" No es posible " , le dije , " si estamos en un Hotel de cuatro estrellas, en el centro de Tokyo y en un
¡ dieciseisavo piso !.
El ataque inesperado de los vulgares animalitos había servido para que bajásemos antes de lo previsto al comedor; siguiendo nuestra línea más depurada de tradiciòn viajera, hice acopio de todas las posibilidades que ofrecía mi plan de desayuno, mientras Eón con su habitual frugalidad gastronómica matutina, desaprovechaba la invitación del Hotel como compensación al incidente de la legión partisana en nuestra habitación.
Aquella semana visitamos Osaka, Sikoku y Kumamoto, en las vecinas islas niponas; y así, del Océano Pacífico Norte, haciendo escala en Filipinas y Malasia, nos dirigimos al Pacífico Sur. LLegamos al aeropuerto de Melbourne, en Australia, donde nos quedaríamos quince días hasta la llegada oficial de la primavera.
Nuestros viajes a capitales Europeas habían quedado atrás, y los cambios culturales más impactantes empezaban a formar parte del decorado geográfico que nos forjábamos al preparar nuestros viajes. Pero el exotismo de estos, no estaba ahí afuera, sólo provenía de la falta de asentamiento temporal prolongado en los sitios, así como de los códigos de civilización que aún llevábamos en las maletas. El viaje exterior culminaba siempre en un viaje más amplio y vital... el de las perspectivas.
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