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El laberinto del feudo

Fue la ganadora inesperada del Óscar. Más sorprendente aún es que su temática sobre lo que ocurría en Europa Oriental antes que cayera el Muro de Berlín es abiertamente desdeñado por Hollywood. Por lo demás, vea La Vida de los Otros y adéntrese en un cine mucho menos convencional

The Lives of Others
Martina Gedeck. Ulrich Muehe, Sebastian Koch

Dirigida por Florian Henckel von Donnersmarck
Buenavista
/2005

MARZO, 2007. La noche de la entrega del Óscar millones de espectadores vimos cómo, al momento de anunciar la mejor película extranjera, el director Guillermo del Toro se ponía de pie pero tuvo que detenerse cuando escuchó otro nombre. Se trataba de un sorprendido cineasta alemán de 33 años y cuyo proyecto costó dos millones de dólares (en comparación, El Laberinto del Fauno costó casi 25).

Esa no fue la única sorpresa: la Academia premiaba a una cinta que tenía como tema la vida tras la cortina de hierro, asunto al que Hollywood le saca como si fuera la peste: ¿cuántas películas recuerda el lector que ahí se hayan filmado sobre el fin del Muro, de Ceaceuscu, de Honecker, de Tito, de Gorbachov? (en cambio, todavía siguen estrenándose películas sobre la Segunda Guerra Mundial, que finalizó hace 62 años).

Quizá ésta fue la manera en que los Óscares trataron de limpiar la pifia de hace cuatro años cuando evitaron postular a Goodbye Lenin. Como sea, y sin menospreciar a los adoradores del Fauno, The Lives of Others se lleva una presea merecidísima. Los laberintos que narra no ocurren bajo los escombros dejados por la Guerra Civil española, sino en pleno 1984 en el sector oriental de Berlín, capital de la estúpidamente llamada República Democrática Alemana. Erich Honecker es aún el sátrapa del país; el mundo occidental se hace el tonto ante las atletas germanorientales de aspecto hombruno que ganan medallas y echan porras a Honecker con voz de Barry White. La pesadilla está a menos de un lustro de terminar, pero sus habitantes no lo saben.

Florian von Donnersmarck, el director, no realiza proselitismo hacia bando alguno: en cambio, nos ofrece una historia donde el cazador resulta atrapado, y donde lo humano se sobrepone a lo burocrático y su ceguera ante la realidad.

El capitán Gerd Wiesler es un cumplido agente de la Stazi, la policía secreta germanoriental. Durante su trayectoria ha destruido la reputación y las vidas de muchos conciudadanos, pero para él cualquier remordimiento queda sepultado por sus refinados gustos musicales. El Estado le encarga entonces acumular evidencias contra el dramaturgo Georg Dreyman y su esposa, una afamada bailarina, pues se sospecha que ambos están involucrados en "actividades contrarrevolucionarias". La maquinaria del servicio secreto de la RDA ha hecho de vecinos, amigos, amantes y aun matrimonios valiosos delatores, de modo que para Wiesler, en apariencia, ésta será pan devorado, con el añadido que, por tratarse de un "pez gordo", será ascendido en el escalafón de la Stazi.

Efectivamente, Dreyman participa en actividades clandestinas, la mayoría de ellas inauditas para el agente, quien se da cuenta del enorme desconocimiento que sus superiores tienen respecto al "enemigo" ¿o acaso la ignorancia es intencional? Nuestro protagonista ingresa así a las vidas de los otros, aquellos que saben que tras las herméticas fronteras existe otro mundo, una dimensión opuesta a la de ellos; y descubre, con sorpresa, que fuera de la RDA hay quienes gustosos propalan las tonterías propagandísticas que a él se la han inculcado.

Pero el vigilante termina vigilado por el orwelliano Estado estealemán, quien ve cómo tritura sin piedad a quienes ya no le sirven ideológicamente. Ni siquiera la cercanía con Honecker, a través de su hija, le ayuda a esquivar la furia del Partido. A diferencia del cliché hollywoodense aquí no hay besos donde todos aplauden al final de la cinta; es la lucha de un agente por sacudirse las mentiras que le han contado por años. Casi podría decirse, incluso, que Wiesler es un Truman --el personaje de Jim Carrey que vivió 28 años dentro de un reality show-- y cuyo encuentro con la verdad puede ser devastador.

Si usted aún rumia su coraje porque El Laberinto perdió ante esta película, doblemente le recomendamos verla, y tendrá así oportunidad de corroborar que, esta vez, los señores del Óscar no se equivocaron al premiarla como mejor película extranjera. 

 

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gustavo_moreno escribe 26.03.07

Yo sigo pensando que al Laberinto del Fauno le robaron el Oscar como mejor película extranjera. No he visto la película que ustedes comentan aquí aunque no creo que haya tenido más méritos, pero bueno, así se las gasta Hollywood. Quizá su director debiera cambiarse el nombre a William of the Bull para que así le hagan caso.

felipillovox escribe 26.03.07

Es cierto, yo no recuerdo alguna superproducción de Hollywood respecto a la caída del muro de Berlín, de Gorbachev, de Yelstin o de la llamada revolución de terciopelo en Europa del Este, como si esos acontecimientos no le hubiera hecho mucha gracia a quienes hacen películas en Hollywood ahí de modo que tenemos que enterarnos gracias a películas europeas qué raro no?

 

 

 

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