Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.
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El regreso

El viaje de vuelta fue un sufrimiento, porque a los pocos kilómetros se nos dañó el motor y éramos los últimos.  El piloto sabía cómo repararlo, pero las herramientas que tenía eran muy pequeñas para el arreglo que necesitaba hacer.   Tuvimos que esperar como tres horas, hasta que alguien pasó y nos señaló el camino a una tiendita que había cerca, donde nos prestaron la dichosa herramienta.  De ahí en adelante fue más fácil, pues la embarcación va más rápido si va río abajo.  Cruzamos los raudales cargando la barca y así llegamos hasta Samuro.  Ahí recogimos la lancha que habíamos dejado el día anterior y reanudamos el camino, a toda marcha.  Tomás, el piloto, estaba preocupado porque él no conocía muy bien esa parte del río y, como íbamos retrasados, lo más probable era que nos cogiera la noche.  Así que paramos donde un piloto indígena lugareño que era su amigo y también necesitaba llegar a Inírida, para que nos auxiliara.

Cuando reanudamos la marcha, y el lugareño tomó el timón, se sintió la diferencia.  El andaba mucho más rápido, sabía por donde coger y tomaba las curvas sin temer a estrellarse con las rocas.  El viaje fue mucho más suave, pero el tiempo no daba chance.  Cuando llegamos a Mavicure, ya la noche estaba cayendo.  El viento se nos estrellaba en la cara y comenzaron a salir las estrellas, en su fondo negro, inmenso.  Los cuatro pasajeros que íbamos adelante apenas nos movíamos, teníamos el cansancio del viaje y el viento y el motor hacían muy difícil hablar.  Tomás sacó una linterna grande de entre la lancha y le iluminó el camino al piloto, para que no se nos apareciera un tronco de improviso o alguna canoa sin motor.

Ibamos sentados cuatro mestizos, mientras Tomás y el piloto iban de pie.  Esa imagen, de los dos indígenas manejando, vistos desde abajo y con el cielo negro lleno de estrellas está entre las que nunca podré olvidar.  Me hacía recordar los murales míticos, como los de Diego Rivera, donde se representa al indígena con brazos como columnas, con una naturaleza boyante a sus espaldas.  Ellos dos de pie se veían así, peinados por el viento hacia atrás, mirando hacia adelante, el uno sosteniendo la luz de la lámpara y al lado el otro tomando el timón con fuerza, para que no se desviara.

En esa misma lancha entendí por qué los indígenas amazónicos sabían tanto o más de astronomía que los andinos.  La noche oscura dejaba ver las estrellas en todo su fulgor.  Pude ver a Marte, rojo, justo encima de nosotros.  Reconocí la Cruz del Sur, la misma que determina el inicio de la cosecha para algunas plantas y el fin de la misma para otras.

No recuerdo los nombres en lengua indígena, pero en una cartilla que leí en el CEP, pude ver que las comunidades conocían varias constelaciones y reconocían estrellas específicas.  La cartilla no profundizaba mucho, se notaba que había sido realizada con escasez de recursos; pero dejaba ver algo, poquito, del universo indígena.  Había dibujos hechos por profesores (no dibujantes) de animales que no reconocía, con su nombre en tucano, curripaco o en puinave.   Busqué en mi mente si los conocía en español, pero nada.  Caí en cuenta de que muy probablemente sólo ellos los conocían y que algunos ya estarían extinguidos.   Las lenguas o idiomas precolombinos que hoy sobreviven están retrocediendo, al igual que la selva.  Esas lenguas describían con lujo de detalles toda clase de plantas y animales que ya no existen.  ¿Cómo se le puede pedir a un joven indígena que las aprenda si su mundo ya no existe? Ahora mismo estoy escribiendo en Microsoft Word para Windows en un Compaq Pro, que no lee los drive y se come los diskettes.  Si ni siquiera puedo hablar en español ¿cómo puedo pedirles que no abandonen su mundo y conserven el vehículo de su pensamiento?

Algo de todo eso pasó por mi mente en la oscuridad del río y las selvas de sus bordes, cuando vi dos luces rojas flotando en el aire.  Iba a decirle a todo el mundo que estaba viendo Ovnis, pero recordé que eran las luces de la antena de radio de la comunidad de Caranacoa, que es bastante alta.  Pasamos varias curvas y vi un resplandor en el cielo, como si hubiera una gran luz en medio de la selva, reflejada en las nubes que comenzaban a levantarse.  Pregunté a los que venían conmigo de donde salía, que si era una quema.  Ellos me dijeron que no, que esa era la luz de Inírida.  Todavía faltaba un buen trecho y ya se veía.   Recordé que Cali también tenía su resplandor y se veía desde mucho antes de llegar al km.  18, cuando uno viene de Buenaventura.  Ese es el mismo resplandor que no nos deja ver las estrellas, que las hace ver opacas y distantes.

Justo antes de llegar, al pasar la última curva, pensé que habíamos encontrado un barco lleno de lucecitas, como un crucero, pero era el puerto.  Las lucecitas de las balsas y de las lanchas que pasaban a toda velocidad le daban un aire fantástico a la capital del Guainía en medio de la noche.  Más de cerca reconocí los planchones-fuente-de-soda, iluminados como cualquier bar.  Un amigo costeño me contó que él también había llegado de noche y lo único que había visto era un pueblucho ahí, que no tiene ni para iluminar su puerto.  No lo sé, puede que yo sea un iluso o él esté ciego, pero Inírida tiene un privilegio que miles de ciudades del mundo envidiarían.

 

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Padrenuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.  Venga a nosotros tu reino.  Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.  Dadnos hoy nuestro pan de cada día.  Perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.  No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal, Amén.  Dios te salve María, llena eres de gracia.  El Señor es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús.  Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte, Amén.