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Pues tras las carantoñas y ladridos,
y los saltos y brincos de alborozo,
tras las locas carreras y gañidos
del perro que no cabe en sí de gozo,
pasa el alma a otro grado más subido
que es la oración que llaman: de
reposo.
O sea, que se arremansa y que se aquieta.
Y echada, el hociquito entre las patas,
se está allí, como atada a la banqueta
donde matea su dueño en alpargatas.
—
25 —
El alma que disfruta de este estado
es un alma alejada del pecado,
a quien Dios no reprocha alguna ofensa
y tiene un corazón reconciliado.
Un alma que se aquieta y se silencia.
Que prefiere adorar a un Dios que piensa,
a patotear, con perros extraviados.
Allí, a los pies del amo que reposa,
entornados los ojos de placer,
en su tibia presencia se arreboza
liberada de todo "¡ habría que hacer!"
Y echada – en oración tan levantada
como le enseña el perro con su arte –
el alma "que eligió la mejor parte"
halla todo en Jesús. Y sin Él, nada.
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En este estilo hablaba Cayetano
para arrear hacia Dios su lenta grey
de fieles remolones, de cristianos
ignorantes, ariscos o sin ley.
Por si alguno, a lo menos, se hacía santo
nos hablaba del perro y la oración
mezclándole a lo serio del sermón
unas pizcas de humor, de tanto en tanto:
—
27 —
"Cuando Dios creó al perro – nos decía –
no creó simplemente un animal.
Hizo un libro viviente. Hizo un manual.
Y nos legó su ejemplo, como guía
y compendio de vida espiritual.
Me remoto al Principio. A aquel instante
en que Dios hizo al perro. Creatura
que es como encarnación del fiel orante
y de la fe más inocente y pura.
—
28 —
Me aventuro a decir, a este respecto,
que el perro fue como un anteproyecto,
como un bosquejo previo; un borrador
de aquel devoto y fiel adorador
que Dios quería crear y que, en efecto,
fue Adán – recién creado – ante el Señor.
Adán tenía el alma religiosa;
un sentido de Dios que le era innato.
Como el perro, captaba de inmediato
la presencia de Dios, aún silenciosa,
más que por la razón, por el olfato.
—
29 —
También a Adán – dice la Anatomía
que conmina a aceptar esta evidencia –
Dios lo dotó de rabo. En su Presencia,
el inocente Adán, lo menearía
con la expresividad y la elocuencia
que vemos en los perros hoy en día.
Pero... ocurrió lo que sabemos todos:
sobrevino el pecado original
-de
cuyos polvos vienen nuestros lodos-
y
abochornado, nuestro padre Adán
hizo
lo que en los perros es normal:
Metió
– mustio – su rabo entre las patas
y
- ¡espontánea expresión de su conciencia! –
tratando
de eludir la penitencia
que
– barruntaba – no iba a ser barata
fue,
con Eva, a esconderse entre unas matas.
— 30 —
Expulsados
por Dios del Paraíso
y
privados del bien de su Presencia,
sus
colas, con la falta de ejercicio
-por
tristeza, añoranza y mal de ausencia –
se
fueron atrofiando. Decadencia,
que
es otra desgraciada consecuencia,
otro mal heredado, otro perjuicio
que el padre Adán legó a su descendencia
junto
a tanto dolor y tantos vicios –
al
perder el estado de inocencia.
— 31 —
¿Deberemos
perder toda esperanza
de
que los hombres vuelvan, nuevamente
a
tributarle a Dios sus alabanzas
según
la antigua y primitiva usanza
que
se estilaba en el Jardín de Oriente?
Herederos
de Adán, sus descendientes,
privados
del sentido de alabanza,
relegaron
el rabo al inconsciente.
No
quieren ni saber por qué lo tienen
Y
se avergüenzan de él en su ignorancia.
Pero
el perro de Adán – que fue testigo
de
aquel feliz estado primitivo –
copió
gestos, posturas y reacciones
del
inocente Adán frente al Dios vivo.
— 32 —
Fieles
guardianes de estas tradiciones,
los
perros, no las dieron al olvido.
Se
las trasmiten por generaciones
y
mantienen vigente su cultivo.
Por
ser hijos de Adán, todos ignoran
estas
cosas tan obvias y sencillas.
Por
eso: ¡no es ninguna maravilla
que
yo las tenga que explicar ahora!
Tras
explicar por qué tenemos cola
demostraré
que el perro se arrodilla.