Ese es uno de los rasgos característicos de la poesía que hoy
presentamos: el predominio de la voz,. Pero hay otro no menos
importante y si más especificador: la improvisación, sobre todo en
forma de porfías poéticas. Y en este asunto, los antecedentes hay
que ir a buscarlos al origen mismo de nuestra cultura. La poesía
improvisada en forma de <<duelos poéticos>> (que tiene, incluso,
su propia denominación: a eso se llama verso amebeo),
es asunto que aparece ya en La Iliada y en
La Odisea, no como una invención de su autor, sino como
recurso al que Homero recurre para constatar una tradición antigua
que, por serlo, otorga credibilidad a las Musas que cantan. Y más
tarde, en las Bucólicas, será Virgilio quien ponga
en boca de sus pastores la lid poética, y que sea éste
precisamente "el tema" de la obra.
Es, pues, un fenómeno viejo, y también universal, que se
manifiesta en todas las culturas. Pero es también actual, porque
no ha muerto. Lo que hicieron en la década de los 50 de este siglo
XX el Indio Naborí y Ángel Valiente, y que ahora reproducimos por
escrito, no tiene ningún valor inaugural, por mucho que para
algunos esta noticia y estos textos sean inaugurales. El valor que
tienen estos textos es intrínseco, y en todo caso por ser
testimonio -asombroso testimonio de altura poética- de la pujanza
de un fenómeno que está vivo, y que gracias a su perdurabilidad, a
su secular vigencia, ha podido lograr las excelencias que muestra.
Muy difícilmente una obra inaugural alcanza las cotas de las
cumbres.
Así, desde el asombro, es como me adentro yo en esta poesía. ¿Qué
otra actitud se puede tomar ante el prodigio? No pretenden estas
líneas, pues, explicar nada, ni siquiera describir nada, sino solo
situar, poner estos textos en el marco histórico y geográfico -y
también literario- de la creación poética; decir con clara voz que
el arte de la juglería sigue vivo; que, bien mirado, este
testimonio de ahora es también testimonio de un arte que ha vivido
sin interrupción desde los siglos oscuros en que una lengua -la
española- empezó a formalizarse en verso y a constituir una
literatura; que la literatura en lengua española no ha sido -ni
menos es- ajena al fenómeno de la poesía improvisada, que incluso
puede decirse que la tradición hispánica decimista de ahora tiene
tan alto grado de excelencia poética y muy mayor arraigo que la
poesía épica de los guslari balcánicos, que con tanto asombro de
la crítica dieron a conocer Parry y Lord en la primera mitad de
nuestro siglo, revolucionando con ello toda una teoría de la
oralidad; que, por analogía, estas formas poéticas improvisadas de
ahora, en décimas, pueden explicar tantos y tantos siglos de
silencio de otras tantas formas de la literatura española e
iberoamericana, igualmente orales e improvisadas; que, en suma, el
río de la tradición ha venido arrastrando siempre el mismo rumor,
la misma música, aunque el agua haya sido distinta.
UN CÚMULO DE EXCELENCIAS
Todo aquí es un cúmulo de excelencias. Primera: Naborí y Valiente
son cubanos, lo que equivale a decir que son representantes del
ámbito geográfico de la hispanidad en donde con mayores alturas se
practican ahora la décima y la controversia; por lo tanto, el
<<ambiente decimista>> de Cuba es el que los ha hecho posibles.
Segunda: Naborí y Valiente son los más grandes repentistas cubanos
de este siglo, lo que equivale a decir, posiblemente, que están
entre los más grandes de la historia de la improvisación; eso no
lo digo yo, lo dice todo el mundo, los propios decimistas cubanos
en primer lugar, y ellos con más autoridad que nadie. Tercera: los
dos <<encuentros>> poéticos de Naborí y Valiente que aquí se
reproducen, se tienen allá en Cuba -y así han pasado a la historia
íntima del repentismo- por los más grandes que se recuerdan.
Los que los presenciaron -y tengo testimonios directos de ello-
hablan y hablan de un acontecimiento inolvidable, arrebatado, de
fervor colectivo, casi llama... Los que sólo saben de ellos de
oídas, han aprendido algunas de sus décimas y, repitiéndolas, las
han convertido en tradicionales, a la vez que han metido el
acontecimiento en la leyenda. Hoy ya, Naborí y Valiente, y sus
controversias de San Antonio de los Baños y de Campo Armada, son
hechos legendarios, que pasan de boca en boca, engrandeciéndose
unas veces, aligerándose otras, siempre ganando en prestigio y
fama, puestos ya en el camino del mito, que es el ámbito en el que
viven las leyendas.
¿Cuándo y en que lugar un acto poético ha podido congregar a mas
de diez mil personas? ¿Cuándo se ha visto la poesía cosa de
multitudes! ¡Dos solos poetas movilizando a un pueblo entero! Y
eso que los versos de aquellas contiendas no fueron precisamente
del tono jocoso o festivo, que podrían ser más acordes con los
gustos de una concurrencia multitudinaria, siempre más proclive a
la anécdota ocurrente que a la sutileza poética, sino que, por el
contrario, la trova de Naborí y de Valiente lo fue en octosílabos
de enjundia social y de hondo pensamiento humano.
De los cinco temas que el jurado impuso a los contendientes en las
dos controversias, sólo uno fue concreto, El Campesino;
los otros cuatro. El Amor, La Muerte, La Libertad, y
La Esperanza, se enmarcaron entre los universales
abstractos de la poesía universal. Los mismos que inspiraron
a Quevedo, a Jorge Manrique, a la Santa de Ávila, a Lope... a los
grandes clásicos de la literatura hispánica. ¿De qué otra forma
podría nutrirse el numen de un poeta repentista sino del
pensamiento poético de los grandes? Mas la métrica no podría haber
sido sino la décima, la estrofa que ha ganado en Iberoamérica,
casi absolutamente, los privilegios de la poesía improvisada.
ASÍ DEBIÓ SER
El acontecimiento debió ser así. Iba ya corrida la segunda mitad
de la década que doblaba por la mitad al siglo XX. El Indio Naborí
y Angelito Valiente eran dos poetas repentistas muy populares, se
habían ganado el respeto, la admiración y el cariño de todos los
cubanos a partir de un programa radiofónico que glosaba la
actualidad, daba un punto de reflexión sobre los problemas del
país, llamaba a la conciencia colectiva, elevaba la atención
cotidiana a niveles de visión poética e iba ganando cada día
adeptos sin número.
Pero a la audiencia le parecía poco. Les propusieron entonces a
los repentistas que midieran sus fuerzas en una controversia
organizada, ante un público entendido (el que asiste a una
canturía es siempre un público muy motivado) y con un jurado que
impusiera los temas y dictara el veredicto. Aceptaron encantados y
se presentaron primero en un salón abarrotado por más de dos mil
personas. Cantaron entonces sobre los temas propuestos por el
jurado: diez décimas cada uno, alternantes, sobre El Amor, diez
sobre La Muerte y diez sobre La Libertad. El público, vibrante,
aplaudía y aplaudía cada una de las intervenciones. En medio, en
el desgranar de cada décima, el silencio se había denso, se
impregnaba el ambiente de metáforas, de percepciones sutiles, de
goces intensos, tal como hace la poesía. Naborí cantaba:
Amor no es pedir: es
dar
la casa, el lecho, la mesa...
Es -según Santa Teresa-
la alegría de alegrar...
Valiente replicaba:
Amor es lágrima
ardiente
y carcajada sonora:
está en el pecho que llora
y en el niño sonriente.
Llegado el tema de La
Muerte, sonaron estos estremecedores versos:
Como un alfiler de frío
la muerte, callada, viene
desde un palacio que tiene
forma de cráneo vacío
Y llegado el de La
Libertad, explosionó el grito del orgullo patrio y revolucionario:
¡Oh, Martí la dignidad
tuvo tal grandeza en ti,
que basta decir Martí
para entender Libertad!
No has visto tu voluntad
realizada todavía;
pero confía, confía,
que, tras las sombras corsarias,
limpias manos proletarias
están haciendo tu día.
El final debió ser
apoteósico. El público, enardecido, coreaba los dos nombres. El
jurado decidió sabiamente. Cualquiera hubiera podido ser el
ganador, pero resolvió en empate. La mejor excusa para prolongar
el duelo, la fiesta de la palabra.
En el encuentro del desempate el público se multiplicó; ya no fue
suficiente un salón, se hizo necesario un estadio; más de diez mil
personas. Pero con las mismas reglas: diez décimas cada uno,
alternantes, ahora sobre dos temas: El Campesino y
La Esperanza.
Las cosas no estaban nada bien en Cuba en el año en que esto
ocurría, 1955; eso explica que los versos improvisados salgan en
esta ocasión cargados de denuncia y de consigna:
Tu día no es este día
de luz y música y fiesta:
el día de tu protesta
no ha llegado todavía.
Tu grito de rebeldía
será la mejor tonada;
y Cuba estará empinada
en el marco de tu base,
porque el triunfo de tu clase
es la patria liberada.
Incluso en el segundo
tema, los repentistas no pueden desligarse de la realidad social
de la Cuba del momento y construyen sus décimas pensando en el
universal humano que es La Esperanza, pero tomando
como contrapunto el presente de aquellos días:
Campesino y proletario
ansiosos de libro y pan,
junto a la esperanza, van
por el nuevo itinerario.
Ahora es la cruz, el calvario,
la búsqueda cotidiana,
pero mañana, mañana
lirios parirá el espino,
tocado por el destino
nuevo de la especie humana.
El ganador fue Naborí.
Justo. Pero esa decisión ni añadió nada al uno ni menos al otro.
Los nombres de Naborí y de Valiente siguen hoy en las lenguas de
los cubanos como dos personajes de leyenda.
UNA POESÍA RESCATADA DEL VIENTO ()
Lo importante de aquel acontecimiento es
que, en efecto, se celebró, que realmente existió, y -más
importante aún- que hoy podemos saber cómo fue. ¡Cuántas
controversias como éstas de Naborí y Valiente se habrán celebrado
en Cuba, en Argentina, en Chile, en Venezuela, en Puerto Rico... y
habrán quedado en el dominio del aire, hechas voz desvanecida!. Lo
realmente importante de las controversias de San Antonio de los
Baños y de Campo Armada es que lograron pasar a la escritura, es
decir, ganar el futuro. No hubo entonces en aquellos escenarios
una grabadora que pudiera recoger la voz misma de los poetas, la
cadencia y el ritmo de sus versos, la rapidez de la réplica, la
seguridad del pensamiento de cada uno, el fervor del público, pero
la mano segura de una taquígrafa, María de los Refugios Segón,
logró salvar los textos. La escritura cumplió entonces la función
precisa para la que fue creada: convertir la voz, que es presente,
en testimonio para el futuro; la escritura ha sido, en este caso,
como dijo Platón, el <<fármaco de la memoria>>, gracias a la cual
lo que nació para ser del viento se convierte en propiedad de la
historia.
Hay que insistir en ello: es ésta, seguramente, la primera
controversia poética salvada del momento fugaz en que se produce
la controversia improvisada1, por eso es auténticamente
histórica. ¡De cuántas otras crónicas, las leyendas y las
historias de la literatura dan noticia, pero nada más que noticias
de que se celebraron! ¿Que pudieron decir las Musas de Homero o
los Pastores de Virgilio? ¿En qué palabras, es decir, en qué
formas poéticas pudo plasmarse el pensamiento ocurrente o sublime,
grosero o sutil, de tantas y tantas referencias de acontecimientos
como el que ahora comentamos de los que la historia de la
literatura hispánica está salpicada?
Sin embargo, hoy, gracias a la letra, podemos acercarnos a un
acontecimiento pasado, que ya es de todos, no sólo de los que lo
presenciaron; podemos detenernos en su lectura, volver sobre aquel
verso sorprendente, advertir el hallazgo poético, valorar con
despacio lo que de original hay en una décima o de repetido en
otra, analizar los recursos de que se sirven los repentistas en la
construcción de su argumento en verso, asomarnos, en suma, al
prodigio que supone el acto de la creación poética.
LA EDICIÓN
Esta edición que ahora presentamos une por primera vez las dos
controversias de Naborí y Valiente. En su momento, en Cuba, fueron
publicadas por separado, pero nunca lo estuvieron juntas, y puede
decirse incluso que hoy son casi desconocidas.
La primera controversia del Teatro Casino Español de San Antonio
de los Baños (La Habana), celebrada el 15 de junio de 1955, fue
publicada en un folleto momentáneo y urgente que se agotó
rápidamente y del que no ha quedado ningún ejemplar en bibliotecas
públicas (el último que le quedaba al Indio Naborí me lo regaló a
mí, dedicado, y lo guardo como una reliquia). La segunda
controversia <<del desempate>>, celebrada en el estadio Campo
Armada (reparto Lucero, La Habana), a los dos meses y medio de la
primera, el 28 de agosto de 1955, se publicó en tres páginas
apretadas de la Revista Panorama. Por eso creo yo que estos
versos, siendo tan importantes como son, un hito en la historia de
la literatura en lengua española, bien que de un género poético
poco conocido y menos valorado, merecían tener una nueva voz,
multiplicada a través de la imprenta, para que sean oídos -leídos-
en ámbitos bien distintos a los que los vieron nacer. Al fin, la
literatura no tiene patrias geográficas limitadoras, y estas
décimas de Naborí y de Valiente, por lo que son y por lo que
representan de una tradición hispánica, son ya patrimonio de
cuantos hablamos el español, y aun patrimonio cultural de toda la
humanidad.
Pero no será ésta la última edición, lo auguramos, ni quedarán
estos limpios versos sin su glosa crítica. En algún lugar, no sé
cuándo, en qué momento ni por quién, habrá una pluma que valorará
en su justa medida la grandeza de las décimas de Naborí y de
Valiente y las pondrá en el justo lugar que les corresponde dentro
del ámbito de la poesía hispánica.
Maximiano Trapero
1 Se tiene noticia de otras
controversias poéticas famosas, alguna que pudo ser incluso más
legendaria que histórica, como la del mítico payador argentino
Santos Vega con Juan Sin Ropa, otras que fueron recreadas a
posteriori, como la del mulato chileno Taguada con Javier de la
Rosa, y, en fin, otras que pudieran ser creaciones literarias
para imitar una controversia verdadera, como se dice que es la
del cubano Limendeux con un tal Santana. Pero ninguna de ellas
ha pasado íntegra a la escritura y no tenemos, por tanto, la
dimensión exacta de lo que fue. Y, desde luego, ninguna alcanzó
los niveles literarios de la de Naborí y Valiente. |