LOS HIJOS SIN PAPÁ
Lic.
Laura E. Billiet
http://ar.geocites.com/billietleb/index
Los hijos suelen tener vergüenza
por muchas cosas. Pero la más dura de soportar es la ausencia de uno o ambos
padres.
A veces puede ser porque
fallecieron. Otras, porque uno -o ambos- abandonan a sus hijos.
Si tomamos el caso más frecuente,
de hombres que –de acuerdo a su historia- no pueden o no quieren hacerse cargo
del hijo que también, con menor o mayor conciencia, contribuyeron a gestar,
encontramos muchas mujeres que deciden proseguir el embarazo y enfrentar la
maternidad y crianza del hijo por venir.
Algunas cuentas con apoyo
familiar. Otras no. Pero ambas intentan sobrellevar y explicar tal ausencia.
Cada caso es un mundo, y las
combinatorias posibles son muchas. Pero, en términos generales podemos enumerar
algunas posibilidades.
En unos casos, hay mujeres que
pueden encontrar otro hombre –compañero- que emprenda la ardua labor de
‘ahijar’ al vástago. En otras circunstancias, algunas mujeres se aferran a la
autosuficiencia, y alimentan la ilusión de poder hacer de padre y madre a la
vez. Mientras que, en otras historias
nos encontramos con hombres que reconocen legalmente al hijo, pero que, el acto
de presencia, se limita a cumplir con un trámite. Por lo general, juicios y
peleas mediante.
En este último caso, tan frecuente,
¿cuáles son algunas de las consecuencias en la vida emocional del hijo en
cuestión?
En primer lugar, lo mencionado
inicialmente. El hijo siente vergüenza. Porque carece de algo ante lo cual
otros chicos se emocionan: Su Papá. Hay chicos que, entonces, de acuerdo a la
edad, insisten y preguntan. Pero otros, captando que mamá se pone nerviosa
cuando se la interroga, van silenciando su sed de respuestas. Y algunos
inventan historias como pueden. Papá está de viaje, papá está trabajando, papá
falleció, papá me dicen que me quería pero no entiendo porqué se fue, papá solo
me pasa alimentos, etc. De cualquier manera, para un niño, que comienza a
entrar en la ruta de la vida, cualquier argumento es un intento de llenar un
vacío. Porque, en concreto, papá no está. Así se lo recuerdan otros chicos, a
veces de manera cruel.
Pero, entonces, cumpliendo con el
trámite de dinero o legal, ¿se es papá? ¿O ser papá consiste en ahijar? ¿Se es
realmente padre por solo dar de comer o pagar una educación ‘a distancia’?
Convengamos que ahijar trasciende
la biología o la norma burocrática. Porque también existen padres que, aunque
vivan con sus hijos, sin embargo no pueden sentir al hijo como tal, con lo cual
tampoco pueden trabajar en su rol de padres. O sea, ‘ahijar’.
Si volvemos al caso de hijos cuyo
padre solo les dio un apellido y una mensualidad, económicamente hablando, al
hijo –tales trámites- no le alcanzan. Porque el hijo será chiquito, pero de
todos modos capta que su lugar se reduce a ser un trámite en la vida del papá.
El hijo sabe que le falta la
función de padre. O sea, que lo ahijen. Con lo cual, varones y nenas crecen con
un modelo esfumado de hombre y de padre.
Pero por otro, como dice el
dicho, ese padre ‘brilla por su ausencia’. Porque, paradójicamente, es una
ausencia que está y estará muy presente. Porque hay que hacer mucho esfuerzo en
la vida para contrarrestarla o hacer como que se lo olvidó.
Es más, por más que se intente
aislar a un hijo, éste espiará a otros chicos en el jardín, en el colegio, en
el edificio o en el barrio. Y la ausencia de padre potenciará su presencia.
Pero claro, lo que también asoma
es la inseguridad, el resentimiento y la desconfianza.
La desconfianza porque, en sus
monólogos, el hijo suele preguntarse
¿alguna vez, alguien me querrá un poquito más, y se quedará por mí?
Y el resentimiento, porque en sus
preguntas y respuestas asoma la dolorosa duda de si serán todos los hombres
así. Algún varoncito jurará que el día
de mañana no hará lo mismo. Pero, de una u otra manera, generará circunstancias
que, más allá de las justificaciones concientes, serán semejantes o
equivalentes. Mientras, por el lado de una nena, esta se preguntará: ¿cómo hago
para –durante el resto de mi vida- volver a confiar?
Todo lo anterior, naturalmente,
influye en que se sea varón o nena, se crezca muy inseguro. Porque las
circunstancias de la vida, las relaciones de amistad, de noviazgo, de la propia
maternidad o paternidad, refrescarán una herida fundamental: la de no haberse
sido lo suficientemente querido/a para que alguien la pelee a su lado.
En este sentido, limitarse a
remarcar la importancia de los trámites mensuales o legales, no llenan la
fuerte “presencia de la ausencia de papá” en un cumpleaños, en una festividad
escolar, en la noche de fiebre o en esas peleas de amigos que, quizás, muchas
veces se entablan porque se sabe que existe el personaje de la frase “se lo voy
a decir a mi papá”.
Es más, limitar la importancia a trámites
mensuales y legales, es –profesionalmente hablando- hacer lo mismo que hace ese
papá. Porque ambos, padre y asesores profesionales, solo estarían cumpliendo con
la mímica de ser padre. Pero no con la esencia que es ‘ahijar’. .
Cada caso es un mundo. Pero la
vida se le hace más difícil al chico que crece con la idea de solo ser un
trámite, sin un papá que intentó o, aunque se equivoque, intenta ahijarlo. En
el fondo, los hijos –de niños, jóvenes o adultos- disculpan los errores de sus
padres cuando captan voluntad.
Pero no pueden borrar el dolor
ante un padre que no intentó el mínimo esfuerzo afectivo para ahijar a quien
–aunque sea en unos minutos- fue el resultado de un momento de placer. Por eso, el chico siente el profundo dolor de
que solo hubo lugar para el placer momentáneo, para sí mismo. Pero no hay lugar
para el placer compartido, inherente a todo ahijar.
Por todo lo anterior, además de
la inseguridad, el resentimiento y la desconfianza, también puede alterarse el aprendizaje
del hijo para defenderse en la vida y para ser autónomo.
Porque un chico se anima a
desarrollarse, a dejar de ser infantil, cuando se siente alentado a crecer.
Puede adoptar una distancia óptima de su mamá y su papá porque confía en que,
de una u otra manera, si los busca –aún en el recuerdo- están.
Pero si una mamá tiene que pasársela
luchando para que un padre lo sea, y si un papá solo cumple con trámites que
‘debe’ hacer, si no intenta equivocarse o acertar en su rol de ahijar,
entonces, el otro riesgo es que ese niño crezca presuponiendo que la única
compañía segura, pero limitante, es la mamá. Así, encorsetado en este libreto
familiar, el hijo crecerá frágil, resentido y desconfiado.
Previendo todo esto, entonces, es
fundamental que cualquier profesional sea conciente que, de acuerdo a la manera
de asesorar, puede repetir la misma actitud que el padre, o sea, cumplir con
los trámites. O, puede ponerse en el lugar del chico. Para entonces, posicionarse
para colaborar con el padre para que intente estar presente, ahijando, en su imprescindible
función.
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