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"Desterremos los viejos dogmas de los individuos y de las mentes, y renovemos el sublime ideal libertario..." |
Las Tres Piedras - Ricardo Flores Magón
(Tomado del Libro: Flores Magón et al/Regeneración 1900-1918)
Cierto día hablaron las piedras: el magnífico sillar de una mansión señorial, la tosca piedra de una pocilga de proletariado y la plebeya piedra del arroyo.
Dijo el sillar:
--Mi misión es noble; formo parte de este majestuoso edificio que da belleza a la ciudad y proporciona abrigo y bienestar a las exquisitas personas que en él moran. Y con sus perfiles correctos y sus caras pulidas, parecía burlarse de la roña de sus colegas. "Mi misión es noble", repitió en tono de convencimiento.
La piedra de la pocilga replicó amoscada:
--Mi misión es más noble y más grande que la tuya. Yo formo parte de este tugurio que sirve de abrigo a un honrado trabajador y a su familia. Me siento satisfecho y feliz cuando preservo de la intemperie al bravo creador de la riqueza, al mismo que te embelleció con un cincel, para que tú ¡ingrata! Dieras albergue a un puñado de parásitos en vez de proporcionárselo a él, a cuyas manos debes tu gracia y gentileza. Mi misión es más grande que la tuya, porque sirvo para alojar a un ser bueno y útil a sus semejantes, mientras que tú, orgullosa, sólo sirves para dar satisfacciones a seres inútiles y nocivos, a los burgueses, a los enemigos de la humanidad.
La piedra del arroyo escuchaba atentamente esta querella. Ella no podía vanagloriarse de formar parte de ningún edificio ni pobre ni rico. Rodaba, rodaba sin cesar por las calles de la ciudad, atropellada por todos los pies, castigada por todos lo vehículos, pisoteada por todas las bestias, juguete de todos los muchachos. Por fin se decidió a hablar.
--Mi misión es más noble, más grande y más alta que la vuestra --dijo con el tono arrogante a que le daba derecho su participación en mas de una tragedia--. Yo ruedo por las calles como proyectil siempre dispuesta a dar con el blanco: la frente del gendarme, el pecho del soldado, la cabeza del burgués. En el motín, mil manos heroicas se disputan mi posesión; en la barricada soy escudo y proyectil al mismo tiempo: defiendo el pecho del rebelde, o parto, silbante y ligera, de las manos del hijo del pueblo resquebrajar el cráneo del esbirro... Mi misión es más noble, más grande y más alta que la vuestra --prosiguió la piedra del arroyo--. ¡Cuantas veces las luchas por la libertad y la justicia han comenzado por la primera piedra levantada del arroyo por una mano audaz! ¡Ah, no sabéis lo que el progreso humano me debe! Mi presencia en la calle es garantía de libertad; la cólera popular necesita de mí para satisfacerse. ¡Soy el alma de la rebeldía proletaria! Cuando una mano callosa levanta una piedra, vacila el trono de la tiranía. ¡Paso a la piedra del arroyo!
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Las Dos Tendencias - Ricardo Flores Magón
(Tomado del Libro: Flores Magón et al/Regeneración 1900 - 1918)
La tendencia joven y la tendencia vieja se alcanzan a la mitad del camino. La joven sonríe, y en su sonrisa irradia todas las auras, florecen todos los rosales, respiran todos los nardos. La vieja frunce el ceño y gruñe: --¡Alto ahí, desvergonzada! ¿Adónde vas de esa manera? Y el dedo descarnado señala las desnudeces luminosas de la joven, que se ostentan palpitantes y esplendidas como un poema entusiasta a la verdad, a la libertad y a la vida.
La joven no se detiene, no puede detenerse, tiene prisa por llegar a su destino, y su cuerpo ondula al sol armonioso como una estrofa de salud, fuerza y belleza.
La vieja, fuera de si echa a correr tras de la joven, los ralos cabellos al aire, la desdentada boca abierta.
--¡Detente, loca! ¡Vergüenza de tu sexo! --grita la vieja. ¿Sabes siquiera adónde vas? Yo aquí me detengo, yo no camino más. Vale más malo por conocido que bueno por conocer. Es una locura seguir adelante por ese camino que no se sabe donde terminará. Mis padres hasta aquí llegaron, y yo no pasaré de aquí, pues seria tanto como renegar de ellos si diera un paso adelante negando lo que ellos creyeron, odiando lo que ellos amaron, despreciando lo que fue para ellos motivo de respetuoso culto y de religiosa admiración. La igualdad es imposible; por fuerza tiene que haber siempre ricos y pobres. Dios lo ha decretado así; lo asegura la santa religión, y es necesario que dios tenga sus representantes en la tierra, que son los gobernantes. ¡Detente! ¡Detente!
Los gritos destemplados de la vieja levantan una bandada de gorriones, que picotean alegres a la orilla del camino. La joven vuelve el rostro, sonríe bondadosa, y sin detener el paso, dice con una voz en la que vibran la sinceridad y la convicción:
--Yo sé a donde voy. Voy a la vida, y voy desnuda porque represento la verdad. La verdad no puede andar con disfraces. No puedo detenerme, porque sería transigir con el error. También mis padres me enseñaron lo que a ti los tuyos: a creer en la mentira; pero fue que mis pobres padres no hicieron uso de su razón. El sacerdote les ordenó creer, y ellos creyeron a ojos cerrados; el gobernante les dijo: “obedeced”, y ellos obedecieron con las frentes inclinadas; el rico les grito: “trabajad para mí”, y ellos bajaron las frentes, encorvaron las espaldas y echaron a andar sobre el surco...
La vieja bajó la cabeza, y parece reflexionar, los escasos cabellos canos sueltos al viento. Quiere replicar; pero no haya palabras con que combatir las palabras de la verdad. La joven si detener su marcha, continúa:
--Yo me rebelo contra todo lo que creyeron mis padres, no porque los desprecie y los odie. Desprecio y odio, sí, a los que los tuvieron sumergidos en la mentira para tiranizarlos, explotarlos y embrutecerlos.
La joven continúa su marcha como un sol en movimiento, y la vieja, en su puesto, inmóvil, clavada, la ve alejarse rápida, como un rayo de esperanza pasa fugaz por la sombría mente del triste.
La joven va hacia la vida; la vieja se desposa con la muerte.
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Vamos Hacia la Vida - Ricardo Flores Magón
(Tomado del Libro: Flores Magón et al/Regeneración 1900-1918)
No vamos los revolucionarios en pos de una quimera: vamos en pos de la realidad. Los pueblos ya no toman las armas para imponer un dios o una religión; los dioses se pudren en los libros sagrados; las religiones se deslíen en las sombras de la indiferencia. El Korán, los Vedas, la Biblia, ya no esplenden: en sus hojas amarillentas agonizan los dioses tristes como el sol en crepúsculo de invierno.
Vamos hacia la vida. Ayer fue el cielo el objetivo de los pueblos: ahora es la tierra. Ya no hay manos que empuñen las lanzas de los caballeros. La cimitarra de Alá yace en las vitrinas de los museos. Las hordas del dios de Israel se hacen ateas. El polvo de los dogmas va desapareciendo al soplo de los años.
Los pueblos ya no se rebelan, porque prefieren adorar a un dios en vez de otro. Las grandes conmociones sociales que tuvieron su génesis en las religiones, han quedado petrificadas en la historia. La revolución francesa conquisto el derecho de pesar, pero no conquisto el derecho a vivir, y a tomar este derecho se disponen los hombres conscientes de todos los países y de todas las razas.
Todos tenemos derecho de vivir, dicen los pensadores, y esta doctrina humana ha llegado al corazón de la gleba como un recio bienhechor. Vivir, para el hombre, no significa vegetar. Vivir significa ser libre y ser feliz. Tenemos, pues, todos derecho a la libertad y a la felicidad.
La desigualdad social murió en teoría al morir la metafísica por la rebeldía del pensamiento. Es necesario que muera en la práctica. A este fin encaminan sus esfuerzos todos los hombres libres de la tierra.
He aquí por qué los revolucionarios no vamos en pos de una quimera. No luchamos por abstracciones, sino por materialidades. Queremos tierra para todos, para todos pan. Ya que forzosamente ha de correr sangre, que las conquistas que se obtengan beneficien a todos y no a determinada casta social.
Por eso nos escuchan las multitudes; por eso nuestra voz llega hasta las masas y las sacude y las despierta, y, pobres como somos, podemos levantar un pueblo.
Somos la plebe; pero no la plebe de los faraones, mustia y doliente; ni la plebe de los cesares, abyecta y servil; ni la plebe que bate palmas al paso de Porfirio Díaz. Somos la plebe rebelde al yugo; somos la plebe de Espartaco, la plebe que con Munzer proclama la igualdad, la plebe que con Camilo Desmoulins aplasta la Bastilla, la plebe que con Hidalgo incendia Granaditas, somos la plebe que con Juárez sostiene la Reforma.
Somos la plebe que despierta en medio de la francachela de los hartos y arroja a los cuatro vientos como un trueno esta frase formidable: “¡Todos tenemos derecho a ser libres y felices!” Y el pueblo, que ya no espera que descienda a algún Sinaí la palabra de Dios grabada en unas tablas, nos escucha. Debajo de las burdas telas se inflaman los corazones de los leales. En las negras pocilgas, donde se amontonan y pudren los que fabrican la felicidad de los de arriba, entra un rayo de esperanza. En los surcos medita el peón. En el vientre de la tierra el minero repite la frase a sus compañeros de cadenas. Por todas partes se escucha la respiración anhelosa de los que van a rebelarse. En la oscuridad, mil manos nerviosas acarician el arma y mil pechos impacientes consideran siglos los días que faltan para que se escuche este grito de hombres: ¡rebeldía!
El miedo huye de los pechos: solo los viles lo guardan. El medio es un fardo pesado, del que se despojan los valientes que se avergüenzan de ser bestias de carga. Los fardos obligan a encorvarse, y los valientes quieren andar erguidos. Si hay que soportar algún peso, que sea un peso digno de titanes; que sea el peso del mundo o de un universo de responsabilidades.
¡Sumisión! es el grito de los viles; ¡rebeldía! es el grito de los hombres. Luzbel, rebelde es más digno que el esbirro Gabriel, sumiso.
Bienaventurados los corazones donde enraiza la protesta la protesta. ¡Indisciplina y rebeldía!, bellas flores que no han sido debidamente cultivadas.
Los timoratos palidecen de miedo y los hombres “serios” se escandalizan al oír nuestras palabras, los timoratos y los hombres “serios” de mañana las aplaudirán. Los timoratos y los “serios” de hoy, que adoran a Cristo, fueron los mismos que ayer lo condenaron y lo crucificaron por rebelde. Los que hoy levantan estatuas a los hombres de genio, fueron los que ayer los persiguieron, los cargaron de cadenas o los echaron a la hoguera. Los que torturaron a Galileo y le exigieron su retractación, hoy lo glorifican; los que quemaron vivo a Giordano Bruno, hoy lo admiran; las manos que tiraron de la cuerda que ahorcó a Jhon Brawn, el generoso defensor de los negros, fueron las mismas que más tarde rompieron las cadenas de la esclavitud por la guerra de secesión; los que ayer condenaron, excomulgaron y degradaron a Hidalgo, hoy lo veneran; las manos temblorosas que llevaron la cicuta a los labios de Sócrates, escriben hoy llorosas apologías de ese titán del pensamiento.
“Todo hombre” --dice Carlos Malato-- es a la vez el reaccionario de otro hombre y el revolucionario de otro también.”
Para los reaccionarios --hombres “serios” de hoy-- somos revolucionarios; para los revolucionarios del mañana nuestros actos habrán sido de hombres “serios”. Las ideas de la humanidad varían siempre en el sentido del progreso, y es absurdo pretender que sean inmutables como las plantas y los animales impresas en las capas geológicas.
Pero si los timoratos y los hombres “serios” palidecen de miedo y se escandalizan con nuestra doctrina, la gleba se alienta. Los rostros que la miseria y el dolor han hecho feos, se transfiguran; por las mejillas tostadas ya no corren lágrimas; se humanizan las caras, todavía mejor, se divinizan, animadas por el fuego sagrado de la rebelión. ¿Qué escultor ha esculpido jamás un héroe feo? ¿Qué pintor ha dejado en el lienzo la figura deforme de algún héroe? Hay una luz misteriosa que envuelve a los héroes y los hace deslumbradores. Hidalgo, Juárez, Morelos, Zaragoza, deslumbran como soles. Los griegos colocaban a sus héroes entre los semidioses.
Vamos hacia la vida; por eso se alienta la gleba, por eso ha despertado el gigante y por eso no retroceden los bravos. Desde su Olimpo, fabricado sobre las piedras de Chapultepec, un Júpiter de zarzuela pone precio a las cabezas que luchan; sus manos viejas firman sentencias de caníbales; sus canas deshonradas se rizan como los pelos de un lobo atacado de rabia. Deshonra a la ancianidad, este viejo perverso se aferra a la vida con la desesperación de un náufrago. Ha quitado la vida a miles de hombres y lucha a brazo partido con la muerte para no perder la suya.
No importa; los revolucionarios vamos adelante. El abismo no nos detiene; el agua es más bella despeñándose.
Si morimos, moriremos como soles: despidiendo luz.
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