Deriva nacionalista
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Quo Vadis EA?

La deriva de los nacionalismos

Javier Elzo

¿Adónde va el nacionalismo vasco?. ¿Cómo es posible que, en tan poco
tiempo, pueda dilapidar tantas esperanzas, crear tantas divisiones en su seno e incomodar hasta lo más profundo a tantos militantes y simpatizantes haciéndonos tragar sapos y culebras en no pocas discusiones dialécticas con aquellos que no participan de nuestros proyectos políticos? ¿Cómo es posible que el nacionalismo moderado, que es quien mejor representa a la mayoría, aún minoritaria, de la sociedad vasca, y que hasta ahora ha sido el eje central y básico en torno al cual se ha articulado, esté perdiendo el norte?

Avanzaría dos razones principales. Por un lado, la arriesgada apuesta que realizó en el mal llamado proceso de paz y, por otro, haberse asentado en la ficción, peor aún, haberse creído -cuando no creado- la ficción, ofreciendo la espalda a la realidad sociológica de lo que es la sociedad vasca.

La historia acabará dando la razón al nacionalismo vasco en un punto: ha sido el único, al menos en los últimos tiempos, que, de hecho, ha intentado algo más que la solución policial para acabar con ETA. Y digo acabar con ETA porque hablar del proceso de paz es una entelequia: no estábamos en guerra. Y el proceso de paz no es otra cosa que normalizar la sociedad vasca, que deje de ser dependiente de ETA -eso significa hoy, prioritariamente, el Gora Euskadi Askatuta- y que decida su futuro sin tutelas, sin armas, sin tener en la sombra a un gran hermano amenazante; en definitiva, que resuelva sus conflictos como lo hacen otras sociedades con problemas similares a los nuestros, como Cataluña, Flandes, Quebec, Gales o Escocia, por la vía de las mayorías concitadas y conseguidas con la fuerza de la razón.

Los partidos nacionalistas apostaron por conseguir que ETA dejara de matar y secuestrar y tendieron el puente de plata de Lizarra. Así se consiguió no sólo que ETA declarara una tregua, sino también que EH participara activamente en el Parlamento vasco: un logro muy importante. El proceso habría podido completarse si, además, hubiera terminado el terrorismo de baja intensidad -lo de baja intensidad es un decir, que se lo pregunten a los afectados-, el Gobierno central hubiera dado, a tiempo, unos pasos decididos en la política penitenciaria y la dirección de los partidos nacionalistas no hubiera dejado sus señas de identidad en su acercamiento al mundo del MLNV. 

Algunos dirigentes nacionalistas, tanto del PNV como de EA, y en todo caso la línea oficial de ambos partidos, en su loable intento de lograr la pacificación de Euskadi, parecen haber hecho suyo el mensaje de EH de que Lizarra no es pista de aterrizaje sino pista de despegue hacia otra realidad que supere el actual marco político. Craso error. A partir de ese momento se está legitimando a ETA para volver a las andadas mientras no se pongan las condiciones -sus condiciones- para que pueda crearse el nuevo escenario político.

Y aquí entramos ya en la ficción.

Hay ficción en entender que el nacionalismo del PNV y de EA es equiparable al de HB. Parece mentira que a esas alturas haya que repetir esto, pero hay dirigentes que han llegado a preconizar ir juntos -PNV, EA y EH- a las elecciones al Parlamento español. Otros han afirmado, en repetidas ocasiones, que ahora que ya no existe violencia -falso además- la línea divisoria central en la sociedad vasca pasa por la que distingue a los nacionalistas de los españolistas, como si los primeros conformaran un colectivo uniforme. ¿Cómo es posible decir eso, por ejemplo, después de haber visto la foto de la Asamblea de EH del pasado sábado 30 de octubre, con sus dirigentes puño en alto? Me pregunto si hay en Europa movimiento más retrógrado, más anclado en el pasado y con parámetros ideológicos más periclitados que EH. No es de extrañar, más bien de agradecer, que haya muchos nacionalistas vascos, tanto en el PNV como en EA, que se sienten más próximos al PSOE o al PP que a EH y que prefieren que se gobierne con los primeros que con los últimos.

Hay ficción a la hora de pretender poner en el primer plano de los intereses de los ciudadanos vascos la cuestión de la independencia de Euskadi. Máxime cuando sabemos que la mayoría no es independentista. Solamente Gipuzkoa lo es y, quizás, también Bizkaia. ¿Es por esa independencia por la que se lucha?

Hay ficción cuando se preconiza, pero no se asume, la pluralidad real de la sociedad vasca. Además, esta pluralidad se da no sólamente en el sentido de que unos ciudadanos se sientan nacionalistas y otros no, sino también en el interior de cada uno, de muchos de ellos, con un sentimiento de pertenencia plural. De pertenencia a Euskadi y a España. De ser vascos y españoles.

Con intensidades diversas, ciertamente, pero plurales. Unos datos: Únicamente el 39% de los votantes y simpatizantes del PNV de la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra se dicen sólamente vascos, el 50% de los de EA y el 79% de los de EH. Todos los demás admiten ser, al mismo tiempo, españoles. De ahí, también, la absoluta necesidad de establecer pactos, negociaciones, acuerdos, geometrías variables, etcétera, si no queremos acabar en fracturas y violencias que esta sociedad no se merece. El problema es que ni en el interior de los partidos nacionalistas moderados parece haber ya diálogo.

Eusko Alkartasuna se está desangrando. Me temo que fatalmente dividido por una mezcla de razones personales e ideológicas, estas últimas reflejadas hoy por un mayor acercamiento al PNV, en unos, y a EH, en otros, todos diciendo querer preservar la identidad de EA. Personalmente siempre he pensado que la mejor solución, para Eusko Alkartasuna y para todo el nacionalismo, es una especie de CiU a la vasca, solución que parecen preconizar los renovadores de EA. Me pregunto si no es ya demasiado tarde.

El PNV vive también profundas diferencias en su seno que sólo las gafas de madera que se ponen algunos árbitros en el área del penalti le impiden ver. Basta recordar los desplantes a Ardanza, 14 años lehendakari por el PNV, en Salburua, y lo que sucedió en Vitoria con motivo del 20 aniversario del Estatuto de Gernika, donde apenas unos pocos, aunque significados, nacionalistas alaveses nos permitieron pensar que el sentido común no había desaparecido del todo de sus filas.

A finales del siglo, en una sociedad globalizada, los nacionalismos no han dicho la última palabra. Ni mucho menos. Son más necesarios que nunca. Claro que ya no vale basarse en la etnia, en el origen, sino en la convicción. Y, aunque sin la primera no sé como puede darse la segunda, es cavar su muerte, centrar el nacionalismo en el ayer y no en el mañana. Y el mañana es pluricultural, multiétnico, policéntrico, con soberanías compartidas, sin barreras, donde sólo pervivirán con voz propia en la historia los pueblos con un proyecto propio, una tecnología de vanguardia, gran fortaleza en la interrelación con los demás y una confianza en sí que les haga buscar su identidad en sí mismos y no en diferenciarse de los demás y, menos aún, de los más próximos. Los pueblos, en definitiva, con capacidad para acoger e integrar -que no excluir- al diferente. Es lo que algunos llaman el nacionalismo de los ciudadanos, de convicción, de afirmación, de construcción, de integración, amable y democrático, en vez del nacionalismo étnico, de linaje, de negación, de deconstrucción, de exclusión, hosco
y, si lo consideran necesario, violento. Es el nacionalismo del siglo XXI que exige enterrar al del XIX.

Javier Elzo es catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto.

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