SANTO
TOMAS DE AQUINO,
«DOCTOR COMMUNIS ECCLESIAE» Y «DOCTOR HUMANITATIS»
Autor:
S.S. Juan Pablo II
A los participantes en el VIII Congreso Tomista Internacional,
celebrado
en Roma con ocasión del centenario de la Encíclica «Aeterni Patris»
Venerados y queridos hermanos:
Estoy sinceramente contento de poder recibir hoy, en un encuentro cordíal, a
los participantes en el VIII Congreso Tomista Internacional, celebrado con ocasión
del centenario de la Encíclica Aeterni Patris, de León XIII, y, además, de la
fundación, por obra del mismo´ Sumo Pontífice, de la «Pontificia Academia
Romana de Santo Tomás de Aquino».
Saludo con afecto a todos los presentes y, en particular, al venerado hermano
cardenal Luigi Ciappi, Presidente de la Academia y a Mons. Antonio Piolanti,
Vicepresidente.
En el centenario de la Encíclica «Aeterni Patris» 1. Con la celebración del
VIII Congreso Tomista Internacional organizado por la «Pontificia Academia
Romana de Santo Tomás de Aquino y de Religión Católica», concluyen las
manifestaciones conmemorativas del centenario de la Encíclica Aeterni Patris,
publicada el 4 de agosto de 1879, y de la fundación de la misma Academia, que
tuvo lugar el 13 de octubre de 1879, por obra del gran Pontífice León XIII
Desde el primer Congreso, celebrado en la Universidad de Santo Tomás de Aquino,
en noviembre del ano pasado, hasta hoy, las celebraciones se han multiplicado en
Europa y en otros continentes. Estas reuniones académicas finales, que han
vista reunirse en Roma a ilustres y calificados maestros de todas las partes del
mundo, atraídos por el nombre del Papa León XIII y de Santo Tomás de Aquino,
han podido hacer simultáneamente el balance de las celebraciones habidas el ano
en curse v el del centenario de la Encíclica.
Desde el comienzo de mi pontificado no he dejado pasar ocasión propicia sin
evocar la excelsa figura de Santo Tomás, como, por ejemplo, en mi visita a la
Pontificia Universidad «Angelicum» y al Instituto Católico de París, en la
alocución a la UNESCO y, de manera explicita o implícita, en mis encuentros
con los superiores, profesores y alumnos de las Pontificias Universidades
Gregoriana y Lateranense.
Armonía entre la razón y la fe
2. No han pasado en vano los cien años de la Encíclica Aeterni Patris ni ha
perdido su actualidad ese célebre Documento del Magisterio. La Encíclica se
basa en un principio fundamental que le confiere una profunda unidad orgánica
interior. Es el principio de la armonía entre las verdades de la razón y las
de la fe. Por esto tenia grandísimo interés León XIII. Este principio,
siempre candente y actual, ha hecho notables progresos en el arco de estos cien
años. Basta tener en cuenta la coherencia del Magisterio de la Iglesia, desde
el Papa León XIII a Pablo VI, y lo macho que ha madurado en el Concilio
Vaticano II, especialmente en los Documentos Optatam totius, Gravissimum
educationis y Gaudium et spes.
A la luz del Concilio Vaticano II, vemos, quizá mejor que hace un siglo, la
unidad y la continuidad entre el auténtico humanismo y el auténtico
cristianismo, entre la razón y la fe, gracias a las orientaciones de la Aeterni
Patris, de León XIII, el cual, con este Documento, que llevaba como subtitulo
De philosophia christiana... ad mentem Sancti Thamae... in scholis catholicis
instauranda, manifestaba la conciencia de que habla llegado una crisis, una
ruptura, un conflicto o, al menos, un ofuscamiento acerca de la relación entre
la razón y la fe. Dentro de la cultura del siglo XIX se pueden, en efecto,
individuar dos actitudes extremas: el racionalismo (la razón sin la fe) y el
fideismo (la fe sin la razón). La cultura cristiana se movía entre estos dos
extremos , pendiente de una o de otra parte. E1 Concilio Vaticano I habla dicho
ya su palabra a este respecto. Había llegado ya el tiempo de imprimir un nuevo
curse a los estudios dentro de la Iglesia. León XIII se dispuso, con
clarividencia, a esta tarea, volviendo a presentar --éste es el sentido de
instaurar-- el pensamiento perenne de la Iglesia según la límpida y profunda
metodología del Doctor Angélico.
E1 dualismo que ponia en oposición razón y fe, muy al contrario de ser
modorno, constituía una reanudación de la doctrina medieval de la «doble
verdad», que amenazaba desde el interior a «la unidad intima del hombre
cristiano» (cf. PABLO VI, Lumen Ecclesiae 12). Habían sido los grandes
Doctores escolásticos del siglo XIII quienes habían vuelto a poner en buen
camino la cultura cristiana. Como afirmaba Pablo VI, «al realizar la obra que
marca el culmen del pensamiento cristiano medieval, Santo Tomás no estuvo solo.
Antes y después de él, otros muchos ilustres doctores trabajaron con la misma
finalidad: entre ellos hay que recordar a San Buenaventura y a San Alberto
Magno, a Alejandro de Hales y a Duns Escoto. Pero, sin duda. Santo Tomás por
disposición de la divina Providencia, alcanzó el ápice de toda la teología y
filosofía «escolástica», como suele llamársela, y fijó en la Iglesia el
quicio central en torno al cual, entonces y después, se ha podido desarrollar
el pensamiento cristiano con progreso seguro» (Lumen Ecelesiae 13).
En esto radica la motivación de la preferencia que da la Iglesia al método y a
la doctrina del Doctor Angélico. No es una preferencia exclusive; al contrario,
se trata de una preferencia ejemplar, que permitió a León XIII declararlo:
inter Schelasticos Doctores, omnium princeps et magister (Aeterni Patris 13). Y
esto es verdaderamente Santo Tomás de Aquino, no sólo por la competencia, el
equilibrio, la profundidad, la limpidez del estilo, sino aún más por el vivísimo
sentido de fidelidad a la verdad, que también puede llamarse realismo.
Fidelidad a la voz de las cosas creadas para construir el edificio de la filosofía;
fidelidad a la voz de la Iglesia para construir el edificio de la teología.
La voz de las cosas
3. En el saber filosófico, antes de escuchar cuanto dicen los sabios de la
humanidad, a juicio del Aquinate, es preciso escuchar y preguntar a las cosas.
Tunc homo creaturas interrogat, quando eas diligenter considerat; sed tunc
interrogata respondent (Super Job, XII lect.I). La verdadera filosofía debe
reflejar fielmente el orden de las cosas mismas; de otro modo acaba reduciéndose
a una arbitraria opinión subjetiva. Ordo
principalius invenitur in ipsis rebus et ex eis derivatur ad cognitionem nostram
(S. Th. 2-2 q.26 a. I ad 2). La
filosofía no consiste en un sistema construido subjetivamente a placer del filósofo,
sino que debe ser el reflejo fiel del orden de las cosas en la mente humana.
En este sentido, Santo Tomás puede ser considerado un auténtico pionero del
modorno realismo científico, que hace hablar a las cosas medíante el
experimento empírico, aun cuando su interés se limita a hacerlas hablar desde
el punto de vista filosófico. Más bien hay que preguntarse si no ha sido
precisamente el realismo filosófico quien, históricamente, ha estimulado al
realismo de las ciencias empíricas en todos sus sectores.
Este realismo, muy lejos de excluir el sentido histórico, crea las bases para
la historicidad del saber, sin hacerlo decaer en la frágil contingencia del
historicismo, hoy ampliamente difundido. Por esto, después de haber concedido
la precedencia a la voz de las cosas, Santo Tomás se sitúa en respetuosa
escucha de cuanto han dicho y dicen los filósofos, para dar una valoración de
ello, poniéndolos en confrontación con la realidad concreta. Ut
videatur quid veritatis sit in singulis opinionibus et in quo deficiant. Omnes
enim opiniones secundum quid aliquid verum dicunt (I Dist. 23 q.I a.3). Es
imposible que el conocer humano y las opiniones de los hombres estén totalmente
privadas de toda verdad. Es un principio que Santo Tomás toma de San Agustín y
lo hace propio: Nulla est faisa doctrina quae vera falsis intermisceat (S. Th. I-2
q 102 a.5 ad 4). Impossibile est aliquam cognitionem esse totaliter falsam, sino
aliqua veritate (S. Th. 2-2 q.172 a.6; cf. también S. Th. q.II a.2 ad I).
Esta presencia de verdad, aunque
sea parcial e imperfecta y a veces torcida, es un puente que une a coda uno de
los hombres a los otros hombres y hace posible el entendimiento cuando hay buena
voluntad.
En esta visual, Santo Tomás ha prestado siempre respetuosa escucha a todos los
autores, aún cuando no podía compartir del todo sus opiniones; aun cuando se
trataba de autores precristianos o no cristianos, como, por ejemplo, los árabes
comentadores de los filósofos griegos. De aquí su invitación a acercarse con
optimismo humano incluso a los primeros filósofos griegos, cuyo lenguaje no
resulta siempre claro ni precise, tratando de llegar más allá de la expresión
lingüística, todavía rudimentaria, para escrutar sus intenciones profundas y
su espíritu, no cuidando de ad ea quae exterius ex eorum verbis apparet, sino
de la «intentio» (De Coelo et mundo III lect.2 n.552), que los guía y anima.
Luego, cuando se trata de grandes Padres y Doctores de la Iglesia, entonces
busca siempre de encontrar el acuerdo, más en la plenitud de la verdad que
poseen como cristianos que en el modo, aparentemente diverso del suyo, con que
se expresan. Es sabido, por ejemplo, cómo trata de atenuar y casi de hacer
desaparecer toda divergencia con San Agustín, bien que usando el método justo:
profundius intentionem Agustini scrutari (De spirit. creaturis a.10 ad 8).
Por lo demás, la base de su actitud, comprensiva para con todos, sin dejar de
ser genuinamente critica, coda vez que sentía el deber de hacerlo, y lo hizo
valientemente en muchos cases, está en la concepción misma de la verdad. Liret
sint multae veritates participatae, est una sapientia absoluta supra omnia
elevata, scilicet sapientia divina, per cuius participationem omnes sapientes
sunt sapientes (Super Job I lect.1 n.33). Esta sabiduría suprema, que brilla en
la creación, no encuentra siempre a la mente humana dispuesta a recibirla por múltiples
razones. Liret enim aliquae mantes sint tenebrosae, id est sapida et lucida
sapientia privatae, nulla tamen adeo tenebrosa est quin aliquid diviinae lucis
participet... quia omne rerum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est (ibid.,
lect.3 n.103). De aquí la esperanza de conversión para coda hombre, en cuanto
extraviado intelectual y moralmente.
Este método realista e histórico, fundamentalmente optimista y abierto, hace
de Santo Tomás no sólo el «Doctor communis Ecclesiae», como lo llama Pablo
VI en su hermosa Carta Lumen Ecclesiae, sino el «Doctor humanitatis», porque
está siempre dispuesto y disponible a recibir los valores humanos de todas las
culturas. Con toda razón puede afirmar el Angélico: Veritas in seipsa fortis
est et nulla impugnatione convellitar (Contra gentiles III C. 10 n.3460/b). La
verdad, como Jesucristo, puede ser renegada, perseguida, combatida, herida,
martirizada, crucificada; pero siempre revive y resucita y no puede jamás ser
arrancada del corazón humana. Santo Tomás puso toda la fuerza de su genio al
servicio exclusive de la verdad, detrás de la cual parece querer desaparecer
como por tem´´r a estorbar su fulgor, para que allá, y no él, brille en toda
su luminosidad.
La voz de Dios
4. A la fidelidad a la voz de las cosas, en filosofía. corresponde en teología,
según Santo Tomás, la fidelidad a la voz de la palabra de Dios, transmitida
por la Iglesia. Su norma es el principio que nunca viene a menos: Magis standum
est auctoritati Ecclesiae... quam cuiscumque Doctoris (S. Th. 2-2 q.10 a. 12).
La verdad que propone la autoridad de la Iglesia, asistida por el Espíritu
Santo, es, pares, la medida de la verdad, que expresan todos los teólogos y
doctores pasados, presentes y futuros. Aquí la autoridad de la doctrina del
Aquinate se resuelve y se refunde en la autoridad de la doctrina de la Iglesia.
He aquí por qué la Iglesia lo ha propuesto como módulo ejemplar de la
investigación teológica.
También en teología el Aquinate prefiere, pares, a la voz de los Doctores y a
la propia voz, la de la Iglesia universal, como anticipándose a lo que dice el
Vaticano II: «La totalidad de los fieles que han recibido la unción del Espíritu
Santo no puede equivocarse cuando cree» (Lumen gentium 12); «Cuando el Romano
Pontífice o el Cuerpo de los obispos juntamente con él definen un punto de
doctrina, lo hacen siempre de acuerdo con la misma Revelación, a la cual deben
atenerse y conformarse todos» (Lumen gentium n.25).
No es posible reseñar todos los motives que han inducido al Magisterio a elegir
como guía segura en las disciplines teológicas y filosóficas a Santo Tomás
de Aquino; pero uno es, sin duda, éste: el haber puesto los principios de valor
universal que rigen la relación entre razón y fe. La fe contiene, en modo
superior, diversa y eminente, los valores de la sabiduría humana; por eso es
imposible que la razón pueda discordar de la fe, y si está en desacuerdo, es
necesario revisar y volver a considerar las conclusiones de la filosofía. En
este sentido, la misma fe se convierte en una ayuda preciosa para la filosofía.
Siempre es válida la recomendación de León XIII: Quapropter qui philosophiae
studium cum obsequio fidei cristianae coniungunt, ii optime philosophantur:
quandoquidem divinarum veritatum splendor, animo exceptus, ipsam iuvat
intelligentiam; cui non modo nihil de dignitate detrahit, sed nobilitatis,
acuminis, firmitatis plurimum addit (Aeterni Patris 13).
La verdad filosófica y la teológica convergen en la única verdad. La verdad
de la razón se remonta desde las criaturas a Dios: la verdad de la fe desciende
directamente de Dios al hombre. Pero esta diversidad de método y de origen no
quite su unicidad fundamental, porque idéntico es el Autor tanto de la verdad
que se manifiesta a través de la creación como de la verdad que se comunica
personalmente al hombre a través de su Palabra. Investigación filosófica e
investigación teológica son dos direcciones diversas de marcha de la única
verdad, destinadas a encontrarse, no a enfrentarse, por el mismo camino, para
ayudarse. Así, la razón iluminada, robustecida, garantizada por la fe, se
convierte en una compañera fiel de la fe misma y la fe amplia inmensamente el
horizonte limitado de la razón humana.. Santo Tomás es realmente un maestro
iluminador sobre este punto: Quia vero naturalis ratio per creaturas in Dei
cognitionem ascendit; fidei vero in nos, e converso, divina revelatione
descendit, est autem eadem via ascensus et descensus, oportet eadem via
procedere ein his quae supra rationem creduntur, qua in superioribus processum
est circa ea quae ratione investigantur de Deo (Contra gentiles IV I n. 3349)
La diferencia del método y de los instrumentos de investigación diversifica
bastante el saber filosófico del teológico. Incluso la mejor filosofía, la de
estilo tomista, a la que Pablo VI definió muy bien como «filosofía natural de
la mente humana», dócil para escuchar y fiel para expresar la verdad de las
cosas, está siempre condicionada por los límites de la inteligencia y del
lenguaje humana. Por eso el Angélico no duda en afirmar: Locus ab auctoritate
quae fundatur super rationes humana est infirmissimus (S. Th. I q.I a.8 ad 2).
Cualquier filosofía, en cuanto es un producto del hombre, tiene los límites
del hombre. Al contrario, locus ab auctoritate quae fundatur super revelatione
divina est efficacissimus (ibid.). La autoridad divina es absoluta, por esto la
fe goza de la firmeza y de la seguridad de Dios mismo; la ciencia humana tiene
siempre la debilidad del hombre, en la medida en que se funda sobre el hombre.
Sin embargo, también en la filosofía hay alga absolutamente verdadero,
indefectible y necesario, como son los primeros principios, fundamento de todo
conocimiento.
La recta filosofía eleva el hombre a Dios, como la Revelación acerca Di os al
hombre . Para San Agustin: verus philosophus est amator Dei (SAN AGUSTIN, De
Civ. Dei VIII I: PL 41,225). Santo Tomás, haciéndose eco, dice, en otras
palabras, lo mismo: Fere totius philosophiae consideratio ad Dei cognitionem
ordinatur (Contra gentiles I C.4 n.23). Sapientia est veritatem praecipue de
primo principio meditari (Contra gentiles I C.I n.6). Amor a la verdad y amor al
bien, cuando son auténticos, van siempre juntas. Para desautorizar la idea,
sostenida por algunos, de que Santo Tomás es un intelectual frio, está eI
hecho de que el Angélico resuelve el conocer mismo en amor de la verdad, cuando
pone como principio de todo conocimiento: verum est bonum intellectus (Ethic. I
lect.12 n.I39; cf. también Ethic. 6 n.II43; S. Th. q.5 a.I ad 4; 1-2 q.8 a.I). Por
tanto, el entendimiento está hecho para la verdad y la ama como su bien
connatural. Y puesto que el entendimiento no se sacia con verdad alguna parcial
conquistada, sino que tiende siempre más allá, el entendimiento tiende más
allá de toda verdad particular y se dirige naturalmente a la verdad total y
absoluta que, en concrete, no puede ser mas que Dios.
El deseo de la verdad se transfigura en deseo natural de Dios y encuentra su
clarificación solamente en la luz de Cristo, la verdad hecha persona.
Así, toda la filosofía y la teología de Santo Tomás no se sitúan fuera,
sino dentro del célebre aforismo agustiniano: fecisti nos ad te; et inquietum
est cor nostrum, donec requiescat in te (SAN AGUSTIN, Confesiones I 1). Y cuando
Santo Tomás pasa desde la tendencia connatural del hombre hacia la verdad y el
bien al orden de la gracia y de la redención, se transforma, no menos que San
Agustín, San Buenaventura y San Bernardo, en un cantor del primado de la
caridad: Charitas est mater et radix omnium virtutum in quantum est omnium
virtutum forma (S. Th. 1-2 q.62 a.4; cf. también 1-2 q.62 a.2; I-2 q.65 a.3;
I-2 q.68 a.5)
Sentido del hombre
5. Hay aún otros motives que hacen actual a Santo Tomás: su altísimo sentido
del hombre, tam nobilis creatura (Contra gentiles IV I n.3337). Es fácil
advertir la idea que tiene de esta «nobilis creature», imagen de Dios, cada
vez que se dispone a hablar de la Encarnación y de la Redención. Desde s
primera gran obra juvenil, el Comentario a las Sentencias de Pedro Lombardo, en
el prólogo al libro tercero, en el que se dispone a tratar de la Encarnación
del Verbo, no duda en parangonar al hombre con él «mar», en cuanto que
recoge, unifica y eleva en si a todo el mundo infrahumano, como el mar recoge
todas las aguas de los ríos que desembocan en él.
En el mismo prólogo define al hombre como el horizonte de 1 creación, en el
que se juntan el cielo y la tierra; como vinculo del tiempo de la eternidad;
como síntesis de la creación. Su vivísimo sentido de hombre jamás decae en
todas sus obras. En los últimos tiempos de su vida: al comenzar el tratado de
la Encarnación, en la tercera parte de la Summma Theologica, inspirándose
también en San Agustín, afirma que sólo asumiendo´, la naturaleza humana el
Verbo podía mostrar quanta sit dignitas humanae naturae ne eam inquinemus
pecctando (S. Th. 3 q.I a.2). E inmedíatamente después añade: encarnándose y
asumiendo la naturaleza humana, Dios pudo demostrar quam. excelsum locum inter
creaturas habeat humana natura (ibid.).
La voz de los tiempos
6. En las sesiones de vuestro Congreso se ha observado, entre otras cosas, que
los principios de la filosofía y de la teología de Santo Tomás no han tenido
quizá en el sector moral una valorización como la que exigen los tiempos y
como es posible recabar de los grandes principios puestos por el Aquinate, de
modo que empalmen sólidamente con las bases metafísicas para una mayor
organización y vigor. En el sector social se ha hecho más, pero todavía hay
macho espacio que llenar, para salir al encuentro de los problemas más vivos y
urgentes del hombre de hoy.
Puede ser éste un programa que comprometa a la Pontificia Academia Romana de
Santo Tomás de Aquino para un futuro inmedíato, teniendo la mirada atienta a
los signos de los tiempos, a las exigencias de mayor organización y penetración,
según las orientaciones del Vaticano II (cf. Optatam totius 16; Gravissimum
educationis 10), y a las corrientes de pensamiento del mundo contemporáneo, en
no pocos aspectos diversos de los del tiempo de Santo Tomás e incluso del período
en que emanó de León XIII la Encíclica Aeterni Patris.
Santo Tomás ha marcado, un camino, que puede y debe ser llevado delante y
actualizado, sin traicionar su espíritu y los principios de fondo, pero
teniendo también en cuenta las conquistas científicas modernas. El verdadero
progreso de la ciencia no puede contradecir nunca a la filosofía, como la
filosofía nunca puede contradecir a la fe. Las nuevas aportaciones científicas
pueden tener una función catártica y liberadora ante los límites impuestos a
la investigación filosófica por el atraso medieval, por no decir por la no
existencia, de una ciencia que nosotros poseemos hoy. La luz no puede ser
oscurecida, sino sólo potenciada por la luz. La ciencia y la filosofía pueden
y deben colaborar mutuamente, con tal que la una y la otra permanezcan fieles al
método propio. La filosofía puede iluminar a la ciencia y liberarla de sus límites,
coimo, a su vez, la ciencia puede proyectar nueva luz sobre la filosofía misma
abrirle nuevos caminos. Esta es la enseñanza del Maestro de Aquino, pero, antes
aún es la Palabra de la verdad misma, Jesucristo, que nos asegura: «Veritas
liberabit vos» (Jn 8,32).
El camino señalado por el Doctor Angélico
7. Como es sabido, I . ,n XIII, rice en sabiduría y en experiencia pastoral, no
se contentó con dictar orientaciones teóricas. Exhortó a los obispos a crear
academias y ce ntros de estudios tomistas, y antes que nadie él mismo dio
ejemplo de eso, al instituir aquí en Roma la «Pontificia (academia de Santo
Tomás de Aquino», a la que se unió después, en 1934, la más antigua «Academia
de Religión Católica». El Congreso que se ha desarrollado estos días tenia
también la finalidad de celebrar el centenario de nuestra misma Academia. Y con
toda razón, ya que han pertenecido a ella, como presidentes o como socios,
personajes ilustres, cardenales insignes, muchos de los mejores genios y
maestros de las ciencias sagradas de Roma y del mundo. Una Academia que fue
siempre particularmente querida por todos mis predecesores hasta, Pablo VI, que
recibió en audiencia a sus miembros nada menos que´ dos veces, con ocasión de
los Congresos precedentes, dirigiéndoles discursos y dándoles orientaciones
memorables.
No se pueden pasar por alto las características principales que han permitido a
vuestra Academia mantener la fe en los compromisos que, de vez en vez, le han
asignado los Santo Pontífices: su Universidad Católica, por la que siempre ha
contado entre sus socios a personalidades residentes en Roma fuera de Roma --¿cómo
no recorder a Jacques Maritain y a Etienne Gilson?--; a miembros del clero
diocesano y a religiosos de todas las órdenes y congregaciones; y el estar al día
en el estudio de los problemas contemporáneos, hechos objeto de análisis, a la
luz la doctrina de la Iglesia: Ecclesiae Doctorum, praesertim Sancti Thomae
vestigia premendo (Gravissimum educationis 10), como preludiando al Concilio
Vaticano II.
El testimonio más convincente son las obras de la Academia: los numerosos
ciclos de conferencias, las publicaciones, los congresos periódicos que quiso
el Papa Pío XI y celebrados con ejemar puntualidad y con provecho de los
estudios católicos.
Ni puedo menos de recordar, entre los alumnos que obtuvieron el doctorado en la
Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino, a mis dos ilustres
predecesores Pío XI y Pablo VI.
Venerados y queridos hermanos: El Concilio Vaticano II, que ha dado nuevo
impulso a los estudios católicos con sus decretos sobre la formación
sacerdotal y sobre la educación católica, bajo la guía del Maestro Santo Tomás
(S. Thoma magistro: cf. Optatam totius 16), sirva de estimulo y auspicio para
una vida renovada y para más abundantes frutos en el próximo futuro, para bien
de la Iglesia.
Mientras os manifiesto mi más viva complacencia por el Congreso Tomista
Internacional, que, en estos dias, ha dado verdaderamente una notable aportación
científica, tanto por la calidad de los participantes y relatores como por la
cuidadosa actualización de los varios problemas históricos y filosóficos, os
exhorto a continuar realizando, con gran interés y seriedad, las finalidades de
vuestra Academia; que sea un centro vivo, vibrante, moderno, en el cual el método
y la doctrina del Aquinate se pongan en contacto continuo y en diálogo sereno
con los complejos fermentos de la cultura contemporánea, en la que vivimos y
estamos inmersos.
Con estos deseos os renuevo mi sincera benevolencia y os imparto de corazón mi
bendición apostólica.
Actualizado: Domingo, 05 de Diciembre de 2004