Parábola del Perro

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— 34 — De CÓMO ORAR MIRANDO Y SIN PALABRAS. 

            No es que al perro "le falte sólo hablar"

-          como suele decirse vulgarmente -.

Lo que pasa, es que el perro, es inocente.

Y el inocente, no precisa hablar.

 

Yo tengo al perro en opinión tan alta

que sostengo que hablar, no le es preciso.

Como tampoco a Adán, no le hizo falta

hablar, mientras vivió en el Paraíso.

 

La mirada de Dios, lo decía todo.

Y en la de Adán, el alma se leía.

Era mirarse mutuamente, el modo

de entenderse entre sí que ambos tenían.

 

                                    — 35 —                                                       

 

Tener que hablar, fue efecto del pecado:

Adán habló porque temió la ira.

Y Dios habló, porque quedar callado

era entregarlo a Adán a la mentira.

 

Después, Dios nos habló de mil maneras

que el hombre, mentiroso, le desdijo.

Hasta que al fin, en forma duradera,

Dios nos habla diciéndose en su Hijo.

 

                                    — 36 —                                                       

 

En Él, nos volvió a hablar con la mirada.

Nos volvió a suplicar sin decir nada.

Así que, basta con que lo miremos.

 

Que alcemos hacia Él, con fe callada,

nuestros ojos culpables... y callemos.

Que cambiemos con Él, miradas breves,

humildes, silenciosas, de reojo.

Como merecedores de su enojo.

Como nos mira el can, que no se atreve

a fijar la mirada en nuestros ojos.

 

Mirarlo a Dios así, ya bastaría.

Como oración, es más que suficiente.

Pero hay otra mirada, todavía,

que quiero mencionarles brevemente.

 

                                               — 37 —                                                                              

 

                ES LA ORACION DEL QUE LO MIRA FIJO,

            como puede mirarlo sólo el Hijo.

 

            Del que, más que mirar, se ve mirado

            con mirada de amor. Y como espejo

            que devuelve lo mismo en su reflejo,

            vuelve a Dios el amor con que es amado.

 

            Así mira Jesús. Así María.

            Y si el mismo Jesús se lo ha enseñado

            y el Espíritu Santo se lo inspira,

            el corazón del fiel, purificado.

 

                                    — 38 —                                                       

 

            Pero esas gracias místicas, infusas,

-que no diré que son poco frecuentes-

no las tiene a la mano – ni las usa –

la generalidad de los creyentes.

 

A muchos, eso, les importa un pito.

No están para oraciones exquisitas.

 

Como me dijo uno: ‘Padrecito,

el modo de rezar que necesito

es uno fácil... y que traiga guita’.

 

Yo le dije: ‘Hijo mío, si existiera,

o si yo conociera esa receta:

¿tendría necesidad de hacer colectas

para ver si arreglamos las goteras?

 

Pero ya que me pides un consejo:

Tú comienza a rezar, porque al que empieza

-¡mira que te lo dice un cura viejo!-

a veces, Dios, le cambia la cabeza’.