En 2002, un grupo de jóvenes recibieron una invitación. Pero no era una invitación cualquiera: era una invitación a hacer un cambio, un cambio en la sociedad y en sus propias vidas. Esta invitación se las hicieron otro grupo de jóvenes, universitarios que tiempo atrás también la recibieron de otros jóvenes.

La invitación era clara: ser nuevas personas, dándose cuenta que la vida es distinta a como la pensaban, y ser Cristos Jóvenes, viendo la luz de Jesús en todas las cosas.

También se les dijo que el camino sería difícil, que muchos no serían capaces de aguantar el ritmo, que por algún tiempo caminarían sin poder ver bien la luz que los ilumnaría, pero que también habrían momentos en que sentirían felicidad por lo que harían.

De los que recibieron la invitación pocos aceptaron... sólo 17. Pero esos 17 no eran jóvenes cualquiera: eran jóvenes que sintieron esa chispa en el cuerpo cuando se les invitó, jóvenes que aprerrarían.

Se les pidió un nombre para poder identificarlos, para diferenciarlos de la masa. Decidieron uno con relación a la misión que asumieron: SINAI, el monte que querían escalar.

Aperraron los jóvenes, empezaron el camino. Pero no se conocían. No confiaban en el resto, ni tampoco en quienes los ayudaban. Empezaron los primeros a caer, al poco tiempo de caminar. Se empezó a sentir el roce, por lo que hubo que descansar un momento, un fin de semana para reparar la cordada, un retiro.

Se reparó la cordada, y la confianza se pudo establecer. Así pasó un año completo, hasta que se llegó al primer punto de evaluación del camino, el CEL. 9 días de intenso trabajo que permitió afirmar las cuerdas y los pies para el camino del año siguiente. Pero no todos entraron al punto. Se quedaron con el compromiso de volver el año siguiente, aceptándolo.

Siguió avanzando el camino, pero esta vez era más difícil. Los guías ya no estaban todo el tiempo, tenían sus ocupaciones y les costaba más estar pendiente de los jóvenes, por lo que varios se fueron quedando a la orilla del camino. Quedaron 10 de los 17 iniciales. Pero los 10 siguieron aperrando, aunque con evidente desgano y cansancio.

Así avanzó un segundo año de camino. Medio estrecho y dificultoso estuvo.

Llegamos al segundo punto de evaluación del caminar: las colonias. Los jóvenes decidieron no entrar al punto hasta que uno de ellos que no había ido al CEL fuese. Y así lo hicieron. Esperaron 3 semanas fuera del punto, y aquel joven que no entró al primero lo hizo, y después se dirigió al siguiente.

Finalmente como cordada entraron al segundo punto junto a otro grupo que estaba en la misma parada que ellos: Koinonía.

Se suponía que este punto sería muy fácil, que todo estaba en la palma de los jóvenes, pero no se contó con un punto importante: la voluntad de Dios.

Tanto fue la soberbia con que se preparó todo que Dios les envió un recordatorio de lo que era el SAC, y los enfermó a todos, hombres y mujeres por igual, guías y peregrinos.

Quedó el desastre, nadie entendía nada. Todos enfermos y nadie que viera a los niños. Los padres de los jóvenes, a medida que sabían de su enfermedad, los bajaban del punto. De los 13 que entraron al punto, sólo quedaron 6.

Al ver el desastre, los guías quisieron bajar del punto, mas los jóvenes se lo impidieron: quisieron seguir aperrando. Y aperraron, a pesar de la enfermedad continuaron y terminaron con dignidad la acampada.

Y en este punto están hoy los jóvenes: sin saber cómo será el futuro del camino, pero sabiendo sólo una cosa: que cualquier cosa que venga, aperrarán igual.

 

 
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