Inserta en las condiciones generales de la existencia colectiva, una cultura liberadora no puede progresar sin ruptura ni conflictos. La voluntad de expresión autónoma y original, allí donde esta subsiste, es tarde o temprano, llevada a forma de protesta violenta, galvanizadas por el malestar que desarrolla el régimen capitalista y burocrático, a través de un lavado de cerebro continuo, su organización de trabajo y sus condiciones de acostumbramiento. La importancia que el anarquismo atribuye a la rebelión como toma de conciencia y ruptura con un orden impuesto, debe llevarlo a reconocer el valor subversivo de estas manifestaciones. La rebelión, en general se expresa en actos de violencia. La lucha revolucionaria anarquista en la historia, se ha desarrollado en medio del combate; para la opinión del común de la gente el anarquista ha quedado como “el tira-bombas”, el negador sistemático. Sin embargo existen corrientes libertarias no violentas, cuyas razones comparten aquellos que preconizan las formas a través de la fuerza.
Toda violencia es un signo de fracaso; fracaso de la libertad que para realizarse debe apelar a un principio que ella condena: la presión violenta. Por lo tanto los medios empleados determinan la naturaleza de la sociedad en que se desenvuelven. La inevitable violencia es necesaria para destruir la racionalidad agresiva, instrumental y represora que baña los espíritus en esencia libertarios de la sociedad actual.
No hay otra alternativa que la violencia. La voluntad de realizar una sociedad libre, de asegurar libre curso a la vida personal y social, choca inevitablemente con el mundo que ella
condena. Toda la trama de las relaciones colectivas esta impregnada de violencia, abierta o larvada.
No es posible aceptar la idea de los pacifistas integristas según la cual toda servidumbre es
mejor que las armas. Aceptar los campos de concentración y exterminación, ¿no era otorgar más a la violencia que los riesgos de una lucha armada? Es necesario y resulta más que imprescindible distinguir dos formas de violencia: el instrumento de dominación utilizado por las clases que explotan la vida social en su beneficio; y la reacción defensiva de las masas explotadas y expoliadas; esta segunda forma es entonces uno de los resortes de toda lucha.
En tanto impulso rebelde, la violencia expresa una toma de conciencia. Ella proclama el carácter insoportable de una condición sufrida durante demasiado tiempo, del mismo modo que la urgente exigencia de “otra cosa”. El estado social existente que esconde su verdadera naturaleza bajo una fachada de justificaciones ideológicas y jurídicas, pondrá en funcionamiento su maquina represiva; es aquí donde la violencia juega un papel revelador. Huelga, manifestación callejera,
boicot, o sabotaje; la violencia revolucionaria ilumina con luz cruda lo que justamente el
parlamentarismo y las mesas redondas con las patronales buscan esconder: la separación y la
oposición de clases. Crea al mismo tiempo un clima de efervescencia donde florecen las ideas nuevas y avanzadas. Respuesta natural y fermento de conciencia, la violencia es un elemento de la acción revolucionaria. No se deben olvidar jamas, no obstante, los riesgos que ella hace correr a la libertad cuando termina por ser institucionalizada o militarizada. Es por esto, que los revolucionarios deben cuidar mucho el que las formaciones de acción violenta no sean jamas burocratizadas, separadas del conjunto de las organizaciones sociales en lucha por la supresión del régimen capitalista y la instauración de la Sociedad Anarquista.