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JUAN CARLOS BLANCO, ASESINO DE ESCRITORIO
Hay amistades que duran toda la vida. Compañeros de ruta que luchan para que las cosas cambien.
También hay quienes se alían en aras de destruir al contrario en pos de imponer un orden militar tan acostumbrado por las décadas del 70 u 80. Esto ha sucedido en forma permanente con las dictaduras militares, donde los civiles ven la oportunidad de estar al frente de la función pública sin importarle cual es el destino de los contrarios o participando directamente en las decisiones. Juan Carlos Blanco, canciller de la dictadura y uno de los tantos civiles que convivieron con los militares, ahora está detenido después de 25 años en que tomó decisiones junto a los milicos para que Elena Quinteros no esté más entre nosotros.
Sabemos cuál es el pensamiento y el accionar de las fuerzas armadas uruguayas, instruidas para hacer desaparecer a los que piensan distinto. Pero con los civiles a veces no está muy clara su posición. Sin ir más lejos, el ex presidente Sanguinetti está visto en el extranjero como un político de amplias cualidades, desde adentro se lo conoce como un permanente colaborador de los regímenes militares desde el poder y desde el llano. Impulsor de la ley de caducidad, apelando a la desinformación y al miedo de mucha gente, logró que todos los torturadores y asesinos de compañeros sigan caminando por el paisito sin mosquearse por las aberraciones cometidas. No nos olvidamos de su accionar con respecto a la denuncia del escritor Juan Gelman referida a la desaparición de su nuera y nieta, dándole la espalda a una investigación donde quedaba absolutamente claro el destino de su nuera y la existencia de su nieta. ¿Habrá alguna justicia para que los militares paguen sus aberraciones?
Siempre se da que hay civiles que les habría quedado mejor seguir la carrera militar. Como Juan Carlos Blanco hay cientos de civiles que sueñan con actuar con las armas que le da el poder. Solamente la consecuencia, la tozudez y el ser porfiados nos va a dar la posibilidad de seguir desenmascarando a todos los civiles, asesinos de escritorio, a quienes les encantó sobrevolar el Cono Sur prendidos de las alas del Cóndor.
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