|
Estos eran los consejos a los visitantes. Con los que sufrían se
unía en simpatía y oración, y a menudo y en muchos y variados
casos, el Señor escuchó su oración. Pero nunca se jactó cuando
fue escuchado, ni se quejó cuando no lo fue. Siempre dio gracias al
Señor, y animaba a los sufrientes a tener paciencia y a darse cuenta
de que la curación no era prerrogativa suya ni de nadie, sino sólo de
Dios, que la obra cuando quiere y a quienes El quiere. Los que
sufrían se satisfacían con recibir las palabras del anciano como
curación, pues aprendían a tener paciencia y a soporta el
sufrimiento. Y los que eran sanados, aprendían a dar gracias no a
Antonio sino sólo a Dios.
Había, por ejemplo, un hombre llamado Frontón, oriundo de
Palatium. Tenía una horrible enfermedad: Se mordía continuamente
la lengua y su vista se le iba acortando. Llegó hasta la montaña y
le pidió a Antonio que rogara por él. Oró y luego Antonio le dijo
a Frontón " Vete, vas a ser sanado." Pero el insistió y se
quedó durante días, mientras Antonio seguía diciéndole: "No te
vas a sanar mientras te quedes aquí y cuando llegues a Egipto verás
en ti el milagro." El hombre se convenció por fin y se fue, al
llegar a la vista de Egipto desapareció su enfermedad. Sanó según
las instrucciones que Antonio había recibido del Señor mientras
oraba.
Una niña de Busiris en Trípoli padecía de una enfermedad terrible
y repugnante: una supuración de ojos, nariz y oídos se transformaba
en gusanos cuando caía al suelo. Además su cuerpo estaba paralizado
y sus ojos eran defectuosos. Sus padres supieron de Antonio por
algunos monjes que iban a verlo, y teniendo fe en el Señor que sanó
a la mujer que padecía hemorragia (Mt 9,20), les pidieron que
pudieran ir con su hija. Ellos consintieron. Los padres y la niña
quedaron al pie de la montaña con Pafnucio, el confesor y monje.
Los demás subieron, y cuando se disponían a hablarle de la niña,
el se les adelantó y les dijo todo sobre el sufrimiento de la niña y
de como había hecho el viaje con ellos. Entonces cuando le
preguntaron si esa gente podía subir, no se los permitió y sino que
dijo: "Vayan y, si no ha muerto, la encontrar n sana. No es
ciertamente mérito mío que ella halla querido venir donde un infeliz
como yo; no, en verdad; su curación es obra del Salvador que
muestra su misericordia en todo lugar a los que lo invocan. En este
caso el Señor ha escuchado su oración, y su amor por los hombres me
ha revelado que curar la enfermedad de la niña donde ella está." En
todo caso el milagro se realizó: cuando bajaron, encontraron a los
padres felices y a la niña en perfecta salud.
Sucedió que cuando los hermanos estaban en viaje hacia él, se les
acabó el agua durante el viaje; uno murió y el otro estaba a punto de
morir. Ya no tenía fuerzas para andar, sino que yacía en el suelo
esperando también la muerte. Antonio, sentado en la montaña,
llamó a dos monjes que estaban casualmente sentados allí, y los
apremió a apresurarse: "Tomen un jarro de agua y corran abajo por el
camino a Egipto; venían dos, uno acaba de morir y el otro también
morir a menos que ustedes se apuren. Recién me fue revelado esto en
la oración." Los monjes fueron y hallaron a uno muerto y lo
enterraron. Al otro lo hicieron revivir con agua y lo llevaron hasta
el anciano. La distancia era de un día de viaje. Ahora si alguien
pregunta porque no habló antes de que muriera el otro, su pregunta es
injustificada. El decreto de muerte no pasó por Antonio sino por
Dios, que la determinó para uno, mientras que revelaba la condición
del otro. En cuanto a Antonio, lo único admirable es que, mientras
estaba en la montaña con su corazón tranquilo, el Señor les mostró
cosas remotas.
En otra ocasión en que estaba sentado en la montaña y mirando hacia
arriba, vio en el aire a alguien llevado hacia lo alto entre gran
regocijo entre otros que le salían al encuentro. Admirándose de tan
gran multitud y pensando que felices eran, oró para saber que era
eso. De repente una voz se dirigió a él diciéndole que era el alma
de un monje Ammón de Nitria, que vivió la vida ascética hasta edad
avanzada. Ahora bien, la distancia entre Nitria a la montaña donde
estaba Antonio, era de trece días de viaje. Los que estaban con
Antonio, viendo al anciano tan extasiado, le preguntaron que
significaba y el les contó que Ammón acababa de morir.
Este era bien conocido, pues venía ahí a menudo y muchos milagros
fueron logrados por su intermedio. El que sigue es un ejemplo: "Una
vez tenía que atravesar el río Licus en la estación de las
crecidas; le pidió a Teodor que se le adelantara para que no se
vieran desnudos uno a otro mientras cruzaban el río a nado. Entonces
cuando Teodor se fue, el se sentía todavía avergonzado por tener que
verse desnudo él mismo. Mientras estaba así desconcertado y
reflexionando, fue de repente transportado a la otra orilla.
Teodoro, también un hombre piadoso, salió del agua, y al ver al
otro lado al que había llegado antes que él y sin haberse mojado se
aferró a sus pies, insistiendo que no lo iba a soltar hasta que se lo
dijera. Notando la determinación de Teodoro, especialmente,
después de lo que le dijo, él insistió a su vez para que no se lo
dijera a nadie hasta su muerte, y así le reveló que fue llevado y
depositado en la orilla, que no había caminado sobre el agua, ya que
sólo esto es posible al Señor y a quienes El se lo permite, como lo
hizo en el caso del apóstol Pedro (Mt 14,29). Teodoro
relató esto después de la muerte de Ammón.
Los monjes a los que Antonio les habló sobre la muerte de Ammón,
se anotaron el día, y cuando, un mes después, los hermanos
volvieron desde Nitria, preguntaron y supieron que Ammón se había
dormido en el mismo día y hora en que Antonio vio su alma llevada
hacia lo alto. Y tanto ellos como los otros quedaron asombrados ante
la pureza del alma de Antonio, que podía saber de inmediato lo que
había pasado trece días antes y que era capaz de ver el alma llevada
hacia lo alto.
En otra ocasión, el conde Arquelao lo encontró en la montaña
Exterior y le pidió solamente que rezara por Policracia, la
admirable virgen de Laodicea, portadora de Cristo. Sufría mucho
del estómago y del costado a causa de su excesiva austeridad, y su
cuerpo estaba reducido a gran debilidad. Antonio oró y el conde
anotó el día en que hizo oración. Cuando volvió a Laodicea,
encontró sana a la virgen. Preguntando cuando se vio libre de su
debilidad, sacó el papel donde había anotado la hora de la oración.
Cuando le contestaron, inmediatamente mostró su anotación en el
papel, y todos se asombraron al reconocer que el Señor la había
sanado de su dolencia en el mismo momento en que Antonio estaba orando
e invocando la bondad del Salvador en su ayuda.
En cuanto a sus visitantes, con frecuencia predecía su venida, días
y a veces un mes antes, indicando la razón de su visita. Algunos
venían sólo a verlo, otros a causa de sus enfermedades, y otros,
atormentados por los demonios. Y nadie consideraba el viaje demasiado
molesto o que fuera tiempo perdido; cada uno volvía sintiendo que
había recibido ayuda. Aunque Antonio tenía estos poderes de palabra
y visión, sin embargo suplicaba que nadie lo admirara por esta
razón, sino mas bien admirara al Señor, porque El nos escucha a
nosotros, que sólo somos hombres, a fin de conocerlo lo mejor que
podamos.
En otra ocasión había bajado de nuevo para visitar las celdas
exteriores. Cuando fue invitado a subir a un barco y orar con los
monjes, sólo él percibió un olor horrible y sumamente penetrante.
La tribulación dijo que había pescado y alimento salado a bordo y que
el olor venía de eso, pero él insistió que el olor era diferente.
Mientras estaba hablando, un joven que tenía un demonio y había
subido a bordo poco antes como polizón, de repente soltó un
chillido. Reprendido en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, el
demonio se fue y el hombre volvió a la normalidad; todos entonces se
dieron cuenta de que el hedor venía del demonio.
Otra vez un hombre de rango fue donde él, poseído de un demonio.
En este caso el demonio era tan terrible que el poseso no estaba
consciente de que iba hacia Antonio. Incluso llegaba a devorar sus
propios excrementos. El hombre que lo llevó donde Antonio le rogó
que orara por él. Sintiendo compasión por el joven, Antonio oró y
pasó con él toda la noche. Hacia el amanecer el joven de repente se
lanzó sobre Antonio y le dio un empujón. Sus compañeros se
enojaron ante eso, pero Antonio dijo: "No se enojen con el joven,
porque no es él el responsable sino el demonio que está en él. Al
ser increpado y mandado irse a lugares desiertos, se volvió furioso e
hizo esto. Den gracias al Señor, porque el atacarme de este modo es
una señal de la partida del demonio." Y en cuanto Antonio dijo
esto, el joven volvió a la normalidad. Vuelto en sí se dio cuenta
donde estaba, abrazó al anciano y dio gracias a Dios.
Son numerosas las historias, por lo demás todas concordes, que los
monjes han trasmitido sobre muchas otras cosas semejantes que él
obró. Y ellas, sin embargo, no parecen tan maravillosas como otras
aún más maravillosas. Un a vez, por ejemplo, a la hora nona,
cuando se puso de pie para orar antes de comer, se sintió transportado
en espíritu y, extraño es decirlo, se vio a sí mismo y se hallara
fuera de sí mismo y como si otros seres lo llevaran en los aires.
Entonces vio también otros seres terribles y abominables en el aire,
que le impedían el paso. Como sus guías ofrecieron resistencia, los
otros preguntaron con qué pretexto quería evadir su responsabilidad
ante ellos. Y cuando comenzaron ellos mismos a tomarles cuentas desde
su nacimiento, intervinieron los guías de Antonio: "Todo lo que
date desde su nacimiento, el Señor lo borró; pueden pedirle cuentas
desde cuando comenzó a ser monje y se consagró a Dios. Entonces
comenzaron a presentar acusaciones falsas y como no pudieron probarlas,
tuvieron que dejarle libre el paso. Inmediatamente se vio así mismo
acercándose -a lo menos, así le pareció - y juntándose consigo
mismo, y así volvió Antonio a la realidad.
Entonces, olvidándose de comer, pasó todo el resto del día y toda
la noche suspirando y orando. Estaba asombrado de ver contra cuantos
enemigos debemos luchar y qué trabajos tiene uno para poder abrirse
paso por los aires. Recordó que esto es lo que dice el apóstol:
"De acuerdo al príncipe de las potencias del aire" (Ef 2,2).
Ahí está precisamente el poder del enemigo, que pelea y trata de
detener a los que intentan pasar. Por eso el mismo apóstol da
también su especial advertencia: "Tomen la armadura de Dios que los
haga capases de resistir en el día malo" (Ef 6,13), y "no
teniendo nada malo que decir de nosotros el enemigo, pueda ser dejado
en vergüenza" (Tt 2,8). Y los que hemos aprendido esto,
recordemos lo que el mismo apóstol dice: "No sé si fue llevado con
cuerpo o sin él, Dios lo sabe" (2 Co 2,12). Pero Pablo
fue llevado al tercer cielo y escuchó "palabras inefables" (2 Co
12,2-4), y volvió, mientras que Antonio se vio a sí mismo
entrando en los aires y luchando hasta que quedó libre.
En otra ocasión tuvo este favor de Dios. Cuando solo en la montaña
y reflexionando, no podía encontrar alguna solución, la Providencia
se la revelaba en respuesta a su oración; el santo varón era, con
palabras de la Escritura, "Enseñado por Dios" (Is 54,13;
Jn 6,45; 1 Ts 4,9). Así favorecido, tuvo una vez una
discusión con unos visitantes sobre la vida del alma y qué lugar
tendría después de la vida. A la noche siguiente le llegó un
llamado desde lo alto: "¡Antonio, sal fuera y mira!" El salió,
pues distinguía los llamados que debía escuchar, y mirando hacia lo
alto vio una enorme figura, espantosa y repugnante, de pie, que
alcanzaba las nubes, y además vio ciertos seres que subían como con
alas. La primera figura extendía sus manos, y algunos de los seres
eran detenidos por ella, mientras otros volaban sobre ella y,
habiéndola sobrepasado, seguían ascendiendo sin mayor molestia.
Contra ella el monstruo hacía rechinar sus dientes, pero se alegraba
por los otros que habían caído. En ese momento una voz se dirigió a
Antonio: "¡Comprende la visión!" (Dn 9,23). Se abrió
su entendimiento (Lc 24,45) y se dio cuenta que ese era el paso
de las almas y de que el monstruo que allí estaba era el enemigo, en
envidioso de los creyentes. Sujetaba a los que le correspondían y no
los dejaba pasar, pero a los que no había podido dominar, tenía que
dejarlo pasar fuera de su alcance.
Habiéndolo visto esto y tomándolo como advertencia, luchó aún más
para adelantar cada día lo que le esperaba.
No tenía ninguna inclinación a hablar a cerca de estas cosas a la
gente. Pero cuando había pasado largo tiempo en oración y estado
absorto en toda esa maravilla, y sus compañeros insistían y lo
importunaban para que hablara, estaba forzado a hacerlo. Como padre
no podía guardar un secreto ante sus hijos. Sentía que su propia
conciencia era limpia y que contarles esto podría servirles de ayuda.
Conocerían el buen fruto de la vida ascética, y que a menudo las
visiones son concedidas como compensación por las privaciones.
|
|