BIBLIOTECA ARCAICA Como si fueran años y años de trabajo nos demoramos en encontrar la respuesta. Cavando, sospechábamos que un antiguo habitáculo nos delataría el hallazgo arqueológico que ansiosos buscábamos. Encontramos a la mujer incrustada en los libros cuando descubrí tras una pared gruesa pero muy frágil y de barro, el secreto que escondía la biblioteca arcaica. ¡Quinientos volúmenes!; una maravilla. Teosofía, filosofía, herbolaria, sexología, magia... y alquimia de un tal Alkimius. A primera vista se trataba de un tesoro mental: cientos de miles de palabras escondiendo conocimientos, mapas, conjuros, blasfemias, cuerpos pintados y frases heridas de vejez por las páginas rotas de los libros. Con finura de unos dedos cuidadosos y enguantados, extrajimos del nivel más bajo el primer gran libro que moría sin luz y sin mirada. Observamos la portada todos juntos con cautela, entre un círculo encerrando las intrigas y las luces. La portada no tenía nombre, no tenía color, no tenía papel, no tenía portada al deshacerse entre mis dedos. Una de las bocas gritó "¡Maldición!" y el libro terminó de desmoronarse en los aires por los gritos de la histeria. - ¡Cómo serás idiota! - ¡Acabamos de perder un libro de miles de años de antigüedad! - Tú fuiste quien lo sacó de su habitáculo… Un barullo se escuchó, ni siquiera el sonido del viento correr por el túnel de entrada se escuchaba a tantos gritos de discusiones infinitas. Alguien calló a todos con un grito mayor: ese libro del librero superior había caído como protesta por la profanación del secreto. - ¡Imbéciles, ya son dos libros destruidos y apenas acabamos de descubrir la biblioteca!. Si seguimos discutiendo nos vamos a acabar todo el hallazgo en cinco min... - ¡Espera!, ¡espera!, ¿qué dice aquella hoja que cayó...? Clavé los ojos entre mis pies mientras el resto del libro se seguía diluyendo en polvo por el resto del recinto, sólo una de las páginas se había mantenido intacta ante mis ojos. Al instante nuestros globos oculares circundaron en torno a las escasas y extrañas letras, que también tiritaban amenazando con desintegrarse. Había ahí una sentencia en alfabeto semejante al Cánico, una sentencia que indicaba una especie de clave. Ninguno de nosotros daba crédito entre empujones de curiosidad, pugnando por saber qué decía lo último y lo único de un libro que acababa de morir. Mientras mis hombros se hartaban del desorden, se abrió pujante mi mandíbula acalorada: "¡Basta!, sólo es un mísero escrito; ustedes pueden investigar los demás libros mientras yo lo examino con cautela". Por fin mis amigos se alejaron de mis áreas de respiro. Y ahí estaba. ¿Qué carajos serían aquellos cinco signos con dos líneas paralelas al final?... Traté de agacharme para buscar más trozos en el suelo, pero como habíamos visto, toda página ya era polvo que se respiraba por los poros de mi asma, y tal vez circulaba ya rumbo a la sangre. De aquel libro sólo quedaba lo que tenía en mis manos, y nada más. Al momento bajé de mi cabeza una lente y pronto disparé un rayo para asegurarme de no perder el mensaje por algún ataque del tiempo. Después del rayo saqué la lente de mi ojo y la imagen estaba ya en mi mente. Entonces me senté. Ahí pasaron los minutos mientras yo intentaba dar con la respuesta, los demás espiaban sin tocar y sin los ojos en la cara porque estaban bien metidos en las páginas y los títulos de los libros, mascullando entre dientes las intrigas que cada revisión brindaba. Uno revisaba un libro de filosofía, otro veía imágenes de extrañas especies, otro información de una parte desconocida del universo. Yo regresé a mi mente. Las dos letras finales eran una incógnita, eran mil veces más extrañas y confusas que las letras que les precedían. Tal vez podrían ser el indicio de una división de ideas o de imágenes. Indagué e indagué entre mis memorias hasta agotar la energía; hice fluir por mis neuronas todos mis conocimientos sobre glifos, pero fue inútil, por más esfuerzos que gruñía no lograba producir algún eureka. Saqué entonces de mi aljaba todos los aparatos posibles y los conecté a mi conciencia; mientras la ciencia, la tecnología y los hologramas me daban ayuda por fuera, la fe, el intelecto y la esperanza trabajaban por dentro. Sin embargo, siguió siendo imposible. No cabía duda que ese mensaje no se encontraba al alcance de mi sapiencia. Así que volví a levantarme y agotado caminé a la pregunta de mis compañeros si habían encontrado pictogramas como estos en otros libros. Uno de esos libros, que estaba siendo hojeado por el rayo de un amigo, nos hizo saber que la primera letra coincidía con el principio de aquel libro que estaba revisando. Entonces yo metí los ojos a la mirada de mi amigo, y ya viendo los dos lo mismo encontramos que el primer signo indicaba la primera letra de un alfabeto desconocido; de aquí en adelante sería más fácil si en los libros siguientes se encontraban los demás signos. Así fue. Quiero decir, casi así fue porque las dos letras paralelas del final no formaban parte del alfabeto extraño, pero los signos restantes estaban a punto de deducirse que sí representaban una idea. Toda esa mezcla de fábulas hacía yo, cuando uno de mis colegas me lanzó una pregunta excelente: "¿Por qué le das tanta importancia a una frase tan simple?" Vale la pena comenzar a descifrar los mensajes, ¿no crees?, contesté más excelente y así seguimos trabajando. Pasaron los tiempos. Había un sudor que maltrataba el cansancio y un vapor nuestro que hacía "llorar" a los libros al impregnarse en sus cubiertas. Entonces decidimos asegurarlos más para apuntalar la zona, esterilizar el aire y colocarnos los disfraces de desnudos sin nada de ropa bajo los trajes para evitar la emanación de cualquier tipo de partícula nociva. Así hicimos, siguiendo investigando el análisis nos llevó por los días y las noches y las tardes. Las mañanas fueron para conocer la fama en los simposios, asambleas, entrevistas a televisiones, radios, diarios, faxes, correos electrónicos, teledimensores, revistas, conferencias y algunos otros medios más. Después de varios días y días llegaron los primeros frutos: Conseguimos descifrar la mitad del alfabeto. Era temprano, sobre el cachete descansaban el rostro y la cabeza de un colega que estaba descansando en una mesa; otro se veía dormido a fondo, formaba también bajo su boca un gran charco de baba que se derretía hasta gotear en el suelo. Los demás seguíamos bostezando sin aliento frente a las pantallas que no paraban de estudiar los signos. Al tiempo, varios cientos de trillones de fotones azotaron sobre mi espalda: Salía el sol. Aislados, los libros ya estaban a salvo de la luz y tranquilos como siempre. Vibraba en mi oreja una melodía de Enya y caíamos agotados mientras la pantalla continuaba el estudio. Sin ventana de conciencia abierta, todos estábamos en el sueño. Así de súbito, un recordador se activó cuando Enya terminó de cantar: "No olvidar reunión con "AA"* (*Asamblea Antropológica), a las diez de la mañana" Nadie hizo caso, hubiéramos seguido durmiendo si el computador no hubiese tirado varios pitidos a las trece de la tarde afirmando que había logrado descifrar el alfabeto. Varios trozos de cráneos azotaron contra el suelo por el susto, nos levantamos, fuimos a ver el prisma electrónico y ahí estaba la respuesta. Entonces yo levité de un salto de alegría y caí sobre mi silla para comenzar a teclear. La sorpresa fue creer que aquella clave que en un principio rescaté de ese libro, había querido decir "Ayuda". - ¡Ayuda!, ¡Ayuda!, ¡ayuda...! ¡Quiere decir "Ayuda"! -Repetí tan contento de haber rescatado algo de ese libro que no pude dejar de besar a mis amigos. - ¿Y qué querrá decir con eso? - Pues quiere decir ayuda, ¿no? Entonces nuestros gritos colectivos dejaron de alegrarse: "Ayuda" ¿Sería casualidad que sólo aquella palabra hubiera quedado viva? o más aún, ¿por qué esa hoja, con una palabra solamente, no se había desmoronado como todo el resto del libro? Sólo hasta ese momento empezaron a caer las preguntas. Mis amigos se volvieron cuerdos -para ellos era locura estar cuerdos-, cuando se dieron cuenta de que el conocimiento de los libros estaba a la puerta de la esquina, sólo había que abrir esa puerta y dirigir allá los pasos, todo estaría por empezar a conocerse, descubriríamos los secretos que esa biblioteca nos guardaba. Al tiempo me di cuenta de que las letras del final no eran sino dos signos de numeración que juntos formaban el número "16". Y era intrigante, volví a indagar en mi cerebro y a mis colegas para ver si en otros libros se veía el mismo fenómeno, pero por desgracia las respuestas me sorprendieron con un no. Seguimos analizando por el resto de la tarde. Mientras un pozole con limón y carne se introducía con la cuchara entre mi boca, yo seguía plantado en la pantalla tratando de matar ese dilema. De pronto alguien me llevó el hombro a su pantalla, un colega había descubierto algo nuevo: "Mira. "Ayuda 16" también está en este libro..." ¿Pero, qué hace ahí ese "Ayuda 16" en pleno libro de fábulas perdidas? Le pregunté al libro y después al colega cuando en ese momento descubrimos que la cubierta tenía un título extraño: "Estoy 39". Fue ahí cuando el rechinido de los dientes postizos se escucharon en mis encías, estábamos disgustados, no sería sencillo descifrar esos enigmas.. Tomamos calma. Una paleta de chocolate comenzó a comerse el malvavisco en mi amigo. Yo chupaba otro chocolate Azteca y los demás un trago de horchata, una copa de vino y una taza de cerveza fría frente a sus respectivas pantallas. Ahí seguimos intrigándonos: ¿Qué tenían en común "Ayuda 16" y "Estoy 39"?... Por lo pronto -y era obvio-, ambos tenían extraños números pegados como parásitos a sus palabras. Ambos también eran libros de títulos extraños para los temas que trataban y mientras que "Ayuda 16" contaba historias de fábulas imposibles de conocer, "Estoy 39" era un estudio arcaico de técnicas de riego para el campo. Pensamos entonces en la posibilidad de una clave secreta, pero por más que seguíamos intentando, no veíamos relación alguna entre esos títulos y los libros de que trataban. Estornudó mi boca varias veces, había llegado mi resfriado. Después de haber observado con detenimiento la biblioteca en su conjunto, me di cuenta de que todos los libros estaban numerados casi microscópicamente. Así, sólo para sospechar si acaso ese 39 tenía relación con la clave, por casualidad llevé mi brillosa mirada al libro con el no. 39 de la biblioteca arcaica. Fue entonces como de pronto se me hicieron los ojos de búho atónito al quedar pasmado porque estaba descubriendo un nuevo título extraño: "Atrapada 70". Esa era la portada del libro que estaba frente a mi nariz bajo el pañuelo y que no tenía absoluta relación con el contenido de ese libro de temas canónicos. Seguimos pues estornudando contagiados a pesar de la atmósfera estéril. Nos fuimos al libro no. 70, y encontramos otro que se intitulaba: "Entre 12". Nos estábamos volviendo locos -y para nosotros, la locura era regresar a la cordura-. La mayor histeria la experimentamos cuando dos colegas comenzaron a temblar de adrenalina: "Ayuda 16" ya no estaba en la pasta de su libro. -¡No puede ser!, ¿qué no decía ahí "ayuda 16"? Se extrañó un colega. Yo respondí que si, "Ayuda 16"."¿sí era este el libro, no?..." Hasta el colega dudaba de haberse equivocado, pero yo estaba seguro de que ese libro era el que llevaba el título de "Ayuda 16". - ¡Pronto, vengan acá! -Habló otro amigo- "Estoy 39" ha desaparecido... - "¡LOS TÍTULOS SE ESTÁN BORRANDO, MAS VALE QUE NOS APRESUREMOS A SEGUIR LOS NÚMEROS DE LOS DEMÁS TÍTULOS, SI ES QUE NO QUEREMOS PERDER LA PISTA...! LUEGO VEREMOS POR QUÉ SE BORRAN. "¿Dónde nos quedamos?", preguntaron casi todas las bocas. Yo sabía que nos habíamos quedado en la palabra "En 12", así que fui a buscar el libro no. 12, y la rara portada decía "Los 88". - Pronto, al 88, que "Atrapada 70" acaba de desaparecer. Jadeamos a buscar el siguiente número y al encontrar en él la palabra "Libros 40", los otros títulos habían desaparecido. Mientras seguíamos encontrando títulos extraños, un colega que peleaba con su respiración preguntó si alguien llevaba la cuenta de las palabras que ya no estaban: - Si -contestó alguien-, creo que el orden es: "¡Ayuda-estoy-atrapada-entre-los-libros! Fue entonces cuando todo el tiempo se detuvo. Contra la lógica las doce piernas nos quedamos engarrotadas mirándonos los unos a los otros. Nadie respiraba, nadie latía, las expresiones atónitas en nuestros rostros quedaban atrapadas en nuestra cara. - ¿Qué dijiste? -Pregunté apenas desentumiendo las cuerdas vocales. - "Ayuda, estoy atrapada entre los libros" Corrimos inmediatamente hacia el gran librero, comenzamos a mover los libros para ver si había alguien detrás de ellos, desesperábamos las manos cuando un chiflido interrumpió nuestra histeria. - ¡Un momento!, ¡Idiotas!, ¿qué estamos haciendo?, ya hubiéramos descubierto a alguien aquí desde el principio... ¡Es ilógico que haya alguien después de tantos miles de años! Ahí fue cuando caí al piso, llevaba ya casi 39 grados en la piel. Los colegas me levantaron y recostaron mi cuerpo en un pretil y yo no temblaba porque me sentía congelado del resfriado, caí dormido en subconciencia bajo la orden de unas pastillas contra la gripa. De todas formas a lo lejos todavía se oían algunos ecos, pero los oídos inflamados me decían poco: "Ssiiiiiggaaaaaammmmmooooosssss llllaaaaa ppiiiissssstttttaaa aaaaallll lliiiibbbrooooo cuuaaaaareeeeennnnnnttaaaaaaa". Muy dentro, muy distante de la realidad hacía yo esfuerzos exhaustivos por no perder el rastro de lo que ellos decían, pero me fue imposible... Al atardecer siguiente obligué a mis ojos a abrirse, entonces mi garganta pudo decir palabra: "¿Qué pasó...?" Alguien contestó que el libro número cuarenta no tenía título extraño, que habían perdido el rastro por haber corrido a buscar la estupidez de alguien que estuviera vivo. Volví a caer dormido, confundido entre el 40 de mi temperatura y el 40 de aquel libro. Dos días después me volví por fin. Los colegas me tenían en una cama ya bajo en calor y bien servido con un tesito. Saludé, pregunté por la biblioteca y la habían dejado intacta. Por la noche pude levantarme, ellos estaban dormidos, entonces enredé mis pies en el piso hasta lograr balancearme al pretil donde estaba el libro asegurado. Al título era "Herbolaria China" al principio, y en menos de tres segundos la vista me cambió las palabras por "Hola". - ¿Qué demonios es esto? ¡OIGAN!, ¡OIGAN...! VENGAN ACÁ! - Grité cuando los hombres adormilados se levantaron lentamente, pero volaron cuando dije que el libro de nuevo había cambiado de nombre frente a mi frente, mis narices y mi mismísima mirada. No cabía duda ya de que alguien estaba en alguna parte tratando de comunicarse. Estábamos todos juntos y comenzaron las intrigas: "¿Qué eres?, ¿dónde estas?, ¿eres algo?". Entonces la palabra "Hola" agregó al final dos signos que formaron el 99. Las manos corrieron a buscar el número que estaba justo al centro de la biblioteca, lo extrajimos con cuidado y su título cambió de nombre exactamente frente a las bocas atónitas: "Aquí", contestó el ser o lo que fuera. - ¡¿Dónde?! -Pregunté yo mientras "Aquí" no colocaba números para seguir la pista- ¿Dónde? -Volví a preguntar y de nuevo apareció otro número que nos llevó a los mensajes de varios libros que comenzaron a hablar. Pronto la cadena nos hizo saber que estábamos frente al fenómeno más raro y mas fantástico que la arqueología podía tener o había tenido. Alguien hablaba con nosotros sin que nosotros supiéramos de dónde. Así que ese alguien siguió construyendo palabras y frases en los libros. "Estoy incrustada en los libros.....desde hace años" Yo le pregunté si era ser humano y me dijo que sí. Me adelanté a las intrigas de los otros y le pregunté si era mujer; ella respondió que sí: "Mis células, mi cuerpo está entre cada letra y cada hoja de cada libro. Alguien me condenó hace mucho tiempo, desde entonces he vivido aquí" Y entonces comenzaron nuestras preguntas... Ella tenía nombre de flor: Alhelí. Ella cantaba música antigua e intangible (los aparatos sónicos no alcanzaron a escucharla), ella no envejecía, tenía miles de años teniendo 19; el tiempo y el espacio se habían detenido. Nos preguntamos si era hermosa y ella no nos quiso contestar, entonces nos dimos cuenta de que era verdaderamente hermosa. Ella era una mujer callada, había leído todos los libros que estaban entre ella misma. Aún antes de quedar atrapada había sido una mujer clandestinamente lectora, erudita, sabia. Los colegas se fueron (para ellos fueron más importantes las conferencias) y yo me quedé solo a petición suya.Le pregunté si había manera de conocerla más, y entonces ella me llevó hasta un libro donde hacía mucho tiempo había logrado con esfuerzos infinitos plasmar un poema: "La cascada brota cristalina hacia mis senos, se desliza como roca que soy sobre mi cuerpo; y me pierdo como ella que se pierde, cuando juntas nos perdemos en el tiempo para siempre" Ella era divina. Los mensajes terminaron por esa noche y yo apagué las velas de flama eléctrica. Me acosté sobre un pretil, fascinado, con los ojos abiertos contemplando la biblioteca toda la noche. Ella dijo que su cara estaba diluida en un libro de léxico antiguo, lo saqué de su lugar y comencé a hojearlo. Ella estaba ahí aunque sólo hubiera páginas y páginas de valiosa sabiduría. Ella estaba ahí. Al lado del libro había otro de álgebra. Entre algoritmos, ecuaciones y polinomios estaban sus neuronas escondidas tan lejanas... ni aún con el microscopio más potente pude verlas, pero eran materiales, ellas estaban ahí. Regresé al libro de léxico, y en las primeras páginas solté mis labios y plasmé un beso donde creí que estaba su boca. No pude dejar de mojar la superficie con una lágrima de mi mirada. Al despuntar el cenit yo abrí los ojos, no sé ella. Me levanté y saqué de entre mi abrazo los libros con los que había dormido toda la noche, los coloqué en los espacios de su lugar y caminé a sentarme para vaciar el recipiente en una taza de café. Me senté sobre una silla, y cuando hube levantado la mirada mis ojos no pudieron dar crédito al descubrir sutilmente a la silueta femenina más perfecta, trasluciéndose entre los lomos de los libros, acariciándose. Ella estaba desnuda, acostada, no parecía dormir, tampoco estaba despierta porque simplemente la veía inmóvil y atrapada. Pasó el tiempo, el malestar ya se había ido y los colegas también, yo no había dejado los libros ni un sólo momento. "¿Cómo estas?", le pregunté. Entonces un número apareció en el último libro que habíamos dejado en la conversación del día anterior. Decía "Bien 60", seguí sus números como pasos a los libros y ella me dijo que se sentía muy triste. Después dijo "Te quiero, aunque sólo pueda oírte y no sepa dónde estas". Yo le dije que le haría cosquillas en los libros de sus pies y que la haría feliz por el resto de mi vida. Fue en ese momento cuando ella dijo que quería tener un hijo, que si podía hacerle el amor. Yo quedé absorto y sin vapor en el respiro; le pregunté que cómo haría yo eso y ella me contestó que sería sencillo, que como cualquier pareja que hacía el amor sacara el libro donde se encontraba su pubis, y entre sus páginas derramara yo un poco de mi génesis para engendrarla; después que lo cerrara y volviera a ponerlo en su lugar. Yo me sentía volver loco, le pregunté si eso sería posible y ella me dijo que no dudara, que tenía deseos infinitos de tener compañía ahí adentro. Así pues luego de un tiempo dejé la clara mancha entre las páginas 307 y 308 de un libro de anatomía. Cerré el libro y lo puse en su lugar, ella me dio las gracias y toda la tarde seguimos charlando hasta caer dormidos en cansancio. Los días siguientes el lejano vientre de mi dama atrapada se vio crecer rápidamente, seis meses fueron seis días, doscientos besos en todo el cuerpo le transmitieron mi alegría a todos los libros: Yo iba a ser padre. Ese día los colegas llegaron temprano y contentos, traían consigo cientos de aparatos y reporteros masivos con noticias en las manos para comenzar a reportear al universo... - "Cómo es posible -reclamaba a la nada una periodista de crónicas-, hemos conquistado cuatro de los diez planetas de este sistema solar, cuando aún seguimos descubriendo maravillas en nuestra propia Tierra..." Los demás humanos devoraron el recinto, el caos de vivos estaba agobiando el orden de los inertes. Un colega se subió a un banco y bajó un libro alto de literatura hasta entonces desconocida. De súbito, un pie pateó el soporte del nivel mas bajo y la orgía miró cómo el librero de tres metros se tambaleaba en vaivén amenazando el piso. "¡DETÉNGANLO...!!" Dije al empujar con mi sonido las espaldas de los hombres que ayudaron a aguantar la caída. - ¡¿Pero qué diablos están haciendo?! ¡Este es el tesoro más valioso de la historia y ustedes no le dan la importancia que se merece! - A ver, todos con orden... El calor de una lámpara teledimensora estaba en el suelo, bajo algunos libros que habían logrado caer al piso. El rojo vivo se encendió cuando las primeras páginas comenzaron a incendiarse y ya nadie pudo apagarlas. No había extinguidor, arrojé los tes y el café caliente que encontré en mi histeria, pero las llamas ya montaban rápido hacia la mujer que había despertado prácticamente calcinada. Proclamé el grito más desesperado y me arranqué la bata intentando cubrir las llamas, pero la tela se incendió para acompañar la tragedia. Como un último intento me lancé contra el librero para cubrirla, pero ya nada pudo impedir que me quemara con ella. En la pasta de un libro que estaba entre su vientre, una última palabra brotó desde su alma. "AYUDA". XI-93 A Claudia Macías. AUTOR: Alfredo Ortiz García (21 años) EPÍLOGO Ahora que me veo al espejo y casi no me reconozco, ahora que contemplo a mi hijito entre mis brazos, no puedo dejar de soñar que algún día escriba la historia de mi amada, un libro que por fin descanse en el más grande recinto que habrá de construirse, LA NUEVA BIBLIOTECA ARCÁICA escondida, que algún día será descubierta por nuevos investigadores en un futuro muy lejano. Este sobreviviente de la única hoja viva, será quien la cuide para siempre. |
¿CURIOSIDAD POR CONOCER LO QUE FUE ENCONTRADO EN UNA GRUTA PROFUNDA? LEE ENTONCES ESTE RELATO DE MISTERIO, CONSIDERADO POR LA CRÍTICA COMO LA OBRA MAESTRA DEL AUTOR. |