impiden la formación de lo publico como marco de pertenencia y acción. Los mapas políticos culturales no permitieron orientarse en un marco de construcción de ciudadanía, porque el recorrido que ofrecían las orientaciones políticas primarias le daban mayor seguridad en la satisfacción de sus demandas. Así la orientación política constituida sobre este tipo de relaciones desvalorizan y fracturan a la democracia como "proyecto de identidad política y ética" (Pía Lara, 1992)
      La desvalorización de la democracia en Venezuela (Villaroel, 1996) se da también en el plano de la construcción del mundo de vida en el cual el venezolano elabora cotidianamente su experiencia. El valor de la igualdad, por ejemplo, ante el Estado pasa a ser una entelequia. El venezolano no logra vivir la libertad, la igualdad y la participación en lo publico, más allá de la práctica clientelar. El valor que le atribuye a la democracia pasó a depender de la resolución de sus demandas en su condición de cliente del partido. Y al no tener en su práctica cotidiana la experiencia vivida de la construcción de su ciudadanía en el espacio público, se fue convirtiendo igualmente en un ser atomizado, que resuelve sus demandas individualmente, y se inhibe de hacer presencia en el espacio de lo colectivo (Bermúdez, 1998; IFEDEC, 1995).
      Al aflorar la crisis económica en la década de los ochenta se pone de manifiesto la profunda debilidad de la cultura política democrática. Una vez que el sistema político evidencia la imposibilidad de seguir manteniendo los niveles de satisfacción clientelar, se van profundizando los grados de frustración con la democracia y empiezan a mostrarse fenómenos de desafecto con las instituciones democráticas (Welsch, 1992) . Esa situación no es posible explicarla sólo como consecuencia de la crisis económica, sino como una crisis de sentido que se fundamenta en una profunda desesperanza, dando lugar a situaciones anárquicas (27 de Febrero de 1989) o a salidas autoritarias (Golpes de Estado del 4 de Febrero y 27 de Noviembre de 1992).
      Los partidos muestran su incapacidad para dar respuestas a las demandas sociales, y pierden su credibilidad al no poder satisfacer las expectativas de sus clientes y a la creciente corrupción de la cual la inmensa mayoría de los venezolanos los hacen responsables  (Fundación Pensamiento y Acción, 1996:33)
Ahora bien no sólo los partidos políticos están en crisis, es el sistema de instituciones democráticas en su globalidad. Según estudios realzados en el año 96, la mayoría de los venezolanos no creen en los partidos, ni en los políticos, ni en las organizaciones sindicales, ni en el gobierno, ni en el sistema de justicia, ni en el parlamento. El venezolano no se siente representado, y expresa un profundo sentimiento de abandono desamparo y desconfianza y una pérdida de orientación del sentido de futuro. (IFEDEC, 1995; Fundación Pensamiento y Acción, 1996). Los venezolanos expresan su confianza sólo en algunas instituciones, entre las que se destacan en segundo lugar las Fuerzas Armadas (Fundación Pensamiento y Acción, 1996). Al mismo tiempo expresa una representación negativa de la política, lo que hace que esta pierda su capacidad integradora y de ámbito de construcción de sentido para la acción política .
      En definitiva, la subjetivación que el venezolano tiene de la democracia se construye en un proceso de interacciones de experiencia de vida poco satisfactoria y se da una contradicción entre la democracia vivida y la democracia deseada (Fundación Pensamiento y Acción, 1996:29 y 34). Se empiezan a mostrar fuertes adhesiones y demandas de autoridad, disciplina y mano dura frente a los corruptos causantes de la crisis.
En este contexto, la democracia venezolana es amenazada el 4 de febrero de 1992 por un golpe de Estado liderizado por el Teniente Coronel del Ejercito Hugo Chávez Frías , y otros oficiales de los Mandos Medios del Ejército venezolano. La pregunta es ¿cuáles son las claves que pueden explicar la capacidad articuladora  y la efectividad simbólica del discurso de Chávez Frías y que dan lugar a una acción colectiva que lo lleva de militar sublevado a la Presidencia de la República?