Muy lejos aún de las características
definitorias del Balneario entre campos abiertos
e inmensos arenales, los pioneros apostillando
predilecciones por la mar, hicieron del lugar
modalidad y a la cultura del descanso con
naturalismo primordial una opción insustituible.
Con un trozo ideal de horizonte y barrancas
antiguas asentadas profundas en la arena, el
apego sentimental por el lugar identificaría
tantas familias por este espacio tan ligado a la
comarca.De aquéllos “viajeros” vendrían los relatos de
comienzos, coloreados de anécdotas, entre
largos paseos y días de fiesta como un
recuerdo anticipado del verano.
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Con el andar del tiempo la población material
construida caprichosamente, daba formas
indispensables a precarias viviendas entre
espacios de sobra con paredes de maderos y el
agua fresca desde el pueblo a leguas separado,
bien cuidada en fresco remanso y al “porroncito
de Dios” en días de lluvia la colecta auxiliando
la reserva.
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Y así con paz sobrada y las mil maravillas del
lugar, la vueltita al balneario se hizo de uso y
costumbre, curiosidad por arraigo y páselo usted
muy bien ...
Historia del
Balneario:
De aquél
episodio en diciembre de 188l, al encallarse el
clipper dinamarqués Cóndor con 410 toneladas de
desplazamiento en las restingas de las playas
patagónicas cercanas a la desembocadura del río
Negro, el balneario tomaría bautismo de
identidad con los años, llevando el nombre del
barco naufragado entre otras transitorias
designaciones como Las Carpas, El Faro y Mazzini.
El primer paseo que se registra históricamente
“a la Boca” fue realizado por los padres
salesianos y un grupo de nuevos pupilos del
colegio San José en Carmen de Patagones, en un
viaje con dos barcas por el río “alla foce”, el
26 de enero de 1887.
Los padres salesianos asentados en Viedma,
supieron también dar coloridas lecciones a sus
alumnos del colegio San Francisco de Sales,
transformando el entorno marítimo en verdadera
academia de aprendizaje y a fines de 1898,
resaltan las crónicas locales “ que partían
espléndidamente premiando a los estudiantes con
un paseo al faro del río Negro sobre la barranca
del océano Atlántico”.
Con espíritu naturista los mismos padres a cargo
del Hospital San José en la viedmense capital
del territorio de la Patagonia, llevaban
pacientes en carretones para curas de salud y
ejercicios proteicos.
Contingente de novicios, aspirantes y
entusiastas de una épica junto al mar, solían
partir en chalanas capitaneadas por viejos
boteros, abrazando oficio desde el muelle de
Patagones, aprovechando la marea en busca de un
recodo cercano a la desembocadura del río Negro,
dibujando fantasías de exploraciones y aventuras
en un desierto imaginario.
Saga que duraba dos o tres semanas a galleta
dura, frutas y verduras; un par de cobijas y
aquéllas cantatas nocturnas a "tutta voce"
ordenando las notas de “La vergina degli angeli
o la forza del “Coro dei lombardi”.
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Para fines del mes de noviembre de 1910, Vicente
Martini maestro carpintero con herramientas en
mano entre listones y tablones, preparaba los
primeros campamentos veraniegos. Con el tiempo
los visitantes al paisaje costero, serían
denominados “casilleros” dando un original telón
de fondo al incipiente balneario entre casillas
de diversos tamaños, abriendo un progreso
prometedor. |
Para la
década del 20, se otorgaron los primeros
permisos para construir precariamente algunas
viviendas de madera sólida y una novedosa
construcción de ladrillos, testimonio de un
grupo entusiasta y comprometido al crecimiento
del lugar.
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Y así marchaban las familias pioneras, en
novedoso automóvil o el carro campero puesto al
servicio los fines de semana, zarandeados entre
guardaganados al paso, paciencia y barullo
festivo siguiendo surcos y huellones, hurgando
el gran premio en la lontananza de un faro
gallardo como guía. |
Para 1924 el vigilante Vera, miembro de la
policía del territorio, echaba una ojeada al
lugar cuidando los paseantes y paleando el
tiempo en un ejercicio de ida y vuelta entre
médanos, siempre apreciado y reconocido.
Primeras
fotografías: Los primeros
registros fotográficos del lugar se atribuyen a
los padres salesianos con “algunos encuadres en
pose” de docentes y alumnos en los campamentos
veraniegos de los colegios San Francisco de
Sales y San José, en la primera década del siglo
XX.
Años posteriores y en ordenamiento serial
documentado, las “fotografías domésticas”
retratando familias y la incipiente población
material del balneario, constituyeron el alfa de
las colecciones importantes de aquél núcleo
pionero en blanco y negro.
Ya en los años treinta, la “realidad en
película” cree en las fotografías con el
obturador del amateur en un cúmulo de
instantáneas, donde se integran recuerdos y
situaciones que nos permiten hoy, contemplar
costumbrismos y aquéllos veranos con “uniformes
de baño en áspera lana”, las pecheras masculinas
y el bronceado como expresión de vacaciones en
la blancura femenina.
La concurrencia progresiva al mar y los
comentarios de los periódicos en las columnas
sociales, “incluyendo retratos de gráciles
jóvenes en la arena” modificaron gradualmente
los gustos en las temporadas estivales.
Crecientes reuniones a cielo abierto, se
fotografiaron rozando un telón de amplio fondo
de pequeñas casas en madera armonizando al grupo
compacto y sonriente, en un registro de unión
imperecedera por la memoria de aquéllos tiempos
junto al Cóndor, o simplemente La Boca.
Fuente
Revista La Galera
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