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1.- EL SER DEL FIEL LAICO
CONTENIDO:
1.
DIFICULTADES Y AMBIGÜEDAD DE LOS TÉRMINOS LAICO-LAICADO
2. RETORNO HACIA EL USO BÍBLICO
3. LOS NOMBRES DEL
CRISTIANO: OBJETO DE REFLEXIÓN TEOLÓGICA
3.1 Cristianos
3.2 Ungidos
La unción profética
--- La unción del rey --- Jesucristo
Jesús como profeta y como explorador --- Jesús,
sacerdote-profeta-rey
3.3 La grey
Comunicación de la
triple potestad a la Iglesia --- La
gran misión de Mateo 28
Jesús
comunica a sus enviados su triple potestad, profética, sacerdotal
y.. regia
Enviados,
herederos, testigos, discípulos
Santos: Llamados,
amados de Dios, Hijos de Dios
Padres, hijos, jóvenes
--- Padres --- Hijos
--- Jóvenes, fuertes,
vencedores
Fieles, creyentes
---- Los suyos (de Cristo)
Hermanos --- Pequeños,
más pequeños
4. BALANCE Y
PERSPECTIVA: "HIJOS EN EL HIJO"
Limitaciones del
nombre "laico"
- NOTAS
===============================================
1.
DIFICULTADES Y AMBIGÜEDAD DE LOS TÉRMINOS LAICO-LAICADO
La reflexión teológica acerca del tema adolece de una congénita
ambigüedad de los términos laico-laicado a nivel lingüístico,
ambigüedad que no es difícil poner en relación con una más
radical aporicidad conceptual. notuno(1)
Al concluir su estudio sobre la palabra laico, el P. Ignacio de
la Potterie observaba muy atinadamente: "El sentido total de
una función en la Iglesia no puede ser deducido simplemente del análisis
del término que la designa. La revalorización del laicado no debe
consistir en dar a la palabra laico un sentido que no tiene; debería
más bien mostrarse cuál era el papel de la función en sí. Teológicamente
hablando es absolutamente cierto que los laicos son los miembros del
pueblo de Dios. Nosotros hemos querido mostrar simplemente que esta
doctrina no es el contenido formal de la palabra laico. Notemos aún
para terminar que si, en el lenguaje corriente, la palabra ha tomado
a veces un sentido nuevo, claramente peyorativo (laico = ateo), esto
no ha sucedido en la terminología canónica dentro de la Iglesia:
laico designa en ella aún hoy lo mismo que significaba en el s.
III. Tal estabilidad en el vocabulario no se da frecuentemente; por
lo que merece la pena llamar la atención sobre ella" (2)
Desde los comienzos de su uso eclesial "laikós" no se
usa para designar a los cristianos en cuanto pertenecientes al
pueblo de Dios, sino, dentro de ese pueblo, para distinguirlos de
los clérigos, diáconos o sacerdotes. No es de suyo un término
indicado para señalar la pertenencia eclesial sino que, dada ésta
por supuesta, califica un estamento intraeclesial. (3)
Sobre la discusión de fondo acerca de la función en sí, en
curso entre los teólogos, no ha querido pronunciarse el Sínodo.
Quien relee hoy la obra pionera de Congar, advierte que su laicología
venía cargada de una fuerte dosis de reivindicaciones y reclamaba
actitudes eclesiales recetadas a la Iglesia de Francia medio siglo
atrás por León XIII y que aún no habían logrado calar hasta el
fondo. Decía Congar: "Hubo y hay todavía un laicismo cuya
base es una afirmación doctrinal, metafísica, según la cual no
existe Dios como quiere la revelación positiva judeo-cristiana y en
ningún caso, lo sobrenatural en el sentido que quiere la Iglesia.
Pero hay también una posición laica que no excluye lo sobrenatural
y se contenta con desear que lo absoluto no absorba lo relativo
hasta volatilizarlo; que la relación a la causa primera no anule la
realidad de las causas segundas y la realidad interna de cuanto ha
hecho el mundo y la historia de los hombres"
(4)
La búsqueda de un equilibrio entre laicidad sin laicismo continúa
como búsqueda de equilibrio entre secularidad y secularismo. De allí
diversos y hasta antagónicos modelos teológicos de cristiano.
(5)
2.
RETORNO HACIA EL USO BÍBLICO
El uso del lenguaje eclesial se desliza, según estimo, cada vez
más desde el uso de los términos laico-laicado hacia otros términos.
Ejemplo típico entre nosotros me parece el volumen colectivo
titulado: Discípulos de Cristo desde América Latina. El pueblo de
Dios aporta al Sínodo de 1987 (Documentos CELAM, 95, Departamento
de Laicos, Bogotá, 1987). En el volumen segundo, capítulo tercero,
titulado El compromiso de los bautizados en la Iglesia de comunión
y participación, bajo el título séptimo: De una teología del
laico a un compromiso del bautizado se nos dice lo siguiente:
"Parece ilustrativo incluir las opiniones de algunos autores
con respecto al tema de los laicos, aunque se trate de autores
europeos y el presente sea un aporte desde América Latina. Autores
como Congar, Rahner, Schillebeeckx, Philips, entre otros,
contribuyeron para que la teología reconociera y respaldara el
compromiso con los laicos, definiendo su identidad desde su condición
bautismal y en relación con lo secular. La teología del laicado
que, con estas dos características, ellos iniciaron en los años’50
fue acogida en los Documentos del Concilio Vaticano II, los cuales,
como se vio, destacaban la ubicación del laico en el mundo de lo
temporal. Sin embargo, la reflexión ulterior vino a cuestionar
aquellos primeros planteamientos y los mismos pioneros de la
laicología han reformado sus puntos de vista" (o.c., p. 82)
El discurso teológico actual sobre el tema recupera una mayor
cercanía con el lenguaje bíblico que se caracteriza, entre otros,
por estos dos rasgos: a) ausencia del término laico (ver nota 1);
b) uso de una abundante variedad de términos para referirse a los
fieles cristianos.
La ausencia de los términos laico-laicado en la Escritura, y
sobre todo en el Nuevo Testamento, puede considerarse simplemente un
hecho carente de importancia. Pero también puede invitar a cierta
cautela. La reciente literatura teológica y de historia de la
Iglesia muestra cuán cambiantes han sido, a lo largo de los tiempos
(y pueden ser incluso ahora) las realidades designadas por el término
(6). "Laico" parece pertenecer más
al lenguaje disciplinar que al teológico.
La Sagrada Escritura es generosa en nombres, calificativos e imágenes
para designar a los fieles cristianos. Veamos primero los de uso más
frecuente que elencamos según un orden de frecuencia decreciente:
1) Hermanos = adelfoi 300x (cifras aproximadas)
2) Discípulos = mathetai 260x
3) Servidores = douloi 100x
4) Santos = hagioi 70x
5) Creyentes = pistoi 65x
6) Queridos = agapetoi 50x
7) Amigos = filoi 30x
8) Elegidos = eklektoi 22x
9) Herederos = kleronomoi 15x
10) Llamados = kletoi 10x
El título de hijos lo reciben muy a menudo, ya sea en relación
a Dios, ya sea en relación al hagiógrafo. A este corresponden
varios términos griegos: huioi, paides, paidia, tékna.
Otros nombres hay que, aunque menos frecuentes, no por eso son
menos importantes teológicamente:
Cristianos = jristianoi (sólo 3x)
Niños, niñitos = népioi, paidía, artigénneta.
Jóvenes = neanískoi.
Espirituales = pneumatikoi.
Vencedores = nikontes.
Soldado = stratiotes.
Peregrino = parepídemos.
Extranjeros = xenoi.
Exiliados = paroikous.
Bienaventurados = makarioi.
A esta lista puede y debe agregarse cantidad de nombres
adjetivos, a veces epítetos: irreprochables, sencillos,
inmaculados, enseñados por Dios (theodidaktoi), participantes de la
naturaleza divina (koinonoi theias fúseos), unidos en un solo ser
(súnfutoi), que no podemos soñar en elencar aquí.
Habría que agregar la consideración de las calificaciones
colectivas: viña, pueblo, grey, reino, sacerdocio, templo, casa,
edificio, esposa, cuerpo; y también la de expresiones figuradas que
pertenecen al género de las parábolas: luz, levadura, sal...
3. LOS NOMBRES DEL
CRISTIANO: OBJETO DE REFLEXIÓN TEOLÓGICA
Así como puede construirse una cristología –o por lo menos un
capítulo de ella– a partir de los nombres y títulos de Cristo,
de la misma manera, los nombres del creyente pueden ser un capítulo
de la teología de la vida cristiana y hasta puede concebirse una
teología del ser cristiano construida a partir de ellos. (7)
Análogamente a lo que sucede en cristología, donde ningún
nombre de Cristo basta por sí solo para dar cuenta de su identidad,
sino que cada uno reclama entenderse en relación con los demás y
según la ley hermenéutica del contexto, así también en una
"teología del fiel laico", todos los nombres del
cristiano han de ser tenidos en cuenta. Y así como entre los títulos
cristológicos o nombres de Cristo, hay algunos que pueden
considerarse secundarios o menos importantes (como el de profeta, o
el de rey-mesías, respecto de otros) o hay –por el contrario–
nombres que pueden ser considerados como fontales (como Hijo o
Redentor), de manera semejante, en nuestra materia, habrá nombres
del cristiano secundarios y derivados o nombres principales y
fontales.
En todo caso, los nombres del cristiano en la Escritura ofrecen a
la teología una cantera de materiales para explorar la identidad
del fiel laico y, en cierto modo, le imponen una tarea.
La diversidad y multitud de nombres del cristiano en la Escritura
plantea al biblista y al teólogo algunas preguntas.
¿Hay algún principio unificador, desde el cual tantos y tan
diversos nombres puedan ordenarse en un sistema? ¿Hay alguno de
esos nombres se preste para organizar alrededor de él o por relación
con él a los restantes y que pueda ser considerado, por eso, como
principal o principio de los demás? ¿Es posible establecer dentro
de esa diversidad de nombre alguna división que permita distinguir
distintos tipos de nombres? ¿Es posible agruparlos por familias?
Un recorrido por diversos nombres puede daros una visión panorámica
de ellos y bosquejar sus interrelaciones, así como su diversa
naturaleza. (8)
3.1 Cristianos
De este nombre dice san Gregorio de Nisa en su tratado sobre el
perfecto cristiano:
"Puesto que la bondad de nuestro Señor nos ha concedido una
participación en el más grande, el más divino y el primero de
todos los nombres, al honrarnos con el nombre de ‘cristianos’,
derivado del de Cristo, es necesario que todos aquellos nombres que
expresan el significado de esta palabra se vean reflejados también
en nosotros, para que el nombre de ‘cristianos’ no aparezca como
una falsedad, sino que demos testimonio del mismo con nuestra
vida" (PG 46,255).
Es un buen punto de partida, porque nos introduce de lleno en la
relación con Cristo, con Jesús como el Ungido. Nombre dado a los
creyentes por primera vez en Antioquia (Hech. 11,26) y pronto
difundido (Hech. 26,28-29; 1 Ped. 4, 14-16).
Para "los de afuera" es el nombre que distingue a una
secta discutida y combatida. Para los creyentes es una consoladora
"participación" en el nombre, o sea en la misión, suerte
y sufrimiento de Cristo; en su Espíritu, su herencia. Ellos son los
miembros de la Casa, por los cuales comienza el juicio (1 Ped.
4,12-17). Este nombre de cristianos nos introduce a todos los
nombres que expresan la unión de Cristo con los cristianos: súmfutoi:
(Rom. 6,5) plantados junto con Jesús, copartícipes de su muerte, y
de su resurrección; koinonoi: copartícipes de la naturaleza divina
(2 Ped. 1,4), socios, compañeros, participantes del Espíritu
Santo, de la sangre, de los sufrimientos de Cristo, de la eucaristía.
Esa unión de los que pertenecen a la misma casa o "domus"
(1 Ped. 4,17; tous oikeious tes pisteos; Gál. 6,10) por la fe y la
unión a Cristo; que son sus miembros y su cuerpo (1 Cor. 12,
12.27).
Muchas imágenes sirven a los fines de expresar la unión entre
Cristo y los cristianos. Unas del orden creado y de la naturaleza
como la vid y los sarmientos, el cuerpo y sus miembros. Otras del
orden del parentesco, como la alianza matrimonial o los lazos de
consanguineidad: la Iglesia es la esposa de Cristo (Ef. 5,25; Apoc.
22,17); Cristo el primogénito de muchos hermanos (Rom. 8,29); los
cristianos hijos del Padre (Mt. 5,45); domésticos (Gál. 6,10).
Otras de la cercanía y vinculación cultual: los cristianos son
templo de Dios, tanto individual (1 Cor. 3,16) cuanto colectivamente
(Ef. 2,19-22); Jerusalén futura (Apoc.21), inhabitados por el Espíritu
Santo. Otras subrayan la cercanía que da el conocimiento y el amor.
Por fin la cercanía que da la comunión y participación en las
mismas cosas, que pueden ser los bienes divinos y de la salvación,
o los sufrimientos y tribulaciones. Conviene, además, recordar aquí
expresiones como: "Para mí el vivir es Cristo" (Flp.
1,21); "Vivo yo, ya no yo, Cristo vive en mí" (Gál.
2,20). Sin olvidar la oración sacerdotal en Juan 17: "Que sean
uno".
En resumen: el nombre de cristianos aglutina a su alrededor por
una cierta lógica interna, los nombres de los creyentes según
indican la unión con Cristo. Sin olvidar los que indican la fe y la
fidelidad, como modos de esa unión, por ejemplo.
Cristianos, como nombre derivado de Cristo, nos lleva de la mano
al núcleo temático de la unción, o por decir mejor de las
unciones.
3.2 Ungidos.
A los creyentes no se les da este nombre, pero mediante
circuncoloquios se afirma que lo son (1 Jn. 2,20.27).
Por su unión a Cristo y por participación de su Espíritu
Santo, que descansan sobre ellos (1 Ped. 4,14) y los unge
interiormente, ellos participan de la unción de Jesús el Cristo.
Ahora bien, la unción por la cual Jesucristo se llama el Cristo, es
decir, el Ungido, remite a las unciones del Antiguo Testamento.
De esas unciones corresponde notar: a) que eran unciones de alegría
y de honor, por lo tanto eu-angélicas; b) que el Antiguo Testamento
conoce tres unciones: la sacerdotal, la profética y la regia o
real; c) estimamos que de las tres, la unción más primitiva es
quizás la sacerdotal, siendo las otras dos derivadas y tributarias
de aquella.
La unción sacerdotal: en el Antiguo Testamento se ungían las
cosas y personas destinadas al culto o sea a la cercanía y
proximidad de Dios (Gn. 28,18; Ex. 29,36s.; Lev.8,10). Moisés unge
a Aarón como sacerdote (Ex. 29,7.29; Lev.8,12) y más tarde todos
los hijos de Aarón serán ungidos sacerdotes (Ex. 28,41; 40,15; Núm.
3,3). La unción sacerdotal era sin duda de alegría, pues en la
presencia del Señor y en sus fiestas correspondía alegrarse (Lev.
23,40-41: 2 Sam. 6,14.21. David danza en su presencia; por el
contrario son castigados los que no se alegran en presencia del
Arca, 1 Sam. 6,19). Por eso puede interpretarse que cuando la carta
a los Hebreos aplica el Salmo 45,8 a Cristo: "Por eso te ungió
Dios, con óleo de alegría", alude no sólo a la unción regia
sino a la sacerdotal, puesto que Jesucristo reina desde la cruz,
donde es Rey y Sacerdote. Hebreos pone en conexión el cetro del
rey-sacerdote con el de Aarón (Heb. 9,4) y el de Jacob (Heb. 11,21)
y los subsume en el cetro de la cruz. La carta a los Hebreos parece
asociar los "compañeros" del salmo, con los cristianos, a
los que llama con la misma palabra metojoi (en Heb. 3,1.14; 6,4 y
12,8) que se aplica en el salmo a los compañeros del Mesías.
Metojoi como nombre de los cristianos, tiene la misma idea de posesión
en común (= meta + ejo) de participar, que el nombre koinonos. Son
copartícipes, compañeros.
El "aceite de alegría" se nos presenta en el contexto
del Antiguo Testamento en el ambiente de fiesta (Sal. 104,15; Am.
6,6) profanas y hasta reprobadas por Dios, asociado con la copa de
vino y el rostro brillante por el perfume del aceite. Al pasar a la
esfera religiosa, retiene consigo el sentido festivo de alegrarse en
compañía, como símbolo de la fiesta y la hospitalidad. Pensamos
aquí en Abraham recibiendo a los tres huéspedes en su tienda del
desierto. En el Salmo 45,8 es Dios que recibe como huésped al Mesías:
como padre que celebra las bodas de su primogénito pero también
como rey que unge a su vasallo. Es éste como el rey de Isaías 11,
sobre el cual se posa el Espíritu del Señor para comunicarle sus
dones; y al que volvemos a encontrar en Isaías 61,1-3s. como Siervo
sobre el que desciende y al que unge el Espíritu del Señor,
invistiéndolo de una misión profética y sacerdotal (Is. 61,6).
La unción profética
La unción, referida a los profetas, parece aludir más a su
vocación y elección que a una ceremonia de unción (1 Rey. 19,16;
cfr. Is. 61,1). Sin embargo se llama profetas y ungidos a los
creyentes: "Guardaos de tocar a los profetas, mis ungidos"
(Sal. 104,15). Existe una posible relación entre la unción y la
comunicación-participación en la Palabra.
La unción del rey
Samuel unge a Saúl (1Sam. 10,1) y luego a David (1 Sam.
16,1.13). Saúl y David reciben junto con la unción, el Espíritu.
Desde entonces, unción y donación del Espíritu van juntos. Al rey
se le llama el ungido del Señor (1 Sam. 24,7; 26,9.11.23). El Espíritu
del Señor viene sobre el rey con frecuencia de modo que éste
participa del don divino. Su señorío sobre las naciones en el
Salmo 2,2 va unido a un vínculo de filiación.
Jesucristo
El Nuevo Testamento nos muestra a Jesucristo como el Ungido en
sentido acumulativo y pleno. El como Sacerdote-Profeta-Rey lleva a
su cumplimiento las tres instituciones del Antiguo Testamento, y al
inaugurar el Nuevo comunica su triple unción a los suyos. Dentro de
los escritos del Nuevo Testamento, Lucas subraya particularmente la
unción de Jesús (Lc. 4,18; Hech. 4,27; 10,38) por el Espíritu
Santo.
Jesús será el ungido por excelencia: Jesucristo.
Jesús como profeta y como explorador.
Sabemos que Lucas gusta de acentuar el parecido de Jesús con Elías
y Eliseo trazando paralelos y comparaciones con ellos. Los sinópticos
nos lo muestran en la transfiguración en diálogo con Moisés y Elías.
Ungido como profeta, nos revela los secretos del Padre (Jn. 15,15)
que nadie conoce sino sólo el Hijo (Jn. 1.18). El anuncia la
voluntad de Dios, conoce sus planes, los revela (Lc. 24,19; Hech.
3,22-26; 7,37).
Un rasgo particular y generalmente poco reconocido de Jesús es
que san Juan lo presenta en su evangelio como el nuevo Josué, también
un hombre de Espíritu Santo y de la Presencia (Ex. 33,11) pero
sobre todo un explorador que trae noticia al pueblo de la Tierra
Prometida y aún desconocida.
Jesús es también testigo de lo desconocido y explorador (Jn.
3,11-12) (9)
Los Cristianos serán también testigos de una patria futura.
El profetismo de Jesús no es como el de sus predecesores.
Los supera a todos: "De manera fragmentaria y de muchos
modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los
profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su
hijo" (Heb. 1,1-2).
Jesús,
sacerdote-profeta-rey
Múltiples textos del Nuevo Testamento presentan a Jesús más o
menos explícitamente en su triple dignidad. Veamos brevemente tres:
Hebreos 1,3; Mateo 12,6.41.42; Jn. 10.
El prólogo de la carta a los Hebreos que reconoce a Jesús el
carácter profético por supereminencia, lo muestra cumpliendo una
función sacerdotal (purificación de los pecados) y otra de rey
(sentado a la derecha de Dios por encima de los ángeles)
Mateo 12 dice de Jesús que es mayor que el Templo (V.6) más que
Jonás (v.41) y más que Salomón (v.42), aludiendo claramente a la
triple función o dignidad cultual, profética y regia.
En el universo joánico, la triple función de Cristo es aludida
bajo el título del Buen Pastor. El tema está enraizado en la
figura de Yahvéh, pastor que rige y guía a Israel (Sal. 78,52;
80,2 y todo el Sal. 23). Pero sobre todo se alude a la profecía de
Ezequiel 34, 11-15, donde Yahvéh anuncia que El mismo será el
pastor que cuide y vele, apaciente y haga reposar a sus ovejas.
Ezequiel 34, 23.24 agrega el anuncio de un pastor davídico único:
"mi siervo David" que será príncipe en medio de ellas.
Es sabido que los reyes recibían el apelativo de pastores del
pueblo.
Como Buen Pastor, Jesús es profeta porque las ovejas oyen su
voz, él las conoce y ellas lo siguen (Jn. 10,27) mientras que los
fariseos no creen porque no son de sus ovejas (v.26). Oficio propio
del profeta es hacer oír su voz (gritar, proclamar: keryssein),
enseñar, llamar a la conversión y convertirse en maestro de quien
le cree.
Como Buen Pastor Jesús es además rey, pues tiene sobre sus
ovejas una función de gobierno que se refleja en las tres
principales acciones que vertebran el Salmo 23: guía-alimenta-protege.
Como Buen Pastor Jesús se muestra sacerdote, en el hecho de que
da su vida por sus ovejas (Jn. 10,11.15.17) y les comunica vida
eterna de modo que no mueran para siempre (Jn. 10,28).
3.3 La grey
El Resucitado sigue siendo el "gran pastor de las ovejas en
virtud de la sangre de una Alianza eterna" (Heb. 13,20) y el
"pastor y guardián de vuestras almas" (1 Ped. 2,25), el
"príncipe de los pastores" (arjipoiménos; 1 Ped. 5,4).
Pero ha confiado el pastorado a Pedro con el encargo:
"apacienta a mis ovejas" (Jn. 21,15 ss.). Pedro a su vez
encomienda el cuidado a otros pastores: "apacentad la grey de
Dios que os está encomendada" (1 Ped. 5,2). Y todos los
cristianos tienen una cierta carga pastoral respecto los unos de los
otros: "que cada uno ponga al servicio de los demás la gracia
que ha recibido"... "Si alguno presta un servicio hágalo
en virtud del poder recibido de Dios" (1 Ped. 4,10.11). El
cristiano, conducido interiormente por el Espíritu de Jesús,
Pastor de nuestras almas (Gál. 5,18), obra según el espíritu:
carga con la carga de los demás (Gál. 6,2) y además lleva la suya
(Gál. 6,5) cuidándose a sí mismo de las tentaciones y ayudando a
los demás, siendo bueno con todos, pero especialmente con los
familiares en la fe (Gál. 6,10). Una manera de dar la vida por las
ovejas, las del redil y las que aún no lo son (Jn. 10,16).
Comunicación de
la triple potestad a la Iglesia
Vemos a Jesús en el Nuevo Testamento confiriendo misiones y
comunicando potestades: envía a sus discípulos a predicar con
poder de expulsar demonios y curar enfermos (Mc. 6,7ss. y par.);
comunica el primado a Pedro (Jn. 21; Mt. 16); los envía "como
el Padre me envió" con poder de perdonar o retener pecados
(Jn. 20,21-23).
Es sobre todo en el texto de la gran misión de Mateo 28 donde
nos vamos a detener a considerar la comunicación de poderes de Jesús
a sus discípulos.
Pero antes conviene señalar la distinción de esos dos momentos
o aspectos de la relación de los cristianos con Cristo: vocación y
misión. Por la vocación, el cristiano es llamado a Cristo, unido a
él y a través de él, puesto en comunión con el Padre y hecho
partícipe del Espíritu Santo, siendo agregado también al resto de
los discípulos, a la comunión eclesial. Por la misión, los que
están unidos a Cristo y a través de él en comunión-koinonía
divino-eclesial con el Padre, el Espíritu y el pueblo creyente, son
enviados por Jesús, como el Padre lo envió a él.
La gran misión de
Mateo 28
El relato de la misión en Mateo 28 comienza con la afirmación
de que Jesús ha recibido todo poder: "Se me ha dado todo poder
en el cielo y en la tierra". El pasivo divino permite traducir:
"Dios me ha dado...". Lo que sigue expresa la comunicación
de poderes: "id pues vosotros", y a la misión se agrega
la promesa de asistencia: "yo estaré con vosotros", cuyo
sitz im Leben bíblico es la teología de la guerra santa. (10)
Jesús
comunica a sus enviados su triple potestad, profética, sacerdotal y
regia
Los envía con misión profética: enseñar y hacer discípulos:
"haced discípulos a todos los pueblos...enseñándoles"
(Mt. 28, 19a y 20a). "Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura" (Mc. 16,16). "Vosotros seréis
mis testigos...hasta los confines de la tierra" (Hech. 1,8). Así,
enseñando, haciendo discípulos, dando testimonio de Cristo, los
cristianos son enviados como herederos y continuadores de la misión
profética de Cristo.
Los envía también con su misión sacerdotal: santificar
bautizando. "Id, haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt.
28,19). "El que creyere y se bautizare se salvará" (Mc.
16,16). El bautismo, sacramento de la iniciación cristiana, es el pórtico
de todo el orden sacramental y santificador del cristianismo. Es
como el quicio de la función santificadora, o sea, sacerdotal. Todo
bautizado es ministro apto para conferir el bautismo. A todo el que
haya entrado en la comunión-koinonía eclesial se le admitirá
también a la mesa eucarística, donde los fieles cumplen la última
voluntad salvífica y santificadora del sumo y eterno sacerdote.
El bautismo es santificador porque es el sacramento de la unión
con Dios, del ingreso en la comunión con Dios y de la participación
en el bien divino por la comunicación del Espíritu Santo, del
conocimiento, el amor y el vínculo de alianza por el que se pasa a
pertenecer a Dios. Por el bautismo el cristiano queda sumergido
–como vaso o cántaro– y por lo tanto lleno de Dios. O vuelve a
nacer, del agua materna bautismal, a su nueva vida. También se
asocia al bautismo la unción del Espíritu Santo, que desciende
sobre él como sobre Jesús en el Jordán. Jesús mismo une el Espíritu
con la unción, al aplicarse a sí mismo con el texto de Isaías 61,
1-3 (Lc. 4,18). Al participar por el bautismo en la donación del
espíritu, el fiel se hace participante de la triple unción de
Cristo y por ende, de su misión.
Por fin, según Mateo 28, Jesucristo envía a los suyos comunicándoles
también su potestad regia. Esta consiste en la autoridad para
regir, gobernar y juzgar, perdonando o reteniendo pecados. Esta
comunicación sucede con las palabras: "Id...enseñándoles a
guardar (teréo) todo lo que yo os he mandado". Las palabras
guardar y mandado (teréo y entéllomai en griego) pertenecen al
vocabulario de la obediencia, del gobierno de la vida por la
autoridad divina. Marcos explica mejor el aspecto judicial de la
potestad que acompaña a la predicación cristiana: "El que
crea y sea bautizado se salvará, el que no crea se condenará"
(Mc. 16,16). Y todavía más claro en la comunicación del poder de
perdonar, o retener pecados (Jn. 20,22-23). El resucitado les
confiere a sus discípulos una potestad que corresponde solo a Dios
y al Hijo del hombre (Mc. 2,7.10)
Enviados,
herederos, testigos, discípulos.
Esta familia de nombres está asociada a la misión de los
creyentes. A su misión eclesial, dada por Cristo y claramente
definida en sus fines y medios, como una comunicación de las
potestades del resucitado y una participación en la misión del
Hijo y del Espíritu. Los discípulos son enviados a hacer otros
discípulos, dando testimonio del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Son coherederos con Cristo porque participan de su herencia,
de sus poderes, de su Espíritu que les confiere la triple potestad.
Santos: Llamados,
amados de Dios, Hijos de Dios
Hijos con el Hijo del Padre Santo (Jn. 17,11) y colmados por Dios
de su Espíritu Santo (Hech. 4,31, eplésthesan: pasivo divino) con
el que estaba "ungido tu santo siervo Jesús" (Hech.
4,27.30), los cristianos son un pueblo santo (1 Ped. 2,9, citando
Ex. 19,6). El nombre de santos, designa a los cristianos
principalmente como objeto de acciones divinas. A este nombre deben
vincularse por lo tanto una serie de nombres entre los cuales parece
predominar el nombre "llamados" (kletoi). "Llamados
de Jesucristo, amados de Dios, llamados santos" (kletois
agiois, Rom. 1,6-7). "Santificados (= hechos santos por Dios)
en Cristo Jesús, llamados santos" (1 Cor. 1,2).
Debido a la importancia que asignamos a este nombre
"santos" y a la "llamada a la santidad", lo
dejamos aquí sólo apuntado y volvemos sobre él en el punto B.
Recuérdese la preferencia de Pablo en sus saludos epistolares (Rom.
1,7; 1 Cor. 1,2; 2 Cor. 1,1; Ef. 1,1; Flp. 1,1) y en sus
exhortaciones (Rom 15,25. 26. 31; 1 Cor. 16,1; 2 Cor. 8,4; 9,1. 12
todos estos son textos referidos a los fieles de Jerusalén y en
relación con la colecta) (11)
Padres, hijos, jóvenes.
Un capítulo importante en la nomenclatura de los creyentes es el
de su participación en los nombres divinos, trinitarios. Ellos
pueden ser llamados padres, hijos, jóvenes (en alusión al Espíritu
Santo). Así interpretamos nosotros el pasaje de 1 Juan 2, 12-14.
Es un pasaje de estructura llamativamente ternaria (trinitaria) y
en paralelismo de oposición con la "trinidad" mundana: la
triple concupiscencia (v.16) que no viene del Padre, es transitoria
y no ha de ser amada.
No se trata de tres grupos de edad, ni de tres categorías
diversas de cristianos. Sino de los cristianos en general, en cuanto
que a todos se les puede dar alternativa y sucesivamente cualquiera
de estos nombres en atención a uno u otro aspecto de su ser y
actuar cristiano.
Juan les escribe para que su gozo sea cumplido (1,4), para
anunciarles la vida eterna y para que a través de la comunión con
el Apóstol tengan (y sepan que tienen) comunión con el Padre y el
Hijo (1,1-4). Juan retoma el propósito anunciado en la introducción
y declara aquí la semejanza que hay entre las personas divinas y
los cristianos. Esa semejanza se manifiesta en sus obras y por lo
tanto justifica una participación en el nombre de la respectiva
persona divina que se caracteriza –en los escritos de Juan y
particularmente en esta carta– por dicha acción y por comunicar a
los discípulos la capacidad de actuar así.
Padres
Los cristianos son Padres. El Apóstol lo dice de sí mismo, al
dirigirse a los creyentes frecuentemente con el nombre de hijos o
hijitos: teknía, paidía. Es, pues, Padre respecto de los
cristianos. Pero sobre todo lo es porque ha conocido al Hijo
(1,1-3), a la Palabra de vida, que existía desde el principio y que
el Apóstol ha visto y oído. Los cristianos, hijos del Apóstol,
entran a través de esta filiación apostólica en comunión con la
paternidad, porque gracias a la predicación apostólica
"conocen al que es desde el Principio" (2,13.14) y
"quien confiesa al Hijo también posee al Padre" (2,23);
"quien tiene al Hijo, tiene la vida y quien no tiene al Hijo no
tiene la vida, os he escrito estas cosas a los que creéis en el
Nombre del Hijo para que os deis cuenta de que tenéis vida
eterna" (5, 12-13). Es el Padre el que tiene esa vida y nos la
ha dado en su Hijo (5,11) por lo tanto el que tiene la vida es
semejante al Padre que la tiene. Así lo es en primer lugar el apóstol
que escribe y anuncia para que otros tengan la vida. Pero así también
los cristianos. Jesús pudo decir "el que me ha visto, ha visto
al Padre" (Jn. 14,8; cfr. 8,19) y "nadie conoce al Hijo
sino el Padre" (Mt. 11,27; Lc. 10,22). Juan pone una obvia
relación entre el conocimiento y la semejanza: "seremos
semejantes a él porque le veremos tal cual es" (1 Juan 3,2;
cfr. Col. 3,4; Rom. 8,29). El sermón de la Cena está en esa clave.
Puede decirse que lo que caracteriza al Padre, como acción casi
definitoria de su ser, es conocer al Hijo y ser conocido por él.
En cuanto el cristiano participa de ese conocimiento propio de
Dios, por comunión-koinonía (nuestra comunión es con el Padre y
con el Hijo: 1 Jn. 1,3), se le puede aplicar el nombre de Padre.
Pensamos que en este texto hay una raíz de la teología del
cristiano como imagen de la Trinidad. Ciertamente es morada del
Padre (Jn. 14,23) y el amor del Padre está en él (Jn. 17,26).
Hijos
Los cristianos son hijos en el Hijo. Es ésta una afirmación
mucho más obvia y recibida. Si bien Juan usa los términos teknía
y paidía para referirse a los cristianos como hijos suyos (del apóstol)
hay que recordar nuevamente la clave que nos da la introducción de
la carta y particularmente el término koinonía. Los cristianos
llegan a la fe, es decir a la filiación divina, aceptando el
anuncio y el testimonio del apóstol en su predicación. Por un
mismo acto vienen a ser hijos del Apóstol e hijos de Dios. Ambas
paternidades son inseparables, aunque se pueda distinguirlas, pues
son sólo dos aspectos de un mismo acontecimiento espiritual. El Apóstol
no tiene hijos que no sean a la vez hijos de Dios, ni tiene Dios
ningún hijo entre los creyentes que no venga a serlo sino a través
de una "paternidad" apostólica, eclesial.
Dos aspectos –o quizá también dos momentos– de la filiación
del creyente, están marcados al parecer por los dos términos
griegos hijitos = teknía e hijitos = paidía. Teknía, derivado de
tikto, verbo que expresa en griego la acción materna de dar a luz o
la paterna de engendrar , pone la filiación del cristiano a la luz
del acto de recibir el ser de comunión en la naturaleza y se
refiere a su comienzo. Paidía, en cambio, connota el ser hijo bajo
el aspecto de ser necesitado de guía y educación y que vive y
acepta gozosa y libremente su relación con su Padre, al cual es
capaz de reconocer. El versículo 12 se refiere pues al momento
inicial de la vida cristiana: la conversión, el bautismo y el perdón
de los pecados; mientras que el versículo 14a se refiere a la
duración de la vida cristiana y a la dependencia filial respecto
del Padre que le caracteriza permanente.
Jóvenes, fuertes,
vencedores
El término neaniskos – que como su cuasi sinónimo neanías (y
nuestro castellano nene) vehicula la idea de su raíz: neo = nuevo,
novedad –, está aquí asociado a la nueva vida de la fe, por la
cual el cristiano ha vencido al maligno: "todo lo que ha nacido
de Dios vence al mundo y lo que ha conseguido la victoria sobre el
mundo es nuestra fe" (1 Jn. 5,4).
"¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús
es el Hijo de Dios?" (1 Jn. 5,5). Esta fe es obra del Espíritu
Santo, porque: "El Espíritu es el que da testimonio porque el
Espíritu Santo es la Verdad...quien cree en el Hijo de Dios, tiene
el testimonio en sí mismo" (1 Jn. 5,6c. 10a).
La novedad de vida, la fuerza y la victoria sobre el maligno (o
su sinónimo juanino: el mundo), se debe a la unción del Espíritu
Santo: "vosotros estáis ungidos por el santo y todos vosotros
lo sabéis" (1 Jn. 2,20). Esta unción enseña a los cristianos
interiormente y permanece en ellos (2,27). Unción verdadera, no
mentirosa, que es sinónimo del testimonio interior del Espíritu,
que los hace "testigos".
El calificativo fuerte (isjurós) que Juan da a los creyentes
(v.12 y 14c) es un título de Cristo, y está unido al Espíritu
Santo. Juan Bautista llama a Jesús con este título: "detrás
de mí viene el que es más fuerte que yo...él os bautizará con el
Espíritu Santo" (Mc. 1,7a. 8b). También aparece en juego
cuando Jesús polemiza con los que atribuyen sus milagros a la
fuerza o poder de Satanás (Mc. 3,27, pero sobre todo Lc. 11,22). El
Espíritu Santo es la fuerza o el poder que obra en Jesús y
calumniarlo atribuyéndolo a Satanás, es la blasfemia contra el Espíritu
Santo. Siendo el Espíritu la fuerza que obra en los fieles, también
ellos participan del nombre de fuertes.
Al igual que Jesús, que venció al mundo (Jn. 16,33) también
los discípulos son llamados vencedores del maligno o vencedores del
mundo en virtud de su fe (1 Jn. 5,3-5) y en virtud de su amor. En
las siete cartas a las Iglesias, la vida cristiana se presenta como
una lucha y se prometen premios a los vencedores (Apoc. 2,1-3,22)
Juventud (vida nueva), fuerza, fe victoriosa, triunfo de la
verdad sobre la mentira (1 Jn. 2,22), del amor sobre el odio (3,12),
de la vida divina sobre el pecado (3,9), son las obras del Espíritu
Santo en el cristiano.
Fieles, creyentes
La permanencia es una cualidad de la fe y del amor que puede
traducirse en términos de fidelidad. Por eso es una acción recíproca.
Dios permanece en los creyentes y ellos han de permanecer en Dios:
"La palabra de Dios permanece en vosotros" (1 Jn. 2,14c).
Esta permanencia de la Palabra en el creyente parece ser sinónimo
de la fuerza y la victoria, o quizá su causa. "Quien cumple la
voluntad de Dios permanece para siempre" (1 Jn. 2,17b). Para
permanecer en Dios, es necesario que Dios permanezca en uno:
"lo que habéis oído desde el principio permanezca en
vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el
principio también vosotros permaneceréis" (1 Jn. 2,24).
Por el contrario, amar al mundo, cuya concupiscencia pasa, es no
permanecer en Dios ni guardar su palabra (2, 15-17) y equivale a
"permanecer en la muerte" (3,14).
También la Carta a los Hebreos, como las del Apocalipsis a las
siete Iglesias, está preocupada por la decadencia del espíritu
inicial y anima al creyente a perseverar en su fervor sin deslizarse
en la indiferencia, pues en ello hay una debilidad, una regresión
de la actitud creyente, que equivale a una velada y anónima apostasía.(12)
Creyentes, fieles, son nombres que se exigen mutuamente. Primero
porque en el Nuevo Testamento se habla de la fe informada por la
caridad, en términos de amor-alianza y pertenencia. Pero además
porque la vida de fe, como adhesión a Cristo, va indisolublemente
unida con la tribulación. La paciencia, o hupomoné, es una virtud
necesaria para el fiel creyente.
Jesús invita a sus fieles a permanecer en su amor (Jn. 15,9.10).
Como han permanecido en medio de sus pruebas fieles a él:
"Vosotros sois los que habéis permanecido (diamemenekotes)
constantemente conmigo en mis tribulaciones" (Lc. 22,28)
Los suyos (de Cristo)
"Habiendo amado a los suyos (tous idíous) que estaban en el
mundo, los amó hasta el fin" (Jn. 13,1). Le han sido dados por
el Padre y son del Padre, porque todo lo que es de Cristo es del
Padre (Jn. 17,6.10). Los cristianos son dados por el Padre a Cristo,
en pertenencia. Pablo dirá "todo es vuestro, vosotros de
Cristo y Cristo de Dios" (1 Cor. 3,22). Son suyos porque creen
en su nombre y por haber creído. Reemplazan a los que eran suyos
pero no lo recibieron (Jn. 1,11) y por lo tanto dejaron de
pertenecerle.
Hermanos
Ese "ser suyos" se explicita a veces como
"hermanos míos" (Mt.25,40), de modo que él es el primogénito
entre muchos hermanos (Rom 8,29).
El vínculo de parentesco con Jesús se establece por creer en su
nombre (Jn 1,12); por cumplir la "voluntad de Dios" (Mc.
3,35), "la voluntad de mi Padre celestial" (Mt.12,50); por
escuchar la palabra de Dios y cumplirla (Lc. 8,21).
La unión de Jesús y los suyos, los hace solidarios con él y
con Dios: "el que os recibe a vosotros, a mí me recibe, y
quien me recibe a mí recibe al que me envió...y todo el que dé de
beber un vaso de agua a uno de estos pequeños, por ser discípulo,
os aseguro que no perderá su recompensa" (Mt. 10,40.42). Esa
misma ley de solidaridad en el recibimiento y el rechazo, reluce en
textos como el del juicio final en Mateo 25, 31-46 y en el logion
sobre el avergonzarse de Jesús y sus palabras (Mc. 8,38 y par.,
cfr. 2 Tim. 1,8).
Pequeños, más pequeños
Este nombre, casi sinónimo de hermanos (Mt. 25,40.45) o de discípulos
(Mt. 10,42; Mt. 18,6), en griego mikroi, mikróteroi, se aproxima a
otros nombres, ya vistos, como: niños (teknía, paidía). Pertenece
también al espectro de nombres asociados con la idea de filiación
por la fe.
4. BALANCE Y
PERSPECTIVA: "HIJOS EN EL HIJO"
Este recorrido por algunos nombres del creyente en la Escritura,
aunque somero e incompleto, permite a nuestro juicio fundar algunas
orientaciones interpretativas acerca del ser del creyente en la visión
revelada.
Creemos que la red de relaciones que define el verdadero ser del
cristiano es la que está implícita en la invocación con que
comienza su oración: "Padre nuestro". El cristiano es
hijo. Y este nombre es tanto más radical y esencial cuanto se deja
implicitar y sobreentender. Pero desde esa pertenencia y vinculación
filial es desde donde –y por la que– se define el ser creyente;
explicitándose ulteriormente dicha definición por el pronombre
posesivo "nuestro", cuyo contenido es cristológico y
eclesiológico a la vez.
En la perspectiva de la antropología bíblica, el hombre se
define por parámetros personales y subjetivos, sociales y
relacionales: por su vinculación y pertenencia. A esa dimensión
pertenecen las categorías de la alianza y el parentesco por la fe.
El creyente se define por su triple relación trinitaria y su
pertenencia eclesial. A esta definición positiva se le agrega, como
ulterior definición negativa: la no pertenencia al mundo, su carácter
de extranjero, desterrado y peregrino. No en el sentido del
contemptus mundi de algunas escuelas de espiritualidad posteriores,
sino simplemente en términos de no pertenencia en sentido bíblico:
de desprendimiento interior del corazón respecto de instancias a
las cuales ya no se pertenece radicalmente, sino secundaria y
subordinadamente. Es lo que expresa el primer mandamiento cuando
reclama un amor total sin división del corazón, de modo que sea el
amor a Dios el que determine el modo de estar en el mundo de los
creyentes y el modo de ordenar su entorno creacional para hacer de
él el mundo que habitan.
La pertenencia a Dios en esta forma no sustrae al hombre de su
tarea de criatura en la creación, no lo sustrae de la historia.
Todo lo contrario, lo lanza a ella, pero no de cualquier manera,
como tenemos que pasar a ver a continuación, sino con una misión
implícita en su nombre de hijos de Dios, e implícita en su vocación
a la santidad. Una santidad cuyo paradigma es la santidad de Dios
Padre (1 Ped. 1,16-17).
El ser hijos en el Hijo y con el Hijo, es la raíz de la
participación en la naturaleza divina y en las potestades y
funciones que definen el ser de los creyentes por analogía con Dios
Padre, Hijo y Espíritu Santo y por su vinculación y pertenencia
con ellos.
Limitaciones
del nombre "laico"
Al cabo de este recorrido, el nombre de "laicos"
aparece, por contraste con los nombres escriturísticos del
creyente, como un nombre de contenido más bien disciplinar, jurídico
o juscanónico, que teológico.
Una teología de la vida cristiana, de los fieles laicos, aún
dominada por la legítima inquietud de reflexionar sobre las tareas
temporales del creyente, no puede esperar de él mucho más de lo
que ha dado hasta ahora. Los teólogos parecen comprenderlo cada vez
más y se vuelven hacia los nombres bíblicos. Quizás está pasando
ya la hora en que se temía que vocación cristiana y tares
temporales fueran rivales entre sí y causa de escisión esquizofrénica
del alma creyente.
Horacio Bojorge S.J.
hbojorge@adinet.com.uy
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NOTAS
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(1)
MARCO VERGOTTINI, II dibattito sulla figura del laico
en: Rivista del Clero Italiano, 68 (1987), n.11, pp. 777-785.
(2)
I. DE LA POTTERIE, La Palabra "laico", origen y
sentido primitivo, en: La Vida según el Espíritu, Ed. Sígueme,
Salamanca, 1967, p. 32.
(3)
Ver: A. BENI, art.: Laico, en: Nuevo Diccionario de Teología,
Madrid, 1982, I, 846; A.BARRUFFO, art.: Laico (seglar), en: Nuevo
Diccionario de Espiritualidad, Madrid, 1983, col. 797; BR. FORTE,
art. Laicado, en: Diccionario Teológico Interdisciplinar,
Salamanca, 1982, p. 253).
(4)
YVES J.- M. CONGAR, Jalones para una teología del laicado,
Barcelona, 1961, p. 42).
(5)
Véase por ejemplo: Edoardo BENVENUTO, Quale figura di cristiano?,
en: Il Regno-Attualitá, 32 (1987), n. 583, pp. 537-547 que es un
buen exponente de la problemática en ciertos círculos más bien
europeos.
(6)
Sugerentes panorámicas históricas ofrecen: PIER GIORGIO CAMAIANI,
Laicato e clero nell’ evoluzione della società moderna, en: Il
Regno-Documenti, 32 (1987), n. 580, pp. 556-563; J. GROOTAERS,
Teologi laici nelle chiese cristiane, Ib., pp. 564-572. Dice
Grooataers: "Il tratto dominante della vita della chiesa
cattolica nel secolo XVIII resta l’apostasia dei laici colti che
si sforzano di accelerare la secolarizzazione", p. 567
(7)
Véase la obra del escriturista jesuita ecuatoriano Ernesto BRAVO,
"Esto es ser cristiano", Ed. Fe Católica, Madrid, 1973,
p. 132.
(8)
Para nuestro ordo expositionis nos orientamos en este tramo por el
eje expositivo de la obra de Bravo.
(9) A
la figura de Jesucristo como Explorador he dedicado el estudio La
Entrada en la Tierra Prometida y la Entrada en el Reino. El
trasfondo teológico del diálogo de Jesús con Nicodemo (Jn. 3),
en: Revista Bíblica, 41 (1979), n. 173, pp. 171-186.
(10)
En el Antiguo Testamento, la fórmula de asistencia: "Dios está
con..."(Jc. 6,12; Deut. 20,4) forma parte del credo del
guerrero (cfr. 1 Sam. 17,45-47). La certeza de que Dios está con,
de parte de, en favor de los suyos, impide por un lado el temor y
por otro la indebida confianza en las propias fuerzas, coraje o
armamentos. En estos relatos de la misión aparecen también otros
elementos característicos de la guerra santa: las señales, que
acompañarán la predicación (Mc. 16,17-18). Naturalmente, los
elementos y fórmulas características de la guerra santa se
trasponen al Nuevo Testamento en clave cristológica. Sobre la
teología de la guerra santa en su trasposición eclesial, he
escrito Signos de su Victoria. El Carisma de los Religiosos a la Luz
de la Escritura, Ed. Diego de Torres, S. Miguel, Buenos Aires, 1983,
pp.9-28
(11) El
uso del nombre santos en el Nuevo Testamento está bien resumido en
la Biblia de Jerusalén, nota Hechos 9,13. Parece que el nombre se
dio primero en Jerusalén y a los cristianos de Palestina y luego se
fue extendiendo a las demás comunidades.
(12)
MORA Gaspar, La Carta a los Hebreos como Escrito Pastoral,
Barcelona, 1974.
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